viernes, 25 de noviembre de 2016

Una reseña de las memorias de Diego San José

Os reproduzco una de las primeras reseñas publicadas con motivo de la edición de las memorias carcelarias de Diego San José:




De cárcel en cárcel. Diego San José. Ed. Juan A. Ríos Carratalá. Renacimiento. Sevilla, 2016. 384 páginas. 20 euros.
Tanto o más que en la eliminación de los enemigos señalados, la miseria de las dictaduras se refleja en la persecución de ciudadanos desafectos pero políticamente insignificantes a los que los todopoderosos funcionarios, obsesionados con sancionar la disidencia, califican como seres indignos o apestados, cuando no como delincuentes merecedores de castigo. Ocurrió en España cuando el franquismo victorioso convirtió en objeto de procesamiento a todos los que hubieran tenido algún tipo de relación con las instituciones republicanas. Muy popular en la anteguerra, el escritor y periodista madrileño Diego San José no había cometido otro delito que seguir ejerciendo su profesión en el Madrid sitiado. De convicciones republicanas, no se había afiliado a ningún partido ni tuvo más participación en la vida pública que un brevísimo paso por el negociado de prensa de la Dirección General de Seguridad, en el que su cometido se reducía a recortar noticias y de donde fue destituido por sus gestiones en favor de varias personas -entre ellas el asesinado Pedro Muñoz Seca- perseguidas o encarceladas.
Autor de numerosos artículos en cabeceras como El Liberal o El Heraldo de Madrid, narrador, dramaturgo y adaptador de textos clásicos del Siglo de Oro, San José cultivó el casticismo, los cuadros de costumbres y los relatos de fondo histórico, muchos de los cuales aparecieron en colecciones de amplísimas tiradas como La Novela Corta y El Cuento Semanal. Era un habitual de las tertulias que tenía la suya en El Gato Negro, había participado muy activamente en la vida literaria pero apenas volvió a publicar tras la depuración que acabó con su carrera. Diez días después del final de la guerra, en el "año de desgracia" de 1939, el ya veterano Dieguito, como lo llamaban los íntimos, fue detenido y juzgado en dos consejos de guerra por el delito cínicamente catalogado como "adhesión a la rebelión", figura habitual que en el caso de los cronistas -para los que se habilitó un Juzgado Especial de Prensa- no necesitaba de más pruebas que el contenido de los artículos. Abogaron por él otros autores como Emilio Carrere o Cristóbal de Castro, pero fue el inefable Millán Astray, de quien al parecer preparaba una biografía, el que lo libró de la pena de muerte "sin derecho a indulto". Finalmente fue condenado a veinte años de los que cumplió cinco. El testimonio de sus prisiones, De cárcel en cárcel, ha sido recuperado por Renacimiento en una edición del estudioso del periodismo republicano Juan A. Ríos Carratalá que incluye el prólogo "apasionado" de Florentino Hernández Girbal a la edición póstuma del libro (Ediciós do Castro, 1988) y las ilustraciones del dibujante José Robledano, amigos ambos del autor y compañeros de cautiverio.
Sin contar las estancias de tránsito, el itinerario carcelario de San José se resume en cinco presidios: Las Salesas, Atocha y Porlier en Madrid, la isla de San Simón -"mi Santa Elena"- y Vigo en Galicia, donde se estableció con su familia cuando fue liberado. De todos da cuenta en estas memorias que concentran la carga dramática en la primera parte, durante los meses en los que las ejecuciones eran diarias. Muchos otros colegas compartieron su suerte y por ejemplo entre los que penaban en Porlier estaban el argentino Valentín de Pedro -autor de una "galería de condenados tras la Guerra Civil", Cuando en España estalló la paz, cuyo título tal vez conociera Gironella- o Antonio de Hoyos y Vinent, el extravagante marqués reconvertido en anarquista que moriría en prisión abandonado por todos. De este último, "aislado por su pertinaz sordera y casi ciego", traza un conmovedor retrato de postrimerías que acaba con la visión de su cadáver arrumbado en el patio, "junto a la chatarra y los desperdicios". También sabemos por San José de las últimas horas de Pedro Luis de Gálvez, el más bohemio de los bohemios, a quien visita antes de su ejecución inminente. Al sacerdote que merodea por la sala y le aconseja confesarse, le responde: "Yo no necesito intérpretes para hablar con Dios. Soy teósofo. ¿Sabe usted lo que es eso?". A los carceleros, a modo de despedida: "¡Vayan ustedes haciendo el equipaje, que yo les iré buscando alojamiento...!".
La clara prosa, extrañamente serena, con la que San José describe la vida penitenciaria o narra el rosario de padecimientos va más allá del mero testimonio y tiene valor por sí misma, pero sobre todo ha conservado con trazos muy vívidos el clima moral de la derrota. La indignación no mengua, pero el miedo y la incertidumbre del primer momento van dejando paso a una sensación de melancolía que no le abandonó hasta el día de su muerte. Años después de ser excarcelado, en unos versos escritos con motivo de una ocasional visita a su ciudad natal, que ya no reconocía, se preguntaba qué había sido del "alma alegre del Madrid de antaño".


Homenaje a Juan Antonio Bardem


El Ayuntamiento de Cuenca me ha invitado a participar en un homenaje a Juan Antonio Bardem con motivo de los sesenta años desde el rodaje de Calle Mayor en esa ciudad. El libro La ciudad provinciana me sigue dando la oportunidad de conocer nuevos amigos.


domingo, 20 de noviembre de 2016

Entrevista en Cazarabet sobre Contemos cómo pasó




El pasado 16 de noviembre los amigos de Cazarabet publicaron esta entrevista con motivo de la publicación de Contemos cómo pasó:

Cazarabet conversa con Juan A. Ríos Carratalá
-        Juan Antonio, el libro arranca en 1958, cuando está a punto de terminar el primer tramo de la dictadura, el que podemos reconocer como el más duro. ¿Por qué escoges esta horquilla que va desde 1958 a 1975?
-        Contemos cómo pasó es un ensayo con un importante componente de memoria personal y generacional. Yo nací en 1958 y, desde esa memoria, hablo de cómo vivimos el tardofranquismo los niños y adolescentes que ahora andamos cerca de los sesenta años, que es una edad propicia para los balances sin añoranza.
-        La pobreza y el hambre de la posguerra no dejaron de estar presentes en esa época, a pesar de que las cartillas de racionamiento hubieran desaparecido en 1952, ¿no?
-        La España de los años sesenta era un país fundamentalmente pobre, a pesar del desarrollismo, que alcanzó cifras espectaculares porque el punto de partida era propio del Tercer Mundo. El hambre, sin embargo, ya se había convertido en una experiencia de los padres, que como tal seguía estando presente en el ámbito familiar a través de los recuerdos y cierta actitud ante un tema tan fundamental como era la comida.
-        ¿Cómo era vivir en una dictadura desde la perspectiva de ser adolescente? ¿Crees que es uno de los mejores períodos para captar las realidades de un tiempo o un país?
-        La adolescencia es el período de los descubrimientos y la formación. Los ojos los solemos tener bien abiertos y, por supuesto, esta etapa suele ser determinante para la madurez. Nuestros cambios propios de la adolescencia se solaparon con los de un país que estaba a punto de cerrar una etapa y se abría a otra de incierto futuro. No obstante, esta evidencia la comprendemos mejor desde la memoria, desde un presente que somete al escrutinio las numerosas experiencias indelebles de aquellos años.
-        ¿La adolescencia lo ve todo de una manera diferente?
-        Lo ve como una novedad tras otra. De ahí el interés por descubrir las claves de lo que todavía no se ha convertido en una rutina.
-        Aunque cuando solo se ha conocido una dictadura, una infancia en blanco y negro, el miedo al castigo, a una palabra más alta que otra… la perspectiva debe ser un poco particular.
-        Yo soy consciente de que la generación de mis padres o incluso de quienes nacieron en los años cuarenta lo pasaron mucho peor en todos los sentidos. Nosotros nacimos con el desarrollismo, que siempre era un motivo de esperanza a pesar de las contradicciones y los sacrificios, pero teníamos en casa hermanos mayores y padres con quienes compartir recuerdos de una etapa mucho más dura.
-        Este libro es muy especial porque se articula en torno a doce personajes distintos y a veces poco conocidos. ¿Cómo te has documentado para conseguir un trabajo tan redondo como el presente?
-        Ha sido complejo. Resulta mucho más difícil conseguir información sobre un concursante de la televisión de los años sesenta que sobre un autor del Siglo de Oro. No obstante, las nuevas tecnologías han hecho posible un empeño que habría resultado imposible hace quince años.
-        ¿Varía en algo, respecto a otros libros tuyos, la metodología de trabajo que has seguido?
-        Al terminar Nos vemos en Chicote acabé exhausto de trabajar en archivos militares y ministeriales. Necesitaba volver al campo del humor como plataforma desde la cual enfrentarme a esta etapa. La metodología ha cambiado porque esa cotidianidad de la infancia y la adolescencia se encuentra en cualquier rincón de la memoria menos en un archivo o un museo. Tampoco suele aparecer en los libros, al menos en los universitarios.
-        Con los personajes, con cada uno de ellos, construyes un imaginario más allá del personaje, de sus ilusiones, de lo que son… ¿Por qué?
-        Mi objetivo es aportar una voz a la memoria colectiva de la época, que por definición es heterogénea y múltiple. Esos personajes me sirven como hilo conductor para conectar con los recuerdos y las reflexiones de los lectores.
-        Además, deducimos que aunque estemos en una prisión si nuestro pensamiento quiere puede ser libre. ¿Qué nos puedes decir al respecto?
-        La imaginación, más que el pensamiento, es imprescindible para ser libres bajo una dictadura. Contemos cómo pasó recopila numerosos ejemplos extraídos de experiencias cotidianas donde la imaginación se combinó con el humor y el deseo de ser felices.
-        No obstante, también cabe que nos aferremos a esa libertad y nos olvidemos de la libertad de quienes carecen de esa capacidad. ¿Cómo lo ves?
-        El riesgo es evidente, pero la memoria que sustenta este ensayo siempre es consciente de los problemas derivados de una dictadura que fue cruel hasta el último día. Nunca lo niego, lo recuerdo en cada página, pero si sobrevivimos a esa experiencia fue por la capacidad de encontrar salidas allá donde solo el humor, el vitalismo y la imaginación las encontraban.
-        Todos los personajes a los que te acercas tienen un perfil muy peculiar. Te acercas poco a personas con trabajos o tareas más convencionales. ¿Quizás porque estos ya los vivimos, por nosotros mismos, de manera más o menos directa?
-        El ensayo no es un estudio sociológico que deba acogerse al rigor de lo más representativo. Yo recreo aquellos recuerdos que permanecen en mi memoria y la misma siente predilección por los personajes peculiares que, ante todo, me han hecho sonreír. Los notarios o los registradores de la propiedad, por ejemplo, no se encuentran en esta nómina tan caprichosa de la memoria.
-        La vida, sin lugar a dudas, sería muy aburrida o nada estimulante sin personajes como los de tu libro, ¿no?
-        Yo escribí Contemos cómo pasó para compartir con los lectores la alegría de recordar personajes y experiencias que nunca salen en los libros de historia, pero que nos divirtieron y nos hicieron felices, incluso en unos momentos bastantes duros. Varios de mis libros son un agradecimiento a quienes me han hecho sonreír porque todavía no he conocido una experiencia más gratificante.
-        Además, serán personajes teñidos, me refiero a que son reales, pero con tintes de ficción o algo muy especial. ¿Qué nos puedes decir?

-        Todos son reales, pero desde el momento en que solo habitan en el mundo de los recuerdos están teñidos de ficción, que es un componente imprescindible para el ejercicio de la memoria. En cualquier caso, la realidad es tan rica en todos los sentidos que nunca he necesitado inventarme un personaje o un hecho. Basta con saberlos recrear para que nos parezcan atractivos y hasta excepcionales, incluso los escondidos en los más recónditos rincones de la memoria.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Nos vemos en Chicote. Una reseña de Abelardo Muñoz

Os facilito la consulta de la excelente reseña de Nos vemos en Chicote publicada por el periodista y novelista Abelardo Muñoz en Levante:




domingo, 6 de noviembre de 2016

Presentación de la colección Assaig



El pasado día 3 de noviembre y en la librería 80 Mundos tuvimos la oportunidad de presentar la colección de ensayos donde ha aparecido Contemos cómo pasó, gracias a la iniciativa de Publicaciones de la Universidad de Alicante. 




Reseña de Contemos cómo pasó

Os transcribo a continuación la reseña de Contemos cómo pasó escrita por mi buen amigo Mario Martínez Gomis y publicada en el diario Información:





ÉRASE UNA VEZ AQUEL TIEMPO PASADO

El último libro de Juan A. Ríos Carratalá, Contemos cómo pasó. Imágenes y reflexiones de una cotidianidad (1958-1975) (Universidad de Alicante, 2016), es uno de los ensayos más personales de este catedrático de Literatura Española que ha trascendido sus trabajos filológicos para adentrarse en el terreno más amplio de la cultura y la historia de la vida cotidiana de nuestro siglo XX. Sus estudios en torno a las paradojas durante los cuarenta años de dictadura (Usted puede ser feliz. La felicidad en la cultura del franquismo), los tiempos violentos del tardofranquismo y la Transición, a caballo entre la realidad y el cine (Quinquis, maderos y picoletos) o el cinismo brutal de la judicatura de la época tras sus escaparates lúdicos (Nos vemos en Chicote) son una muestra elocuente de la reciente tenacidad investigadora de Ríos. Una tenacidad enfocada a recuperar una etapa de nuestra historia plagada de mitos y lugares comunes, ofuscada por las ficciones y las trampas de la memoria, y que estaba pidiendo a gritos un análisis libre de prejuicios y presupuestos maniqueos, para aproximarse a una realidad que siempre se nos antojará compleja y discutible, pero merecedora de un esfuerzo interpretativo alejado de los tópicos al uso más complacientes, y a la que el autor pretende llegar mediante el conocimiento de la política, el cine, las artes escénicas y la cultura de masas que forjaron el imaginario de esos tiempos.
Si en las obras citadas Ríos ha explorado el amplio territorio de estas cuestiones desde una perspectiva sociológica, hoy, a través de Contemos cómo pasó, su punto de vista ha experimentado un giro más intimista y personal al acercarse al pasado desde la perspectiva de los recuerdos del niño y adolescente que fue entre 1958 y 1975, convirtiendo el proceso de su educación sentimental y afectiva en una suerte de referente colectivo gracias a la contextualización histórica. Un ejercicio que Ríos define, acertadamente, como una «docuficción autobiográfica» para curarse en salud y asumir los riesgos que entraña la traición de la memoria.
La novedad del análisis actual radica en el encuentro del autor con sus vivencias familiares, escolares, lúdicas y culturales, con los modelos educativos y con ese cúmulo de renuncias de los sueños infantiles –heroicos, deportivos, artísticos- que se proponían en la vida como metas y cuyo incumplimiento sirvió para forjar el carácter del hombre que hoy ve todo ese aprendizaje desde el placebo del humor o la lúcida ironía. Pero no es la única novedad que nos ofrece Ríos en este trabajo: el espacio, la España de la época, se matiza mediante lo particular, las vivencias de la ciudad, del Alicante que brota en los recuerdos y busca otro cauce de identificación en amigos y paisanos. De este modo una fecha como la del 20 de noviembre, aniversario de la muerte de José Antonio, se evoca desde la mirada del niño que asiste al ceremonial fúnebre del Fundador y enlaza con la figura local del Negre Lloma y su leyenda urbana en torno a su imposible traslado al Escorial, a hombros de cinco mil falangistas, confundido en su féretro. Un esperpento local que conecta con el de más amplio espectro, el nacional.
De igual manera, las reflexiones en torno a la oratoria de la época, a la didáctica de la palabra, se cuelan en el claustro profesoral del instituto Jorge Juan alicantino como corolario próximo e inmediato del relato al uso en la docencia. Y las vivencias domésticas, particulares, ante la radio y la incipiente televisión se erigen en el testimonio íntimo del canto general propagandístico en torno a la «placidez» que quiso simular el Régimen. Todo un viaje de ida y vuelta con pasajes memorables en torno a un partido escolar de balonmano en una cancha cutre, a los recuerdos de los ídolos deportivos, al cine del Oeste y al twist de Chuby Cheker que suponían las vías de escape para alcanzar una felicidad que, todavía tardaríamos muchos años en entenderlo, aunque nos ayudaba a vivir, tenía la impronta de los productos que se vendían en Saldos Arias.
Mario Martínez Gomis

Información, 27-X-2016