domingo, 3 de agosto de 2025

La acera era nuestro parque temático


 

La foto donde aparezco junto con mi abuela Dolores y Federico no forma parte del archivo visual de la posguerra. Ni siquiera de los años cincuenta. Uno ya tiene sus años, pero cumplí los cuatro en 1962, cuando alguien desde la calzada de mi calle, por donde apenas circulaban los vehículos, inmortalizó un momento de la cotidianidad que relaté en Contemos cómo pasó (2016).

Aquel libro lo construí a base de conversaciones familiares para combatir la amenaza de una grave enfermedad. El recuerdo de la infancia, compartido entre sonrisas cómplices, une y fortalece. La sanidad pública hizo el resto. Diez años después todavía aprovechamos la tranquilidad del verano para evocar esos episodios de un período en blanco y negro, como los propios recuerdos, pues nunca hemos conseguido imaginar nuestra infancia en colores.

Los veranos de los primeros años sesenta eran sinónimo de vacaciones, pero solo escolares. Mi padre estaba pluriempleado también durante la época estival y mi madre seguía tricotando para medio barrio. Lo de salir fuera vino después y solo gracias al Banco de Vizcaya, que tenía una residencia para los empleados donde podíamos ir los familiares a precios módicos. Esa política empresarial, tan propia de la época, ha pasado a mejor vida.

Mientras llegaba la aventura de viajar cincuenta kilómetros en un Tiburón -de «un cliente muy simpático del banco»- para veranear cerca de Benidorm, las tardes veraniegas las pasaba en la acera de la calle. Vista la foto, hasta tenía un triciclo, lo cual casi suponía un privilegio a compartir con los demás compañeros de juegos. Ellos también me prestaban sus canicas o alguna pistola para reemplazar el cañón del dedo índice y protagonizar aventuras bajo la mirada de la abuela sentada en una sillita. Allí hacía ganchillo, que era lo suyo mientras lucía «un alivio de luto» por ser verano. De hecho, teníamos tapetes de ganchillo en todos los rincones de la casa. Mi familia no fue peculiar en este sentido. Ni en ningún otro.

La acera no era un parque temático, pero la imaginación suplía esta circunstancia. Todavía recuerdo que corríamos una distancia convenida con mi abuela como cronómetro en voz alta. Las posibilidades de batir el récord aumentaban gracias a quien espaciaba el recuento de los segundos. El truco luego lo apliqué a otros juegos en solitario que recreaban las más variadas competiciones deportivas. Nunca he vuelto a ganar tantas medallas.

La panoplia de juegos no era una caja de sorpresas. Sin embargo, teníamos algunas visitas para alegrar la tarde. Los burros eran unos asiduos. Uno, conducido por un lugareño con boina, llevaba en sus alforjas sangre cocida, sangueta, para la merienda de niños y mayores. Las condiciones higiénicas del manjar debieron someter a prueba nuestra inmunidad. Los supervivientes, superada la selección de la especie, hemos llegado a la vejez sin melindres gastronómicos.

Aquel burro era un habitué, pero el de las grandes ocasiones venía tirando de un carrito con dos bancos en los laterales. La escena, idealizada, está presente en Un rayo de luz (1960), protagonizada por Marisol. Nosotros no disponíamos de la modernidad de un poni frente a la tradición del burro. Tampoco cantábamos una alegre canción, nadie nos bendecía a nuestro paso y el tecnicolor habría sido improcedente para reflejar la imagen de unos niños montados en el carrito previo pago de unas «moneditas». El objetivo de la aventura era dar la vuelta a la manzana, pronto convertida en una odisea digna del recuerdo.




Así pasábamos las tardes de meriendas, carreras y paseos tirados por un burro, pero recuerdo que, como en las mejores películas, hubo una especial. El padre de Federico era «el señor Pepe», el del camión que traía cerveza desde Madrid. Todos lo sabíamos porque casi vivíamos en comunidad. Una tarde, previo aviso a la vecindad, la expectación era enorme porque el vetusto camión a veces aparcado en la calle había dado paso a otro flamante que iba a ser exhibido como la llegada de la modernidad.

Apenas conservo imágenes de aquella tarde. Ni de otras muchas, pero recuerdo que cuando llegó el señor Pepe con el Pegaso paró en la puerta de la foto, colindante con la de su casa. El hombre bajó con el motor en marcha e invitó a la chiquillería para que se montara en aquel armatoste que parecía galáctico en comparación con el carrito del burrito. Todos subimos, con nuestros pantalones cortos y la merienda -«cuidado no se te caiga la mortadela»- y dimos la vuelta más triunfal a la manzana.

La modernidad había llegado y el señor Pepe la compartió. Quince años después, ya jubilado, le encontré en un mitin celebrado en un bajo de aquel mismo barrio. Yo era un irreconocible barbudo universitario, pero me acerqué, di un beso a la señora María, pregunté por Federico, que era el nuevo camionero si no recuerdo mal, y recordé con ellos aquella vuelta triunfal a la manzana, de la cual mi abuela no contó los segundos tardados porque, esta vez sí, había una verdad indiscutible: aquel Pegaso era insuperable.


viernes, 1 de agosto de 2025

¿Dónde falleció Antonio de Hoyos y Vinent?


 Carnet de periodista de Antonio de Hoyos y Vinent depositado en el sumario 1442 del Archivo General e Histórico de Defensa

La bibliografía sobre Antonio de Hoyos y Vinent (1884-1940) es notable, pero no me consta que los autores de la misma hayan consultado el sumario 1442 del Archivo General e Histórico de Defensa. Esta carencia ha permitido la transmisión sin pruebas de algunas circunstancias biográficas relacionadas con la última etapa del escritor, que espero queden corregidas cuando aparezca el tercer volumen de la trilogía dedicada a los consejos de guerra, donde el aristócrata afiliado al Partido Sindicalista contará con un extenso capítulo.

A partir de las memorias carcelarias de Diego San José, corroboradas en este punto por las del también preso Rafael Sánchez Guerra, se tiene como cierto que Antonio de Hoyos y Vinent falleció en la cárcel de Porlier completamente abandonado por su familia y allegados. La documentación del sumario, sin embargo, incluye varios avales para intentar salvarle de lo que parecía inevitable a tenor de su deplorable estado de salud y un certificado hasta ahora desconocido:

Según el certificado del 15 de enero de 1944, emitido a instancias del juez militar que lo creía fallecido en la cárcel y firmado por el juez municipal Enrique Gómez de la Granja, Antonio de Hoyos y Vinent falleció el 12 de junio de 1940 en un domicilio de la calle Hermanos Miralles, n.º 54 -ahora General Díaz Porlier-, del madrileño barrio de Salamanca.

El documento contradice lo supuesto por el propio juez militar y lo afirmado por Diego San José, así como otros autores que han concedido credibilidad al testimonio del compañero de la cárcel de Porlier. La memoria puede jugar estas pasadas y es posible que el amigo no recordara con exactitud lo sucedido en aquellas trágicas fechas. Sin embargo, también cabe la posibilidad de que el certificado incluyera datos falsos -el tiempo transcurrido hasta su firma es notable- por la presión de quienes cuatro años después no deseaban ser los responsables de la muerte en la cárcel de un aristócrata con una familia de vencedores.

De hecho, las consultas efectuadas durante estos años me han permitido constatar la existencia de documentos con datos falsos, a veces por errores de los redactores y en otras ocasiones por la voluntad de «reconstruir» documentalmente lo sucedido sin prestar atención a la necesaria coherencia. Los ejemplos están presentes hasta en el cuidado sumario de Miguel Hernández.

Las dos posibilidades acerca del lugar del fallecimiento por causas naturales son verosímiles. Incluso es posible que José M.ª de Hoyos y Vinent protagonizara la dramática escena descrita por Diego San José y, en el último momento, gestionara el traslado del hermano a un domicilio de la acomodada familia. En estos casos el historiador debe ponderar las diferentes versiones acerca de una misma circunstancia -la localización del fallecimiento-, que probablemente nunca aclararemos con absoluta certeza.

La duda es consustancial con el conocimiento, como subrayara Victoria Camps en un prontuario de recomendable lectura (Elogio de la duda, 2016) que tengo presente a la hora de escribir sobre temas históricos. La aparente firmeza de «la verdad» en las materias objeto de estudio supone a veces una impostura.

En cualquier caso, siempre es preferible dudar a partir de una documentación que contrasta con un testimonio que creer a pie juntillas el mismo por la falta de consulta de esa documentación. El acercamiento a la verdad requiere la suma de voces y fuentes que a menudo resultan discordantes, aunque en este caso coincidan en el drama de un fallecimiento tras pasar por la cárcel de Porlier, donde era difícil exagerar o destacar a la hora de protagonizar motivos para el recuerdo.


martes, 29 de julio de 2025

Hemos llegado a las 200.000 visualizaciones

 


En septiembre de 2010 acababa de publicar El tiempo de la desmesura, una monografía sobre las películas cuyo rodaje se vio interrumpido por el inicio de la Guerra Civil. La búsqueda de información me permitió recopilar bastantes fotos curiosas de los intérpretes de la época y lamentaba no poder incluirlas en la edición. Al comentarlo en casa, mi hijo, que por entonces tenía trece años, me dijo que si abría un blog podría difundirlas sin ningún problema. La idea me pareció interesante y, sobre todo, era una oportunidad para que Antonio pudiera sentirse orgulloso de ayudarme en el trabajo gracias a sus pinitos en la informática.

Así nació este blog, el 11 de septiembre de 2010, como el resultado del empeño de un hijo y un padre confabulados para acometer una tarea que diera mayor difusión a lo investigado. El título respondía al momento, pues el citado libro estaba protagonizado por vedettes que triunfaron durante la II República y el blog no aspiraba a ir más allá.



El "perfil" original de la cuenta del blog en 2010

Tras publicar algunas entradas con esas fotos de las vedettes, la idea del blog siguió siendo una oportunidad de pedir ayuda a Antonio, que redactaba al dictado las pocas entradas publicadas cada año y las componía con algunas imágenes. Así permaneció durante una década, hasta que mi hijo terminó el grado de Ingeniería Multimedia y se doctoró en 2024. Actualmente, es profesor de la UA y me utiliza como cobaya para sus trabajos relacionados con una IA al servicio de la docencia:



Junto con Antonio el día de la firma de su contrato como profesor de la UA

El blog llegó a las 100.000 visualizaciones el 1 de agosto de 2022 y, desde el año siguiente, la elaboración de las entradas corre a mi cargo, aunque para hacerlas debo utilizar un perfil donde aparece una caricatura de mi hijo como jugador de baloncesto con chupete. Solo a partir de entonces fui consciente de las verdaderas posibilidades del blog para difundir mis tareas universitarias y lo convertí en un instrumento de trabajo. El resultado fue un mayor número de entradas y un incremento notable del tráfico. De hecho, tardé doce años en completar esa cifra y la he doblado en tan solo tres, como se puede comprobar en la captura del apartado de estadísticas tomada ayer:


El incremento del tráfico fue evidente desde 2022, pero el verdadero punto de inflexión llegó en marzo de este año. Desde ese mes el total nunca ha bajado de 5000 visitas mensuales y en dos ocasiones superó las diez mil. Las 913 entradas publicadas tienen una media de 219 visitas, pero la cifra sería muy superior si solo consideráramos las publicadas durante los últimos seis meses.

El veterano blog ha alcanzado los objetivos previstos y cuando complete las mil entradas dará paso a otro con apariencia y tecnología más propias del momento. Su título será Memoria y ficción porque, a partir de su aparición, trataré de explicar los vínculos de la memoria con la ficción en unas entradas donde el humor volverá a estar presente. 

La tarea relacionada con los consejos de guerra quedará completada con el tercer tomo de la trilogía, cuyo original lo entregaré a la editorial en septiembre, y una web donde incluiré nuevos sumarios analizados además de recopilar los ya estudiados. Hoy mismo he solicitado al Archivo General e Histórico de Defensa la copia de diecisiete nuevos sumarios relacionados con periodistas y escritores. En definitiva, la completaré al cabo de doce años de investigación, pero también quiero volver a poder sonreír mientras escribo y esa sonrisa estará presente en el nuevo blog como invitación a compartir una ficción que estimula la memoria.


lunes, 28 de julio de 2025

«Matar a un hombre es algo muy duro...»




 

Un libro no se planea, se engendra. El proceso empieza mucho antes de que el autor lo sepa, en ese espacio de «oscuridad y silencio» del que habla Marcel Proust cuando nos enseña a desentrañar la relación entre la memoria y la creación literaria.

Al cabo de cuarenta y dos cursos como profesor, soy consciente de que los comentarios acerca de una obra se olvidan con facilidad. Sin embargo, hay ideas que perduran por su clarificadora validez universal. La arriba indicada forma parte de ese conjunto y la reitero con la voluntad de que el alumnado distinga entre los libros planeados y los engendrados. Solo estos últimos, a veces, llegan a ser unos clásicos.

Antonio Muñoz Molina es un autor con abundante presencia en mi biblioteca. Ahora mismo, veraneo en compañía de su más reciente libro, El verano de Cervantes (2025), para convertir cada noche, gracias a los momentos dedicados a la lectura, en una oportunidad de recordar, descubrir y dialogar con quien ha escrito un ensayo imprescindible si visitamos con asiduidad la prosa cervantina.




Su lectura me ha recordado la diferencia entre lo planeado y lo engendrado en literatura, pero el diálogo tácito con el autor me ha llevado a plantearme hasta qué punto mis libros, especialmente los últimos, cuando he podido elegir el tema, han sido engendrados en ese espacio de la oscuridad y el silencio señalado por Marcel Proust.

La trilogía dedicada a los consejos de guerra fue engendrada antes de que empezara a escribirla. La conclusión podría argumentarla de muchas maneras, desde las derivadas de un interés recurrente por este período hasta las relacionadas con el rechazo ante cualquier manifestación represiva o censora. A lo largo de los libros, incluso en este blog, lo he explicado. Entre otros motivos, porque el historiador debe establecer las coordenadas desde las que observa la parcela seleccionada.

Apenas merece la pena repetir lo escrito. Sin embargo, al releer la distinción recordada por Antonio Muñoz Molina me pregunto por la razón fundamental de esa lenta y remota maduración que ha permitido engendrar la trilogía. La respuesta nunca podrá prescindir del rechazo de la violencia ejercida contra los derechos humanos, pero -para concretarlo- cabe subrayar el radical rechazo a la pena de muerte.

A partir del momento en que constaté la ejecución de periodistas y escritores por el «delito» de haber sido tales, de ejercer la libertad de expresión durante una guerra, hubo una razón ética para engendrar un trabajo que se concretaría muchos años después.

Nunca he leído tratados contra la pena de muerte. Ni siquiera he ahondado en el pacifismo como tema de lectura. Las razones para mantener ambas posturas me parecen demasiado obvias y, en mi caso, no precisan de argumentos sofisticados.

Al contrario, me basta una frase que cito en clase cuando hablo del tratamiento de la violencia en el cine. La pronunció William Munny el protagonista de Unforgiven (1992), de Clint Eastwood: «Matar a un hombre es algo muy duro, le quitas todo lo que tiene… y todo lo que podría tener». El asesino, por experiencia, sabía de lo que hablaba con el nervioso y arrepentido Schofield Kid.




La frase la escuchamos gracias a la poderosa voz de Constantino Romero, pero forma parte del repertorio del complejo personaje interpretado por Clint Eastwood, que intenta culminar la redención y mata sin pestañear porque la absurda espiral de violencia no le deja en paz. Al menos, como toda la película, la frase invita a la reflexión por su sencilla y rotunda crudeza. La agradecemos porque no precisamos más explicaciones y las réplicas de Clint nunca dan para un párrafo.

El problema es que la historia no es una película y el guionista de la Victoria tampoco triunfó con Raza (1942). A lo largo de la trilogía he encontrado asesinatos con apariencia legal. Llegaron tras procesos judiciales donde la represión del enemigo desembocó en un paredón. Nadie entre los victimarios dejó para la posteridad una frase como la de William Munny. Al contrario, parcelaron sus actuaciones para difuminar la carga de la responsabilidad (Raul Hilberg) y los ejecutores, puestos a poner el punto final, lo resolvieron a menudo con un alcohol que les embrutecía sin los atisbos de reflexión que el whisky permite al asesino de la película.

La historia no es una película, pero las obras maestras del cine ayudan a mantener una perspectiva ética para entender una realidad compleja cuyo conocimiento, poco a poco, engendra, que no planea, un trabajo como el dedicado a los consejos de guerra de periodistas y escritores.

jueves, 24 de julio de 2025

Una pintada enigmática


 El Fary como el faro que ilumina una lucha

La caminata diaria, por consejo médico y costumbre de toda la vida, es una oportunidad para la observación y la consiguiente reflexión, aunque sean las propias de un flâneur. El requisito es prescindir de cualquier artilugio tecnológico al servicio de la distracción y confiar en el atractivo de unas calles que siempre sorprenden si media la curiosidad y la atención del caminante.

Desde hace unas semanas paseo al atardecer por una acera donde alguien, sin firma o siglas, ha escrito una enigmática frase: «Despierta Europa». La pintada no debió ser un acto aislado, puesto que también la he encontrado en otras calles del barrio. Cabe, pues, hablar de una posible campaña de concienciación cuyas motivaciones desconozco.

A pesar de la ausencia de signos de exclamación, al principio pensé en un exhorto a Europa lanzado por un vecino. Tal vez, ante una constatada somnolencia del continente, alguien cercano se ha visto en la obligación de despertarlo para vete a saber qué propósito. Vistas algunas manifestaciones recientes, supongo un temor a que Europa sea musulmana y, de ahí, la necesidad de un despertar a modo de Cruzada. Al ver la pintada, especulo sobre si Europa se habrá sentido aludida. Lo dudo, pero carezco de datos para establecer la recepción de una iniciativa cuyo origen es un misterio.

La hipótesis acerca del sentido de la pintada ha dado un giro copernicano esta semana. La ausencia de los signos de exclamación, la literalidad sin añadidos, puede conducirnos a una frase descriptiva o enunciativa. El vecino, atento desde su atalaya, habrá observado un despertar de Europa y lo comunica a la vecindad.

Esta interpretación habría requerido un distinto orden sintáctico: «Europa despierta», pero tampoco hay que ser quisquilloso cuando lo acuciante de la noticia, el despertar del continente, obliga a lanzarse a la calle para dar la buena nueva; o la mala, porque también hay musulmanes entre la vecindad.

Ahora bien, ¿de qué Europa se trata? Cuesta imaginar a todo un continente somnoliento o dispuesto a dar un manotazo al despertador. Yo apenas conozco una minúscula parcela y la veo muy diversa. Supongo que la experiencia es común. Por lo tanto, ¿cómo darle un solo rostro, despierto o somnoliento, a esa señora que nadie termina de conocer?

Mi vecino puede haberla identificado en medio de una alucinación quijotesca, aunque la misma haya sustituido los libros de caballerías por las redes sociales, donde la fantasía del desbarre campa con la normalidad de lo cotidiano. Vete a saber…

La interpretación de la frase estaría más acotada si mediara una coma capaz de justificar la ausencia de los signos de exclamación. En tal caso, el vecino habría mostrado una calma, incluso una educación, infrecuente cuando alguien se ve impelido a realizar una pintada con nocturnidad y algo de alevosía. La urgencia de la misión justifica los posibles errores sintácticos. Incluso los ortográficos.

La exégesis de la pintada me distrae como cualquier detalle observado en mi diario deambular. La especulación es gratuita y, claro está, las hipótesis son tan inocuas como la propia pintada, que merece una sonrisa por el esfuerzo carente de sentido práctico.

El problema de la interpretación surge con otras frases enigmáticas, por una pésima redacción, como las presentes en los sumarísimos de urgencia. Sus autores no son émulos del oscuro Góngora, sino unos oficiales con escasas destrezas lingüísticas que escriben con la impunidad de quienes nunca dan cuenta de sus actuaciones. Ni siquiera repasan el texto antes de entregarlo porque, gracias a la omnipotencia de la jurisdicción militar, ellos son los únicos intérpretes posibles y nadie puede discutirles. Los demás, aunque seamos filólogos, debemos limitarnos a constatar el asombro y disimular las faltas de ortografía para no ensuciar nuestros trabajos. Otras suciedades no se limpian ni con el mejor detergente.


martes, 22 de julio de 2025

El condenado a muerte que leía a Gabriel Miró


 José Leiva Expósito. Fuente: Archivo de la Democracia. UA.

El anarquista José Leiva Expósito (1918-1978) fue condenado a muerte en un consejo de guerra celebrado en Madrid cuando acababa de cumplir veintiún años. La dramática circunstancia la relata en un libro que convendría reeditar por el valor del testimonio y la calidad literaria del texto: Memorias de un condenado a muerte (Barcelona, Dopesa, 1978). Lo terminó de escribir «en un lugar de España, a 20 de octubre de 1947», cuando el autor permanecía en la clandestinidad desde agosto de ese mismo año.

José Leiva Expósito salió de Madrid cuando las tropas del general Franco ya estaban entrando en la capital. Tras un viaje repleto de incidencias y peligros, llegó al puerto de Alicante con la esperanza de poder embarcar rumbo al exilio. Las circunstancias de aquellos miles de republicanos ya las conocemos, el joven madrileño las compartió con toda su crudeza, verdaderamente estremecedora, y acabó con sus huesos en el campo de Los Almendros. Desde allí pasó a la prisión habilitada en el alicantino castillo de Santa Bárbara y, tras una escala en el campo de concentración de Albatera, terminó haciendo una ronda por diversas cárceles de Madrid y Pamplona. En total, cuatro años y medio hasta la puesta en libertad, que aprovechó para salir clandestinamente del país a fines de septiembre de 1945.

A pesar de su juventud, José Leiva Expósito colaboró en la prensa anarcosindicalista de Madrid durante la guerra y realizó actividades propagandísticas en la radio y los frentes de Ciudad Real y Cuenca. Por lo tanto, el destacado miembro de las juventudes libertarias forma parte del colectivo de periodistas y escritores procesados en los consejos de guerra del período 1939-1945. Su caso ya saldrá en una futura web dedicada al tema y, mientras tanto, he solicitado copia del correspondiente sumario al Archivo General e Histórico de Defensa.


José Leiva Expósito. Fuente: Wikipedia

Memorias de un condenado a muerte destaca entre las obras de su género por la honestidad de un testimonio donde lo político queda en un segundo plano ante el dramatismo del momento y la calidad de la prosa. El propio autor nos da pistas acerca del origen de la misma cuando explica que, siendo un «adolescente triste», ya era lector de Heine, Dostoievski y Bécquer, aparte de haber redactado las primeras poesías con la voluntad de convertirse en un periodista y escritor.

La guerra frustró sus esperanzas libertarias y literarias. La derrota las convirtió en quiméricas, pero hasta en aquellas dantescas cárceles José Leiva Expósito buscó la oportunidad de leer como una manera de aferrarse a lo perdido. Así lo cuenta, con una delicadeza notable, en unas memorias estremecedoras que relatan el drama de una represión por entonces brutal.

Un ejemplo, que entresaco por afectar a dos autores estudiados en la trilogía, es el maltrato sufrido por Manuel Navarro Ballesteros y Eduardo de Guzmán recién llegados a Madrid procedentes del campo de concentración de Albatera. Los policías que les interrogaron a base de golpes sabían de sus colaboraciones periodísticas y orientación política. Provistos de las fotografías publicadas en las cabeceras donde ambos presos trabajaron, les obligaron a tragar unas donde aparecían La Pasionaria y Buenaventura Durruti, que eran sus referentes. La escena fue motivo de carcajadas por parte de los miembros de la policía militar.

El relato de otros muchos momentos de torturas y maltratos es constante a lo largo del libro. Sin embargo, mientras espero la documentación solicitada y busco a los herederos en Venezuela para autorizar una posible reedición, prefiero quedarme con la imagen de un joven que llegó a la prisión de Pamplona con la compañía de dos libros: Contra esto y aquello, de Miguel de Unamuno, y El libro de Sigüenza, de Gabriel Miró.

Los carceleros le incautaron ambos ejemplares porque en aquella fría cárcel la lectura de los mismos, o de otros cualesquiera, estaba terminantemente prohibida por las autoridades. José Leiva Expósito los perdió, pero mantuvo siempre la pretensión de convertirse en un escritor capaz de emular a los mejores y, en ese camino, la compañía de autores como los citados siempre supone una eficaz ayuda. Su voluntad, la propia de quien lee la cuidada prosa de Gabriel Miró en medio de las miserias de aquellas cárceles, bien merece una reedición.


viernes, 18 de julio de 2025

La gallardía del fiscal Ricardo Gullón


 Ricardo Gullón. Fuente: BVMC

Hace unos días me llegó la triste noticia del fallecimiento de mi amigo y colega Germán Gullón, al que conocí a mediados de los años ochenta en un congreso galdosiano celebrado en Las Palmas y con quien mantuve una buena relación que incluía a varios amigos comunes.
Estas noticias son tan duras como frecuentes cuando estás en el límite de la jubilación y compruebas que el bosque capaz de rodearte, y protegerte, durante la juventud va raleando. Ya faltan muchos árboles y la sensación de soledad, de pérdida de referentes, aumenta.
La casualidad de las tareas de investigación quiso que, pocas semanas antes de fallecer Germán, pudiera darle un motivo de orgullo: su padre, Ricardo Gullón, en 1943 dio una muestra de gallardía cuando como fiscal destinado en Santander emitió un informe capaz de salvar al periodista y escritor Elías Palma Ortega de una probable condena a muerte.
La historia de lo sucedido en aquel sumario repleto de irregularidades es compleja y aparecerá en el tercer volumen de la trilogía dedicada a los consejos de guerra de periodistas y escritores. Ahora, cuando el amigo ha fallecido, solo cabe recordar que su padre pudo callar o sumarse a la corriente mayoritaria para condenar sin pruebas a Elías Palma Ortega, acusado del asesinato de un soldado. Sin embargo, Ricardo Gullón tuvo la honestidad y la gallardía  de relatar lo visto en un cuartel de Alicante durante la guerra. El informe le pudo acarrear problemas en unas circunstancias donde su puesto de fiscal pendía de un hilo. Los afrontó con la tranquilidad de conciencia de las personas honestas.



Ricardo Gullón con su hijo Germán. Fuente Astorga Digital

El rasgo del fiscal Ricardo Gullón resulta insólito en aquella jurisdicción militar de tantas venganzas y conveniencias para mantenerse o subir en el escalafón. Así se lo conté, con detalle, a su hijo para que tuviera un nuevo motivo de orgullo por la trayectoria de su padre. Espero y deseo que ese honor, el de la honestidad y la solidaridad con las víctimas inocentes, le haya acompañado en los dramáticos momentos de su fatal enfermedad. D.E.P.

domingo, 13 de julio de 2025

José Satué, el sindicalista que no aprendió a perder


 

Mi colega de la Universidad de Granada, el catedrático Arón Cohen, me mandó hace unas semanas su libro «No saldrás de aquí sino loco o muerto…». José Satué, el sindicalista que no aprendió a perder, editado por el servicio de publicaciones de la citada universidad:

https://editorial.ugr.es/libro/no-saldras-de-aqui-sino-loco-o-muerto-jose-satue-el-sindicalista-que-no-aprendio-a-perder_139584/

El detallado y brillante estudio de Arón Cohen es probablemente el más completo que se haya escrito acerca de un preso político del franquismo. La abundante documentación manejada y las peculiares circunstancias de un procesado que peleó durante décadas contra las arbitrariedades de la jurisdicción militar permiten completar un análisis que, por su concreción y ajuste a los documentos, contradice las conclusiones de quienes tienden a sobrevolar estas cuestiones a la búsqueda de una síntesis no siempre bien fundamentada.

La línea de investigación de Arón Cohen, buscando la exhaustividad en un caso tan concreto como significativo, me parece la manera más adecuada de matizar esas conclusiones que, en el mejor de los casos, resultan prematuras dado el actual estado de la cuestión. Mi enhorabuena al compañero por el trabajo realizado, gracias por sus enseñanzas para continuar en mis pesquisas relacionadas con los consejos de guerra de periodistas y escritores y, por supuesto, cuento con su ayuda para culminarlas.

A continuación, os facilito los enlaces a un artículo del propio autor acerca del libro y la grabación de la presentación del mismo que tuvo lugar en Tenerife:

https://conversacionsobrehistoria.info/2025/05/26/jose-satue-el-sindicalista-que-no-aprendio-a-perder/




 



martes, 8 de julio de 2025

La mesa del general Franco


 El general Franco en su despacho del palacio de El Pardo

Las anécdotas pueden ayudar a iluminar cuestiones complejas. Con motivo de la preparación de los libros dedicados al franquismo, abrí una carpeta de recursos audiovisuales donde recopilé fotografías del general Franco que me llamaron la atención. Algunas estaban tomadas en el despacho del palacio de El Pardo, donde su mesa de trabajo aparece siempre con un montón de papeles. Hasta el punto de que solo queda lugar para un cenicero, a pesar de que el general no fumaba. Del carácter neoclásico del mueble ahora depositado en el Salón de Columnas del Palacio Real, según leo, nada se aprecia.

La fuente de estas fotografías es tan fiable en materia de adhesión al régimen como ABC y no cabe imaginar un propósito crítico o burlón en unas imágenes convertidas en documentos al servicio del relato histórico.




A la vista de una mesa donde el general parecía atrincherado gracias a las montañas de papeles, caben dos interpretaciones sujetas a matizaciones. Unos historiadores pensarán en la inquebrantable voluntad de servicio de quien velaba, las veinticuatro horas del día, por los intereses de España y ensalzarán la tarea de despachar tan ingente cantidad de documentos. Incluso alguno, con ínfulas de modernidad, hablará de un «trabajador 24/7» al servicio de la Patria.




Otros historiadores, tal vez más atentos a los hechos que a los adjetivos derivados de las hipótesis, considerarán que semejante pila de papeles era fruto de la incapacidad del general para despacharla con prontitud y orden, sobre todo cuando se convirtió en un anciano proclive al golf, la pesca, la caza, la pintura, la televisión, la Fanta de limón y otros motivos recreativos entre los cuales siempre estuvo el cine.

El irresoluble debate permite la posibilidad de comparar lo visto en las fotografías con las despejadas mesas de los monarcas que le han sucedido en la jefatura del Estado. El contraste es evidente, aunque las conclusiones son arriesgadas por la posible interferencia de algún asesor de imagen o un fotógrafo más atento a estas circunstancias. No todas las mesas reflejan el carácter de sus propietarios.

También, para ahondar en el tema, el historiador puede acudir a diferentes fuentes relacionadas con la productividad laboral del Caudillo, que iría más allá de lo constatado en la mesa de su despacho. Aquí, a falta de una documentación exhaustiva, los testimonios varían notablemente, a pesar de que todos proceden del ámbito oficial y ningún opositor controló su horario laboral.

En cualquier caso, el debate queda abierto con la seguridad de que nadie lo cerrará abruptamente para condenar a quienes discrepen de su conclusión.

Si así sucede con la imagen de una mesa repleta de papeles, cabe imaginar que otras cuestiones más complejas y carentes de pruebas contundentes podrán tener un recorrido infinito en el ámbito de los debates históricos. El objetivo de los historiadores es mantenerlos en un clima de libertad que favorezca el contraste entre las diferentes investigaciones. No para alcanzar «la verdad», una pretensión tan totalitaria como incompatible con la historiografía, sino para ahondar en el conocimiento del pasado mediante aportaciones siempre sujetas a revisión, modificación y ampliación.

 

sábado, 5 de julio de 2025

Periodistas represaliados: la necesidad de completar la tarea


La investigación en solitario es un empeño carente de sentido. El historiador siempre depende del trabajo de otros colegas y el intercambio de información o experiencias resulta imprescindible para evitar descubrimientos como el del Mediterráneo.
Una vez redactado el tercer volumen de la trilogía dedicada a los consejos de guerra de periodistas y escritores, me llega la publicación de la segunda parte de la tesis doctoral de Rafael Cordero Avilés (Héroes sin nombre. La prensa republicana en el Madrid de la Guerra Civil, Madrid, Fragua, 2025), que a lo largo de estos años me ha servido como fuente de información y consulta.
Gracias a los datos aportados por Rafael Cordero Avilés, he constatado la existencia de otros periodistas que fueron procesados durante la posguerra y que no han aparecido en los tres volúmenes ya redactados. La lista de estos represaliados es la siguiente: Amós Acero Pérez, Federico Augusto Vázquez, Valentín Gutiérrez de Miguel, Francisco Fernández Albors, Fernando Fernández Revuelta, Marcelo Edmundo Ogier Preteceille, Juan Falces Elorza, Ángel Edmundo Ogier Preteceille, José Ponce Bernal, Diego Alba Cortina, Francisco Bateriola Arroyo, Emilio Rodríguez Delgado, José Gallego Díaz, Concepción Santalla Nistal, Leandro Antonio Sanz Aguinaga, Manuel Izquierdo Esteban, Enrique Sánchez Cabeza Earle, Juan Antonio Cabezas Cantelli, Victoriano Tamayo Mayones, Felipe Camarero Ruanova Maldonado, Rafael Sánchez Guerra Sainz, Benigno Mancebo Martín, Joaquín Fernández Fernández-Vega, José Fragero Pozuelo, David Antona Domínguez y José Expósito Leiva.
Los periodistas y escritores estudiados en la trilogía superan el centenar y, junto a los arriba citados, tengo la esperanza de completar el listado de los procesados. El trabajo pendiente me llevará un mínimo de un año y medio de consultas a partir de octubre, cuando haya entregado el original del tercer volumen. El destino de este trabajo depende de la entidad de lo localizado. Tal vez deba redactar un cuarto volumen de lo que pasaría a ser una tetralogía, pero lo más previsible es que los correspondientes análisis de los sumarios aparezcan en otro marco del que daré noticias este próximo otoño.
Mientras tanto, el verano estará repleto de gestiones, correos, búsquedas, consultas... para poner en marcha una nueva tanda de capítulos que permitan completar el objetivo de lo emprendido hace más de diez años: aportar un relato y una voz a todos y cada uno de los autores represaliados.

miércoles, 2 de julio de 2025

Rosita Díaz Gimeno en Hoy por hoy (Cadena SER)


 Rosita Díaz Gimeno. Fuente Wikipedia

Ayer tuve el placer de participar en el programa Hoy por hoy (Cadena Ser), de Ángels Barceló, que dedicó un podcast a la actriz Rosita Díaz Gimeno (1911-1986), una de las protagonistas de mi libro El tiempo de la desmesura (2011), dedicado a los rodajes cinematográficos que coincidieron con los inicios de la Guerra Civil:


Quisiera dar mi enhorabuena a los responsables del podcast porque en quince minutos consiguieron sintetizar la trayectoria de una actriz que ha pasado a la posterioridad como «la sonrisa de la República» y simboliza una parte significativa de lo perdido con motivo de la Guerra Civil. Homenajear la belleza de una sonrisa capaz de cautivar a Charles Chaplin y el testimonio cívico de una mujer tan valiente como culta siempre merece la pena.

La periodista Teresa Hurtado, de la Cadena SER, resume así lo expuesto en el podcast:


lunes, 30 de junio de 2025

El testimonio carcelario de Rafael Sánchez Guerra


 Rafael Sánchez Guerra. Fuente: Wikipedia

El original del tercer volumen de la trilogía dedicada a los consejos de guerra de periodistas y escritores ya está listo, a falta de un nuevo repaso y la inclusión de algunas notas sacadas de la bibliografía publicada durante estas últimas semanas. El total de víctimas estudiadas se acerca al centenar, pero soy consciente de que todavía habrá algunas más y, por lo tanto, la investigación debe continuar.

El periodista y político Rafael Sánchez Guerra (1897-1964) apenas tuvo presencia en la prensa republicana durante la Guerra Civil y decidió quedarse en Madrid al finalizar la misma porque estaba convencido de que no iba a sufrir una dura represión. Sin embargo, junto con Julián Besteiro fue inmediatamente detenido y trasladado a la cárcel de Porlier a la espera de su consejo de guerra (AGHD, 129173, 7374), que le condujo por varias cárceles hasta el posterior exilio. Hoy mismo he pedido copia del sumario y, a la espera de poderlo consultar, he tenido la oportunidad de leer la versión francesa de sus memorias carcelarias, que aparecieron por primera vez en Buenos Aires.

Un ejemplar de Mes prisons. Memoires d’un «rouge» (París, Jean Vigneau, 1947) se encuentra depositado en la biblioteca de la UA gracias a una donación. El volumen ha sufrido el paso del tiempo. Hay que consultarlo con sumo cuidado, pero el trabajo merece la pena por el valor del testimonio de quien, desde luego, no era un «rojo». La ironía del subtítulo se percibe desde la primera página.

Esta circunstancia corrobora que la represión de los periodistas y escritores abarcó un conjunto que nunca debemos equiparar con el de los «rojos». Así lo explico en la trilogía y no merece la pena insistir en una de las tesis de la misma. Si doy cuenta de la consulta bibliográfica es porque, en esas destrozadas páginas editadas en París, he encontrado el testimonio acerca del paso por la cárcel de Porlier de dos víctimas presentes en mis trabajos: el periodista Javier Bueno, que apareció en el primer volumen, y el escritor Antonio de Hoyos y Vinent, que es uno de los protagonistas del tercero.

Rafael Sánchez Guerra está distanciado de ambos desde el punto de vista político. No obstante, sus palabras expresan la admiración que le merecieron por su actitud en la cárcel. Javier Bueno intentó refugiarse en la legación diplomática de Panamá al finalizar la guerra, pero fue sacado de la misma a base de golpes. La historia ya era conocida, pero impresiona la imagen de hombre físicamente destrozado que nos traslada Rafael Sánchez Guerra, El director de Claridad llegó a Porlier siendo consciente de que ya estaba condenado a muerte y con le visage meurtri de coups (p. 103).

Así sería interrogado durante la rápida instrucción que tuvo lugar en el Juzgado Militar de Prensa porque, entre abril y julio de 1939, apenas podría superar las huellas de la tortura a la que fue sometido en el momento de la detención. La circunstancia se percibe, de forma implícita, en el correspondiente sumario, donde encontramos a un hombre tan destrozado como consciente de su inmediato destino, aunque conservara la dignidad hasta el punto de ser motivo de varias anécdotas entre sus compañeros de prisión.

Rafael Sánchez Guerra también habla de la dignidad de otro preso destrozado, aunque en este caso por la enfermedad y la discapacidad física. Antonio de Hoyos y Vinent era una ruina cuando ingresó en Porlier, pero todavía tuvo la ocasión de mostrar su dignidad en el momento de recibir la visita de un vencedor de la guerra: su hermano. La consulta del correspondiente sumario matiza lo relatado en este sentido por Diego San José y Rafael Sánchez Guerra, pero queda la imagen de una dignidad que pronto acompañó a la tumba al noble convertido en sindicalista al servicio del partido de Ángel Pestaña.

Quede constancia.


sábado, 28 de junio de 2025

El trabajo colectivo de una revista universitaria

Las enhorabuenas siempre son bien recibidas. Y, si te las mandan la rectora de tu universidad y el vicerrector de investigación de la misma por la tarea académica al frente de una revista, son un motivo de doble alegría. Así ha sucedido con motivo de la publicación de los resultados de la JCR de la Web of Science, donde Anales de Literatura Española ha confirmado su posición de liderazgo en el primer cuartil.

El trabajo, como es obvio, resulta colectivo, pero no basta con decirlo y conviene explicarlo en términos sencillos para entender la dificultad de sacar adelante una revista universitaria que publica dos números cada año desde que asumí la dirección.

El objetivo solo es viable contando con la colaboración de quienes actúan como secretarios de la revista: los profesores Davide Mombelli y Laura Palomo. Gracias a esta circunstancia, tenemos repartidos los trámites, revisiones, gestiones, comunicaciones… imprescindibles para editar los números. El conjunto abarca desde la petición de las subvenciones hasta la revisión de los textos pasando por una variedad de trabajos realmente sorprendente. Su enumeración resultaría disuasoria para quienes estén preparando una nueva revista, pero la tarea puede ser culminada cuando, al menos, hay tres personas dispuestas a emprenderla en un clima de colaboración y responsabilidad.


Dr. Davide Mombelli

Asimismo, contamos con un consejo de redacción al que recurrimos para localizar nuevos evaluadores de los artículos que nos llegan, promover contactos con diferentes grupos de investigación, considerar las líneas de trabajo de la revista y otras tareas imprescindibles para el correcto funcionamiento de la misma.


Dra. Laura Palomo

Una revista académica, tan distinta de las «depredadoras» a menudo objeto de denuncias con repercusión en los medios de comunicación, necesita someterse a un complejo sistema de normas para su indexación. Esta tarea la realizamos gracias al asesoramiento del Servicio de Publicaciones, que también nos ayuda a contactar con el maquetador, a colgar en internet la revista, imprimirla y distribuirla. Cada paso supone muchos correos electrónicos y algunas visitas a dicho servicio, donde siempre encontramos una excelente acogida porque, además de compañeros, somos amigos.

Así, para publicar un número y con independencia de los autores o los miembros del consejo de redacción, necesito la ayuda de Laura, Davide, Carlos, Marten, Javier, David, Vicente, Diego… Es decir, lejos de estar solo, estoy muy bien acompañado y, a menudo, mi trabajo es actuar como un guardia urbano dirigiendo el tráfico para que el vehículo llegue al destino a tiempo y sin percances.

Trabajar así, con gente joven y cuando uno está a punto de jubilarse, supone un privilegio que nunca terminaré de agradecer. Lo hago aquí y en cualquier otro lugar, porque mi empeño es distanciarme de quienes se aferran a sus competencias hasta el día de la jubilación. Yo las comparto, procuro sentar las bases de su continuidad cuando tengan que apartarme y, sobre todo, disfruto sintiéndome todavía útil a quienes pronto ocuparán mi puesto o seguirán siendo decisivos para que otras revistas de la Universidad de Alicante encabecen listados como el JCR de la Web of Science.

 

Pdta. He recibido tres ofertas económicas para privatizar la revista. Ni siquiera he contestado, porque, además de honesto, apuesto por una ciencia accesible a toda la comunidad científica y ajena a negocios que a veces son turbios.

 

Pdta.: La noticia ha sido recogida en el boletín informativo de la Universidad de Alicante:

https://web.ua.es/es/actualidad-universitaria/2025/julio2025/7-13/anales-de-literatura-espanola-la-unica-revista-q1-de-la-universidad-de-alicante-consolida-su-prestigio-internacional-en-humanidades.html

 

jueves, 26 de junio de 2025

Miguel Ángel Miró era, en realidad, Miguel Hernández


 El novelista Ángel M.ª de Lera

Desde hace unos treinta años imparto una asignatura dedicada a las relaciones entre el teatro y el cine. Una de las películas seleccionadas para las prácticas suele ser Calle Mayor (1955), de Juan A. Bardem, basada en la tragedia grotesca La señorita de Trevélez (1916), de Carlos Arniches. La reiterada consulta de ambas obras me permitió escribir La ciudad provinciana (1999), donde abordé un motivo literario y cinematográfico que siempre me ha interesado.

Cada vez que comento la película de Juan A. Bardem debo hacer una advertencia. La versión que ha llegado hasta nosotros es el fruto de la forzada colaboración entre el director y los censores. A pesar de los casi cincuenta años transcurridos desde la desaparición de la censura, nadie ha recuperado la versión original. En algunos aspectos resultaría imposible por la necesidad de rodar nuevas escenas, pero en otros se podría hacer mediante la eliminación de una impuesta voz en off como la presente en la escena inicial, donde el censor se empeña en decirnos que Cuenca es una ciudad cualquiera de vete a saber qué país. El objetivo era que, a pesar de las evidencias, el espectador no relacionara lo visto con la España del nacionalcatolicismo.



La censura franquista comenzó antes de la finalización de la Guerra Civil y terminó su labor más allá de la muerte del dictador, al menos oficialmente, puesto que durante la Transición hubo ofendidos y jueces capaces de sustituir a los censores (
Ofendidos y censores, 2022). Ni siquiera la aprobación de la Constitución terminó con estas prácticas, aunque el aparato censor quedara desmontado sin perjuicio de quienes lo sustentaban.

Así resulta lógico que una novela publicada en 1976 como es La noche sin riberas, de Ángel M.ª de Lera, todavía apareciera tras sufrir los recortes y la presión de la censura franquista. La tetralogía del autor sobre la Guerra Civil, iniciada con Las últimas banderas (1967), es un valioso testimonio fruto de una lucha contra la censura, que cercenó los originales e impidió que el novelista condenado a muerte en un consejo de guerra pudiera expresarse con libertad.




Ángel M.ª de Lera se vio obligado a callar sobre aspectos de lo vivido. Puestos al habla con la familia, su hijo me cuenta lo relacionado con las palizas y el maltrato que el novelista sufrió durante el proceso y la posterior estancia en varias cárceles. Incluso me ha remitido el informe médico de la defunción de su padre, donde las huellas de la tortura parecen tan evidentes como las consecuencias de la misma durante décadas de padecimiento.

Una edición crítica de la tetralogía novelística de Ángel M.ª de Lera debería aportar, aunque fuera en la introducción, información sobre lo callado por el autor a causa de la censura. Así podríamos valorar mejor su testimonio, que nunca fue escrito en un clima de libertad de expresión.

Un ejemplo, entre otros muchos de estas novelas, lo encontramos en las páginas 192-193 de la edición original de La noche sin riberas, publicada en Barcelona por Argos Vergara. Federico Olivares, el protagonista y alter ego del autor, entra en contacto con Miguel Ángel Miró, un poeta también encarcelado. Apenas leemos lo escrito sobre este personaje secundario comprendemos que, en realidad, se refiere a Miguel Hernández, cuyo nombre estaría vetado en este marco novelístico. Y así, bajo ese supuesto Miguel Ángel Miró, nos ha llegado una huella del poeta oriolano.

Justo cuando apareció la novela, en la primavera de 1976, muchos estudiantes participamos en un homenaje al poeta celebrado en Orihuela y Alicante. Ahora, aquel episodio de juventud es materia histórica gracias a la documentación conservada en el Archivo de la Democracia de la Universidad de Alicante, así como objeto de estudio en varias publicaciones.

Lo agradezco y consulto, pero esa experiencia de correr para evitar los golpes de la policía porque habíamos homenajeado a Miguel Hernández forma parte de mi memoria, aquella que me definió siendo un veinteañero y a la que pretendo ser fiel cuando estoy a punto de jubilarme. Ese día de miedo y rabia me enseñó que nunca debía callar ante quienes pretenden silenciar lo ocurrido con el poeta oriolano y tantos otros escritores republicanos que padecieron consejos de guerra por ejercer el derecho a la libertad de expresión.


lunes, 23 de junio de 2025

Archiveros e investigadores en torno a la memoria familiar


El pasado 12 de junio y en la Universidad de Sevilla tuvo lugar un encuentro organizado por la Asociación de Archiveros de Andalucía, con el patrocinio de la Consejería de Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía , en torno a los archivos y la investigación de la memoria familiar. Los participantes fueron mi colega Gutmaro Gómez Bravo y la archivera Henar Alonso Rodríguez con Isabel Medrano Corrales, vicepresidenta de la entidad organizadora, como moderadora.
El acceso a los archivos públicos, la investigación histórica en los mismos, la transparencia y la protección de datos son temas directamente relacionados con mi trabajo. De ahí el interés de enlazar la grabación del acto para quienes, como seguidores de este blog, también estén interesados en los puntos abordados por los participantes:



 

domingo, 22 de junio de 2025

El punto final de una tarea iniciada en 1975


 Imagen de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Alicante

Hace cincuenta años me matriculé en una facultad que ahora celebra su cincuentenario. Por entonces, en el otoño de 1975, todo pasaba por una incógnita acerca del porvenir. También aquella facultad que empezaba a dar esos «cincuenta pasos hacia el futuro» del lema elegido para la celebración, a pesar de una precariedad que convertía cualquier propósito en una heroicidad necesitada de entusiasmo. El alumnado lo tenía de sobra porque, a los dieciocho años de una generación empeñada en cambiar el país, los retos eran bienvenidos.

La biblioteca de la facultad compartía esa precariedad de medios en que debíamos estudiar. Las dependencias todavía evidenciaban el anterior destino militar del edificio y los libros escaseaban. Sin embargo, por vete a saber qué razón, en las pocas estanterías a la vista encontré una colección de gruesos volúmenes editados en Francia. Movido por la curiosidad, supe que eran thèses escritas por hispanistas de ese país.

Varios volúmenes permanecían intonsos y, curso tras curso, los fui consultando con admiración porque aquellos monumentales libros eran el objetivo máximo de un investigador. Lo suponía propio de lo francés, ya que -como nos enseñaría después el cineasta José Luis Cuerda- todo lo francés era mejor que lo español y, además, más bonito. Yo también lo creía después de haber viajado al país vecino en 1973 y 1974, cuando pasar la frontera parecía una mudanza a otro sistema planetario.

En 1979, de la mano del profesor Guillermo Carnero, decidí ser un dieciochista con todas las consecuencias. El primer paso fue solicitar el consejo del entonces decano, don Antonio Mestre (1933-2023), que por su condición eclesiástica casi me tomó como un monaguillo. Don Antonio me llevó a la biblioteca, me señaló varios de aquellos volúmenes y me dijo que debía tomar ejemplo de los mismos si quería dedicarme al dieciochismo. Siempre he sido disciplinado y le hice caso.



Antonio Mestre Sanchís

Uno de esos volúmenes era el de René Andioc (1930-2011) titulado Sur la querelle du théâtre au temps de Leandro Fernández de Moratín (1970), que ya podía consultar en su abreviada versión en español. Sin embargo, prefería la original donde nada sobraba y todo era pertinente para analizar una querelle presente en mis trabajos iniciales.

La exhaustividad y el rigor de aquel inmenso volumen me fascinaban, conseguí la dirección de René Andioc y le escribí una carta con el respeto de quien pretende ser admitido entre los discípulos. La respuesta del hispanista fue una bienvenida que se prolongó durante años y me permitió conocerle en persona cuando ambos trabajábamos en la sala de raros y manuscritos de la Biblioteca Nacional de España.


René Andioc

Desde entonces, mi ilusión era escribir un trabajo exhaustivo y riguroso acerca de algún tema que me llevara años de consultas en archivos o bibliotecas. La distancia entre el deseo y la realidad a veces frustra los empeños. La necesidad de abrirse camino en la carrera docente apenas permite semejante tarea de largo alcance. Por desgracia, prima lo inmediato con una secuencia temporal que pretende demostrar una hiperactividad a menudo reducida a un artificio.

Así estuve hasta que fui catedrático hace poco más de veinte años. Desde entonces decidí por mi cuenta como investigador y trabajé en varios temas con la debida continuidad hasta completar la última línea de investigación, la dedicada a la cultura franquista, con tres volúmenes editados por la Universidad de Alicante y Renacimiento. El siguiente paso, y el último, era escribir una obra como la de René Andioc, un volumen monumental donde nada quedaría en el tintero, aunque el empeño me llevara años de trabajo.

El tema elegido fue los consejos de guerra de periodistas y escritores durante el período 1939-1945 porque casi nada se había escrito al respecto. El volumen de unas mil páginas, por imperativos editoriales, se ha convertido en una trilogía de unas mil cuatrocientas páginas, a las que debemos sumar otras publicadas en revistas o libros colectivos. En total, unas dos mil páginas dedicadas a las vicisitudes sufridas por un colectivo de unas cien personas. Ahora, cuando ambos han fallecido, estoy seguro que desde el espacio de la memoria que admite la coexistencia de los diversos Antonio Mestre y René Andioc me habrán dado el visto bueno.



Imagen, tomada por Víctor Úcar, del sumario de un consejo de guerra. La consulta de esta documentación a veces merece un relato como el de Umberto Eco en El nombre de la rosa (1980)

Ayer puse el punto final al original del tercer volumen de la trilogía, La colmena, con una reflexión sobre la culpabilidad individual en cualquier sistema represivo que he redactado a la luz del filósofo Karl Jaspers. Por el camino de estos diez últimos años he contado con otras muchas referencias y ayudas. Incluso he ampliado de manera espectacular el número de mis amistades, pero el empeño siempre ha sido hacer realidad lo soñado una mañana del invierno de 1979, cuando don Antonio me señaló el ejemplo a seguir.

Al final, descubrimos que nunca dejamos de ser discípulos y que, si nos empeñamos en seguir a los maestros, lo mejor es una tarea de continuidad sin desmayos ni demasiadas desviaciones. La he culminado en esa facultad que ahora cumple su cincuentenario gracias a mi compañera también conocida en 1975 y la camaradería de mucha gente. Pepa sigue a mi lado tras celebrar las bodas de oro, algunos de mis compañeros ya han fallecido, muchos están jubilados y unos pocos todavía aguantamos al pie del cañón. Tal vez para acompañar a un joven, enseñarle unos volúmenes depositados en la ahora bien nutrida biblioteca y señalarle el camino a seguir.

Esa será mi tarea durante los próximos tres años si la salud me ayuda a completarla. Pronto tendremos noticias acerca de la continuidad de lo iniciado hace cincuenta años y terminado ayer a la luz de un filósofo que debió buscar refugio en Suiza porque algunos de sus compatriotas, los alemanes, no admitían la responsabilidad colectiva e individual por un pasado oscuro. A pesar de las presiones que sufro por seguir en esa misma línea, estoy seguro de que tendré una mejor suerte. Los tiempos, afortunadamente, han cambiado, aunque algunos pretendan actualizar el pasado de intolerancia que desvelo en mis libros. La única añoranza comprensible es la relacionada con la juventud. El resto es materia para la memoria y la historia.