sábado, 2 de noviembre de 2024

Pero... ¡en qué país vivimos!, de Agustín Sánchez Vidal


 

Mi abuela materna enviudó pocos meses después de mi nacimiento. Siempre la vi de luto. En invierno era riguroso y en verano, por aquello de los calores, con el alivio de unas florecitas blancas sobre fondo negro. Moño recogido, gafas en la punta de la nariz y ganchillo en ristre a toda hora mientras vigilaba para que no me descalabrara. Su vida era un ritual de costumbres al servicio de los tres nietos.

La posibilidad de ir sola o con amigas al cine suponía un imposible. Ni siquiera pasaría por su imaginación en un momento de debilidad. Una de sus pocos caprichos era escuchar las canciones de Manolo Escobar, sobre todo desde los tiempos de Madrecita María del Carmen, que todas las mujeres mayores de la época disfrutaban con la sonrisa de saberse piropeadas por un hombre tan guapo, simpático y español.

La fama de Manolo Escobar movía por entonces montañas y alentaba aventuras en sus incondicionales, que eran una legión. Una emprendida por mi abuela fue ir al cine con la coartada de acompañar al pequeño. La película que provocó tamaña osadía fue Pero… ¡en qué país vivimos! (1967), de José Luis Sáenz de Heredia, donde el astro de la canción española compite con la ye-yé Conchita Velasco.



La aventura apenas suponía un riesgo. El cine de programa doble donde la proyectaban estaba a diez minutos de nuestra casa al paso de la yaya, la hora era la de la de la merienda del nene y ella había preparado el correspondiente bocadillo, que esa tarde deglutí sin ayuda líquida porque no era cuestión de hacer gastos innecesarios. La otra película, una de tiros seguramente, no la vimos. Tampoco era imaginable volver de noche en compañía de quien ese día había aliviado el luto más allá de las florecitas blancas de su bata.

No he vuelto a ver la comedia de José Luis Sáenz de Heredia, pero la recuerdo al cabo de casi sesenta años. Incluso, con el paso del tiempo y dedicado a escribir sobre la cultura del franquismo, he comprendido el sentido de ese supuesto encono entre Antonio Torres, el representante de la canción española, y Bárbara, la ye-yé. Ambos se disputan el favor popular en un concurso patrocinado por una marca de manzanilla y otra de whisky. El país, ya lanzado por la senda de las votaciones tras el cercano referéndum, se enzarza en el debate. Los espectadores de la película también, pero al final hay una solución ecuménica: los enemigos no solo se reconcilian, sino que se enamoran sin que la pasión llegue al beso en la pantalla. Faltaría más...

La síntesis es una canción tan española como modernizada dentro de un orden. Las analogías políticas e ideológicas en aquella España del desarrollismo son tan obvias que produce rubor recordarlas a los ingenuos. Las hay, hasta el punto de que la comedia es más eficaz desde la perspectiva propagandística que Franco, ese hombre (1964), del mismo director. Conviene reconocerlo: Manolo Escobar tenía más gancho que el actor ferrolano -«el galán del No-Do»- y junto con Conchita Velasco formó una pareja cinematográfica realmente imbatible en la taquilla.

A los diez años, prefería las canciones de la ye-yé, pero no recuerdo haber discutido con mi abuela porque, nosotros también, llegábamos con facilidad a una síntesis dialéctica. Yo aceptaba a Manolo Escobar de la misma manera que mi abuela veía los partidos del Juventut de Badalona en la pequeña televisión que compartíamos a principios de los setenta. Nunca discutimos y ahora, cuando lo comento con mi alumnado, añoro esa posibilidad de compartir una pantalla con independencia de las edades.

El recuerdo de la película de José Luis Sáenz de Heredia se ha reforzado gracias al homónimo título que acaba de publicar mi colega Agustín Sánchez Vidal, un maestro en tantos temas. También en los relacionados con el cine y la cultura popular. Su análisis de la republicana y franquista está repleto de sugerencias. Algunas relacionadas con manifestaciones creativas ya conocidas, que incluso he estudiado en mis libros, y otras novedosas ahora anotadas para futuros trabajos. O para ser relatadas en las clases como ejemplos significativos de la cultura del franquismo.

Lo haré en los próximos meses. También en este blog, donde aparecerán las hermanas Gilda, Roberto Picaporte solterón de mucho porte y otros personajes capaces de evocar una época con una nitidez imposible para la considerada alta cultura. Mientras tanto, aparte de agradecer a mi colega unas horas de apasionante lectura, me quedo con el recuerdo de aquella tarde. Y, justo cuando tengo la edad de mi abuela por entonces, compruebo que Manolo Escobar era un tipo entrañable. No me he vuelto franquista. Solo he comprendido a quien esa tarde llevaba alivio de luto como tantas viudas destinadas al anonimato de cuidar a los nietos.

Pd.: La película de José Luis Sáenz de Heredia es de acceso abierto en You Tube. Solo es cuestión de ánimo y buen humor.

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