Mi abuela materna enviudó
pocos meses después de mi nacimiento. Siempre la vi de luto. En invierno era
riguroso y en verano, por aquello de los calores, con el alivio de unas
florecitas blancas sobre fondo negro. Moño recogido, gafas en la punta de la nariz
y ganchillo en ristre a toda hora mientras vigilaba para que no me
descalabrara. Su vida era un ritual de costumbres al servicio de los tres
nietos.
La posibilidad de ir sola
o con amigas al cine suponía un imposible. Ni siquiera pasaría por su
imaginación en un momento de debilidad. Una de sus pocos caprichos era escuchar
las canciones de Manolo Escobar, sobre todo desde los tiempos de Madrecita
María del Carmen, que todas las mujeres mayores de la época disfrutaban con
la sonrisa de saberse piropeadas por un hombre tan guapo, simpático y español.
La fama de Manolo Escobar
movía por entonces montañas y alentaba aventuras en sus incondicionales, que
eran una legión. Una emprendida por mi abuela fue ir al cine con la coartada de
acompañar al pequeño. La película que provocó tamaña osadía fue Pero… ¡en
qué país vivimos! (1967), de José Luis Sáenz de Heredia, donde el astro de
la canción española compite con la ye-yé Conchita Velasco.
La aventura apenas
suponía un riesgo. El cine de programa doble donde la proyectaban estaba a diez
minutos de nuestra casa al paso de la yaya, la hora era la de la de la merienda
del nene y ella había preparado el correspondiente bocadillo, que esa tarde
deglutí sin ayuda líquida porque no era cuestión de hacer gastos innecesarios.
La otra película, una de tiros seguramente, no la vimos. Tampoco era imaginable
volver de noche en compañía de quien ese día había aliviado el luto más allá de
las florecitas blancas de su bata.
No he vuelto a ver la
comedia de José Luis Sáenz de Heredia, pero la recuerdo al cabo de casi sesenta
años. Incluso, con el paso del tiempo y dedicado a escribir sobre la cultura
del franquismo, he comprendido el sentido de ese supuesto encono entre Antonio Torres,
el representante de la canción española, y Bárbara, la ye-yé. Ambos se disputan
el favor popular en un concurso patrocinado por una marca de manzanilla y otra
de whisky. El país, ya lanzado por la senda de las votaciones tras el cercano
referéndum, se enzarza en el debate. Los espectadores de la película también, pero al final
hay una solución ecuménica: los enemigos no solo se reconcilian, sino que se
enamoran sin que la pasión llegue al beso en la pantalla. Faltaría más...
La síntesis es una
canción tan española como modernizada dentro de un orden. Las analogías
políticas e ideológicas en aquella España del desarrollismo son tan obvias que
produce rubor recordarlas a los ingenuos. Las hay, hasta el punto de que la
comedia es más eficaz desde la perspectiva propagandística que Franco, ese
hombre (1964), del mismo director. Conviene reconocerlo: Manolo Escobar
tenía más gancho que el actor ferrolano -«el galán del No-Do»- y junto con
Conchita Velasco formó una pareja cinematográfica realmente imbatible en la
taquilla.
A los diez años, prefería
las canciones de la ye-yé, pero no recuerdo haber discutido con mi abuela porque, nosotros también, llegábamos con facilidad a una síntesis
dialéctica. Yo aceptaba a Manolo Escobar de la misma manera que mi abuela veía
los partidos del Juventut de Badalona en la pequeña televisión que compartíamos
a principios de los setenta. Nunca discutimos y ahora, cuando lo comento con mi
alumnado, añoro esa posibilidad de compartir una pantalla con independencia de
las edades.
El recuerdo de la
película de José Luis Sáenz de Heredia se ha reforzado gracias al homónimo
título que acaba de publicar mi colega Agustín Sánchez Vidal, un maestro en
tantos temas. También en los relacionados con el cine y la cultura popular. Su
análisis de la republicana y franquista está repleto de sugerencias. Algunas relacionadas con manifestaciones
creativas ya conocidas, que incluso he estudiado en mis libros, y otras
novedosas ahora anotadas para futuros trabajos. O para ser relatadas en las
clases como ejemplos significativos de la cultura del franquismo.
Lo haré en los próximos
meses. También en este blog, donde aparecerán las hermanas Gilda, Roberto
Picaporte solterón de mucho porte y otros personajes capaces de evocar una
época con una nitidez imposible para la considerada alta cultura. Mientras
tanto, aparte de agradecer a mi colega unas horas de apasionante lectura, me
quedo con el recuerdo de aquella tarde. Y, justo cuando tengo la edad de mi
abuela por entonces, compruebo que Manolo Escobar era un tipo entrañable. No me
he vuelto franquista. Solo he comprendido a quien esa tarde llevaba alivio de
luto como tantas viudas destinadas al anonimato de cuidar a los nietos.
Pd.: La película de José Luis Sáenz de Heredia es de acceso abierto en You Tube. Solo es cuestión de ánimo y buen humor.
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