La bibliografía sobre
Antonio de Hoyos y Vinent (1884-1940) es notable, pero no me consta que los
autores de la misma hayan consultado el sumario 1442 del Archivo General e
Histórico de Defensa. Esta carencia ha permitido la transmisión sin pruebas de
algunas circunstancias biográficas relacionadas con la última etapa del
escritor, que espero queden corregidas cuando aparezca el tercer volumen de la
trilogía dedicada a los consejos de guerra, donde el aristócrata afiliado al
Partido Sindicalista contará con un extenso capítulo.
A partir de las memorias
carcelarias de Diego San José, corroboradas en este punto por las del también
preso Rafael Sánchez Guerra, se tiene como cierto que Antonio de Hoyos y Vinent
falleció en la cárcel de Porlier completamente abandonado por su familia y
allegados. La documentación del sumario, sin embargo, incluye varios avales
para intentar salvarle de lo que parecía inevitable a tenor de su deplorable
estado de salud y un certificado hasta ahora desconocido:
Según el certificado del 15 de enero de 1944, emitido a instancias del juez militar que lo creía fallecido en la cárcel y firmado por el juez municipal Enrique Gómez de la Granja, Antonio de Hoyos y Vinent falleció el 12 de junio de 1940 en un domicilio de la calle Hermanos Miralles, n.º 54 -ahora General Díaz Porlier-, del madrileño barrio de Salamanca.
El documento contradice lo supuesto por el propio juez militar y lo afirmado por Diego San José, así como otros autores que han concedido credibilidad al testimonio del compañero de la cárcel de Porlier. La memoria puede jugar estas pasadas y es posible que el amigo no recordara con exactitud lo sucedido en aquellas trágicas fechas. Sin embargo, también cabe la posibilidad de que el certificado incluyera datos falsos -el tiempo transcurrido hasta su firma es notable- por la presión de quienes cuatro años después no deseaban ser los responsables de la muerte en la cárcel de un aristócrata con una familia de vencedores.
De hecho, las consultas
efectuadas durante estos años me han permitido constatar la existencia de
documentos con datos falsos, a veces por errores de los redactores y en otras
ocasiones por la voluntad de «reconstruir» documentalmente lo sucedido sin
prestar atención a la necesaria coherencia. Los ejemplos están presentes hasta
en el cuidado sumario de Miguel Hernández.
Las dos posibilidades acerca
del lugar del fallecimiento por causas naturales son verosímiles. Incluso es
posible que José M.ª de Hoyos y Vinent protagonizara la dramática escena
descrita por Diego San José y, en el último momento, gestionara el traslado del
hermano a un domicilio de la acomodada familia. En estos casos el historiador
debe ponderar las diferentes versiones acerca de una misma circunstancia -la
localización del fallecimiento-, que probablemente nunca aclararemos con
absoluta certeza.
La duda es consustancial
con el conocimiento, como subrayara Victoria Camps en un prontuario de
recomendable lectura (Elogio de la duda, 2016) que tengo presente a la
hora de escribir sobre temas históricos. La aparente firmeza de «la verdad» en
las materias objeto de estudio supone a veces una impostura.
En cualquier caso,
siempre es preferible dudar a partir de una documentación que contrasta con un
testimonio que creer a pie juntillas el mismo por la falta de consulta de esa
documentación. El acercamiento a la verdad requiere la suma de voces y fuentes
que a menudo resultan discordantes, aunque en este caso coincidan en el drama
de un fallecimiento tras pasar por la cárcel de Porlier, donde era difícil
exagerar o destacar a la hora de protagonizar motivos para el recuerdo.
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