Las vacaciones permiten
algunas lecturas sosegadas, que se echan de menos durante el curso porque seguimos
un ritmo no siempre compatible con el disfrute. Una de las consecuencias es la
acumulación de libros a la espera del verano, cuando desisto de viajar en medio
de la vorágine turística y prefiero refugiarme en la tranquilidad de una
lectura.
Uno de esos libros apareció
hace cincuenta años, forma parte de mis referentes desde principios de los
ochenta y, ahora, la relectura me confirma su condición de clásico de los
estudios literarios. José-Carlos Mainer publicó La Edad de Plata en
1975, lo amplió pocos años después y, desde entonces, numerosos colegas seguimos
las líneas abiertas por esas páginas luminosas para ahondar en el conocimiento
de las letras españolas,
La reedición de La
Edad de Plata está de sobra justificada. Domingo Ródenas y Jordi Gracia
aportan algunas razones, así como un apéndice bibliográfico, pero en realidad
es un acto de justicia que agradecemos sin necesidad de argumentos. Basta la
evidencia de que la obra es una referencia de obligada consulta cuando
iniciamos cualquier trabajo sobre este espléndido período literario.
La relectura me ha
permitido tomar notas, subrayar frases a la espera de su incorporación a nuevos
trabajos y, sobre todo, concebir líneas de investigación basadas en la
sabiduría, el equilibrio y la amplitud de miras que en cada página muestra
José-Carlos Mainer. Salvo que se recurra a la dócil y un tanto perruna IA,
nadie es capaz de escribir unas líneas que merezcan la pena si las mismas no
parten de una lectura atenta. Leer para escribir y escribir para leer es la
rutina de nuestro trabajo, que se convierte en una actividad gozosa cuando
disponemos de una obra como La Edad de Plata. Ensayo de interpretación de un
proceso cultural (1902-1939).
El subtítulo es una
declaración de intenciones acorde con la realidad del volumen. Lejos de cerrar
caminos con conclusiones equiparadas a la verdad histórica o literaria,
José-Carlos Mainer los abre gracias a la conciencia de su provisionalidad y la
necesidad de buscar a quienes puedan seguir la senda del debate acerca de la
Edad de Plata. El colega zaragozano nos animó a desprendernos de cualquier
dogmatismo en un momento clave, 1975, y su magisterio ha surtido efecto en un
colectivo donde el debate abierto representa una seña de identidad desde hace
décadas.
La citada provisionalidad
ha tenido un nuevo ejemplo. Antes de la relectura, ya había finalizado La
colmena. El capítulo final de la trilogía, sin embargo, lo modifiqué a la
luz de unas reflexiones deparadas por las páginas de José-Carlos Mainer.
Apegado a los casos concretos de tantos sumarios judiciales, apenas había percibido
que estaba redactando un aspecto significativo del final de la Edad de Plata.
Merecía la pena reconsiderar mis palabras y ajustarlas a una evidencia con la
oportuna reflexión.
Una clave del esplendor
literario y cultural de las primeras décadas del siglo XX es la permanencia,
con altibajos, de un mínimo de libertad capaz de posibilitar el debate y la
convivencia. Ese mínimo quedó erradicado en 1939 cuando a la Edad de Plata le
sucedió la Victoria, cuyas letras a veces son meritorias, pero siempre arrastran
el lastre de una cultura que excluye otras acordes con la pervivencia de
cualquier asomo de disidencia.
Tal vez merezca la pena
ahondar en ese sentido y completar, dentro de nuestras posibilidades, algunos
aspectos parciales de la tarea de un José-Carlos Mainer que tanto nos ha
enseñado en el campo de la literatura y también en el de la ética del
investigador. Gracias a la colaboración del CeMab, el consiguiente
agradecimiento lo haremos público el 9 de febrero de 2026, cundo los compañeros
del área de Literatura Española de la Universidad de Alicante celebremos una
jornada para homenajear al maestro. Mientras tanto, seguimos preparando nuevos
trabajos sobre la siempre sugerente Edad de Plata.
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