martes, 29 de julio de 2025

Hemos llegado a las 200.000 visualizaciones

 


En septiembre de 2010 acababa de publicar El tiempo de la desmesura, una monografía sobre las películas cuyo rodaje se vio interrumpido por el inicio de la Guerra Civil. La búsqueda de información me permitió recopilar bastantes fotos curiosas de los intérpretes de la época y lamentaba no poder incluirlas en la edición. Al comentarlo en casa, mi hijo, que por entonces tenía trece años, me dijo que si abría un blog podría difundirlas sin ningún problema. La idea me pareció interesante y, sobre todo, era una oportunidad para que Antonio pudiera sentirse orgulloso de ayudarme en el trabajo gracias a sus pinitos en la informática.

Así nació este blog, el 11 de septiembre de 2010, como el resultado del empeño de un hijo y un padre confabulados para acometer una tarea que diera mayor difusión a lo investigado. El título respondía al momento, pues el citado libro estaba protagonizado por vedettes que triunfaron durante la II República y el blog no aspiraba a ir más allá.



El "perfil" original de la cuenta del blog en 2010

Tras publicar algunas entradas con esas fotos de las vedettes, la idea del blog siguió siendo una oportunidad de pedir ayuda a Antonio, que redactaba al dictado las pocas entradas publicadas cada año y las componía con algunas imágenes. Así permaneció durante una década, hasta que mi hijo terminó el grado de Ingeniería Multimedia y se doctoró en 2024. Actualmente, es profesor de la UA y me utiliza como cobaya para sus trabajos relacionados con una IA al servicio de la docencia:



Junto con Antonio el día de la firma de su contrato como profesor de la UA

El blog llegó a las 100.000 visualizaciones el 1 de agosto de 2022 y, desde el año siguiente, la elaboración de las entradas corre a mi cargo, aunque para hacerlas debo utilizar un perfil donde aparece una caricatura de mi hijo como jugador de baloncesto con chupete. Solo a partir de entonces fui consciente de las verdaderas posibilidades del blog para difundir mis tareas universitarias y lo convertí en un instrumento de trabajo. El resultado fue un mayor número de entradas y un incremento notable del tráfico. De hecho, tardé doce años en completar esa cifra y la he doblado en tan solo tres, como se puede comprobar en la captura del apartado de estadísticas tomada ayer:


El incremento del tráfico fue evidente desde 2022, pero el verdadero punto de inflexión llegó en marzo de este año. Desde ese mes el total nunca ha bajado de 5000 visitas mensuales y en dos ocasiones superó las diez mil. Las 913 entradas publicadas tienen una media de 219 visitas, pero la cifra sería muy superior si solo consideráramos las publicadas durante los últimos seis meses.

El veterano blog ha alcanzado los objetivos previstos y cuando complete las mil entradas dará paso a otro con apariencia y tecnología más propias del momento. Su título será Memoria y ficción porque, a partir de su aparición, trataré de explicar los vínculos de la memoria con la ficción en unas entradas donde el humor volverá a estar presente. 

La tarea relacionada con los consejos de guerra quedará completada con el tercer tomo de la trilogía, cuyo original lo entregaré a la editorial en septiembre, y una web donde incluiré nuevos sumarios analizados además de recopilar los ya estudiados. Hoy mismo he solicitado al Archivo General e Histórico de Defensa la copia de diecisiete nuevos sumarios relacionados con periodistas y escritores. En definitiva, la completaré al cabo de doce años de investigación, pero también quiero volver a poder sonreír mientras escribo y esa sonrisa estará presente en el nuevo blog como invitación a compartir una ficción que estimula la memoria.


lunes, 28 de julio de 2025

«Matar a un hombre es algo muy duro...»




 

Un libro no se planea, se engendra. El proceso empieza mucho antes de que el autor lo sepa, en ese espacio de «oscuridad y silencio» del que habla Marcel Proust cuando nos enseña a desentrañar la relación entre la memoria y la creación literaria.

Al cabo de cuarenta y dos cursos como profesor, soy consciente de que los comentarios acerca de una obra se olvidan con facilidad. Sin embargo, hay ideas que perduran por su clarificadora validez universal. La arriba indicada forma parte de ese conjunto y la reitero con la voluntad de que el alumnado distinga entre los libros planeados y los engendrados. Solo estos últimos, a veces, llegan a ser unos clásicos.

Antonio Muñoz Molina es un autor con abundante presencia en mi biblioteca. Ahora mismo, veraneo en compañía de su más reciente libro, El verano de Cervantes (2025), para convertir cada noche, gracias a los momentos dedicados a la lectura, en una oportunidad de recordar, descubrir y dialogar con quien ha escrito un ensayo imprescindible si visitamos con asiduidad la prosa cervantina.




Su lectura me ha recordado la diferencia entre lo planeado y lo engendrado en literatura, pero el diálogo tácito con el autor me ha llevado a plantearme hasta qué punto mis libros, especialmente los últimos, cuando he podido elegir el tema, han sido engendrados en ese espacio de la oscuridad y el silencio señalado por Marcel Proust.

La trilogía dedicada a los consejos de guerra fue engendrada antes de que empezara a escribirla. La conclusión podría argumentarla de muchas maneras, desde las derivadas de un interés recurrente por este período hasta las relacionadas con el rechazo ante cualquier manifestación represiva o censora. A lo largo de los libros, incluso en este blog, lo he explicado. Entre otros motivos, porque el historiador debe establecer las coordenadas desde las que observa la parcela seleccionada.

Apenas merece la pena repetir lo escrito. Sin embargo, al releer la distinción recordada por Antonio Muñoz Molina me pregunto por la razón fundamental de esa lenta y remota maduración que ha permitido engendrar la trilogía. La respuesta nunca podrá prescindir del rechazo de la violencia ejercida contra los derechos humanos, pero -para concretarlo- cabe subrayar el radical rechazo a la pena de muerte.

A partir del momento en que constaté la ejecución de periodistas y escritores por el «delito» de haber sido tales, de ejercer la libertad de expresión durante una guerra, hubo una razón ética para engendrar un trabajo que se concretaría muchos años después.

Nunca he leído tratados contra la pena de muerte. Ni siquiera he ahondado en el pacifismo como tema de lectura. Las razones para mantener ambas posturas me parecen demasiado obvias y, en mi caso, no precisan de argumentos sofisticados.

Al contrario, me basta una frase que cito en clase cuando hablo del tratamiento de la violencia en el cine. La pronunció William Munny el protagonista de Unforgiven (1992), de Clint Eastwood: «Matar a un hombre es algo muy duro, le quitas todo lo que tiene… y todo lo que podría tener». El asesino, por experiencia, sabía de lo que hablaba con el nervioso y arrepentido Schofield Kid.




La frase la escuchamos gracias a la poderosa voz de Constantino Romero, pero forma parte del repertorio del complejo personaje interpretado por Clint Eastwood, que intenta culminar la redención y mata sin pestañear porque la absurda espiral de violencia no le deja en paz. Al menos, como toda la película, la frase invita a la reflexión por su sencilla y rotunda crudeza. La agradecemos porque no precisamos más explicaciones y las réplicas de Clint nunca dan para un párrafo.

El problema es que la historia no es una película y el guionista de la Victoria tampoco triunfó con Raza (1942). A lo largo de la trilogía he encontrado asesinatos con apariencia legal. Llegaron tras procesos judiciales donde la represión del enemigo desembocó en un paredón. Nadie entre los victimarios dejó para la posteridad una frase como la de William Munny. Al contrario, parcelaron sus actuaciones para difuminar la carga de la responsabilidad (Raul Hilberg) y los ejecutores, puestos a poner el punto final, lo resolvieron a menudo con un alcohol que les embrutecía sin los atisbos de reflexión que el whisky permite al asesino de la película.

La historia no es una película, pero las obras maestras del cine ayudan a mantener una perspectiva ética para entender una realidad compleja cuyo conocimiento, poco a poco, engendra, que no planea, un trabajo como el dedicado a los consejos de guerra de periodistas y escritores.

jueves, 24 de julio de 2025

Una pintada enigmática


 El Fary como el faro que ilumina una lucha

La caminata diaria, por consejo médico y costumbre de toda la vida, es una oportunidad para la observación y la consiguiente reflexión, aunque sean las propias de un flâneur. El requisito es prescindir de cualquier artilugio tecnológico al servicio de la distracción y confiar en el atractivo de unas calles que siempre sorprenden si media la curiosidad y la atención del caminante.

Desde hace unas semanas paseo al atardecer por una acera donde alguien, sin firma o siglas, ha escrito una enigmática frase: «Despierta Europa». La pintada no debió ser un acto aislado, puesto que también la he encontrado en otras calles del barrio. Cabe, pues, hablar de una posible campaña de concienciación cuyas motivaciones desconozco.

A pesar de la ausencia de signos de exclamación, al principio pensé en un exhorto a Europa lanzado por un vecino. Tal vez, ante una constatada somnolencia del continente, alguien cercano se ha visto en la obligación de despertarlo para vete a saber qué propósito. Vistas algunas manifestaciones recientes, supongo un temor a que Europa sea musulmana y, de ahí, la necesidad de un despertar a modo de Cruzada. Al ver la pintada, especulo sobre si Europa se habrá sentido aludida. Lo dudo, pero carezco de datos para establecer la recepción de una iniciativa cuyo origen es un misterio.

La hipótesis acerca del sentido de la pintada ha dado un giro copernicano esta semana. La ausencia de los signos de exclamación, la literalidad sin añadidos, puede conducirnos a una frase descriptiva o enunciativa. El vecino, atento desde su atalaya, habrá observado un despertar de Europa y lo comunica a la vecindad.

Esta interpretación habría requerido un distinto orden sintáctico: «Europa despierta», pero tampoco hay que ser quisquilloso cuando lo acuciante de la noticia, el despertar del continente, obliga a lanzarse a la calle para dar la buena nueva; o la mala, porque también hay musulmanes entre la vecindad.

Ahora bien, ¿de qué Europa se trata? Cuesta imaginar a todo un continente somnoliento o dispuesto a dar un manotazo al despertador. Yo apenas conozco una minúscula parcela y la veo muy diversa. Supongo que la experiencia es común. Por lo tanto, ¿cómo darle un solo rostro, despierto o somnoliento, a esa señora que nadie termina de conocer?

Mi vecino puede haberla identificado en medio de una alucinación quijotesca, aunque la misma haya sustituido los libros de caballerías por las redes sociales, donde la fantasía del desbarre campa con la normalidad de lo cotidiano. Vete a saber…

La interpretación de la frase estaría más acotada si mediara una coma capaz de justificar la ausencia de los signos de exclamación. En tal caso, el vecino habría mostrado una calma, incluso una educación, infrecuente cuando alguien se ve impelido a realizar una pintada con nocturnidad y algo de alevosía. La urgencia de la misión justifica los posibles errores sintácticos. Incluso los ortográficos.

La exégesis de la pintada me distrae como cualquier detalle observado en mi diario deambular. La especulación es gratuita y, claro está, las hipótesis son tan inocuas como la propia pintada, que merece una sonrisa por el esfuerzo carente de sentido práctico.

El problema de la interpretación surge con otras frases enigmáticas, por una pésima redacción, como las presentes en los sumarísimos de urgencia. Sus autores no son émulos del oscuro Góngora, sino unos oficiales con escasas destrezas lingüísticas que escriben con la impunidad de quienes nunca dan cuenta de sus actuaciones. Ni siquiera repasan el texto antes de entregarlo porque, gracias a la omnipotencia de la jurisdicción militar, ellos son los únicos intérpretes posibles y nadie puede discutirles. Los demás, aunque seamos filólogos, debemos limitarnos a constatar el asombro y disimular las faltas de ortografía para no ensuciar nuestros trabajos. Otras suciedades no se limpian ni con el mejor detergente.


martes, 22 de julio de 2025

El condenado a muerte que leía a Gabriel Miró


 José Leiva Expósito. Fuente: Archivo de la Democracia. UA.

El anarquista José Leiva Expósito (1918-1978) fue condenado a muerte en un consejo de guerra celebrado en Madrid cuando acababa de cumplir veintiún años. La dramática circunstancia la relata en un libro que convendría reeditar por el valor del testimonio y la calidad literaria del texto: Memorias de un condenado a muerte (Barcelona, Dopesa, 1978). Lo terminó de escribir «en un lugar de España, a 20 de octubre de 1947», cuando el autor permanecía en la clandestinidad desde agosto de ese mismo año.

José Leiva Expósito salió de Madrid cuando las tropas del general Franco ya estaban entrando en la capital. Tras un viaje repleto de incidencias y peligros, llegó al puerto de Alicante con la esperanza de poder embarcar rumbo al exilio. Las circunstancias de aquellos miles de republicanos ya las conocemos, el joven madrileño las compartió con toda su crudeza, verdaderamente estremecedora, y acabó con sus huesos en el campo de Los Almendros. Desde allí pasó a la prisión habilitada en el alicantino castillo de Santa Bárbara y, tras una escala en el campo de concentración de Albatera, terminó haciendo una ronda por diversas cárceles de Madrid y Pamplona. En total, cuatro años y medio hasta la puesta en libertad, que aprovechó para salir clandestinamente del país a fines de septiembre de 1945.

A pesar de su juventud, José Leiva Expósito colaboró en la prensa anarcosindicalista de Madrid durante la guerra y realizó actividades propagandísticas en la radio y los frentes de Ciudad Real y Cuenca. Por lo tanto, el destacado miembro de las juventudes libertarias forma parte del colectivo de periodistas y escritores procesados en los consejos de guerra del período 1939-1945. Su caso ya saldrá en una futura web dedicada al tema y, mientras tanto, he solicitado copia del correspondiente sumario al Archivo General e Histórico de Defensa.


José Leiva Expósito. Fuente: Wikipedia

Memorias de un condenado a muerte destaca entre las obras de su género por la honestidad de un testimonio donde lo político queda en un segundo plano ante el dramatismo del momento y la calidad de la prosa. El propio autor nos da pistas acerca del origen de la misma cuando explica que, siendo un «adolescente triste», ya era lector de Heine, Dostoievski y Bécquer, aparte de haber redactado las primeras poesías con la voluntad de convertirse en un periodista y escritor.

La guerra frustró sus esperanzas libertarias y literarias. La derrota las convirtió en quiméricas, pero hasta en aquellas dantescas cárceles José Leiva Expósito buscó la oportunidad de leer como una manera de aferrarse a lo perdido. Así lo cuenta, con una delicadeza notable, en unas memorias estremecedoras que relatan el drama de una represión por entonces brutal.

Un ejemplo, que entresaco por afectar a dos autores estudiados en la trilogía, es el maltrato sufrido por Manuel Navarro Ballesteros y Eduardo de Guzmán recién llegados a Madrid procedentes del campo de concentración de Albatera. Los policías que les interrogaron a base de golpes sabían de sus colaboraciones periodísticas y orientación política. Provistos de las fotografías publicadas en las cabeceras donde ambos presos trabajaron, les obligaron a tragar unas donde aparecían La Pasionaria y Buenaventura Durruti, que eran sus referentes. La escena fue motivo de carcajadas por parte de los miembros de la policía militar.

El relato de otros muchos momentos de torturas y maltratos es constante a lo largo del libro. Sin embargo, mientras espero la documentación solicitada y busco a los herederos en Venezuela para autorizar una posible reedición, prefiero quedarme con la imagen de un joven que llegó a la prisión de Pamplona con la compañía de dos libros: Contra esto y aquello, de Miguel de Unamuno, y El libro de Sigüenza, de Gabriel Miró.

Los carceleros le incautaron ambos ejemplares porque en aquella fría cárcel la lectura de los mismos, o de otros cualesquiera, estaba terminantemente prohibida por las autoridades. José Leiva Expósito los perdió, pero mantuvo siempre la pretensión de convertirse en un escritor capaz de emular a los mejores y, en ese camino, la compañía de autores como los citados siempre supone una eficaz ayuda. Su voluntad, la propia de quien lee la cuidada prosa de Gabriel Miró en medio de las miserias de aquellas cárceles, bien merece una reedición.


viernes, 18 de julio de 2025

La gallardía del fiscal Ricardo Gullón


 Ricardo Gullón. Fuente: BVMC

Hace unos días me llegó la triste noticia del fallecimiento de mi amigo y colega Germán Gullón, al que conocí a mediados de los años ochenta en un congreso galdosiano celebrado en Las Palmas y con quien mantuve una buena relación que incluía a varios amigos comunes.
Estas noticias son tan duras como frecuentes cuando estás en el límite de la jubilación y compruebas que el bosque capaz de rodearte, y protegerte, durante la juventud va raleando. Ya faltan muchos árboles y la sensación de soledad, de pérdida de referentes, aumenta.
La casualidad de las tareas de investigación quiso que, pocas semanas antes de fallecer Germán, pudiera darle un motivo de orgullo: su padre, Ricardo Gullón, en 1943 dio una muestra de gallardía cuando como fiscal destinado en Santander emitió un informe capaz de salvar al periodista y escritor Elías Palma Ortega de una probable condena a muerte.
La historia de lo sucedido en aquel sumario repleto de irregularidades es compleja y aparecerá en el tercer volumen de la trilogía dedicada a los consejos de guerra de periodistas y escritores. Ahora, cuando el amigo ha fallecido, solo cabe recordar que su padre pudo callar o sumarse a la corriente mayoritaria para condenar sin pruebas a Elías Palma Ortega, acusado del asesinato de un soldado. Sin embargo, Ricardo Gullón tuvo la honestidad y la gallardía  de relatar lo visto en un cuartel de Alicante durante la guerra. El informe le pudo acarrear problemas en unas circunstancias donde su puesto de fiscal pendía de un hilo. Los afrontó con la tranquilidad de conciencia de las personas honestas.



Ricardo Gullón con su hijo Germán. Fuente Astorga Digital

El rasgo del fiscal Ricardo Gullón resulta insólito en aquella jurisdicción militar de tantas venganzas y conveniencias para mantenerse o subir en el escalafón. Así se lo conté, con detalle, a su hijo para que tuviera un nuevo motivo de orgullo por la trayectoria de su padre. Espero y deseo que ese honor, el de la honestidad y la solidaridad con las víctimas inocentes, le haya acompañado en los dramáticos momentos de su fatal enfermedad. D.E.P.

domingo, 13 de julio de 2025

José Satué, el sindicalista que no aprendió a perder


 

Mi colega de la Universidad de Granada, el catedrático Arón Cohen, me mandó hace unas semanas su libro «No saldrás de aquí sino loco o muerto…». José Satué, el sindicalista que no aprendió a perder, editado por el servicio de publicaciones de la citada universidad:

https://editorial.ugr.es/libro/no-saldras-de-aqui-sino-loco-o-muerto-jose-satue-el-sindicalista-que-no-aprendio-a-perder_139584/

El detallado y brillante estudio de Arón Cohen es probablemente el más completo que se haya escrito acerca de un preso político del franquismo. La abundante documentación manejada y las peculiares circunstancias de un procesado que peleó durante décadas contra las arbitrariedades de la jurisdicción militar permiten completar un análisis que, por su concreción y ajuste a los documentos, contradice las conclusiones de quienes tienden a sobrevolar estas cuestiones a la búsqueda de una síntesis no siempre bien fundamentada.

La línea de investigación de Arón Cohen, buscando la exhaustividad en un caso tan concreto como significativo, me parece la manera más adecuada de matizar esas conclusiones que, en el mejor de los casos, resultan prematuras dado el actual estado de la cuestión. Mi enhorabuena al compañero por el trabajo realizado, gracias por sus enseñanzas para continuar en mis pesquisas relacionadas con los consejos de guerra de periodistas y escritores y, por supuesto, cuento con su ayuda para culminarlas.

A continuación, os facilito los enlaces a un artículo del propio autor acerca del libro y la grabación de la presentación del mismo que tuvo lugar en Tenerife:

https://conversacionsobrehistoria.info/2025/05/26/jose-satue-el-sindicalista-que-no-aprendio-a-perder/




 



martes, 8 de julio de 2025

La mesa del general Franco


 El general Franco en su despacho del palacio de El Pardo

Las anécdotas pueden ayudar a iluminar cuestiones complejas. Con motivo de la preparación de los libros dedicados al franquismo, abrí una carpeta de recursos audiovisuales donde recopilé fotografías del general Franco que me llamaron la atención. Algunas estaban tomadas en el despacho del palacio de El Pardo, donde su mesa de trabajo aparece siempre con un montón de papeles. Hasta el punto de que solo queda lugar para un cenicero, a pesar de que el general no fumaba. Del carácter neoclásico del mueble ahora depositado en el Salón de Columnas del Palacio Real, según leo, nada se aprecia.

La fuente de estas fotografías es tan fiable en materia de adhesión al régimen como ABC y no cabe imaginar un propósito crítico o burlón en unas imágenes convertidas en documentos al servicio del relato histórico.




A la vista de una mesa donde el general parecía atrincherado gracias a las montañas de papeles, caben dos interpretaciones sujetas a matizaciones. Unos historiadores pensarán en la inquebrantable voluntad de servicio de quien velaba, las veinticuatro horas del día, por los intereses de España y ensalzarán la tarea de despachar tan ingente cantidad de documentos. Incluso alguno, con ínfulas de modernidad, hablará de un «trabajador 24/7» al servicio de la Patria.




Otros historiadores, tal vez más atentos a los hechos que a los adjetivos derivados de las hipótesis, considerarán que semejante pila de papeles era fruto de la incapacidad del general para despacharla con prontitud y orden, sobre todo cuando se convirtió en un anciano proclive al golf, la pesca, la caza, la pintura, la televisión, la Fanta de limón y otros motivos recreativos entre los cuales siempre estuvo el cine.

El irresoluble debate permite la posibilidad de comparar lo visto en las fotografías con las despejadas mesas de los monarcas que le han sucedido en la jefatura del Estado. El contraste es evidente, aunque las conclusiones son arriesgadas por la posible interferencia de algún asesor de imagen o un fotógrafo más atento a estas circunstancias. No todas las mesas reflejan el carácter de sus propietarios.

También, para ahondar en el tema, el historiador puede acudir a diferentes fuentes relacionadas con la productividad laboral del Caudillo, que iría más allá de lo constatado en la mesa de su despacho. Aquí, a falta de una documentación exhaustiva, los testimonios varían notablemente, a pesar de que todos proceden del ámbito oficial y ningún opositor controló su horario laboral.

En cualquier caso, el debate queda abierto con la seguridad de que nadie lo cerrará abruptamente para condenar a quienes discrepen de su conclusión.

Si así sucede con la imagen de una mesa repleta de papeles, cabe imaginar que otras cuestiones más complejas y carentes de pruebas contundentes podrán tener un recorrido infinito en el ámbito de los debates históricos. El objetivo de los historiadores es mantenerlos en un clima de libertad que favorezca el contraste entre las diferentes investigaciones. No para alcanzar «la verdad», una pretensión tan totalitaria como incompatible con la historiografía, sino para ahondar en el conocimiento del pasado mediante aportaciones siempre sujetas a revisión, modificación y ampliación.

 

sábado, 5 de julio de 2025

Periodistas represaliados: la necesidad de completar la tarea


La investigación en solitario es un empeño carente de sentido. El historiador siempre depende del trabajo de otros colegas y el intercambio de información o experiencias resulta imprescindible para evitar descubrimientos como el del Mediterráneo.
Una vez redactado el tercer volumen de la trilogía dedicada a los consejos de guerra de periodistas y escritores, me llega la publicación de la segunda parte de la tesis doctoral de Rafael Cordero Avilés (Héroes sin nombre. La prensa republicana en el Madrid de la Guerra Civil, Madrid, Fragua, 2025), que a lo largo de estos años me ha servido como fuente de información y consulta.
Gracias a los datos aportados por Rafael Cordero Avilés, he constatado la existencia de otros periodistas que fueron procesados durante la posguerra y que no han aparecido en los tres volúmenes ya redactados. La lista de estos represaliados es la siguiente: Amós Acero Pérez, Federico Augusto Vázquez, Valentín Gutiérrez de Miguel, Francisco Fernández Albors, Fernando Fernández Revuelta, Marcelo Edmundo Ogier Preteceille, Juan Falces Elorza, Ángel Edmundo Ogier Preteceille, José Ponce Bernal, Diego Alba Cortina, Francisco Bateriola Arroyo, Emilio Rodríguez Delgado, José Gallego Díaz, Concepción Santalla Nistal, Leandro Antonio Sanz Aguinaga, Manuel Izquierdo Esteban, Enrique Sánchez Cabeza Earle, Juan Antonio Cabezas Cantelli, Victoriano Tamayo Mayones, Felipe Camarero Ruanova Maldonado, Rafael Sánchez Guerra Sainz, Benigno Mancebo Martín, Joaquín Fernández Fernández-Vega, José Fragero Pozuelo, David Antona Domínguez y José Expósito Leiva.
Los periodistas y escritores estudiados en la trilogía superan el centenar y, junto a los arriba citados, tengo la esperanza de completar el listado de los procesados. El trabajo pendiente me llevará un mínimo de un año y medio de consultas a partir de octubre, cuando haya entregado el original del tercer volumen. El destino de este trabajo depende de la entidad de lo localizado. Tal vez deba redactar un cuarto volumen de lo que pasaría a ser una tetralogía, pero lo más previsible es que los correspondientes análisis de los sumarios aparezcan en otro marco del que daré noticias este próximo otoño.
Mientras tanto, el verano estará repleto de gestiones, correos, búsquedas, consultas... para poner en marcha una nueva tanda de capítulos que permitan completar el objetivo de lo emprendido hace más de diez años: aportar un relato y una voz a todos y cada uno de los autores represaliados.

miércoles, 2 de julio de 2025

Rosita Díaz Gimeno en Hoy por hoy (Cadena SER)


 Rosita Díaz Gimeno. Fuente Wikipedia

Ayer tuve el placer de participar en el programa Hoy por hoy (Cadena Ser), de Ángels Barceló, que dedicó un podcast a la actriz Rosita Díaz Gimeno (1911-1986), una de las protagonistas de mi libro El tiempo de la desmesura (2011), dedicado a los rodajes cinematográficos que coincidieron con los inicios de la Guerra Civil:


Quisiera dar mi enhorabuena a los responsables del podcast porque en quince minutos consiguieron sintetizar la trayectoria de una actriz que ha pasado a la posterioridad como «la sonrisa de la República» y simboliza una parte significativa de lo perdido con motivo de la Guerra Civil. Homenajear la belleza de una sonrisa capaz de cautivar a Charles Chaplin y el testimonio cívico de una mujer tan valiente como culta siempre merece la pena.

La periodista Teresa Hurtado, de la Cadena SER, resume así lo expuesto en el podcast: