La caminata diaria, por
consejo médico y costumbre de toda la vida, es una oportunidad para la
observación y la consiguiente reflexión, aunque sean las propias de un flâneur.
El requisito es prescindir de cualquier artilugio tecnológico al servicio
de la distracción y confiar en el atractivo de unas calles que siempre
sorprenden si media la curiosidad y la atención del caminante.
Desde hace unas semanas
paseo al atardecer por una acera donde alguien, sin firma o siglas, ha escrito
una enigmática frase: «Despierta Europa». La pintada no debió ser un acto
aislado, puesto que también la he encontrado en otras calles del barrio. Cabe,
pues, hablar de una posible campaña de concienciación cuyas motivaciones
desconozco.
A pesar de la ausencia de
signos de exclamación, al principio pensé en un exhorto a Europa lanzado por un
vecino. Tal vez, ante una constatada somnolencia del continente, alguien
cercano se ha visto en la obligación de despertarlo para vete a saber qué
propósito. Vistas algunas manifestaciones recientes, supongo un temor a que
Europa sea musulmana y, de ahí, la necesidad de un despertar a modo de Cruzada.
Al ver la pintada, especulo sobre si Europa se habrá sentido aludida. Lo dudo,
pero carezco de datos para establecer la recepción de una iniciativa cuyo
origen es un misterio.
La hipótesis acerca del
sentido de la pintada ha dado un giro copernicano esta semana. La ausencia de
los signos de exclamación, la literalidad sin añadidos, puede conducirnos a una
frase descriptiva o enunciativa. El vecino, atento desde su atalaya, habrá
observado un despertar de Europa y lo comunica a la vecindad.
Esta interpretación
habría requerido un distinto orden sintáctico: «Europa despierta», pero tampoco
hay que ser quisquilloso cuando lo acuciante de la noticia, el despertar del
continente, obliga a lanzarse a la calle para dar la buena nueva; o la mala,
porque también hay musulmanes entre la vecindad.
Ahora bien, ¿de qué
Europa se trata? Cuesta imaginar a todo un continente somnoliento o dispuesto a
dar un manotazo al despertador. Yo apenas conozco una minúscula parcela y la
veo muy diversa. Supongo que la experiencia es común. Por lo tanto, ¿cómo darle
un solo rostro, despierto o somnoliento, a esa señora que nadie termina de
conocer?
Mi vecino puede haberla
identificado en medio de una alucinación quijotesca, aunque la misma haya
sustituido los libros de caballerías por las redes sociales, donde la fantasía
del desbarre campa con la normalidad de lo cotidiano. Vete a saber…
La interpretación de la
frase estaría más acotada si mediara una coma capaz de justificar la ausencia
de los signos de exclamación. En tal caso, el vecino habría mostrado una calma,
incluso una educación, infrecuente cuando alguien se ve impelido a realizar una
pintada con nocturnidad y algo de alevosía. La urgencia de la misión justifica
los posibles errores sintácticos. Incluso los ortográficos.
La exégesis de la pintada
me distrae como cualquier detalle observado en mi diario deambular. La
especulación es gratuita y, claro está, las hipótesis son tan inocuas como la
propia pintada, que merece una sonrisa por el esfuerzo carente de sentido
práctico.
El problema de la
interpretación surge con otras frases enigmáticas, por una pésima redacción, como
las presentes en los sumarísimos de urgencia. Sus autores no son émulos del
oscuro Góngora, sino unos oficiales con escasas destrezas lingüísticas que
escriben con la impunidad de quienes nunca dan cuenta de sus actuaciones. Ni
siquiera repasan el texto antes de entregarlo porque, gracias a la omnipotencia
de la jurisdicción militar, ellos son los únicos intérpretes posibles y nadie
puede discutirles. Los demás, aunque seamos filólogos, debemos limitarnos a
constatar el asombro y disimular las faltas de ortografía para no ensuciar
nuestros trabajos. Otras suciedades no se limpian ni con el mejor detergente.
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