La
vida da sorpresas. La noche del 17 al 18 de julio de 1936 no parecía abocada a
registrar grandes sucesos. El redactor dedicado a los mismos en La Libertad,
Heliodoro Fernández Evangelista (1892-1966), se disponía a pasarla en la
DGS a la espera de que hubiera algo notable para comunicarlo a la redacción. Al
cabo del tiempo, comentó con su colega Eduardo de Guzmán que aquella fue una de
las noches más tranquilas de las muchas pasadas a la espera de la noticia .
El
foco de atención estaba todavía lejos de la capital, en el territorio de los
generales africanistas, pero no tardaría en llegar a un Madrid donde el miembro
de la APM desde 1925 ya era un veterano redactor de La Libertad, un
periódico republicano del que sería redactor-jefe en una fecha que auguraba un
difícil futuro: el 25 de enero de 1939. Pocas semanas después fue detenido y,
de haber caído su caso en el Juzgado Militar de Prensa, la pena de muerte o de treinta años suponía
una posibilidad, al igual que sucediera con otros directores y redactores-jefe
de las cabeceras republicanas. El escalafón periodístico era determinante para
las condenas.
La
trayectoria de Heliodoro Fernández Evangelista durante la guerra incluía otros
hitos que habrían sido graves en el baremo del citado juzgado. El 15 de enero
de 1937 fue nombrado representante de La Libertad en la APP y, en
septiembre de ese año, su nombre figura como vocal segundo en la candidatura
del Frente Popular para la junta directiva de la misma. Estos datos, conocidos
en las dependencias del Juzgado Militar de Prensa, auguraban una instrucción
abocada a un duro auto resumen. Sin embargo, Heliodoro Fernández Evangelista
tuvo la suerte de que le detuvieran en relación con un asunto de porteras
encabezadas por Engracia García Belmonte y que nadie le recordara su trabajo
como periodista. Ni siquiera para comunicar la detención a Manuel Martínez Gargallo,
que nunca perdió el tiempo interrogando a serenos, porteras y sirvientas. Su
especialización era la gente de pluma y solo ahí fue inflexible.
El
7 de abril de 1939, Matilde Serrano Monera, su esposo el funcionario Joaquín
Sáinz de Baranda y Gorostegui y el también funcionario Eustaquio Castresana
Guinea, todos ellos de probada solvencia moral y vecinos de la calle Príncipe
de Vergara, 4, denunciaron a la portera Engracia García Belmonte, su hija
Elvira Blanes García, su yerno Julio Valenciano Pérez y el sereno Baldomero
Marrón Álvarez. Los cuatro miembros del Madrid sainetesco son los encausados
del sumario 2861 del AGHD. También figura Heliodoro Fernández Evangelista, que
tardaría algunas semanas en aparecer porque su denuncia en el SIPM, cursada el
11 de abril por el delineante Ignacio Teresa Marquina, pasó por unas
diligencias previas hasta que el sumario desembocó en el Juzgado Permanente n.º
4. Allí el periodista debió declarar acerca de lo sucedido en Príncipe de
Vergara, 4, pero nadie se interesó por su trabajo en La Libertad. Ni
siquiera en la redacción de Mundo Obrero, según la entusiasta denuncia
del delineante que le consideraba como «elemento destacado de izquierdas». El
motivo estaba alejado de las redacciones: mientras Ignacio penaba en las
cárceles republicanas, Heliodoro ocupó su domicilio y, al finalizar la guerra,
los muebles del piso confiscado habían desaparecido.
El
periodista queda recluido en Porlier a la espera de que el sumario avanzara. El
9 de septiembre de 1939, llega el informe de la Guardia Civil acerca de
Heliodoro Fernández Evangelista, al que considera vinculado con el PSOE.
También cita su trabajo en La Libertad, «dedicándose desde el citado
periódico a revolucionar al público en sentido extremista». Justo en ese
momento el caso debiera haber pasado al Juzgado Militar de Prensa, máxime
cuando la Guardia Civil añade que publicó «toda clase de injurias para el
Glorioso Ejército Nacional, animando al ejército rojo a que resistiera hasta
que no quedara un hombre en pie de guerra, y animándolos a hacer toda clase de
salvajadas». La acusación habría sido constitutiva de un delito de rebelión
militar en el juzgado del capitán Manuel Martínez Gargallo, pero Heliodoro tuvo
suerte en un reparto que prueba la arbitrariedad con que se actuó.
El
4 de marzo de 1940 llega el informe de los servicios de investigación de FET y
de las JONS. Los falangistas no averiguan nada acerca de las actividades
periodísticas de Heliodoro Fernández Evangelista, pero señalan que durante la
guerra convivía con una mujer soltera y ambos disfrutaban de una «magnífica»
situación económica, dejando entrever algún manejo complementario al de ocupar
el domicilio del delineante que finalmente les denunciaría. Los meses pasan,
con el periodista en Porlier sin ser interrogado, y el 2 de septiembre de 1940
la Brigada de Investigación recuerda que Heliodoro era de «ideas extremistas»,
«vivió con toda clase de comodidades» y se dedicó a «la propaganda roja». Sin
embargo, la policía fue incapaz de ver el nombre del encausado en la prensa y
piensa que no formó parte de algún comité. El trabajo de la citada brigada fue
precario para fortuna del redactor-jefe de La Libertad.
Los
servicios de investigación de FET y de las JONS vuelven a redactar un informe
el 5 de septiembre de 1940. Los falangistas afirman que durante la guerra el
periodista ocupó el piso de Príncipe de Vergara, 4, gracias a la intervención
de Encarna García Belmonte, la portera del edificio. Aparte de convivir en
pecado con la amante, Heliodoro amuebló lujosamente el domicilio con enseres
requisados al tiempo que, mediante artes que cabe suponer ilegales, disponía de
otros tres pisos en Madrid.
El
informe parece contradictorio con la denuncia, pues el primero afirma que el
periodista trajo muebles requisados y el segundo que desaparecieron los
originales. En cualquier caso, resulta evidente que el encausado era un
sospechoso merecedor de un proceso para dilucidar sus responsabilidades en
materia de incautaciones. Así lo dicta la lógica represiva de aquella
jurisdicción militar. Sin embargo, el 9 de septiembre de 1940, cuatro días
después de tan preocupante informe, Heliodoro Fernández Evangelista sale de la
cárcel sin mediar alguna justificación u orden. El milagro se produjo. Mientras
tanto, la portera Encarna García Belmonte, que lo negó todo, tuvo más
complicaciones, pues en su caso el sobreseimiento no llegó hasta enero de 1944.
El
paso por las cárceles de la Victoria o los consejos de guerra imprimía un
carácter indeleble. El zamorano Heliodoro Fernández Evangelista salió bien
parado por razones que no constan en el sumario 2861, pero el masón acabaría
procesado por el TERMC de Madrid, que el 19 de octubre de 1943 le condenó a
doce años conmutados por seis de confinamiento en Salamanca. El periodista no
los cumpliría por una probable falta de control de la policía y se convertiría
en un sospechoso habitual que, antes o después, volvería a pisar las
comisarías.
Así
sucedió el 27 de marzo de 1946, cuando Heliodoro Fernández Evangelista estaba
tomando unos vinos en el bar La Perla de la calle Bravo Murillo en compañía de
unos amigos. Uno de ellos, al parecer, entregó un manifiesto de IR a Joaquín
Ruiz del Río, antiguo policía durante la guerra que había pasado veintidós
meses en la cárcel hasta salir absuelto. Leído el texto, «en cuyo contenido se
atenta contra los principios fundamentales del Estado español», el republicano
arrepentido se presentó al día siguiente en la comisaría para denunciar a
Francisco Fernández Romero «por actividades de tipo comunista» (AGHD, 135277).
La
Brigada Político-Social actuaba rápido en estas ocasiones. El mismo día 28
detiene al denunciado, un empleado de cuarenta años, casado y natural de
Linares. Francisco Fernández Romero reconoce su paso por la cárcel tras un
consejo de guerra celebrado en Albacete, donde estuvo destinado como policía al
servicio de los republicanos. De ahí vendría su amistad con el denunciante,
pero declara que el manifiesto no era suyo, sino del periodista Heliodoro
Fernández Romero, que ese mismo día es detenido y presta declaración en
comisaría. Aparte de reconocer su afiliación a Unión Republicana antes de la
guerra y su trabajo en la redacción de La Libertad, sin ocupar ningún
cargo sindical o político, explica que recibió en su buzón el manifiesto por su
condición de periodista, «con el único objeto de que lo conociera estando
conceptuado entre sus amistades como un represaliado y, por lo tanto, como
persona de izquierdas». De hecho, por entonces se encontraba confinado en
Madrid a resultas de una condena del TERMC.
Los
tiempos de la represión eran más llevaderos por entonces, siempre que los
detenidos no estuvieran vinculados con grupos comunistas o anarquistas. Ambos
interrogados, Francisco y Heliodoro, quedan en libertad condicional y a
disposición del Juez Especial de Masonería y Comunismo, que recibe las
declaraciones junto con un ejemplar del manifiesto A la opinión pública
española, firmado por la Comisión Ejecutiva del Consejo Nacional de
Izquierda Republicana.
El
5 de junio de 1946, la DGS emite un informe sobre Francisco Fernández Romero.
Por entonces había vuelto a trabajar en Unión Eléctrica Madrileña tras superar
sus reiterados problemas con las autoridades militares, que le detuvieron en
más de una ocasión por su condición de policía al servicio de los republicanos.
Sin embargo, a esas alturas de la posguerra Francisco parecía arrepentido y la
valoración de su conducta es positiva, como corrobora la Guardia Civil en su
informe del 14 de junio de 1946.
La
declaración de Francisco ante el juez instructor tiene lugar el 8 de abril de
aquel año y, como es previsible, niega cualquier relación con los grupos
clandestinos. De hecho, se limitó a recibir el manifiesto de mano de Heliodoro
y, sin leerlo siquiera, lo entregó a los falangistas Joaquín Ruiz del Río y
Antonio Pérez. El primero, como converso al falangismo, se apresuró a
denunciarlo.
El
protagonismo pasa entonces a Heliodoro, del cual la Guardia Civil emite un
informe fechado el 15 de junio de 1946 que repite los redactados con motivo del
primer consejo de guerra. La declaración ante el implacable coronel Enrique
Eymar Fernández tiene lugar el 9 de abril. Heliodoro Fernández Evangelista
todavía se consideraba periodista y, por esa condición añadida a la de
represaliado, le conocerían quienes mandaban por Correos textos como el citado
manifiesto. El declarante dice haberlos quemado «sin concederles importancia».
Si en esta ocasión entregó el firmado por el Consejo Nacional de Izquierda
Republicana a su amigo Francisco solo fue por suponerle, a esas alturas,
policía en activo.
El
coronel Enrique Eymar Fernández no creería semejante declaración de quien
suponía estar en el bar La Perla junto con un policía de confianza. La coartada
resulta inverosímil, pero también es cierto que aquellos republicanos le
debieron parecer inofensivos a quien debía perseguir a enemigos de mayor
altura. El coronel redacta un detallado auto resumen el 20 de mayo de 1947, lo
eleva al auditor y este dicta el sobreseimiento once días después.
Heliodoro
y Francisco eran unos derrotados, su voluntad de mantener los rescoldos del
republicanismo no suponía problema alguno para el régimen y ambos salieron en
libertad, aunque sin volver a Salamanca en el caso del periodista sobre el que
pesaba una orden de confinamiento como antiguo masón. Al fin y al cabo, toda
España era una prisión y, como le sucediera en la ficción a Martín Marco, estos
derrotados siempre estarían bajo el temor de un edicto publicado en la prensa,
una llamada a declarar o un amigo que, después de tomar unos vinos, acudiera
presto a presentar la denuncia porque nunca eran suficientes los méritos
contraídos ante «las jerarquías» del régimen franquista. Visto el panorama, era
de agradecer permanecer fuera de la cárcel, aunque con la posibilidad de volver
por cualquier vino tomado en compañía poco fiable