martes, 17 de junio de 2025

La suerte de tener alumnos como Luis


 Luis Gimeno en Lisístrata

La posibilidad de trabajar junto con gente joven supone una fortuna. Sobre todo, cuando el profesor ronda la edad de jubilación y esa compañía, siempre estancada en la misma edad, permite la ilusión de que el paso del tiempo no implica la lejanía con respecto a lo mejor de la juventud.

La inmensa mayoría de mis amigos ya están jubilados. Al verlos paseando un perrito o emprendiendo algún desafío similar, creo que soy un privilegiado porque ando rodeado de jóvenes con ganas de aprender y que, además, me enseñan a permanecer atento a las novedades de los tiempos.

Tras cuarenta y dos cursos como profesor, todavía hay motivos para probar nuevas posibilidades didácticas y mejorar los resultados académicos. La rutina, a veces inevitable, supone un lastre para la docencia y conviene evitarla en la medida de lo posible. Esta circunstancia se ha hecho realidad durante el segundo cuatrimestre del curso que acaba y los resultados, incluso estadísticamente, indican que el empeño ha sido recompensado gracias a la positiva respuesta del alumnado.



Curso 24-25 en el Teatro Principal

Ahora bien, para que esa respuesta sea posible suele ser necesario un grupo que actúe de avanzadilla y tire del resto de los compañeros. Si contamos con esa circunstancia, el trabajo resulta más fácil y los resultados mejoran.

Luis Gimeno, que acaba de terminar el máster en Estudios Literarios con la máxima calificación, es un ejemplo de esos alumnos que destacan y forman parte del grupo capaz de animar a los compañeros. Hace un par de cursos tuve la suerte de tenerlo en clase y, aparte de verle con su sempiterna sonrisa, pronto percibí su interés por el teatro del Siglo de Oro y la voluntad de colaborar en lo que fuera preciso. Incluso le nombramos lector oficial de los fragmentos literarios comentados en clase, porque es actor del Aula de Teatro de la UA y tiene una excelente dicción. Ya la quisiera yo mismo.

Mis compañeros del Departamento opinan igual de Luis y todos estamos seguros de que pronto tendremos un nuevo doctor en Filología Española que, si así lo desea, podrá iniciar el camino para aspirar a las máximas cotas en la docencia. Dada su competencia académica y excelente actitud, no le faltará ayuda para conseguirlo.

Luis Gimeno me escribió hace unos días preocupado por una circunstancia relacionada con una reciente entrada de este blog (11-VI-25). Le expliqué que no había motivos para esa preocupación y que, al contrario, sabía de su exquisita buena educación y respeto, compatibles con la simpatía cada vez que nos vemos en el Teatro Principal de Alicante porque también es un buen aficionado a las artes escénicas.

Si Luis Gimeno aparece en este blog, como podrían aparecer otros muchos de sus compañeros y compañeras, es porque forma parte de los motivos que me mantienen dispuesto a pelear para que esta juventud aprenda con los clásicos, desde el amor como enseñanza para la vida hasta el respeto de la voluntad ajena. Así lo intento hacer con ejemplos sacados de Lope, Cervantes o Calderón, porque el contacto con los clásicos también ayuda a comprender nuestro entorno. Luis lo sabe, incluso lo practica en los escenarios, y es obvio que no tiene ningún motivo de preocupación porque el profesorado reconoce su excelente educación y respeto. Así que, por favor, no dejes de sonreír.

sábado, 14 de junio de 2025

El testimonio de lo callado. Oscuro amanecer (1977), de Ángel M.ª de Lera

Portada de la edición original

Cada seis meses, como mínimo, paso por donde estuvo localizado el campo de concentración de Los Almendros, que fue recreado por Max Aub y Jorge Campos entre otros escritores republicanos. Solo una placa recuerda lo allí sucedido durante los primeros días de abril de 1939, pero al entrar en el centro médico siempre mantengo la memoria aquella gente por entonces más necesitada que yo de atenciones.

La tragedia de los campos de concentración españoles es equiparable a la vivida en los de la II Guerra Mundial. Nunca hubo cámaras de gas para matar en serie, pero ha quedado constancia de un hambre atroz padecida en unas condiciones higiénicas capaces de hacer deseable la muerte si no mediaba un inquebrantable espíritu de supervivencia.

Tras leer la práctica totalidad de los testimonios conservados, las imágenes de aquel horror se agolpan en la memoria, pero prevalece una poco divulgada por su carácter escatológico. Los prisioneros, después de varios días sometidos a una dieta infame, eran incapaces de defecar en las improvisadas letrinas. Los remedios utilizados para solucionar ese estreñimiento suponían verdaderas salvajadas cuya evocación todavía estremece.

Visto desde ese punto de vista fisiológico, tan comprensible para cualquiera, el padecimiento de aquellos españoles solo merece la compasión. Y también la rebelión contra el olvido impuesto por quienes acomodan la historia a las necesidades de los objetivos políticos. Frente al mismo, cabe el recuerdo de aquello que atentaba contra la más elemental dignidad humana.

Este ejemplo lo traigo a colación porque, tras releer la novela Oscuro amanecer (1977), de Ángel M.ª de Lera, he recordado otra circunstancia de aquellos años de la represión de la que poco se ha escrito por afectar a la intimidad. Los represaliados que pasaban varios años en las cárceles franquistas salían de las mismas, en un porcentaje ignorado, con una impotencia sexual que les impedía mantener relaciones.

Al margen de las edades y los problemas derivados de la salud, el motivo era fundamentalmente mental y propio de un bloqueo cuya superación no resultaba sencilla. El poeta Marcos Ana, después de décadas en las cárceles franquistas, tenía problemas de visión cuando permanecía en espacios abiertos. La vista se había acostumbrado a las distancias cortas y le costó mucho normalizar la percepción de la realidad que le proporcionó la libertad. Otras funciones fisiológicas tampoco eran fáciles de normalizar.

La sexualidad de los represaliados, un tema tabú a menudo por la mentalidad de la época, corrió una suerte parecida. Ángel M.ª de Lera lo refleja con una exquisita sensibilidad en la citada novela y, al repasar el correspondiente capítulo, he comprendido mejor los límites de la angustia de unos hombres jóvenes que salían de las cárceles, pero afrontaban problemas en una sociedad donde siempre eran unos vencidos.

Oscuro amanecer tuvo graves problemas con la censura, al igual que las tres novelas anteriores protagonizadas por el maestro Pedro Olivares como alter ego del autor, y fue editada coincidiendo con las primeras elecciones democráticas. El consiguiente ruido mediático apenas dejó un hueco para una obra cuyo testimonio revela las dificultades de quienes, como el propio Ángel M.ª de Lera, superaron una condena a muerte, pero afrontaron un destino incierto donde los problemas se acumulaban. Y los íntimos, claro está, nunca fueron menores a la espera de la ayuda, el cariño y la comprensión de una pareja como la que encuentra el protagonista. Ambos son dos supervivientes a la deriva y necesitan de la solidaridad mutua para salir adelante.

La novela de Ángel M.ª de Lera merece una reedición para hacerla accesible a quienes se interesan por la represión de la Victoria. La decisión de editarla no depende de mi trabajo, pero si encuentro una editorial interesada haré lo posible para que Oscuro amanecer ocupe el lugar que merece entre la literatura testimonial de aquella tragedia colectiva.

 

viernes, 13 de junio de 2025

El sumario de un «dibujante retocador» de Heraldo de Madrid

Heraldo de Madrid. Fuente: Wikipedia


El maltrato a los detenidos y la tortura durante los interrogatorios policiales no dejan huellas documentales en los sumarios. Sin embargo, la lógica permite intuirlos cuando comparamos lo supuestamente declarado en la sede policial con lo reconocido en la cárcel ante el juez instructor y/o su secretario, que se desplazaban a la misma para interrogar al procesado. El contraste puede ser de matices o escaso relieve, pero a veces las diferencias son notables. Entonces cabe suponer que el detenido recibió un trato brutal hasta firmar una falsa acusación contra sí mismo o asumir como propios actos ajenos. El caso de Salvador Prieto Martínez es ejemplar en este sentido. También incluye mentiras de los agentes que le detuvieron fácilmente desmontables a partir de otros documentos incluidos en el sumario. Nadie pidió responsabilidades al comprobar lo absurdo de la primera declaración. Ni siquiera se tomó nota de unas contradicciones que dejaban en mal lugar, el de la tortura para obtener la firma en falsas declaraciones, a unos agentes que sabían de su inmunidad.

El borrador del capítulo dedicado a Salvador Prieto Martínez, una vez revisado, aparecerá en el tercer volumen de la trilogía dedicada a los consejos de guerra de periodistas y escritores, pero su versión provisional ya se puede consultar en el Repositorio de la Universidad de Alicante a la espera de posibles indicaciones o correcciones de otros colegas:

http://hdl.handle.net/10045/154630

 

martes, 10 de junio de 2025

Las fechas del Juzgado Militar de Prensa





Fachada del Ministerio del Interior, sobre proyecto de los arquitectos Manuel Ruiz de la Prada y José García Mesa, 1927 (AGMIR). Fuente: interior.gob.es
 

La historia es una tarea en permanente construcción y de autoría colectiva. La colaboración con los colegas supone un requisito asumido por quienes, a diferencia de los aficionados, nos dedicamos a la investigación en el ámbito universitario.

Hace unos días hablé con el periodista e historiador Víctor Úcar, que realiza su tesis doctoral bajo la dirección del catedrático Gutmaro Gómez Bravo (UCM). La misma guarda relación con los consejos de guerra de periodistas y escritores durante el período 1939-1945. Concretamente, se centra en la represión de quienes trabajaron en Unión Radio a lo largo de la guerra y, por su fidelidad a la II República, afrontaron problemas similares a los analizados en mis libros.

El intercambio de información se concretó en un dato que desconocía documentalmente: la fecha de la disolución del Juzgado Militar de Prensa. Hasta ahora había establecido un funcionamiento del mismo entre abril de 1939 y el verano de 1940. Me basaba en las hojas de servicios como oficiales del ejército del titular del juzgado, el capitán Manuel Martínez Gargallo, y de uno de los secretarios que actuaron en las dependencias de la plaza del Callao, 4.

La fecha del cierre no era errónea, pero ahora la podemos concretar gracias al trabajo de Víctor Úcar en el Archivo General del Ministerio del Interior (AGMI). El investigador ha localizado allí una copia de un documento cuya transcripción es la siguiente:

 

AUDITORIA DE GUERRA DEL EJÉRCITO DE OCUPACIÓN. JUZGADO MILITAR PERMANENTE N.º 18, PIAMONTE. N.º 28, segundo (Texto).

Por disposición del Excmo. Sr. Capitán General de la 1.ª Región Militar, en la orden correspondiente al 26 de julio ppd, el Juzgado Militar Permanente n.º 18 de mi cargo ha quedado constituido por el antiguo Especial de Prensa y el Permanente n.º 24, que tenía su domicilio en la Plaza del Callao, n.º 4. Lo que pongo en conocimiento a los efectos oportunos y la debida constancia en el expediente procesal de cuantos reclusos de esa prisión estuviesen a disposición de los desaparecidos Juzgados de Prensa y Permanente n.º 24, los que automáticamente pasan a mi disposición. Acúseme recibo. D.G. guarde a V. muchos años. Madrid 6 de agosto de 1940. El Juez Militar sin firma y sellado (Sr. Director de la Prisión de Conde de Toreno).

 

La transcripción de la comunicación del titular del Juzgado Permanente n.º 18 al director de la prisión de Conde de Toreno se enmarca en el intercambio de documentos sumariales entre los jueces y los responsables de los centros donde estaban recluidos quienes eran procesados y, posteriormente, permanecían en los mismos como condenados.

Lo significativo es la fecha: el Juzgado Militar de Prensa había dejado de estar operativo el 6 de agosto de 1940, al igual que el Permanente n.º 18, ambos localizados en la Plaza de Callao, n.º 4. Por lo tanto, la investigación sobre las actividades del capitán Manuel Martínez Gargallo y sus colaboradores debe circunscribirse al período comprendido entre la segunda quincena de abril de 1939 y finales de julio de 1940. Antes lo deduje por otra vía y ahora lo afirmo gracias a un documento del AGMI que prueba esta circunstancia.

La investigación de Víctor Úcar abre una nueva línea de trabajo. Dado el número de casos instruidos en el Juzgado Militar de Prensa, pocos en comparación con otros coetáneos de Madrid, cabe pensar que sus competencias fueran más allá de la instrucción de los sumarios protagonizados por escritores y periodistas.

Así lo hemos comprobado en la depuración de los miembros de la SGAE, donde el juez Manuel Martínez Gargallo estuvo presente, al igual que probablemente en las tareas relacionadas con la depuración de la APM y el Registro Oficial de Periodistas (ROP). Esta diversidad de destinos dentro del sistema represivo le obligaría a permanecer al margen de algunas tareas relacionadas con la instrucción sumarial. Lo hemos verificado gracias al análisis de más de veinte sumarios del Juzgado Militar de Prensa.

Víctor Olmos en su documentada historia de la APM publicada en 2006 indica que no hay pruebas de que la misma colaborara con el Juzgado Militar de Prensa en la instrucción de los sumarios. La prueba es que la asociación y el juzgado compartían las dependencias de Plaza de Callao y, como es lógico, no era preciso dictar una diligencia o providencia para que los archivos de la APM estuvieran al servicio de las citadas instrucciones.

Baste recordar que los secretarios del juzgado, en su informe inicial cuyo origen es un misterio, pudieron utilizar la documentación recopilada por la asociación para la depuración del colectivo periodístico. Esta documentación, supongo, desaparecería porque hubo décadas para que una entidad privada borrara las huellas de su colaboración en las tareas relacionadas con la represión del colectivo al que representa. La hipótesis, a falta de pruebas definitivas, parece plausible como punto de partida para la investigación.

Ahora, a la luz de la tesis doctoral de Víctor Úcar, cabe comprobar si el juez Manuel Martínez Gargallo y sus colaboradores estuvieron presentes en los sumarios instruidos contra quienes trabajaron en Unión Radio. Todavía es pronto para sacar conclusiones al respecto, pero esta línea de trabajo se enmarca en las previstas para la segunda fase del proyecto de investigación, que comenzará con el curso 25-26 tras la publicación de la trilogía dedicada a los consejos de guerra de periodistas y escritores. En fechas próximas, explicaré los objetivos de esa fase, cuya autoría será colectiva para procurar su continuidad tras mi jubilación en junio de 2028.


Pd.: Pido disculpas a mis lectores por haberme equivocado en la elección, precipitada, de la foto que inicialmente ilustraba esta entrada. Ya ha sido reemplazada por otra cuya fuente es la web del propio Ministerio. Agradezco que los lectores me hagan saber cualquier error que cometa para su corrección, pero lamento que se haga desde el anonimato y la falta de respeto. Yo nunca contestaré en estos términos. Y todavía me parece más absurdo que alguien abra una cuenta en Blogger exclusivamente para estos menesteres amparándose en un anonimato que, me temo, no es tal.







domingo, 8 de junio de 2025

Presentación de El derecho represivo de Franco, de Marc Carrillo


 Marc Carrillo y Manuel Alcaraz en la presentación. Fuente: Información

En la entrada del 6 de marzo de 2024 di cuenta de la jornada pasada junto a Marc Carrillo, catedrático emérito de Derecho Constitucional de la Universitat Pompeu Fabra (Barcelona), con motivo de la presentación de su libro El derecho represivo de Franco (1936-1975), que tuvo lugar en la Universidad de Alicante.


La grabación de la citada presentación nos permite recuperar o conocer una auténtica lección magistral acerca del derecho represivo que caracterizó la dictadura del general Franco. El acto también contó con la presencia de Manuel Alcaraz, profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Alicante, y supuso la oportunidad de ordenar conceptos en un tema complejo y presente en mis libros sobre los consejos de guerra de periodistas y escritores, solo posibles gracias a la colaboración que mantengo con distintos juristas y colegas de Derecho.



sábado, 7 de junio de 2025

Rafael Altamira, republicano y exiliado (y 2)


 Fuente: web de Antena 3

Una vez exhumados del Panteón Español de México, el pasado 10 de febrero de 2025 los restos mortales de Rafael Altamira y su esposa Pilar Redondo fueron inhumados en un mausoleo del cementerio de El Campello (Alicante). Las instituciones locales y nacionales respondieron así al deseo del ilustre exiliado, que siempre añoró las tierras alicantinas y manifestó su voluntad de reposar tras una vida de viajero cosmopolita allá donde nació.



Rafael Altamira y su esposa Pilar. Fuente: ABC

El acto de reparación presidido por S.M. Felipe VI debió ser un motivo unánime de alegría y reconocimiento para quienes comparten el deseo de convivencia en un clima de libertad. Sin embargo, hubo una voz discordante que cuestionó la condición de exiliado y republicano del insigne jurista en contra de lo afirmado por una amplia bibliografía académica. Este ejercicio de revisionismo lindante con el terraplanismo corrió a cargo de dos concejales del ayuntamiento de El Campello. Según lo publicado en la prensa, José Manuel Grau y María Jesús Bernabéu no solo negaron las propias declaraciones de Rafael Altamira como exiliado y republicano, sino que añadieron una boutade propia de las guerras culturales en las que algunas han encontrado un caladero de votos: «Si viviera hoy, nos votaría a nosotros» (Información, 7 y 8-II-2025).

Si Rafael Altamira viviera hoy, no sería el Rafael Altamira que conocemos como personaje histórico. Esta evidencia requiere la misma explicación que la negativa a admitir el terraplanismo del planeta, pero tal vez sea preciso recordarla para conocimiento de quienes, unas semanas antes y en el Ayuntamiento de Elche, ante la petición de la anulación del proceso a Miguel Hernández, pidieron que la misma se extendiera al seguido contra García Lorca (Información, 27-IX-2024 e Infolibre, 30-IX-2024). Si al cabo de casi noventa años no hemos localizado los restos del poeta fusilado, dudo que algún historiador aborde el imaginario consejo de guerra de quien acabó en un barranco por un fusilamiento extrajudicial.

Las boutades de quienes, sin una formación como historiadores, buscan titulares para rebatir lo investigado en las universidades y divulgado hasta el punto de ser una evidencia comúnmente aceptada, son cada vez más frecuentes. En esta ocasión, tuve la oportunidad de recordar la condición de Rafael Altamira como republicano y exiliado en una entrada de este blog publicada el 8 de febrero de 2025. Pronto, en apenas unas horas, tuvo varios centenares de visualizaciones y todavía es consultada. Tal vez porque hay una necesidad de negar el absurdo de quienes nunca consultan las fuentes documentales y bibliográficas ya que les resulta más rentable, electoral y mediáticamente, soltar una ocurrencia al gusto de sus votantes.

Gracias a mis compañeros del Centro de Estudios Mario Benedetti, y en el marco de una jornada en homenaje a mi añorada amiga M.ª Ángeles Ayala, que dedicó años de su trayectoria como investigadora al estudio de la obra de Rafael Altamira, el pasado 19 de mayo tuve la oportunidad de recordar una evidencia: el ilustre jurista fue un partícipe del exilio republicano.

La charla de unos veinte minutos quedó grabada para los posibles interesados en el tema y constituye un nuevo ejemplo de una circunstancia que caracteriza, por desgracia, nuestra actualidad: la necesidad de combatir las ocurrencias que, contra toda evidencia documental, esparcen quienes apuestan por el terraplanismo como banderín de enganche electoral.



jueves, 5 de junio de 2025

Los sumarios de tres censores de prensa


 Portada ilustrada por Eugenio Rosado Rivas. Fuente: Tebeosfera

El tercer tomo de la trilogía dedicada a los consejos de guerra de periodistas y escritores durante el período 1939-1945 incluirá un capítulo que no cuenta con antecedentes en la bibliografía sobre la represión franquista. Me refiero a los procesamientos de tres censores de prensa al servicio de los republicanos: Eugenio Rosado Rivas, Pío Marcos Cuadrado y Enrique Capdevila Pérez.

Al igual que en anteriores ocasiones, enlazo al final la publicación del preprint del correspondiente capítulo en el Repositorio de la Universidad de Alicante con el objetivo de someterlo a la consideración de los colegas con los que estoy colaborando en este empeño investigador.

A continuación, reproduzco los primeros párrafos de los apartados dedicados a los tres censores de prensa que fueron procesados:

El dibujante que nunca fue fusilado

Los censores suelen ser personajes oscuros y discretos por la naturaleza de su tarea. Salvo excepciones como la de Arturo Barea, la tónica se mantuvo entre los presentes en el bando republicano durante la Guerra Civil. La discreción y el anonimato a veces contrastan con la proyección pública de estos individuos en otros ámbitos. Al margen de lo sucedido con Camilo J. Cela, el caso del dibujante jerezano Eugenio Rosado Rivas ejemplifica esta circunstancia minoritaria. Las ilustraciones para las portadas de novelas de los años veinte, la colaboración con la firma de Rivas en semanarios relevantes como Buen Humor y otros dibujos que fue esparciendo en la prensa le convirtieron en un artista reconocido. También fue médico, escritor, poeta y pintor, según la ficha suya publicada en Tebeosfera. La ausencia de trabajos especializados sobre su trayectoria impide comprobar esta variedad de facetas, así como los supuestos amores con la joven poeta Gloria Fuertes. Sin embargo, resulta fácil detectar un grave error de la ficha. Eugenio Rosado Rivas no fue fusilado por milicianos republicanos en 1938, pues quien ejerciera como censor adscrito a la Junta Delegada de Defensa sobrevivió a la guerra y poco después acabó procesado en un sumarísimo de urgencia (AGHD, 64105).

Don Pío, un censor «muy rojo, blasfemo e indeseable»

Pío Marcos Cuadrado nació en Medina del Campo el 18 de abril de 1894. Su trayectoria vital fue la propia de un tipo anónimo con escasas posibilidades de protagonizar los trabajos de los historiadores. Después de un despido por sus actividades sindicales en el ámbito ferroviario se traslada a Madrid. Allí compatibiliza la profesión de contable con la colaboración en la agencia de noticias Febus y la presencia en periódicos como La Voz. Sin que aparezca su firma en la hemeroteca y en tareas auxiliares, aquellas que le permitieron ser amigo del polifacético Enrique Herreros (1903-1977), hombre de buen humor y mejor talante, aparte de avalista en momentos difíciles.

El incógnito censor: Enrique Capdevila Pérez

La documentación exhumada en Perder la guerra y la historia permitió identificar a Enrique Capdevila Pérez como censor de prensa nombrado por la madrileña Junta Delegada de Defensa. Dada esta circunstancia, consulté el sumario 67900 del AGHD para examinar el consejo de guerra al que fue sometido el también «jefe de negociado de tercera clase» en la Caja Postal de Ahorros, con un modesto sueldo de seis mil pesetas anuales que pronto le llevó a la búsqueda del pluriempleo. La primera conclusión es que el procesado fue un hombre de suerte. Al menos, en comparación con otros muchos republicanos que apoyaron al gobierno desde el inicio de la guerra. Y, además, los militares nunca supieron de su condición de censor. Ni siquiera indagaron acerca de sus actividades al servicio de la citada junta, a pesar de que la relación con la misma figura desde que fuera denunciado por un compañero de trabajo.

 http://hdl.handle.net/10045/154292

 


martes, 3 de junio de 2025

Los sumarios de Heliodoro Fernández Evangelista


 

La vida da sorpresas. La noche del 17 al 18 de julio de 1936 no parecía abocada a registrar grandes sucesos. El redactor dedicado a los mismos en La Libertad, Heliodoro Fernández Evangelista (1892-1966), se disponía a pasarla en la DGS a la espera de que hubiera algo notable para comunicarlo a la redacción. Al cabo del tiempo, comentó con su colega Eduardo de Guzmán que aquella fue una de las noches más tranquilas de las muchas pasadas a la espera de la noticia .

El foco de atención estaba todavía lejos de la capital, en el territorio de los generales africanistas, pero no tardaría en llegar a un Madrid donde el miembro de la APM desde 1925 ya era un veterano redactor de La Libertad, un periódico republicano del que sería redactor-jefe en una fecha que auguraba un difícil futuro: el 25 de enero de 1939. Pocas semanas después fue detenido y, de haber caído su caso en el Juzgado Militar de Prensa, la pena de muerte o de treinta años suponía una posibilidad, al igual que sucediera con otros directores y redactores-jefe de las cabeceras republicanas. El escalafón periodístico era determinante para las condenas.

La trayectoria de Heliodoro Fernández Evangelista durante la guerra incluía otros hitos que habrían sido graves en el baremo del citado juzgado. El 15 de enero de 1937 fue nombrado representante de La Libertad en la APP y, en septiembre de ese año, su nombre figura como vocal segundo en la candidatura del Frente Popular para la junta directiva de la misma. Estos datos, conocidos en las dependencias del Juzgado Militar de Prensa, auguraban una instrucción abocada a un duro auto resumen. Sin embargo, Heliodoro Fernández Evangelista tuvo la suerte de que le detuvieran en relación con un asunto de porteras encabezadas por Engracia García Belmonte y que nadie le recordara su trabajo como periodista. Ni siquiera para comunicar la detención a Manuel Martínez Gargallo, que nunca perdió el tiempo interrogando a serenos, porteras y sirvientas. Su especialización era la gente de pluma y solo ahí fue inflexible.

El 7 de abril de 1939, Matilde Serrano Monera, su esposo el funcionario Joaquín Sáinz de Baranda y Gorostegui y el también funcionario Eustaquio Castresana Guinea, todos ellos de probada solvencia moral y vecinos de la calle Príncipe de Vergara, 4, denunciaron a la portera Engracia García Belmonte, su hija Elvira Blanes García, su yerno Julio Valenciano Pérez y el sereno Baldomero Marrón Álvarez. Los cuatro miembros del Madrid sainetesco son los encausados del sumario 2861 del AGHD. También figura Heliodoro Fernández Evangelista, que tardaría algunas semanas en aparecer porque su denuncia en el SIPM, cursada el 11 de abril por el delineante Ignacio Teresa Marquina, pasó por unas diligencias previas hasta que el sumario desembocó en el Juzgado Permanente n.º 4. Allí el periodista debió declarar acerca de lo sucedido en Príncipe de Vergara, 4, pero nadie se interesó por su trabajo en La Libertad. Ni siquiera en la redacción de Mundo Obrero, según la entusiasta denuncia del delineante que le consideraba como «elemento destacado de izquierdas». El motivo estaba alejado de las redacciones: mientras Ignacio penaba en las cárceles republicanas, Heliodoro ocupó su domicilio y, al finalizar la guerra, los muebles del piso confiscado habían desaparecido.

El periodista queda recluido en Porlier a la espera de que el sumario avanzara. El 9 de septiembre de 1939, llega el informe de la Guardia Civil acerca de Heliodoro Fernández Evangelista, al que considera vinculado con el PSOE. También cita su trabajo en La Libertad, «dedicándose desde el citado periódico a revolucionar al público en sentido extremista». Justo en ese momento el caso debiera haber pasado al Juzgado Militar de Prensa, máxime cuando la Guardia Civil añade que publicó «toda clase de injurias para el Glorioso Ejército Nacional, animando al ejército rojo a que resistiera hasta que no quedara un hombre en pie de guerra, y animándolos a hacer toda clase de salvajadas». La acusación habría sido constitutiva de un delito de rebelión militar en el juzgado del capitán Manuel Martínez Gargallo, pero Heliodoro tuvo suerte en un reparto que prueba la arbitrariedad con que se actuó.

El 4 de marzo de 1940 llega el informe de los servicios de investigación de FET y de las JONS. Los falangistas no averiguan nada acerca de las actividades periodísticas de Heliodoro Fernández Evangelista, pero señalan que durante la guerra convivía con una mujer soltera y ambos disfrutaban de una «magnífica» situación económica, dejando entrever algún manejo complementario al de ocupar el domicilio del delineante que finalmente les denunciaría. Los meses pasan, con el periodista en Porlier sin ser interrogado, y el 2 de septiembre de 1940 la Brigada de Investigación recuerda que Heliodoro era de «ideas extremistas», «vivió con toda clase de comodidades» y se dedicó a «la propaganda roja». Sin embargo, la policía fue incapaz de ver el nombre del encausado en la prensa y piensa que no formó parte de algún comité. El trabajo de la citada brigada fue precario para fortuna del redactor-jefe de La Libertad.

Los servicios de investigación de FET y de las JONS vuelven a redactar un informe el 5 de septiembre de 1940. Los falangistas afirman que durante la guerra el periodista ocupó el piso de Príncipe de Vergara, 4, gracias a la intervención de Encarna García Belmonte, la portera del edificio. Aparte de convivir en pecado con la amante, Heliodoro amuebló lujosamente el domicilio con enseres requisados al tiempo que, mediante artes que cabe suponer ilegales, disponía de otros tres pisos en Madrid.

El informe parece contradictorio con la denuncia, pues el primero afirma que el periodista trajo muebles requisados y el segundo que desaparecieron los originales. En cualquier caso, resulta evidente que el encausado era un sospechoso merecedor de un proceso para dilucidar sus responsabilidades en materia de incautaciones. Así lo dicta la lógica represiva de aquella jurisdicción militar. Sin embargo, el 9 de septiembre de 1940, cuatro días después de tan preocupante informe, Heliodoro Fernández Evangelista sale de la cárcel sin mediar alguna justificación u orden. El milagro se produjo. Mientras tanto, la portera Encarna García Belmonte, que lo negó todo, tuvo más complicaciones, pues en su caso el sobreseimiento no llegó hasta enero de 1944.

El paso por las cárceles de la Victoria o los consejos de guerra imprimía un carácter indeleble. El zamorano Heliodoro Fernández Evangelista salió bien parado por razones que no constan en el sumario 2861, pero el masón acabaría procesado por el TERMC de Madrid, que el 19 de octubre de 1943 le condenó a doce años conmutados por seis de confinamiento en Salamanca. El periodista no los cumpliría por una probable falta de control de la policía y se convertiría en un sospechoso habitual que, antes o después, volvería a pisar las comisarías.

Así sucedió el 27 de marzo de 1946, cuando Heliodoro Fernández Evangelista estaba tomando unos vinos en el bar La Perla de la calle Bravo Murillo en compañía de unos amigos. Uno de ellos, al parecer, entregó un manifiesto de IR a Joaquín Ruiz del Río, antiguo policía durante la guerra que había pasado veintidós meses en la cárcel hasta salir absuelto. Leído el texto, «en cuyo contenido se atenta contra los principios fundamentales del Estado español», el republicano arrepentido se presentó al día siguiente en la comisaría para denunciar a Francisco Fernández Romero «por actividades de tipo comunista» (AGHD, 135277).

La Brigada Político-Social actuaba rápido en estas ocasiones. El mismo día 28 detiene al denunciado, un empleado de cuarenta años, casado y natural de Linares. Francisco Fernández Romero reconoce su paso por la cárcel tras un consejo de guerra celebrado en Albacete, donde estuvo destinado como policía al servicio de los republicanos. De ahí vendría su amistad con el denunciante, pero declara que el manifiesto no era suyo, sino del periodista Heliodoro Fernández Romero, que ese mismo día es detenido y presta declaración en comisaría. Aparte de reconocer su afiliación a Unión Republicana antes de la guerra y su trabajo en la redacción de La Libertad, sin ocupar ningún cargo sindical o político, explica que recibió en su buzón el manifiesto por su condición de periodista, «con el único objeto de que lo conociera estando conceptuado entre sus amistades como un represaliado y, por lo tanto, como persona de izquierdas». De hecho, por entonces se encontraba confinado en Madrid a resultas de una condena del TERMC.

Los tiempos de la represión eran más llevaderos por entonces, siempre que los detenidos no estuvieran vinculados con grupos comunistas o anarquistas. Ambos interrogados, Francisco y Heliodoro, quedan en libertad condicional y a disposición del Juez Especial de Masonería y Comunismo, que recibe las declaraciones junto con un ejemplar del manifiesto A la opinión pública española, firmado por la Comisión Ejecutiva del Consejo Nacional de Izquierda Republicana.

El 5 de junio de 1946, la DGS emite un informe sobre Francisco Fernández Romero. Por entonces había vuelto a trabajar en Unión Eléctrica Madrileña tras superar sus reiterados problemas con las autoridades militares, que le detuvieron en más de una ocasión por su condición de policía al servicio de los republicanos. Sin embargo, a esas alturas de la posguerra Francisco parecía arrepentido y la valoración de su conducta es positiva, como corrobora la Guardia Civil en su informe del 14 de junio de 1946.

La declaración de Francisco ante el juez instructor tiene lugar el 8 de abril de aquel año y, como es previsible, niega cualquier relación con los grupos clandestinos. De hecho, se limitó a recibir el manifiesto de mano de Heliodoro y, sin leerlo siquiera, lo entregó a los falangistas Joaquín Ruiz del Río y Antonio Pérez. El primero, como converso al falangismo, se apresuró a denunciarlo.

El protagonismo pasa entonces a Heliodoro, del cual la Guardia Civil emite un informe fechado el 15 de junio de 1946 que repite los redactados con motivo del primer consejo de guerra. La declaración ante el implacable coronel Enrique Eymar Fernández tiene lugar el 9 de abril. Heliodoro Fernández Evangelista todavía se consideraba periodista y, por esa condición añadida a la de represaliado, le conocerían quienes mandaban por Correos textos como el citado manifiesto. El declarante dice haberlos quemado «sin concederles importancia». Si en esta ocasión entregó el firmado por el Consejo Nacional de Izquierda Republicana a su amigo Francisco solo fue por suponerle, a esas alturas, policía en activo.

El coronel Enrique Eymar Fernández no creería semejante declaración de quien suponía estar en el bar La Perla junto con un policía de confianza. La coartada resulta inverosímil, pero también es cierto que aquellos republicanos le debieron parecer inofensivos a quien debía perseguir a enemigos de mayor altura. El coronel redacta un detallado auto resumen el 20 de mayo de 1947, lo eleva al auditor y este dicta el sobreseimiento once días después.

Heliodoro y Francisco eran unos derrotados, su voluntad de mantener los rescoldos del republicanismo no suponía problema alguno para el régimen y ambos salieron en libertad, aunque sin volver a Salamanca en el caso del periodista sobre el que pesaba una orden de confinamiento como antiguo masón. Al fin y al cabo, toda España era una prisión y, como le sucediera en la ficción a Martín Marco, estos derrotados siempre estarían bajo el temor de un edicto publicado en la prensa, una llamada a declarar o un amigo que, después de tomar unos vinos, acudiera presto a presentar la denuncia porque nunca eran suficientes los méritos contraídos ante «las jerarquías» del régimen franquista. Visto el panorama, era de agradecer permanecer fuera de la cárcel, aunque con la posibilidad de volver por cualquier vino tomado en compañía poco fiable

domingo, 1 de junio de 2025

El sumario del «comité rojo de ABC»

 


Portadas del ABC incautado y publicado en Madrid durante la Guerra Civil


El 26 de mayo de 1939, el mecánico Francisco Gallego Cano denuncia en el Juzgado de la Causa General de Madrid que su hijo Francisco, empleado de Prensa Española, estuvo escondido en su domicilio de la calle Fuencarral, n.º 30, por ser militante de Renovación Española. Allí, concretamente el 14 de agosto de 1936, fue localizado y detenido por unos milicianos de la FAI junto con un policía. El joven, que había formado parte de las milicias de la citada organización derechista, fue conducido a la comisaría de Buenavista, la Dirección General de Seguridad y, finalmente, a la cárcel de Las Ventas para terminar apareciendo su cadáver en una cuneta de la carretera de Andalucía. El padre sospecha que los responsables del asesinato son los miembros del «comité rojo de ABC», pero desconoce sus nombres y pide a la autoridad militar que abra la correspondiente investigación para esclarecer los hechos y depurar las responsabilidades (AGHD, 113451).

El texto abajo enlazado con su publicación en el Repositorio de la Universidad de Alicante es el borrador del capítulo dedicado a este episodio en La colmena, el tercer volumen de la trilogía sobre los consejos de guerra de periodistas y escritores durante el período 1939-1945. La publicación del mismo tendrá lugar en 2026. Mientras tanto, quedo a la espera de posibles observaciones de los colegas que investigan los temas relacionados con la represión a lo largo del citado período. La historia es una tarea colectiva y en permanente construcción:

http://hdl.handle.net/10045/154146