martes, 22 de julio de 2025

El condenado a muerte que leía a Gabriel Miró


 José Leiva Expósito. Fuente: Archivo de la Democracia. UA.

El anarquista José Leiva Expósito (1918-1978) fue condenado a muerte en un consejo de guerra celebrado en Madrid cuando acababa de cumplir veintiún años. La dramática circunstancia la relata en un libro que convendría reeditar por el valor del testimonio y la calidad literaria del texto: Memorias de un condenado a muerte (Barcelona, Dopesa, 1978). Lo terminó de escribir «en un lugar de España, a 20 de octubre de 1947», cuando el autor permanecía en la clandestinidad desde agosto de ese mismo año.

José Leiva Expósito salió de Madrid cuando las tropas del general Franco ya estaban entrando en la capital. Tras un viaje repleto de incidencias y peligros, llegó al puerto de Alicante con la esperanza de poder embarcar rumbo al exilio. Las circunstancias de aquellos miles de republicanos ya las conocemos, el joven madrileño las compartió con toda su crudeza, verdaderamente estremecedora, y acabó con sus huesos en el campo de Los Almendros. Desde allí pasó a la prisión habilitada en el alicantino castillo de Santa Bárbara y, tras una escala en el campo de concentración de Albatera, terminó haciendo una ronda por diversas cárceles de Madrid y Pamplona. En total, cuatro años y medio hasta la puesta en libertad, que aprovechó para salir clandestinamente del país a fines de septiembre de 1945.

A pesar de su juventud, José Leiva Expósito colaboró en la prensa anarcosindicalista de Madrid durante la guerra y realizó actividades propagandísticas en la radio y los frentes de Ciudad Real y Cuenca. Por lo tanto, el destacado miembro de las juventudes libertarias forma parte del colectivo de periodistas y escritores procesados en los consejos de guerra del período 1939-1945. Su caso ya saldrá en una futura web dedicada al tema y, mientras tanto, he solicitado copia del correspondiente sumario al Archivo General e Histórico de Defensa.


José Leiva Expósito. Fuente: Wikipedia

Memorias de un condenado a muerte destaca entre las obras de su género por la honestidad de un testimonio donde lo político queda en un segundo plano ante el dramatismo del momento y la calidad de la prosa. El propio autor nos da pistas acerca del origen de la misma cuando explica que, siendo un «adolescente triste», ya era lector de Heine, Dostoievski y Bécquer, aparte de haber redactado las primeras poesías con la voluntad de convertirse en un periodista y escritor.

La guerra frustró sus esperanzas libertarias y literarias. La derrota las convirtió en quiméricas, pero hasta en aquellas dantescas cárceles José Leiva Expósito buscó la oportunidad de leer como una manera de aferrarse a lo perdido. Así lo cuenta, con una delicadeza notable, en unas memorias estremecedoras que relatan el drama de una represión por entonces brutal.

Un ejemplo, que entresaco por afectar a dos autores estudiados en la trilogía, es el maltrato sufrido por Manuel Navarro Ballesteros y Eduardo de Guzmán recién llegados a Madrid procedentes del campo de concentración de Albatera. Los policías que les interrogaron a base de golpes sabían de sus colaboraciones periodísticas y orientación política. Provistos de las fotografías publicadas en las cabeceras donde ambos presos trabajaron, les obligaron a tragar unas donde aparecían La Pasionaria y Buenaventura Durruti, que eran sus referentes. La escena fue motivo de carcajadas por parte de los miembros de la policía militar.

El relato de otros muchos momentos de torturas y maltratos es constante a lo largo del libro. Sin embargo, mientras espero la documentación solicitada y busco a los herederos en Venezuela para autorizar una posible reedición, prefiero quedarme con la imagen de un joven que llegó a la prisión de Pamplona con la compañía de dos libros: Contra esto y aquello, de Miguel de Unamuno, y El libro de Sigüenza, de Gabriel Miró.

Los carceleros le incautaron ambos ejemplares porque en aquella fría cárcel la lectura de los mismos, o de otros cualesquiera, estaba terminantemente prohibida por las autoridades. José Leiva Expósito los perdió, pero mantuvo siempre la pretensión de convertirse en un escritor capaz de emular a los mejores y, en ese camino, la compañía de autores como los citados siempre supone una eficaz ayuda. Su voluntad, la propia de quien lee la cuidada prosa de Gabriel Miró en medio de las miserias de aquellas cárceles, bien merece una reedición.


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