martes, 27 de mayo de 2025

El sumario de Corinto y Oro


 

El abulense Maximiliano Clavo de Santos (1879-1955), conocido en el mundo de los toros como Corinto y Oro porque obvió el atractivo de sus propios apellidos, ha pasado a los anales de lo menudo como crítico taurino, periodista, comediógrafo y charlista capaz de entretener al personal con el relato de las corridas más célebres (Heraldo de Madrid, 22-I-1936). La imagen pública de quien editara diversos tomos de temática taurina y en compañía de Francisco Serrano Anguita estrenara obras como La alegría de los otros, Corte y cortijo y Los sucesos de Madrid parece alejada de la órbita marxista, máxime después de verle en las redacciones de El Alcázar y Pueblo durante los años cuarenta, cuando utilizaba el seudónimo Un abonado de ayer para terminar de difuminar su pasado.

Sin embargo, Maximiliano Clavo de Santos desde 1932 fue miembro de la Agrupación Profesional de Periodistas, que terminaría adscrita a la UGT, y permaneció en Madrid durante toda la guerra. Su nombre aparece fichado como uno de los redactores del «ABC rojo» (Heraldo de Zamora y El Adelantado de Segovia, 7-VII-1937) y su destino en la capital de la Victoria debía pasar por un sumarísimo de urgencia, aunque fuera en compañía de Amparo, una portera acusada ante las autoridades militares como deslenguada y chivata.

El republicanismo de Maximiliano Clavo de Santos debió ser tibio, pero participó en cuestaciones a favor de las tropas leales (Hoja Oficial del Lunes, 14 y 27-IX-1936). Tras haber colaborado durante su época de gloria en periódicos como El Sol, La Voz y El Globo, el natural de Arévalo entró en la redacción del incautado ABC para ganarse la vida y no pasar demasiadas penurias cuando iba camino de los sesenta años. Incluso publicó con su nombre algunos artículos en Blanco y Negro tras su reaparición en abril de 1938. Ninguna de estas actividades periodísticas o de solidaridad republicana le pasó factura porque su caso, milagrosamente, quedó al margen de la instrucción en el Juzgado Militar de Prensa.

El problema de Maximiliano es que, estando domiciliado en Serrano, 57 como hombre de posibles, cometió el error de asistir a las tertulias que se celebraban en la portería de Serrano, 88, donde Amparo Ramos Sanz y su esposo Patricio Zamora Mateos, ambos porteros con ascendiente en el gremio, al parecer se dedicaban a la denuncia de personas de «probada solvencia moral». Terminada la guerra y restablecida la moralidad, vino la correspondiente denuncia de los denunciados. Así, el crítico taurino fue uno de los procesados de la posguerra (AGHD, 5456) antes de terminar ante el TERMC, donde desconocemos la suerte de los porteros incluidos en el referido sumario.

El 20 de abril de 1939, el auditor Ángel Manzaneque manda instruir el sumario 5456 al Juzgado Militar Permanente n.º 2. Los procesados son porteros, chóferes y sirvientes denunciados por sus señores en la comisaría de Buenavista. A esta lista de doce encausados se suma el periodista por haber asistido a la citada tertulia presidida por doña Amparo, portera de Montesquinza, 6 y mujer de carácter a tenor de sus declaraciones.

El 6 de abril, en la citada comisaría madrileña, Corinto y Oro presta declaración por primera vez. El charlista taurino reconoce haber estado afiliado a Unión Republicana desde 1937 como forma de asegurarse el trabajo en el periódico incautado. También admite haber colaborado en la redacción de ABC como redactor de noticias políticas recabadas en distintos centros oficiales y en el cuartel general de José Miaja, con quien presumía de haber comido en numerosas ocasiones. Ambas circunstancias habrían sido motivo de procesamiento como auxilio a la rebelión en el Juzgado Militar de Prensa, pero Corinto y Oro tuvo la suerte de caer en otro preocupado por las actividades de los porteros, los chóferes y los sirvientes en contra de sus señores. El cronista taurino, tal vez consciente de este empeño, se limitó a negar su participación en las denuncias de personas de derechas y no tuvo inconveniente en reconocer su trabajo en el ABC incautado. Detenido y a los cincuenta y nueve años, pasó a disposición de la autoridad militar, que por entonces buscaba unos alojamientos de consecuencias terroríficas para los encausados de edad avanzada. También para los jóvenes, claro está.

El 17 de abril de 1939 tiene lugar la primera declaración de Corinto y Oro ante el juez instructor. Tras nombrar diversos avalistas, el periodista manifiesta «que no ha hecho información política de ninguna clase». El dato es falso, pero el encausado ya debía estar avisado a diferencia de lo sucedido once días antes. Según su nueva versión, se limitó a recabar noticias en los centros oficiales y, en relación con su afiliación política, señala que solo pretendía no ser molestado «y, además, [lo hizo] porque le obligaron en el periódico». También explica que durante «la dominación roja» y «debido a haber vivido bien», fue acusado de derechista, «habiendo vivido en continua zozobra por su amistad con personas de orden». Estas circunstancias nunca fueron eximentes en el Juzgado Militar de Prensa, pero en el Permanente n.º 2 debió haber instructores más comprensivos con las personas capaces de vivir bien, por sus ingresos económicos, y nadie mandó que un secretario judicial recabara en la hemeroteca las pruebas del auxilio a la rebelión militar.

La declaración del funcionario Manuel M.ª Ruiz Zarco Faro pudo complicar la vida a Corinto y Oro. El 12 de julio de 1939, le incluye entre las personas que participaban en la tertulia de Serrano, 88, la investigada en el sumario. Tampoco le favoreció el informe elaborado por el Servicio de Investigación el 6 de julio de 1939, donde aparece como persona «de ideas izquierdistas» por su relación con IR y UGT. Los investigadores debían pensar que escribir comedias, publicar reseñas taurinas y evocar corridas célebres como charlista no era un trabajo, al menos serio: «Antes del Alzamiento Nacional no trabajaba». Sin embargo, se incorporó al ABC incautado como redactor en el Ayuntamiento de Madrid (Abastecimientos) y en la DGS. Recabado el testimonio anónimo de alguien que le conocería, el informe finaliza indicando que el periodista «se mostraba muy partidario del triunfo de la República».

Los escasos datos recabados durante la instrucción le condujeron a un consejo de guerra en el que Ramón del Orbe, el fiscal, pidió doce años de reclusión mayor. El 4 de diciembre de 1939 el tribunal devolvió el sumario al instructor para que recabara nuevas pruebas. Ninguna de las mismas afectó a Corinto y Oro y, aunque el 8 de marzo de 1940 la fiscalía vuelve a pedir los doce años, el tribunal que le juzgó bajo la presidencia del teniente coronel Pardo Velarde dictó su absolución. La sentencia no considera que haya intervenido en actos delictivos y, si trabajó en ABC, «lo fue solamente para recibir notas en la Delegación de Abastos del Ayuntamiento y otros centros oficiales, que transmitió a dicho periódico sin ningún comentario político ni personal». El 6 de abril de 1940 le comunicaron la absolución, un año después de su detención. El sexagenario salió libre, aunque lo suficientemente espantado como para dejar de ser Corinto y Oro. A partir de entonces, puestos a sobrevivir, había que buscar un nuevo seudónimo taurino.

Una misma actividad podía ser o no motivo de auxilio a la rebelión militar según el juzgado en que cayera el sumario. En el Permanente n.º 2 nadie recaló en la faceta periodística de Maximiliano Clavo de Santos y, lejos de dictar providencias para probarla, hasta le creyeron cuando el encausado alegó ser una especie de recadero. Estas coartadas nunca fueron admitidas en el Juzgado Militar de Prensa, donde cualquier colaboración con las cabeceras republicanas, por muy elemental que hubiera sido, era motivo de un procesamiento por auxilio a la rebelión militar. Corinto y Oro, persona «de orden» que había vivido bien por su desahogada posición económica, tuvo la suerte de no caer en las manos de Manuel Martínez Gargallo, pero pasó un año en la cárcel y terminó procesado por el TERMC porque nadie, absolutamente nadie, de quienes trabajaron en la prensa republicana se libraba de pasar las de Caín en la Victoria. Maximiliano pudo haber dado una charla sobre el tema, pero falleció en 1955 manteniendo un estricto silencio sobre este episodio desconocido hasta el presente.

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