El abulense Maximiliano
Clavo de Santos (1879-1955), conocido en el mundo de los toros como Corinto y
Oro porque obvió el atractivo de sus propios apellidos, ha pasado a los anales
de lo menudo como crítico taurino, periodista, comediógrafo y charlista capaz
de entretener al personal con el relato de las corridas más célebres (Heraldo
de Madrid, 22-I-1936). La imagen pública de quien editara diversos tomos de
temática taurina y en compañía de Francisco Serrano Anguita estrenara obras
como La alegría de los otros, Corte y cortijo y Los sucesos de Madrid
parece alejada de la órbita marxista, máxime después de verle en las
redacciones de El Alcázar y Pueblo durante los años cuarenta,
cuando utilizaba el seudónimo Un abonado de ayer para terminar de difuminar su
pasado.
Sin embargo, Maximiliano
Clavo de Santos desde 1932 fue miembro de la Agrupación Profesional de
Periodistas, que terminaría adscrita a la UGT, y permaneció en Madrid durante
toda la guerra. Su nombre aparece fichado como uno de los redactores del «ABC
rojo» (Heraldo de Zamora y El Adelantado de Segovia, 7-VII-1937)
y su destino en la capital de la Victoria debía pasar por un sumarísimo de
urgencia, aunque fuera en compañía de Amparo, una portera acusada ante las
autoridades militares como deslenguada y chivata.
El republicanismo de
Maximiliano Clavo de Santos debió ser tibio, pero participó en cuestaciones a
favor de las tropas leales (Hoja Oficial del Lunes, 14 y 27-IX-1936).
Tras haber colaborado durante su época de gloria en periódicos como El Sol,
La Voz y El Globo, el natural de Arévalo entró en la redacción del
incautado ABC para ganarse la vida y no pasar demasiadas penurias cuando
iba camino de los sesenta años. Incluso publicó con su nombre algunos artículos
en Blanco y Negro tras su reaparición en abril de 1938. Ninguna de estas
actividades periodísticas o de solidaridad republicana le pasó factura porque
su caso, milagrosamente, quedó al margen de la instrucción en el Juzgado
Militar de Prensa.
El problema de
Maximiliano es que, estando domiciliado en Serrano, 57 como hombre de posibles,
cometió el error de asistir a las tertulias que se celebraban en la portería de
Serrano, 88, donde Amparo Ramos Sanz y su esposo Patricio Zamora Mateos, ambos porteros
con ascendiente en el gremio, al parecer se dedicaban a la denuncia de personas
de «probada solvencia moral». Terminada la guerra y restablecida la moralidad,
vino la correspondiente denuncia de los denunciados. Así, el crítico taurino
fue uno de los procesados de la posguerra (AGHD, 5456) antes de terminar ante
el TERMC, donde desconocemos la suerte de los porteros incluidos en el referido
sumario.
El 20 de abril de 1939,
el auditor Ángel Manzaneque manda instruir el sumario 5456 al Juzgado Militar
Permanente n.º 2. Los procesados son porteros, chóferes y sirvientes
denunciados por sus señores en la comisaría de Buenavista. A esta lista de doce
encausados se suma el periodista por haber asistido a la citada tertulia
presidida por doña Amparo, portera de Montesquinza, 6 y mujer de carácter a
tenor de sus declaraciones.
El 6 de abril, en la
citada comisaría madrileña, Corinto y Oro presta declaración por primera vez.
El charlista taurino reconoce haber estado afiliado a Unión Republicana desde
1937 como forma de asegurarse el trabajo en el periódico incautado. También admite
haber colaborado en la redacción de ABC como redactor de noticias
políticas recabadas en distintos centros oficiales y en el cuartel general de
José Miaja, con quien presumía de haber comido en numerosas ocasiones. Ambas
circunstancias habrían sido motivo de procesamiento como auxilio a la rebelión
en el Juzgado Militar de Prensa, pero Corinto y Oro tuvo la suerte de caer en
otro preocupado por las actividades de los porteros, los chóferes y los
sirvientes en contra de sus señores. El cronista taurino, tal vez consciente de
este empeño, se limitó a negar su participación en las denuncias de personas de
derechas y no tuvo inconveniente en reconocer su trabajo en el ABC incautado.
Detenido y a los cincuenta y nueve años, pasó a disposición de la autoridad militar,
que por entonces buscaba unos alojamientos de consecuencias terroríficas para
los encausados de edad avanzada. También para los jóvenes, claro está.
El 17 de abril de 1939
tiene lugar la primera declaración de Corinto y Oro ante el juez instructor.
Tras nombrar diversos avalistas, el periodista manifiesta «que no ha hecho
información política de ninguna clase». El dato es falso, pero el encausado ya debía
estar avisado a diferencia de lo sucedido once días antes. Según su nueva
versión, se limitó a recabar noticias en los centros oficiales y, en relación
con su afiliación política, señala que solo pretendía no ser molestado «y,
además, [lo hizo] porque le obligaron en el periódico». También explica que
durante «la dominación roja» y «debido a haber vivido bien», fue acusado de
derechista, «habiendo vivido en continua zozobra por su amistad con personas de
orden». Estas circunstancias nunca fueron eximentes en el Juzgado Militar de
Prensa, pero en el Permanente n.º 2 debió haber instructores más comprensivos
con las personas capaces de vivir bien, por sus ingresos económicos, y nadie
mandó que un secretario judicial recabara en la hemeroteca las pruebas del
auxilio a la rebelión militar.
La declaración del
funcionario Manuel M.ª Ruiz Zarco Faro pudo complicar la vida a Corinto y Oro.
El 12 de julio de 1939, le incluye entre las personas que participaban en la
tertulia de Serrano, 88, la investigada en el sumario. Tampoco le favoreció el informe
elaborado por el Servicio de Investigación el 6 de julio de 1939, donde aparece
como persona «de ideas izquierdistas» por su relación con IR y UGT. Los
investigadores debían pensar que escribir comedias, publicar reseñas taurinas y
evocar corridas célebres como charlista no era un trabajo, al menos serio:
«Antes del Alzamiento Nacional no trabajaba». Sin embargo, se incorporó al ABC
incautado como redactor en el Ayuntamiento de Madrid (Abastecimientos) y en
la DGS. Recabado el testimonio anónimo de alguien que le conocería, el informe
finaliza indicando que el periodista «se mostraba muy partidario del triunfo de
la República».
Los escasos datos
recabados durante la instrucción le condujeron a un consejo de guerra en el que
Ramón del Orbe, el fiscal, pidió doce años de reclusión mayor. El 4 de
diciembre de 1939 el tribunal devolvió el sumario al instructor para que
recabara nuevas pruebas. Ninguna de las mismas afectó a Corinto y Oro y, aunque
el 8 de marzo de 1940 la fiscalía vuelve a pedir los doce años, el tribunal que
le juzgó bajo la presidencia del teniente coronel Pardo Velarde dictó su
absolución. La sentencia no considera que haya intervenido en actos delictivos
y, si trabajó en ABC, «lo fue solamente para recibir notas en la
Delegación de Abastos del Ayuntamiento y otros centros oficiales, que
transmitió a dicho periódico sin ningún comentario político ni personal». El 6
de abril de 1940 le comunicaron la absolución, un año después de su detención.
El sexagenario salió libre, aunque lo suficientemente espantado como para dejar
de ser Corinto y Oro. A partir de entonces, puestos a sobrevivir, había que
buscar un nuevo seudónimo taurino.
Una misma actividad podía
ser o no motivo de auxilio a la rebelión militar según el juzgado en que cayera
el sumario. En el Permanente n.º 2 nadie recaló en la faceta periodística de
Maximiliano Clavo de Santos y, lejos de dictar providencias para probarla,
hasta le creyeron cuando el encausado alegó ser una especie de recadero. Estas
coartadas nunca fueron admitidas en el Juzgado Militar de Prensa, donde
cualquier colaboración con las cabeceras republicanas, por muy elemental que
hubiera sido, era motivo de un procesamiento por auxilio a la rebelión militar.
Corinto y Oro, persona «de orden» que había vivido bien por su desahogada
posición económica, tuvo la suerte de no caer en las manos de Manuel Martínez
Gargallo, pero pasó un año en la cárcel y terminó procesado por el TERMC porque
nadie, absolutamente nadie, de quienes trabajaron en la prensa republicana se
libraba de pasar las de Caín en la Victoria. Maximiliano pudo haber dado una
charla sobre el tema, pero falleció en 1955 manteniendo un estricto silencio
sobre este episodio desconocido hasta el presente.
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