Os transcribo a continuación la reseña de Contemos cómo pasó escrita por mi buen amigo Mario Martínez Gomis y publicada en el diario Información:
ÉRASE
UNA VEZ AQUEL TIEMPO PASADO
El
último libro de Juan A. Ríos Carratalá, Contemos
cómo pasó. Imágenes y reflexiones de una cotidianidad (1958-1975) (Universidad
de Alicante, 2016), es uno de los ensayos más personales de este catedrático de
Literatura Española que ha trascendido sus trabajos filológicos para adentrarse
en el terreno más amplio de la cultura y la historia de la vida cotidiana de
nuestro siglo XX. Sus estudios en torno a las paradojas durante los cuarenta
años de dictadura (Usted puede ser feliz.
La felicidad en la cultura del franquismo), los tiempos violentos del
tardofranquismo y la Transición, a caballo entre la realidad y el cine (Quinquis, maderos y picoletos) o el
cinismo brutal de la judicatura de la época tras sus escaparates lúdicos (Nos vemos en Chicote) son una muestra
elocuente de la reciente tenacidad investigadora de Ríos. Una tenacidad
enfocada a recuperar una etapa de nuestra historia plagada de mitos y lugares
comunes, ofuscada por las ficciones y las trampas de la memoria, y que estaba
pidiendo a gritos un análisis libre de prejuicios y presupuestos maniqueos,
para aproximarse a una realidad que siempre se nos antojará compleja y
discutible, pero merecedora de un esfuerzo interpretativo alejado de los
tópicos al uso más complacientes, y a la que el autor pretende llegar mediante
el conocimiento de la política, el cine, las artes escénicas y la cultura de
masas que forjaron el imaginario de esos tiempos.
Si
en las obras citadas Ríos ha explorado el amplio territorio de estas cuestiones
desde una perspectiva sociológica, hoy, a través de Contemos cómo pasó, su punto de vista ha experimentado un giro más
intimista y personal al acercarse al pasado desde la perspectiva de los
recuerdos del niño y adolescente que fue entre 1958 y 1975, convirtiendo el
proceso de su educación sentimental y afectiva en una suerte de referente
colectivo gracias a la contextualización histórica. Un ejercicio que Ríos
define, acertadamente, como una «docuficción autobiográfica» para curarse en
salud y asumir los riesgos que entraña la traición de la memoria.
La
novedad del análisis actual radica en el encuentro del autor con sus vivencias
familiares, escolares, lúdicas y culturales, con los modelos educativos y con
ese cúmulo de renuncias de los sueños infantiles –heroicos, deportivos,
artísticos- que se proponían en la vida como metas y cuyo incumplimiento sirvió
para forjar el carácter del hombre que hoy ve todo ese aprendizaje desde el
placebo del humor o la lúcida ironía. Pero no es la única novedad que nos
ofrece Ríos en este trabajo: el espacio, la España de la época, se matiza
mediante lo particular, las vivencias de la ciudad, del Alicante que brota en
los recuerdos y busca otro cauce de identificación en amigos y paisanos. De
este modo una fecha como la del 20 de noviembre, aniversario de la muerte de
José Antonio, se evoca desde la mirada del niño que asiste al ceremonial
fúnebre del Fundador y enlaza con la figura local del Negre Lloma y su leyenda
urbana en torno a su imposible traslado al Escorial, a hombros de cinco mil
falangistas, confundido en su féretro. Un esperpento local que conecta con el
de más amplio espectro, el nacional.
De
igual manera, las reflexiones en torno a la oratoria de la época, a la
didáctica de la palabra, se cuelan en el claustro profesoral del instituto
Jorge Juan alicantino como corolario próximo e inmediato del relato al uso en
la docencia. Y las vivencias domésticas, particulares, ante la radio y la
incipiente televisión se erigen en el testimonio íntimo del canto general
propagandístico en torno a la «placidez» que quiso simular el Régimen. Todo un
viaje de ida y vuelta con pasajes memorables en torno a un partido escolar de
balonmano en una cancha cutre, a los recuerdos de los ídolos deportivos, al
cine del Oeste y al twist de Chuby Cheker que suponían las vías de escape para
alcanzar una felicidad que, todavía tardaríamos muchos años en entenderlo,
aunque nos ayudaba a vivir, tenía la impronta de los productos que se vendían
en Saldos Arias.
Mario Martínez Gomis
Información,
27-X-2016
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