El
recuerdo de tipos como Jorge, Langosta y el farero me provoca una sonrisa
asociada a una ficción donde permanecen inalterables, como ejemplos de unos
cuentos infantiles donde todo está claro y terminado. A Leonardo, Pepito y Loli
los he conocido personalmente en otras localidades costeras. Lo insólito de sus
comportamientos me resulta demasiado familiar. Carece del encanto de lo
gratuito o excepcional y me enfrenta a un pasado que, con nuevas
circunstancias, sigue relativamente cercano en mi experiencia cotidiana. No
alimenta mi memoria porque hasta cierto punto lo sigo viendo, como unas
localidades costeras que no pueden ser la proyección actualizada de aquella
idílica, y subdesarrollada, imagen de la Peñíscola de Calabuch. Son, por
el contrario, la culminación de un fenómeno turístico que ya en los años
setenta contenía todos los elementos para su degeneración y desequilibrio.
viernes, 28 de abril de 2023
¡Vivan los novios! (1970), de Luis García Berlanga
martes, 25 de abril de 2023
No todos los abuelos son entrañables: Paco Martínez Soria
Hay
cómicos que me producen hastío desde el primer momento, incluso un rechazo
físico. Uno de ellos es Paco Martínez Soria, destacado representante de la
variante baturra de un humor tradicional que pasó de los escenarios a las
pantallas con gran éxito popular. Durante las décadas de los sesenta y setenta,
se estrenaron varias comedias dirigidas por Pedro Lazaga y protagonizadas por
un paleto cabezota, imbuido del supuesto sentido común del hombre cabal,
sermoneador a la hora de solucionar cualquier conflicto provocado por la
modernidad de los tiempos y gracioso a base de unos toques de picardía con
menos aristas que su boina. Se la solía quitar para estrujarla en los momentos
cumbre y cuando, convertido en una especie de juez de paz, empleaba un discurso
entrecortado y melodramático que gustaba a su público. El «abuelo made Spain»
era un cómico con los trucos de toda la vida: sabía poner los ojos en blanco,
lanzar miradas picaronas, robar planos con cualquier excusa, cambiar de
registros sin salirse de lo convencional y, sobre todo, contaba con unos fieles
espectadores que reían sus gracias y asentían cuando iniciaba el sermón final.
El humor con moraleja, si se acepta, reconforta.
Este perfil de un abuelo que, a diferencia del representado por Pepe Isbert, rechazo lo justifico en La sonrisa del inútil. Imágenes de una pasado cercano (2008):
https://publicaciones.ua.es/libro/la-sonrisa-del-inutil_128106/
Calabuch (1956), de Luis G. Berlanga, y el torero con toro resfriado
sábado, 22 de abril de 2023
Calabuch (1956), de Luis G. Berlanga y la dificultad de la "S".
viernes, 21 de abril de 2023
Au revoir les enfants (1987), de Louis Malle, y mi trabajo
El historiador necesita estímulos y referentes para realizar sus investigaciones. Otros colegas, a menudo citados, desempeñan ese papel en el marco de una tarea que siempre es colectiva. La redacción de cualquier monografía pasa por la consulta de los resultados de otras ya finalizadas. El consiguiente agradecimiento a veces permite contar con unos referentes cuya vigencia se extiende más allá del trabajo concreto para el que fueron consultados.
La racionalidad de la metodología es compatible con las emociones alojadas en la memoria. El impulso para sacar adelante una labor solitaria de muchas horas encerrado en un despacho lo saco fundamentalmente de otro tipo de referentes, que me han llegado a través de un cine siempre presente en mis libros como materia de análisis o ficción que me anima a trabajar. El recuerdo me permite contar con un grupo selecto de películas que me impactaron y hasta me enseñaron el camino a seguir como historiador de la cultura. Las veo una y otra vez, para seguir aprendiendo sin menoscabo de la emoción que siento al contemplar unas imágenes asentadas en el imaginario personal.
Louis Malle es uno de mis directores de cabecera, sobre todo gracias a Lacombe Lucien (1974) y Au revoir les enfants (1987), dos películas que he visto en reiteradas ocasiones y que fueron decisivas para decidirme a abordar temas como los presentes en algunos de mis libros dedicados al franquismo. Las citadas obras maestras abordan cuestiones concretas relacionadas con la II Guerra Mundial en Francia. Incluso la segunda parte de una experiencia autobiográfica del director. No obstante, como tales obras maestras van desde lo particular a lo general y sus historias permiten la reflexión sobre asuntos universales con una posible concreción en nuestro propio contexto.
Al margen de otros temas igualmente importantes y presentes en las citadas películas de Louis Malle, me conmocionó su presentación del colaboracionismo francés con las tropas alemanas, un deliberado olvido histórico que tantos problemas provocó a un director casi obligado a marcharse a Estados Unidos tras la reacción suscitada por Lacombe Lucien. El cineasta no se arredró y esperó el tiempo suficiente para madurar una historia de la infancia vivida en un internado religioso. La ocasión, tras superar múltiples dificultades y la generalizada incomprensión, llegó en 1987. Gracias a unos pocos apoyos, el director rodó una película sobria, modesta y exacta con una honestidad que me asombra cuando la vuelvo a ver con la correspondiente emoción, como si no supiera de esa historia que a tantos espectadores ha conmocionado.
Todavía veo el rostro de uno de los dos protagonistas cuando dice adiós al compañero judío que va camino de un campo de concentración y al franciscano padre Jean, que también acabaría asesinado poco después en medio de aquel holocausto provocado por los nazis en colaboración con tantos fascistas. Unos tipos que, en buena medida, respondían a motivaciones como las del joven que se convierte en traidor y denuncia a quienes le habían expulsado del colegio. Historias oscuras, con numerosas aristas, que deben ser analizadas para ser comprendidas sin necesidad de un enjuiciamiento. Sus propias circunstancias bastan para hacerlas motivo de reflexión.
Cada vez que veo el desenlace de Au revoir les enfants me siento partícipe del grupo de chavales que, a partir de ese momento, alojan en su memoria un recuerdo imborrable que necesitará de un relato. Yo también los tengo porque he sabido de muchos colaboracionistas en el horror de una dictadura. Mi tarea pasa por decir adiós con emoción a las víctimas y, llegado el momento oportuno, intentar madurar el conocimiento que me permita contar esas historias con exactitud, sobriedad y, sobre todo, la honestidad de quien sabe de la complejidad de una realidad cuya comprensión necesita el concurso de muchas voces. También las que parten de la emoción de un recuerdo propio del final de la inocencia.
Calabuch (1956), de Luis G. Berlanga. El farero sideral
miércoles, 19 de abril de 2023
Calabuch (1956), de Luis G. Berlanga. Jorge y Andrés, el pirotécnico
Calabuch (1956), de Luis G. Berlanga. El pueblo
lunes, 17 de abril de 2023
Rosario del Olmo y la fotografía manipulada
Los consejos de guerra contra escritores y periodistas (1939-1945)
La sonrisa del inútil y el arte de la divagación
http://hdl.handle.net/10045/133599
sábado, 15 de abril de 2023
Carlos Tena en Ofendidos y censores
viernes, 14 de abril de 2023
Un nuevo paso adelante con Anales de Literatura Española
jueves, 13 de abril de 2023
Paco Cerdá y el 14 de abril
Ofendidos y censores en Librújula
El libre albedrío, el guardia civil y el párroco
miércoles, 12 de abril de 2023
La otra generación del 27 y el cine
Los girasoles ciegos (2008) y Rafael Azcona
El teatro de Carlos Arniches y los hermanos Álvarez Quintero
Elsa Pataky nunca fue Ninette
martes, 11 de abril de 2023
Jordi Sánchez, autor teatral
La señorita de Trevélez, de Carlos Arniches
El teatro histórico escrito por mujeres (1975-1998)
Ama Rosa (1959), de Guillermo Sautier Casaseca, en el cine
lunes, 10 de abril de 2023
Atraco a las tres (1962), de José María Forqué
viernes, 7 de abril de 2023
Los andares de Sophia Loren
jueves, 6 de abril de 2023
Las recomendaciones de Rafael Azcona
miércoles, 5 de abril de 2023
La represión franquista y Nos vemos en Chicote
http://hdl.handle.net/10045/133389