miércoles, 5 de febrero de 2025

Memorias del movimiento estudiantil en la Universidad de Granada (1968-1977)


 

La juventud es capaz de marcar toda una vida por ser una época de cambios y definición a la búsqueda de un futuro. Si, además, esos años de plenitud y empuje coinciden con una etapa histórica de transición, el recuerdo generacional de lo vivido resulta imborrable cuando llegamos al momento vital del balance.

No cabe engañarse en nombre de un idealismo retrospectivo. Durante los años setenta hubo muchas formas de ser joven y algunas fueron tan alicortas como las vivencias de quienes ahora disfrutan de una jubilación sin apenas memoria histórica. A pesar de esta evidencia, un sector considerable de la juventud española de los años setenta optó por una lucha colectiva que resultó decisiva para que la Transición, con sus limitaciones y contradicciones, fuera algo más que un lavado de cara de la dictadura. El precio fue caro, en algunos casos excesivo, pero el empeño colectivo mereció la pena.

Un repaso de las novedades bibliográficas de estos últimos años evidencia que algunos jóvenes de entonces andan ahora inmersos en otra tarea: contar lo sucedido cuando la dictadura parecía abocada a su desaparición, pero la democracia no terminaba de llegar. El objetivo es complejo, puesto que ese cambio se dio a distintas velocidades y hubo momentos, realmente singulares, donde lo nuevo ya era tan real como lo viejo. Todo dependía del ambiente en que te movieras y, por lo tanto, las conclusiones de unas vivencias nunca deben ser generalizadas.

El ámbito universitario fue pionero en aquel cambio desde mediados de los años cincuenta. Dos décadas después, el franquismo en las aulas todavía permanecía, pero como un anacronismo frente a la realidad de un alumnado que, en buena medida, había optado por el cambio, desde el compromiso político o la cotidianidad de unas costumbres que suponían el alumbramiento de una modernidad incompatible con la dictadura.

El problema es que lo normalizado en las aulas afrontaba serios problemas cuando chocaba con el núcleo duro del franquismo. Los cambios democratizadores en las fuerzas armadas y la judicatura resultaron extremadamente minoritarios hasta los ochenta y, por supuesto, estos sectores apenas apoyaron la democratización del país. El choque estaba servido y sus resultados fueron a menudo dramáticos para los jóvenes hartos de vivir en una Españas tan autoritaria como mediocre.



Protesta estudiantil años setenta. Agencia EFE

El movimiento estudiantil es uno de los vectores de la Transición, pero pagó un precio elevado por su apuesta democratizadora que, a veces, también fue revolucionaria, aunque solo fuera por mantener una ilusión plena cuando la realidad tanto negaba. Los choques entre los estudiantes y las fuerzas de orden público, con la complicidad de los ultras de la época, fueron constantes. El balance incluye muertos, heridos, detenidos, encarcelados y, sobre todo, jóvenes que vivieron al borde del abismo y no siempre consiguieron enderezar lo torcido entonces.

Esos estudiantes ahora andan jubilados en su mayoría y, fieles a su espíritu de entonces, no suelen ser ancianos dispuestos a pasear el perro como norte vital. Al contrario, son personas activas y comprometidas que desean mantener viva la memoria de una etapa donde muchos protagonistas todavía no han merecido un agradecimiento en nombre de la democracia. Ni siquiera un espacio para el recuerdo o la memoria.

Frente a esta cicatería de quienes ahora disfrutan de la democracia sin agradecerlo a quienes la trajeron, desde el anonimato a menudo, un grupo de antiguos estudiantes de la Universidad de Granada ha hecho piña para evocar aquel tiempo, 1968-1977, donde todo cambió a un ritmo vertiginoso.

Tanto es así que, entre los nacidos a finales de los cuarenta y quienes lo hicieron una década después, las vivencias no siempre coinciden. Apenas importa, pues el empeño colectivo fue el mismo y, gracias al libro coordinado por Isabel Alonso Dávila, ahora disponemos de un ramillete de aquellas vivencias donde el deseo de libertad solía conducir a las siniestras dependencias de la plaza de los Lobos granadina.

La lectura de estos recuerdos permite evocar la dureza de una dictadura dispuesta a reprimir cualquier disidencia hasta el último día. La supuesta flexibilidad del desarrollismo se tornó en violencia extrema cuando el régimen temió su final. El resultado fue una represión de difícil comprensión para quienes no vivieron aquellos primeros años setenta. Conviene recordarla sin eufemismos y con el dramatismo que a menudo supuso para quienes la padecieron. La tarea, tan necesaria, cuaja en un libro que debiera promover otros similares en distintos campus.

Todavía estamos a tiempo de escribirlos y, por lo pronto, de leerlos con el orgullo de haber contribuido a dar un paso adelante cuando tantos otros coetáneos vieron los toros desde la barrera. Así lo han entendido los impulsores de esta excelente iniciativa y pronto tendremos la oportunidad de presentar el resultado en la Universidad de Alicante con la presencia de Isabel Alonso Dávila, la coordinadora de un volumen de recomendable lectura para quienes hacemos uso de la memoria y todavía mantenemos aquel espíritu generacional que tanto nos marcó.

El libro se puede adquirir en:

https://editorial.ugr.es/libro/plaza-de-los-lobos-1968-1977_139473/


lunes, 3 de febrero de 2025

Mucho ruido y pocas nueces (1993). Historia del teatro del Siglo de Oro (2)


 

William Shakespeare, aparte de ser un clásico imprescindible, es un riguroso coetáneo del teatro que estudiamos en nuestra asignatura dedicada al Siglo de Oro. La coincidencia cronológica con Lope de Vega se extiende a unas concepciones de la autoría teatral que, no siendo coincidentes, tampoco son lejanas y hasta permiten hablar en ocasiones de «un aire de familia» común entre ambas trayectorias creativas.

A diferencia de lo que ha sucedido con Lope de Vega o Calderón de la Barca, el cine ha utilizado a menudo los textos de William Shakespeare para llevar a cabo adaptaciones cinematográficas. Son muchas las destacadas entre una amplia filmografía, pero si hemos elegido Much Ado About Nothing (1993), de Kenneth Branagh, para la primera proyección del curso es por cuatro razones fundamentalmente:

1)      La comedia original de William Shakespeare, escrita entre 1598-1599, nos habla del amor y el daño que los malentendidos o la traición pueden causar. Ambos temas, especialmente el primero, lo encontraremos como una constante en la producción de Lope de Vega, que también cantó con verdadero entusiasmo lírico las excelencias de un sentimiento que conoció a la perfección.

 2)      Al margen de las cuestiones históricas relacionadas con la ambientación en la Sicilia bajo el dominio de la Corona de Aragón, la adaptación cinematográfica hace prevalecer el sentido del espectáculo para exaltar la alegría de vivir y amar. La belleza del paisaje veraniego de la Toscana, la propia belleza de los intérpretes, la vitalidad que desprenden todas las escenas, la defensa del amor como sentimiento o pasión que supera cualquier obstáculo, el humor de varios personajes, la excelente banda sonora… todo contribuye a crear un espectáculo de una fuerte impronta visual donde casi desaparece el siglo XVI para reconciliarnos con nuestro propio presente. Y, recordemos lo ya explicado en clase, el teatro, con independencia de la fecha del texto original, siempre debe representarse en presente para un público que no está obligado a conocer el origen histórico del texto original. Lo mismo cabe decir de las adaptaciones cinematográficas de obras teatrales.

 3)      Kenneth Branagh ya tenía una amplia y brillante trayectoria en relación con las obras de William Shakespeare. En esta ocasión, alcanzó un éxito popular compatible con unas críticas elogiosas. La película cuenta con un reparto de grandes intérpretes de aquellos años, marcó época en el campo de las adaptaciones de textos clásicos y demostró que era posible dirigirse al gran público sin menoscabo del interés cinematográfico o teatral.

 4)      La segunda proyección que veremos es El perro del hortelano (1996), de Pilar Miró, basada en la homónima obra de Lope de Vega. La directora española quedó fascinada ante la película de su colega inglés y su propuesta, con resultados igualmente espléndidos, fue seguir el modelo utilizando en esta ocasión un texto original de Lope de Vega para demostrar que podía estar a la altura de William Shakespeare. Por lo tanto, no cabe analizar el citado título sin tener en cuenta su antecedente inmediato y expresamente confesado por la propia directora. De hecho, el trabajo propuesto para realizar en clase versará sobre los paralelismos entre ambas películas.

El teatro español del Siglo de Oro es heterogéneo porque sus propuestas son tan numerosas como diferenciadas. No obstante, si pensamos en las mismas, al menos en una selección de ellas con la categoría de verdaderos clásicos, encontramos la oportunidad de verlas cercanas, capaces de interesarnos desde nuestra perspectiva contemporánea y, sobre todo, de hacernos disfrutar como espectadores.

Este objetivo, el disfrute gracias al teatro clásico, va a ser una constante de la asignatura. Para tenerlo presente desde el principio, la película de Kenneth Branagh es un generoso anticipo de ese disfrute. En esta ocasión, lo alcanzamos gracias a unas escenas repletas de belleza, alegría y vitalidad cuyo elemento común es la exaltación de un amor elevado a la categoría de ideal y, por lo tanto, idealizado.

Así lo reconocemos, pero lo aceptamos con agrado porque no se trata de un teatro realista con voluntad de documentar experiencias concretas y lo mostrado en la escena o la pantalla se convierte en una referencia motivadora que responde al movere estudiado en el tema I de los apuntes. Si salimos de la proyección con una sonrisa y un buen recuerdo, con el deseo de acercarnos a esa experiencia ideal del amor, ya hemos empezado a comprender lo mejor que nos puede aportar el conocimiento del teatro del Siglo de Oro.



La película está en varias plataformas, pero para quienes quieran verla a través de You Tube, con los problemas que habitualmente supone esta posibilidad, aquí aparece el enlace:



Para el correcto seguimiento de las clases sería conveniente la consulta de la edición bilingüe de la obra de William Shakespeare a cargo de John D. Sanderson (Alicante, Universidad de Alicante, 1997).

sábado, 1 de febrero de 2025

Jorge Campos y los campos de concentración

 


Jorge Campos

Jorge Campos, un escritor y ensayista de cuyos libros sobre literatura española tanto aprendí al igual que muchos de mis colegas, era en realidad Jorge Renales Fernández (1916-1983). Con ese nombre hizo la guerra junto con los republicanos, la perdió y entró en los campos de concentración de Los Almendros y Albatera. Por suerte o razones que se me escapan, pronto pudo salir del segundo y no fue procesado en un sumarísimo de urgencia cuando tantos correligionarios suyos corrieron esa dramática suerte.

La trayectoria de Jorge Campos forma parte del exilio interior que, con un trabajo siempre precario y propio del pluriempleo, se abrió paso en el mundo de las letras durante el franquismo. Las iniciativas relacionadas con las revistas y las editoriales, aquellas que muestran un mayor grado de aperturismo o inquietud, casi siempre vienen respaldadas por impulsores con un pasado similar al de Jorge Campos, que trabajó hasta el último momento y a pesar de la ceguera padecida por culpa de la diabetes.

En 1985, cuando era un joven profesor en la Universidad de Alicante, compré una edición modesta que recuerdo por el impacto que me causó. Su autor, Jorge Campos, ya había fallecido y a título póstumo apareció el volumen Cuentos sobre Alicante y Albatera, publicado con una correcta sobriedad por Anthropos.

Aquellos breves cuentos, escritos cuando el autor ya estaba ciego a partir de notas tomadas durante la dramática experiencia en los campos de concentración, me descubrieron una realidad solo conocida gracias a las obras de Max Aub, que todavía circulaban con alguna dificultad por entonces.

Desde esa lejana fecha, cada vez que oigo hablar de lo vivido cerca del puerto de Alicante cuando finalizó la guerra o del tremendo padecer en el campo de Albatera, recuerdo los cuentos de Jorge Campos. Periodistas como Eduardo de Guzmán y Manuel Navarro Ballesteros pasaron por allí y en sus sumarios, analizados en Las armas contra las letras (2023), queda constancia.

Aquella edición publicada hace cuarenta años es una reliquia de mi biblioteca y, cuando sus páginas amarillean, me llega otra nueva mucho más hermosa y cuidada. La ha publicado la editorial valenciana Media Vaca con las ilustraciones de mi amigo Pablo Auladell, que ya cuenta con una larga y premiada trayectoria en el campo de la ilustración donde figuran varios trabajos sobre obras literarias.



Pablo Auladell

La edición habría sido el sueño de Jorge Campos por lo cuidado del texto, la aportación de semblanzas como la de su amigo Ricardo Blasco y el testimonio de sus propios familiares, que en conversación con Pablo Auladell transmiten las circunstancias en que aparecieron unos cuentos dispuestos a desvelar una realidad que, a la altura de los años ochenta, todavía permanecía oculta para la inmensa mayoría de los lectores.

También la habría soñado Jorge Campos porque las ilustraciones nos trasladan el drama de una experiencia que permaneció ajena a la fotografía. Los represores franquistas tuvieron un especial interés en la ausencia de imágenes que documentaran aquella barbarie. Lo consiguieron en buena medida, pero numerosos dibujantes encabezados por José Robledano fueron dejando testimonio gráfico de la miseria, el miedo y la derrota de los republicanos que padecieron el paso por las cárceles y los campos de concentración.

A esta nómina de artistas ahora se suma un nieto de aquella generación, que lee con atención y dibuja con la sensibilidad de quien ha activado su imaginario gracias a testimonios como el de Jorge Campos. Esta confluencia y una editorial como Media Vaca, dispuesta a apostar fuerte, han permitido que aquellos cuentos capaces de sorprender por evocar una realidad ocultada e imprevista ahora tengan una nueva y confortable vida. Solo cabe que los lectores aprecien este regalo capaz de emocionar a quienes apostamos por mantener viva la memoria de la barbarie vivida durante la posguerra.


jueves, 30 de enero de 2025

Lope de Vega vs. Miguel de Cervantes. H.ª del teatro del Siglo de Oro (1)


 Lope de Vega

El conocimiento de los autores siempre ayuda a entender sus obras literarias o teatrales. Esta obviedad nos conduce a la necesidad de familiarizarnos con quienes son los creadores de las comedias que vamos a estudiar a lo largo del cuatrimestre en la asignatura Historia del Teatro del Siglo de Oro: Miguel de Cervantes, Lope de Vega y Calderón de la Barca.

La bibliografía sobre los tres clásicos es inmensa. Ni siquiera reduciéndola a lo más fundamental, la podemos abarcar en un marco temporal tan estrecho, apenas tres meses, para estudiar un total de seis comedias. Por esta razón conviene acudir a documentales o películas que, con el debido rigor, recrean las trayectorias biográficas de los autores citados.

https://www.youtube.com/watch?v=jfv975wJXDM

(Cervantes contra Lope también se puede consultar a través de RTVE Play).

El primer ejemplo seleccionado es Cervantes contra Lope (2016), un largometraje de 87’ dirigido por Manuel Huerga que cuenta con las excelentes interpretaciones de Emilio Gutiérrez Caba en el papel del autor del Quijote y José Coronado en el de Lope de Vega.

El Siglo de Oro, como tantos otros períodos, estuvo repleto de rencillas en el mundo literario, que por entonces era bastante reducido y propicio para que las cuestiones personales acabaran tomando un destacado protagonismo. Manuel Huerga se centra en las polémicas relaciones entre dos individuos tan diferenciados como eran Cervantes y Lope. Lo comprobamos a través del largometraje y, desde nuestra perspectiva, lo fundamental es comprobar hasta qué punto esos diferentes temperamentos que pasaron de la amistad al enfrentamiento se trasladaron a las respectivas obras.

El enfrentamiento entre Cervantes y Lope no solo fue una cuestión personal, sino que también tuvo su traslado al ámbito creativo, especialmente a un teatro donde ambos encarnan posturas contrapuestas. Más adelante, ya en clase, las analizaremos como hito de un debate que se repite en otras épocas de la historia teatral, pero conviene que ahora conozcamos a sus protagonistas para luego entender hasta qué punto su debate teatral tiene una correspondencia con sus trayectorias biográficas.




El segundo ejemplo seleccionado es Buscando a Cervantes (2016), 47’, de Francesc Escribano, realizado para La Sexta con motivo del cuarto centenario del fallecimiento del autor. A diferencia de Lope, que nunca cesó de contarse a sí mismo llegando a extremos propios del exhibicionismo, Cervantes fue un ejemplo de discreción que dejó en penumbra aspectos importantes de su trayectoria. Los historiadores han luchado contra esta falta de testimonios y, tras realizar trabajos exhaustivos, ya contamos con varias biografías que nos permiten conocer al autor, aunque siempre con interrogantes y zonas donde las hipótesis resultan imprescindibles.

El documental nos lleva, de la mano del actor Alberto San Juan, a buscar las claves para entender a Cervantes. Y, en buena medida, lo conseguimos gracias a las entrevistas con varios autores y ensayistas (Jordi Gracia, Francisco Rico, Manuel Gutiérrez Aragón…) que le conocen muy bien y nos aportan datos fundamentales para hacernos una idea precisa acerca de la trayectoria del autor del Quijote.

Veamos, por lo tanto, estos dos documentales, retengamos los rasgos fundamentales de ambos autores como individuos anotándolos en nuestros apuntes y, más adelante, tendremos la oportunidad de confrontarlos con lo analizado en sus obras y en el debate establecido entre ambos a principios del siglo XVII, cuando Lope se convirtió en el comediógrafo de referencia de los escenarios, mientras Cervantes quedó marginado. Curiosamente, el tiempo ha trastocado esta suerte. Ahora, el propio Cervantes -más como individuo que como dramaturgo- goza de una preeminente atención en los escenarios, aunque sin menoscabo de la atención siempre prestada a las obras de Lope.

Si te interesa el tema y dispones de tiempo para completar la información, también puedes ver el documental Vidas cruzadas: Cervantes contra Lope (2015) disponible en You Tube:

Los apuntes de la asignatura los puedes consultar en el Repositorio de la Universidad de Alicante:

http://hdl.handle.net/10045/151562

En la biblioteca de la Universidad de Alicante podéis consultar, preferentemente, los siguientes títulos sobre ambas biografías:

-          Andrés Trapiello, Las vidas de Miguel de Cervantes (2001).

-     José Manuel Lucía Megías, La juventud de Miguel de Cervantes (2016); La madurez de Miguel de Cervantes (2016) y La plenitud de Miguel de Cervantes (2019).

-          Jordi Gracia, Miguel de Cervantes: la conquista de la ironía (2016).

-          Ignacio Arellano, Vida y obra de Lope de Vega (2011).

-          Antonio Sánchez Jiménez, Lope de Vega: el verso y la vida (2018).

-          Felipe Pedraza Jiménez, Lope de Vega: vida y literatura (2008).


domingo, 26 de enero de 2025

Martes de Carnaval y adulterios en los sumarísimos de urgencia


 Ramón M.ª del Valle-Inclán

Los sumarios de los consejos de guerra, como cualquier situación extrema, testimonian lo mejor y lo peor de la condición humana. Desde la solidaridad y el agradecimiento hasta la voluntad de venganza y exterminio del considerado como enemigo. El historiador debe tener la sensibilidad encallecida, afrontar con cierto distanciamiento esta evidencia y tratar de comprender los comportamientos sin necesidad de justificarlos.

Al terminar la guerra, los vencedores alentaron la denuncia o la delación para perseguir a los derrotados. Este recurso quedó institucionalizado hasta el punto de existir formularios para facilitar la tarea de quienes decidían acusar a un vecino, un compañero de trabajo o cualquier persona de la que tuviera sospechas, aunque no las pudiera probar. El riesgo para el denunciante era nulo y, por supuesto, cabía pensar en beneficios, que a veces pasaban por el disimulo del pasado de la persona dispuesta a denunciar para que nadie indagara acerca de sus propios hechos.

La venganza está muy presente en estas cartas de denuncia o en los formularios para sustanciar el mismo objetivo. Se supone que así es por razones políticas o ideológicas, pero a menudo también aparecen otras menos decorosas que no excluyen el propósito de apropiarse de los bienes del denunciado.

De acuerdo con la mentalidad imperante en la época, entre estos bienes está la mujer del prójimo, que bien podía ser un «rojo peligroso» digno de ser encarcelado y así desaparecer como obstáculo. A lo largo de los dos primeros volúmenes ya he encontrado varios ejemplos donde un vencedor, enamorado o encaprichado, trata de resolver un «asunto de faldas» mediante la denuncia del rival.

Los instructores de los sumarios evitan preguntar en estos casos y aparentan no darse por enterados, aunque dudo que así fuera en realidad. Un juzgado militar no era el sitio adecuado donde afrontar semejantes conflictos, pero los mismos subyacen en algunas declaraciones interesadas cuya motivación solo la podemos captar a partir de detalles, datos, incoherencias y errores de quienes, como denunciantes, no solían hilar fino.

En este contexto, el caso del periodista y capitán Francisco Anaya Ruiz, el letrista del himno republicano compuesto en 1931 junto con su hermana Adela, llega a los extremos de lo risible si no fuera por el dramatismo del momento. El dos veces detenido en Madrid durante la guerra tenía en la calle Ramón de la Cruz un vecino y amigo dispuesto a aprovechar la situación. El individuo en cuestión, desesperado al ver que su rival salía de la cárcel y no era perseguido por los vencedores, le denunció como republicano en reiteradas ocasiones recurriendo a diversos nombres y hasta suplantando a compañeros del denunciado.

La historia de estas denuncias, que llegaron a desesperar al auditor de guerra, se prolongó durante varios años hasta que, gracias a la sirvienta del denunciante, el denunciado supo que el vecino andaba con su esposa en una casa de «mala nota» sita en la calle de Alcalá. Allá iría el capitán en compañía de la policía y la denunció por adúltera, mientras que el galán salía indemne como era costumbre en la época.

El resultado del posterior juicio por adulterio lo desconocemos, pero en el juzgado militar debió declarar el encaprichado con una mujer de cuarenta y tres años. El soldado que rellenó la ficha del declarante, en el apartado de la edad, escribió a máquina que era «mayor de edad». Alguien, espantado ante lo visto o con sentido de humor, añadió a mano que el teniente coronel que denunciaba al capitán para quedarse con su esposa tenía ochenta y un años.

El anciano entusiasta negó los hechos con la firmeza de un partícipe del Glorioso Movimiento Nacional y debemos concederle la presunción de inocencia. Incluso es posible que su único deseo fuera librar a la esposa de un capitán que, en realidad, era un sujeto de cuidado. Vete a saber. Lo único evidente es que esta historia, digna de la pluma de un literato, revela lo que también se escondía en estos sumarios: una insoportable sensación de mediocridad como la otra cara de la Victoria obtenida por los «martes de carnaval» que Valle-Inclán sometiera a la mirada del esperpento.

Por cierto, el denunciante de estilo ampuloso tenía la letra temblorosa y, como galán, cuesta imaginarlo.


miércoles, 22 de enero de 2025

El himno republicano de los hermanos Anaya Ruiz


 

Un día de gloria y fama no define toda una vida. Los hermanos Adela y Francisco Anaya Ruiz lo tuvieron el 24 de mayo de 1931, cuando en la plaza de toros de Las Ventas el Ayuntamiento de Madrid organizó un acto cuya recaudación, unas treinta mil pesetas, se destinó a combatir los efectos del paro. El ambiente era de entusiasmo primaveral por la República recién estrenada y miles de ciudadanos acudieron a la llamada de los munícipes con el aliciente del estreno de un himno dedicado al nuevo régimen. El debate sobre el mismo estaba en el aire tras desechar la Marcha Real por la necesidad de un punto y aparte. Unos abogaban por La Marsellesa como sustituta, pero resultaba demasiado francesa. Otros, más radicales, preferían La Internacional sin preocuparse del necesario consenso. Y, a la espera de que Rafael del Riego volviera a estar de actualidad por una sintonía pegadiza, hubo quienes aprovecharon la oportunidad para salir a la palestra con una propuesta novedosa. Los citados hermanos tenían antecedentes de colaboración en las lides artísticas, como cuando estrenaron en 1927 la zarzuela La Tirolesa, el 28 de abril dieron a conocer el himno con una modesta agrupación musical en el café Atocha y ese día de mayo lo difundieron a lo grande con la ayuda de numerosos músicos bajo la batuta de la propia Adela Anaya Ruiz.




Las imágenes del multitudinario acto se han conservado gracias a un noticiero cinematográfico de Estados Unidos que se interesó por la naciente república. La compositora, una mujer morena de treinta y dos años, aparece abanderada en el centro de la plaza de toros, saluda al respetable con orgullo republicano y, a continuación, dirige a los músicos y los coros que interpretan su propio himno. La  letra, poco afortunada, era de su hermano Francisco, un militar en la reserva desde el 28 de enero de 1925 con inquietudes literarias y periodísticas. Hasta históricas, pues Francisco Anaya Ruiz publicó volúmenes sobre las cruzadas de las Navas de Tolosa y Gonzalo de Córdoba, este último prologado en 1915 por el general Miguel Primo de Rivera. El detalle pasó desapercibido al público entusiasta y a la prensa republicana, que pronto olvidó al letrista empeñado en el «unánime clamor» para que con «talento y ardor» se formara «una España grande» donde nunca se extinguiera «la sagrada libertad». Lo oportuno era resaltar la figura de una mujer como autora y al frente de la orquesta. Su fotografía pasó a ser una de las imágenes icónicas de la joven República que prometía un tiempo de libertad y progreso donde las émulas de Victoria Kent o Clara Campoamor alcanzarían un protagonismo tan destacado como fugaz.




El problema, a efectos de la memoria, es que la vida no termina justo cuando llega el momento de la gloria y la fama. Adela Anaya Ruiz apareció como figura emergente en varias publicaciones periódicas, pero la frescura de la II República se agostó por culpa de quienes conspiraron contra ella desde su proclamación. La guerra terminó de borrar las huellas de los hermanos que en 1931 compusieron un himno olvidado por todos, salvo por quienes en la Victoria no estaban dispuestos a perdonar el pasado republicano. En aquel Madrid sitiado el «clamor» distaba de ser unánime, el «talento» para muchos era un medio con el que buscarse la vida al margen de quienes hacían alardes de «ardor» y «la sagrada libertad» apenas importaba cuando se trataba de comer y aguantar el tipo. El militar retirado Francisco Anaya Ruiz fue un buscavidas cuya ética contrastaría con la letra de cualquier himno y su hermana, ante la imposibilidad de poner música a esa oscuridad del trapicheo, terminó como cómplice de su hermano en historias nunca aclaradas, pero turbias.

Ahora, cuando por fortuna tanto se reivindica el papel de las mujeres en cualquier circunstancia histórica, la icónica Adela Anaya Ruiz de 1931 aparece como una de las pioneras de la SGAE o una «voz silenciada de la Edad de Plata». Incluso se la ha relacionado con las «sinsombrero» en un comprensible afán de sumar protagonistas a un movimiento imprescindible para comprender aquella época. La historia, sin embargo, fue bien distinta. Tras huir de Madrid en julio de 1937 y en compañía de su sobrino de dos años, Adela acabó detenida durante tres meses en París y, hasta donde podemos saber, fue la cómplice de su hermano en oscuros negocios para la importación de víveres destinados a personas pudientes de aquel Madrid donde tantas privaciones eran habituales. El empeño del buscavidas se complicó con la aparición de un cheque de mil dólares que, junto con otras actividades ilícitas, despertaron las sospechas de los servicios de información republicanos (AHN, FC-Causa General, 148, exp. 1). El resultado fue la detención de una banda de treinta y siete personas a finales de diciembre de 1938. El motivo no era la política, sino la ocultación de alhajas, oro y otros efectos. La fortuna los acompañó, pues el final de la guerra impidió su procesamiento.

El 19 de abril de 1939, el capitán retirado Francisco Anaya Ruiz ya estaba colaborando con los vencedores en la Censura Militar de Comunicaciones y provisto de un pasado de mártir por la Causa. Adela volvió a Madrid ese mismo mes tras pasar por las comisarías de San Juan de Luz y, probablemente, San Sebastián. Su objetivo era ponerse al servicio del Glorioso Movimiento Nacional, con el que ambos hermanos dijeron estar identificados desde el primer momento. La fe de los conversos probablemente fuera tan falsa y oportunista como el entusiasmo republicano de 1931. Los vencedores nunca pecaron de ingenuos, dudaron del «ardor» fascista de ambos hermanos y, en un clima de delaciones con las más oscuras intenciones, les sometieron a diligencias previas, un consejo de guerra y un procedimiento gubernativo (AGHD, 10537 y 15438).

La historia se saldó sin mayores consecuencias penales porque prevaleció la evidencia de que el capitán retirado no colaboró con «las hordas marxistas». No obstante, por el camino quedó destrozado el pasado de aquellos hermanos que en 1931 compusieron un himno republicano en homenaje a Fermín Galán y Ángel García Hernández. La historia se repite con otros muchos protagonistas de aquellos años convulsos y nos recuerda una obviedad: la brillantez de un momento no debe extrapolarse a toda una vida. El rigor metodológico y el trabajo concienzudo son la norma para el historiador universitario, aunque el resultado de sumergirse en una documentación compleja sea descubrir el trasfondo de quien protagonizó una imagen icónica de un movimiento con el que simpatiza.

El análisis completo de la documentación citada aparecerá en el tercer volumen de la trilogía dedicada a los consejos de guerra contra periodistas y escritores durante el período 1939-1945.

domingo, 19 de enero de 2025

Lola Gaos, la firmeza de una actriz

 


Lola Gaos (1921-1993)

Algunos rostros son difíciles de olvidar y nunca pasan desapercibidos, Hace muchos años, allá por las postrimerías del franquismo, me crucé por la calle con Lola Gaos, que estaba en Alicante cerca del Teatro Principal. La conocía gracias a la televisión, donde protagonizó tantos espacios dramáticos, y alguna película aislada, justo en la época del gran éxito con Furtivos (1975), de José Luis Borau.

Su fugaz presencia me impactó. Aquella mujer delgada y morena, con el pelo recogido y el rostro endurecido, era la antítesis de la mayoría de las actrices españolas coetáneas. Y no solo por su aspecto físico, que tan determinante resultaría en su trayectoria profesional, sino también por una serie de posicionamientos que la convirtieron en referente de una profesión capaz de contribuir al cambio político de aquella España.

Al poco tiempo, durante la Transición, supe de su compromiso con las más diversas causas, desde el feminismo hasta el antifranquismo pasando por una voluntad férrea de hacer valer sus derechos como actriz. Me llamaba la atención su omnipresencia en tantos actos reivindicativos, incluso su generosidad con unas causas que solo podían acarrearle problemas profesionales. Y de otro tipo.

Apenas le importaría. La valenciana Lola Gaos era una actriz plenamente consciente de sus obligaciones como profesional, pero en aquellos momentos prevalecía la voluntad de participar en un cambio político esperado durante décadas. Las razones de esa actitud las ignoraba o las suponía comunes con tanta gente que vivió intensamente unos años decisivos para la consolidación de la democracia en España.

De la misma manera que fui viendo sus películas en un orden caótico, hasta el punto de disfrutar con Viridiana (1961), de Luis Buñuel, veinte años después de su rodaje, también até cabos sueltos de una biografía con un pasado tan intenso como olvidado a la fuerza. Era la de una niña que nació en una familia numerosa donde las trayectorias dignas de un relato se entrecruzan.

Los Gaos, de Valencia, forman una familia digna de estudio. Así lo entendió Margarita Ibáñez Tarín hace unos años y nos dejó un imprescindible libro sobre el sueño republicano de los Gaos. Ahora, como culminación de esa tarea, focaliza su mirada en la hermana pequeña: Lola, que acabó siendo actriz tras una serie de titubeos.

Muchos de esos titubeos, o las dudas, están relacionados con la difícil situación en que quedó una familia derrotada tras haber vivido años de esplendor. El repaso de lo sucedido con su padre y hermanos da para una tragedia colectiva. Lola nunca lo olvidó, pero buscó alternativas en un Madrid donde era difícil triunfar siendo un vencido incapaz de abjurar.

Lola Gaos debió luchar a brazo partido para abrirse camino contra esa marginación y convencer a los directores de que no era preciso ser una mujer guapa o espectacular para tener la capacidad de imantar la atención del público. Película a película, casi siempre en papeles secundarios, lo demostró y logró unos apreciables niveles de popularidad y respecto profesional sin ceder en su legendaria firmeza.

La determinación de la actriz le pasó factura. A veces con situaciones lamentables y, al final, con un silencio prolongado hasta el presente y solo interrumpido por quienes observan con atención el trabajo de los intérpretes de reparto. Ahí brillaba con personalidad propia una Lola Gaos siempre apreciada por los directores, buena profesional y dura a la hora de exigir el respeto a sus derechos.

Margarita Ibáñez Tarín nos alumbra en su nuevo libro la biografía de esta luchadora de unos Gaos siempre dispuestos a batallar en pro de sus ideales. Lo hace con documentación y rigor, también con la sencillez de un libro de agradable lectura, pero sobre todo con la voluntad de testimoniar el paso por la vida de esa mujer capaz de impactar a un joven. Al igual que tanta gente que la respetó y luego, por desgracia, la olvidó porque este país es ingrato con sus intérpretes.

Marga Ibáñez Tarín viene con su libro a solucionar ese olvido y el próximo miércoles 22 de enero tendremos la oportunidad de charlar con ella en la librería 80 Mundos, de Alicante. Hablaremos de los Gaos, pero sobre todo de una Lola que parecía un sarmiento y mostró la firmeza de lo bien asentado en la tierra.

 


La presentación fue un éxito y merece la pena tener un recuerdo de la misma: