La juventud es capaz de
marcar toda una vida por ser una época de cambios y definición a la búsqueda de
un futuro. Si, además, esos años de plenitud y empuje coinciden con una etapa
histórica de transición, el recuerdo generacional de lo vivido resulta
imborrable cuando llegamos al momento vital del balance.
No cabe engañarse en
nombre de un idealismo retrospectivo. Durante los años setenta hubo muchas
formas de ser joven y algunas fueron tan alicortas como las vivencias de
quienes ahora disfrutan de una jubilación sin apenas memoria histórica. A pesar
de esta evidencia, un sector considerable de la juventud española de los años
setenta optó por una lucha colectiva que resultó decisiva para que la
Transición, con sus limitaciones y contradicciones, fuera algo más que un
lavado de cara de la dictadura. El precio fue caro, en algunos casos excesivo,
pero el empeño colectivo mereció la pena.
Un repaso de las
novedades bibliográficas de estos últimos años evidencia que algunos jóvenes de
entonces andan ahora inmersos en otra tarea: contar lo sucedido cuando la
dictadura parecía abocada a su desaparición, pero la democracia no terminaba de
llegar. El objetivo es complejo, puesto que ese cambio se dio a distintas
velocidades y hubo momentos, realmente singulares, donde lo nuevo ya era tan
real como lo viejo. Todo dependía del ambiente en que te movieras y, por lo
tanto, las conclusiones de unas vivencias nunca deben ser generalizadas.
El ámbito universitario
fue pionero en aquel cambio desde mediados de los años cincuenta. Dos décadas
después, el franquismo en las aulas todavía permanecía, pero como un
anacronismo frente a la realidad de un alumnado que, en buena medida, había
optado por el cambio, desde el compromiso político o la cotidianidad de unas
costumbres que suponían el alumbramiento de una modernidad incompatible con la
dictadura.
El problema es que lo
normalizado en las aulas afrontaba serios problemas cuando chocaba con el
núcleo duro del franquismo. Los cambios democratizadores en las fuerzas armadas
y la judicatura resultaron extremadamente minoritarios hasta los ochenta y, por
supuesto, estos sectores apenas apoyaron la democratización del país. El choque
estaba servido y sus resultados fueron a menudo dramáticos para los jóvenes
hartos de vivir en una Españas tan autoritaria como mediocre.
El movimiento estudiantil
es uno de los vectores de la Transición, pero pagó un precio elevado por su
apuesta democratizadora que, a veces, también fue revolucionaria, aunque solo
fuera por mantener una ilusión plena cuando la realidad tanto negaba. Los
choques entre los estudiantes y las fuerzas de orden público, con la
complicidad de los ultras de la época, fueron constantes. El balance incluye
muertos, heridos, detenidos, encarcelados y, sobre todo, jóvenes que vivieron
al borde del abismo y no siempre consiguieron enderezar lo torcido entonces.
Esos estudiantes ahora
andan jubilados en su mayoría y, fieles a su espíritu de entonces, no suelen
ser ancianos dispuestos a pasear el perro como norte vital. Al contrario, son
personas activas y comprometidas que desean mantener viva la memoria de una
etapa donde muchos protagonistas todavía no han merecido un agradecimiento en
nombre de la democracia. Ni siquiera un espacio para el recuerdo o la memoria.
Frente a esta cicatería
de quienes ahora disfrutan de la democracia sin agradecerlo a quienes la
trajeron, desde el anonimato a menudo, un grupo de antiguos estudiantes de la
Universidad de Granada ha hecho piña para evocar aquel tiempo, 1968-1977, donde
todo cambió a un ritmo vertiginoso.
Tanto es así que, entre
los nacidos a finales de los cuarenta y quienes lo hicieron una década después,
las vivencias no siempre coinciden. Apenas importa, pues el empeño colectivo
fue el mismo y, gracias al libro coordinado por Isabel Alonso Dávila, ahora
disponemos de un ramillete de aquellas vivencias donde el deseo de libertad solía
conducir a las siniestras dependencias de la plaza de los Lobos granadina.
La lectura de estos
recuerdos permite evocar la dureza de una dictadura dispuesta a reprimir
cualquier disidencia hasta el último día. La supuesta flexibilidad del
desarrollismo se tornó en violencia extrema cuando el régimen temió su final.
El resultado fue una represión de difícil comprensión para quienes no vivieron
aquellos primeros años setenta. Conviene recordarla sin eufemismos y con el
dramatismo que a menudo supuso para quienes la padecieron. La tarea, tan
necesaria, cuaja en un libro que debiera promover otros similares en distintos
campus.
Todavía estamos a tiempo
de escribirlos y, por lo pronto, de leerlos con el orgullo de haber contribuido
a dar un paso adelante cuando tantos otros coetáneos vieron los toros desde la
barrera. Así lo han entendido los impulsores de esta excelente iniciativa y
pronto tendremos la oportunidad de presentar el resultado en la Universidad de
Alicante con la presencia de Isabel Alonso Dávila, la coordinadora de un
volumen de recomendable lectura para quienes hacemos uso de la memoria y
todavía mantenemos aquel espíritu generacional que tanto nos marcó.
El libro se puede adquirir en:
https://editorial.ugr.es/libro/plaza-de-los-lobos-1968-1977_139473/