Las buenas noticias deben
ser celebradas. Cuando redacto estas líneas, acabo de saber que Ni
una, ni grande ni libre, de Nicolás Sesma, acaba de sacar su cuarta edición
gracias, fundamentalmente, al boca a boca de los lectores interesados por la
reciente historia de España. Yo he tenido la suerte de ser uno de ellos, cuando la tercera edición era el fruto de unas valoraciones
positivas que me habían llegado por diferentes vías. Tenían razón sus autores
y, tras finalizar el curso, he podido dedicar unos días a enfrascarme en un
grueso volumen cuya lectura es apasionante para quien quiera conocer la
historia del franquismo.
Ni una, ni grande ni
libre cuenta con reseñas en la prensa y vídeos de
presentación en el catálogo de You Tube. Poco o nada puedo añadir a lo dicho
por plumas más autorizadas que la mía en estas materias. El libro está llamado
a perdurar hasta convertirse en una referencia inexcusable para el conocimiento
de la dictadura y, estoy seguro, a partir del próximo curso aparecerá en los
programas de lecturas de numerosas asignaturas universitarias, al menos en las
universidades públicas.
Solo quiero dar gracias
al autor. Desde hace bastantes años, publico libros dedicados a temas
relacionados con la cultura del periodo franquista. Incluso he llegado a
escribir, en Cuéntame cómo pasó. Imágenes y reflexiones de una cotidianidad
(1958-1975), acerca de mi experiencia como niño o adolescente durante el
tardofranquismo. La metodología es deudora de la microhistoria y tiendo a
acotar una materia concreta para, en el mejor de los casos, obtener de su
análisis unas conclusiones que por analogía sirvan de cara al conocimiento de
una parcela más amplia. La tarea me obliga a andar con la cabeza agachada y
provisto de una lupa atenta al mínimo detalle. Aunque nunca olvido el contexto,
una obligación del historiador, un libro como el de Nicolás Sesma me ha
permitido levantar la cabeza y tener conciencia de las verdaderas dimensiones
del franquismo. Solo cabe agradecerlo.
Y aprender, pues por
muchos años que llevemos dedicados al estudio de la dictadura siempre
encontraremos en una aportación tan significativa parcelas desconocidas o
minusvaloradas. Así ha ocurrido con los capítulos dedicados a la política exterior
del franquismo, que son fundamentales para entender su continuidad a lo largo
de cuarenta años y en buena medida desconocía. Un nuevo motivo de
agradecimiento.
Después de haber
publicado más de treinta libros, soy consciente del esfuerzo que supone la
preparación de uno de temática tan amplia como la afrontada por Nicolás
Sesma, con quien ahora preparo un volumen colectivo dedicado a los mecanismos
de la represión durante la dictadura bajo la coordinación de Sergio Calvo
Romero y Ana Asión Suñer. Hoy mismo, en El País, nuestro común amigo
Jordi Amat escribe que Nicolás Sesma parece haberlo leído todo. Razón tiene a
la vista de la bibliografía consultada para la elaboración de Ni una, ni
grande ni libre, una tarea que desborda la capacidad del lector más empedernido
y contrasta con el adanismo intelectual, o la soberbia, de algunos ensayistas al
servicio del revisionismo.
Gracias a Nicolás Sesma,
he anotado futuras líneas de trabajo y la correspondiente bibliografía. La
historia es una tarea colectiva donde debiera prevalecer la colaboración. Yo
mismo también le he indicado lecturas que permitirían matizar o completar
algunos párrafos de su libro. A diferencia de quienes se sienten criticados cuando
alguien les sugiere una lectura, la respuesta de Nicolás Sesma ha pasado por el
agradecimiento y la colaboración con la voluntad de aprender mutuamente. El
dato prueba que estamos ante un profesional de la historia y, sobre todo, ante
alguien a quien el éxito no le ha conducido por los caminos de la soberbia como
tan a menudo sucede.
Ya cerca de la
jubilación, encontrar a un colega con un presente brillante y un futuro
prometedor es una excelente noticia y, como decía al principio, la celebro.
También porque me permite aprender de una voz generacional diferente a la mía.
Cuando escribo sobre la cultura franquista trabajo como historiador con
documentos y bibliografía, pero cuento asimismo con mi experiencia personal que
tanto matiza cualquier conclusión. La circunstancia puede enriquecer el
análisis o empobrecerlo. Todo depende de cómo manejemos una memoria que debe
subordinarse a la ciencia historiográfica para evitar la falta de rigor. De
hecho, aunque escriba desde mi memoria, lo hago previa consulta bibliográfica o
documental para enriquecerla y evitar la subjetividad de quienes acaban
fabulando acerca de un pasado supuestamente testimonial.
Gracias a profesores de
otra generación, como Nicolás Sesma, observo las diferencias de enfoque y
enriquezco mis conclusiones. Hace unos días le comenté cómo veía unos temas
concretos abordados en su libro porque, a la bibliografía, añadí la experiencia
personal que me permitió dudar de lo que aparece claro y rotundo en los libros.
La respuesta suya pasa por el inicio de una colaboración, que continuaré con el
agradecimiento de haber encontrado un interlocutor receptivo y competente.
Al leer un reciente libro
de Ana Asión sobre el cine de Fernando Palacios, encontré un capítulo dedicado
a una película del director aragonés donde el papel de agente soviético estaba
interpretado por Alfredo Landa. La joven doctora lo comentaba con el rigor que
le caracteriza, pero no pude evitar una descreída sonrisa como la que tuve
cuando vi, en serio, a José Luis López Vázquez provisto de una metralleta en un
policiaco rodado en la Barcelona de principios de los sesenta. Yo me eduqué con
las películas interpretadas por Alfredo Landa y José Luis López Vázquez, que
nunca serán en mis libros solo dos grandes actores. También forman parte de mi
memoria y en la misma, como sucede con nuestros familiares más directos,
algunas facetas solo pueden ser unos disfraces que provoquen la risa o la guasa.
Así se lo cuento a los
jóvenes que toman el relevo en las aulas, para fortalecer un diálogo
intergeneracional que nos ayude mutuamente a conocer mejor nuestro pasado
inmediato, el de un franquismo que pronto, y va siendo hora, solo será una materia
histórica donde la memoria ocupe su debido lugar.
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