viernes, 29 de diciembre de 2023

El segundo volumen de Las armas contra las letras


 

El próximo 15 de enero llegará a las librerías el primer volumen de la trilogía Las armas contra las letras. Los consejos de guerra de periodistas y escritores, cuya edición corre a cargo de Renacimiento y Publicaciones de la Universidad de Alicante. Mientras tanto, estoy ultimando la redacción del segundo volumen para que aparezca en otoño de 2024. El índice provisional del mismo es el siguiente:

LAS ARMAS CONTRA LAS LETRAS (II)

Los consejos de guerra de periodistas y escritores (1939-1945)

 

ÍNDICE

-       Introducción

-       El caso de Fotografía Mendoza en el Madrid de 1943

-       De la frivolidad al penal de Valdenoceda: la trayectoria de Santiago de la Cruz Touchard

-       Un consejo de guerra contra el ABC republicano

-       Antonio Buero Vallejo condenado a muerte

-       Joaquín Dicenta Alonso, «espíritu anarquizante e inmoral»

-       El consejo de guerra de Rosario del Olmo

-       La continuidad de la represión: los casos de Matilde Zapata, Rosario del Olmo y Amalia Carvia

-       La represión nunca olvida: los casos de Aurora Betrana y M.ª de Bueno Núñez de Prado

-       Antonio Agraz, anarquista y desesperado

-       Francisco Escola Besada en el punto de mira

-       El periodista Ricardo Flores murió en la cárcel

-       Los consejos de guerra de Ramiro Gómez Zurro

-       La «rebeldía» del masón Mateo Hernández Barroso

-       Los problemas judiciales del periodista Salvador Prieto

-       La petición de indulto del periodista Vicente Ramón Esteban

-       El revólver de «un camisa vieja» en el Auxilio Social

-       Bibliografía

 Al mismo tiempo, y con vistas a completar el segundo volumen y preparar el tercero, ya he solicitado al Archivo General e Histórico de Defensa la copia digital de los sumarios instruidos contra los periodistas y escritores Carlos Rivera, Manuel Garrido García, César García Iniesta, Alejandro Uriel Alonso, Eduardo de Castro Escadell, Antonio Pugues Guitart, Victorino Tamayo Mayones, Rafael González Castell, Dolores Precioso Córdoba, Ramón Vivero Precioso, Augusto Vivero Precioso, Óscar Vivero Precioso, Baltasar Fernández Cué, Manuel Zambruno Jiménez, Carlos Pérez Merino, Francisco Javier Lapolla Serraller, Eduardo Bort Vela, Juan Antonio Gaya Nuño, Pío Marcos Cuadrado, Enrique Capdevila Pérez, Eugenio Rosado Rivas, José Carreño España, Salvador Prieto Martínez, Carlos Pérez Merino, Ángel M.ª de Lera García, Antonio Nicas Amato, Enrique Peinador Porrúa, Elpidio Alonso Rodríguez, Francisco y Adela Anaya Ruiz, Alejandro y Ángel Gaos González-Pola y Jesús Menchén Manzanares.

Hasta que no consulte los correspondientes sumarios ignoro los que fueron instruidos por el Juzgado Militar de Prensa, pero cabe suponer que este listado y el del índice aquí citado me permitirán completar el análisis de la actividad desarrollada por el juzgado del que fue titular el capitán Manuel Martínez Gargallo. Y, como es habitual en estas investigaciones, por el camino aparecerán nuevos nombres de procesados y condenados.


martes, 26 de diciembre de 2023

Roger de Flor, poeta y maestro republicano, también prometió el mar


La historia del maestro republicano Antoni Benaiges estuvo sepultada en el olvido hasta 2010, pero durante estos últimos meses se ha convertido en un verdadero fenómeno con una excelente película que recrea su trayectoria, una no menos interesante obra teatral dedicada al mismo objetivo, varios libros biográficos, canciones, exposiciones y, por supuesto, una notable presencia en los medios de comunicación. 
Quienes afirman que la memoria democrática no interesa y que todo lo relacionado con la Guerra Civil está superado debieran reflexionar acerca de este fenómeno, que ha surgido gracias al boca a boca de los espectadores y la voluntad de numerosos creadores e investigadores carentes de apoyos mediáticos o empresariales. La noticia del éxito de una película con trescientos mil espectadores en los cines recompensa por unas labores a menudo realizadas sin repercusión pública.
El riesgo es pensar en el carácter excepcional de la historia de Antoni Benaiges y así descontextualizarla. Los creadores y los investigadores han evitado caer en semejante error, pero algunos espectadores o quienes tengan un conocimiento más superficial de lo sucedido con aquel maestro trágicamente desaparecido pueden pensar en una historia tan emocionante como aislada. Nada más lejos de la realidad. Las vicisitudes de los maestros republicanos que, de una u otra manera, fueron represaliados por el franquismo darían para completar varias enciclopedias. De hecho, la represión del magisterio durante la posguerra cuenta con una excelente y nutrida bibliografía.



Estos días, al leer un excelente estudio de Alfonso M. Villalta Luna titulado Tragedia en tres actos. Los juicios sumarísimos del franquismo (Madrid, CSIC, 2022), he conocido una de esas historias, la protagonizada por un maestro y poeta que firmaba con el seudónimo de Roger de Flor. Se trata de Jesús Menchén Manzanares (1912-1939), que poco antes de la Guerra Civil fue destinado a Villamayor de Calatrava. Por entonces, ya era un precoz poeta que colaboraba en medios locales como Pueblo Manchego y, afiliado a la FUE, en revistas de este sindicato estudiantil. Allí dio cuenta de sus comprometidos poemas, lamentó la muerte de Federico García Lorca y fue coherente con su pensamiento cuando se alistó voluntario en las milicias republicanas. La historia la detalla el citado investigador en las páginas 185-194 de Tragedia en tres actos y su consejo de guerra, que terminó con un fusilamiento tras haber sido delatado por un vecino, acabará siendo incluido en el tercer volumen de Las armas contra las letras. 
El éxito del maestro que prometió el mar a sus alumnos de un pueblecito de Burgos supone un estímulo para quienes, a lo largo de nuestras investigaciones, solemos encontrar historias tal vez menos potentes para ser trasladadas a una película, pero igualmente conmovedoras por el destino trágico de unos maestros o unos poetas que, a su manera, también soñaron con el mar y lo prometieron hasta que el franquismo los dejó en una cuneta o una fosa común.


sábado, 23 de diciembre de 2023

Paco Roca y los historiadores universitarios


Uno de los retos de la investigación universitaria es la divulgación. La condición de funcionario y el empleo de fondos públicos en el desempeño de mis tareas me han llevado a utilizar todos los medios disponibles para difundir los trabajos realizados. La tarea no resulta sencilla. De salida, obliga a seleccionar temas que interesen más allá de los círculos estrictamente universitarios de los especialistas, utilizar un lenguaje accesible para cualquier lector culto y buscar la mejor forma de editarlo de manera que llegue a los interesados. También implica acudir a los medios de comunicación para favorecer la difusión de las publicaciones, utilizar un blog como el presente y depositar los archivos de los trabajos en los repositorios institucionales para asegurar el libre acceso a su contenido. Las investigaciones realizadas con dinero público deben contar con una edición que asegure el libre y gratuito acceso de los lectores.
Las tareas antes indicadas dependen fundamentalmente del investigador. El problema suele surgir cuando buscamos una editorial que garantice unos mínimos de difusión. El mundo de las editoriales es tan amplio como diverso, pero algún día mis colegas se atreverán a hablar acerca de las editoriales que les obligan a pagar para editar o que montan negocios rentables con fondos públicos. El consiguiente escándalo ya ha saltado a la prensa nacional, sobre todo en lo referente a las revistas académicas, pero en los libros hay peculiaridades que convendría airear.
Desde hace más de diez años tengo la fortuna de colaborar con la editorial Renacimiento y el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alicante. Esta circunstancia me ha permitido publicar durante ese período una docena libros en buenas condiciones y sin necesidad de pagar por la edición de mis propios trabajos. El caso es propio de un afortunado, pero también ha sido posible por una tarea que garantiza unos mínimos de difusión para mis libros.
No obstante, las cifras son modestas porque casi nadie presta atención a las ediciones universitarias y en muchos medios de comunicación hay un prejuicio contra ellas, al margen de las maniobras de las grandes editoriales para copar los espacios que permiten una buena difusión. La batalla es tan desigual como silenciosa y los autores universitarios, al menos quienes nos la hemos planteado, la tenemos perdida en buena medida.
En este panorama, donde tan difícil es conseguir que lo esencial de nuestros trabajos llegue a los lectores, resulta estimulante observar el éxito arrollador de Paco Roca, cuyas novelas gráficas cuentan con decenas de miles de lectores. Y lo es por un doble motivo, por el éxito en sí y porque lo alcanza sin renunciar al rigor en la documentación utilizada para sacar adelante sus obras, que en reiteradas ocasiones han versado sobre temas históricos.
El abismo del olvido (Astiberri, 2023) nos habla de las fosas comunes donde todavía se encuentran tantos republicanos víctimas de la represión franquista. El propio Paco Roca ha reconocido que, por la dureza del tema, apenas venderá unos cincuenta mil ejemplares, lejos de las tiradas alcanzadas con otras novelas gráficas de su brillante trayectoria. Semejante cifra de ventas sería una quimera para un ensayo universitario y, quienes los escribimos, nos sentimos orgullosos de que un autor como Paco Roca las alcance sin menoscabo en el rigor con que trata los temas relacionados con la memoria democrática.
Y, además, el autor valenciano atrae a un público joven que jamás leería el ensayo de un historiador universitario. El pasado día 14 tuve la ocasión de comprobarlo en la presentación de la citada novela gráfica en Alicante. Comprometido, sencillo y accesible, Paco Roca ha encontrado esa maravilla de aunar el rigor con la difusión. Su labor es ejemplar y somos muchos los historiadores universitarios encantados de que aborde temas que nos ocupan y que, de otra manera, sería difícil que llegaran a un lectorado amplio.
Las labores ejemplares culminan cuando otros autores, atraídos por las mismas, las emprenden para sumarse en esta ocasión a la difusión de la memoria democrática mediante un género renovador, atractivo y accesible como es la novela gráfica. Las novedades editoriales indican que el ejemplo de Paco Roca ha marcado una pauta y observo otros autores que le pueden seguir por ese camino puesto a disposición de la recuperación y difusión de la memoria democrática.
El agradecimiento a la labor desempeñada por Paco Roca es inmenso. El valenciano contó en la citada presentación que a menudo recibía propuestas de temas susceptibles de ser adaptados a una novela gráfica. La circunstancia es lógica y hasta deseable. Solo cabe esperar que pronto podamos contar con otros autores capaces de sacar adelante esos temas con el mismo acierto para que el gran público, especialmente los jóvenes, disfruten de la lectura y enriquezcan su conocimiento de la historia reciente, aquella que todavía se aloja en la memoria.

miércoles, 20 de diciembre de 2023

Gerardo Contreras, fotógrafo de un consejo de guerra


 

La atenta contemplación de las imágenes relacionadas con un período o una temática desempeña un papel fundamental en la reconstrucción histórica. La obviedad de la frase requiere una explicación. El análisis de los sumarísimos de urgencia seguidos contra periodistas y escritores cuenta con una amplia base documental. Su consulta dista de esclarecer todos los pormenores de aquellos consejos de guerra, pero permite conocer lo esencial de su desarrollo desde el punto de vista jurídico, aunque sea el distorsionado de una justicia puesta al servicio de la aniquilación del enemigo político.

El historiador de la represión está habituado a moverse en archivos donde los sumarios se conservan en un estado precario, fruto del abandono durante el franquismo y las primeras décadas de la etapa democrática. Gracias a estos documentos frecuentemente escritos a mano, con numerosas anotaciones en los márgenes y una prosa que al final resulta familiar, el investigador traza la historia de aquella represión que también cuenta con testimonios, pocos, de las víctimas que sobrevivieron lo suficiente para relatar la experiencia. O de algunos espectadores de los consejos de guerra, casi siempre amigos o familiares de los procesados que quedaron espantados ante aquella farsa de consecuencias trágicas. El olvido, como explicaron Fernando Fernán-Gómez y Eduardo Haro Tecglen, resultaba imposible.

Los victimarios nunca dejaron testimonio de su participación en las distintas fases de los consejos de guerra y, a menudo, intentaron borrar el recuerdo de una etapa vital que dejó de ser presentable antes del final de la dictadura. Documentos, muchos, y testimonios, pocos, constituyen el material de trabajo completado con las consultas bibliográficas. Sin embargo, apenas nos adentramos en la redacción de las conclusiones necesitamos contar con imágenes de aquella realidad. El franquismo, consciente del poder de las mismas, aunque estuvieran controladas por su carácter oficial u oficioso, consiguió que miles y miles de consejos de guerra se celebraran sin la presencia de un fotógrafo o, al menos, un dibujante como José Robledano Torres, capaz de trasladarnos el dramatismo de las cárceles donde penaron los vencidos.

El fotoperiodista Gerardo Contreras fue el elegido para que en marzo de 1940 diera cuenta, «con un contundente efecto pedagógico» (Villalta Luna, 2022: 121), del consejo de guerra contra los chequistas de Bellas Artes. El reportaje apareció en el número 5 de la revista Semana (20-IV-1940). La fotografía donde aparecen sentados unos cincuenta «sicarios» cuenta con un pie casi siempre hurtado en las reproducciones y esclarecedor de la voluntad ejemplificadora:

Se acabaron los alardes de jactancia y matonismo. Estos son los que, entre otros, organizaron los días de sangre en el terror de Madrid. Son los de los autos que se detenían chirriantes en las puertas de las casas, los de los timbrazos en los pisos, los que condenaban a millares de personas a muerte, los que pugnaban entre sí por mandar los pelotones de ejecución.

Los rostros de los procesados reflejan la seriedad y el temor de los compungidos. Los observamos desde una perspectiva de superioridad para subrayar el tono admonitorio del citado texto, que nos recuerda el final de «los alardes de jactancia y matonismo» de quienes pugnaban «por mandar los pelotones de ejecución». El problema es que, a la izquierda, el fotógrafo evita la presencia del tribunal militar. Una ausencia; como tampoco sabremos de los militares al frente de los pelotones de ejecución durante la Victoria.

Gerardo Contreras tenía órdenes precisas, o valoraba lo oportuno en aquellas publicaciones de la posguerra, y con su fotografía justificó el castigo de quienes «organizaron los días de sangre en el terror de Madrid», justo cuando en la capital había madrugadas de sangre de las que apenas salían unas escuetas notas de prensa. Un castigo casi divino, propio de la Cruzada, por la ausencia de los militares dispuestos a ejecutarlo y la descontextualización de un proceso cuyos pormenores son hurtados al lector.

La fotografía de Gerardo Contreras aparece reproducida con frecuencia a pesar de su carácter propagandístico. La razón es sencilla: apenas contamos con otros reportajes gráficos acerca de los consejos de guerra. Su existencia no debía quedar reflejada con la evidencia de las imágenes porque, antes o después, alguien acabaría preguntando por los que estaban a la izquierda de la fotografía.

 


domingo, 17 de diciembre de 2023

Ofendidos y censores, un estudio sobre la libertad de expresión, en la prensa


En el verano de 2019 sufrí la desagradable experiencia de un intento de censura en mi trabajo como investigador académico. Afortunadamente, lo pude evitar y hasta fue motivo de una sentencia favorable a mis planteamientos dictada por un juzgado de Alicante el 2 de septiembre de 2021. Este blog se hizo eco de aquella polémica y de las posteriores consecuencias jurídicas.
La experiencia me recordó la labor de quienes, con la coartada de sentirse ofendidos, se convierten en censores. Su presencia es una constante histórica, pero resultó especialmente notoria en un período como el de la Transición, cuando la libertad de expresión fue consolidándose poco a poco, a veces en un clima hostil y con protagonistas anónimos, que afrontaron duras consecuencias cuyo recuerdo ahora asombra a cualquier persona respetuosa de los derechos fundamentales.
Ofendidos y censores. La lucha por la libertad de expresión durante la Transición (2022) fue el fruto de aquella experiencia, que me llevó a investigar lo sucedido a lo largo de una etapa cercana en el tiempo, pero bastante olvidada por quienes abordan la actualidad de la libertad de expresión.
El libro donde analizo varios episodios de esa lucha ha sido reseñado por el periodista Lucas Marco para la edición valenciana de El Diario. Os paso el correspondiente enlace cuando acabo de recibir los ejemplares del primer volumen de una trilogía, Las armas contra las letras. Los consejos de guerra de periodistas y escritores (1939-1945), editado por Renacimiento y Publicaciones de la Universidad de Alicante.


Desde 2019 no solo he sufrido un intento de censura, sino también numerosos insultos y difamaciones de una persona. Me ofenden, pero no me convierten en un censor. Mi respuesta, al margen de la judicial por el hecho de estar demandado junto con varias decenas de profesores y periodistas, es la que corresponde a un catedrático universitario: la investigación y el deseo de poner los resultados de la misma al servicio de la ciudadanía. 
Primero edité Los consejos de guerra de Miguel Hernández (Madrid, Ministerio de Defensa-Universidad de Alicante, 2022) para fijar mi análisis de esos procesos judiciales y facilitar el acceso a los documentos de los mismos. Luego publiqué Ofendidos y censores como reflexión histórica sobre la necesidad de afianzar la libertad de expresión, incluso cuando nos ofenden. Y ahora inicio una trilogía de volúmenes sobre los consejos de guerra seguidos contra escritores y periodistas porque en sede judicial se ha cuestionado mi competencia profesional al respecto como catedrático. Mientras hay quien insulta o difama, otros investigamos y, asumiendo los posibles errores y las necesarias críticas, ponemos nuestro trabajo a disposición de quienes quieren conocer la historia de aquellos terribles años felizmente superados en nombre de la convivencia. 
 

miércoles, 13 de diciembre de 2023

El consejo de guerra de Antonio Buero Vallejo


 

La prioridad a la hora de incluir a los escritores y periodistas que forman parte de Las armas contra las letras nunca ha sido la valoración de sus obras literarias o periodísticas. La trilogía no tiene como objetivo preferente el estudio de las mismas, sino el intento de dar voz a quienes, como miembros de esos colectivos, fueron víctimas de la represión franquista. Así no debe extrañar que, en el primer volumen, que llegará a las librerías el 15 de enero de 2024, no figure un autor de la talla de Antonio Buero Vallejo, que fue condenado a muerte en un consejo de guerra celebrado en Madrid el 16 de enero de 1940.

El dramaturgo nacido en Guadalajara tendrá su correspondiente capítulo en el segundo volumen junto a los republicanos que van apareciendo poco a poco en estas entradas del blog. El análisis del sumario 48924 del AGHD ha resultado complejo por sus 440 folios y, sobre todo, porque en él se juzga a todo un grupo de militantes comunistas que en la inmediata posguerra intentaron reorganizar el PCE o, mejor dicho, buscaron dotarse de una identidad falsa para sobrevivir en la clandestinidad o salir al exilio.

El intento quedó frustrado, como tantas veces, y de los once procesados siete fueron condenados a muertes siendo finalmente cuatro los ejecutados en la madrugada del 2 de julio de 1940: Juan Fonseca Serrano, Ramón Torrecilla Guijarro, Alejandro González Venero y Enrique Sánchez García. Antonio Buero Vallejo estaba en la misma lista, pero tras nueve meses de espera dramática supo que su condena sería a treinta años. La posterior conmutación por otra de veinte años aceleró su puesta en libertad, que finalmente tuvo lugar el 17 de febrero de 1946, tras un periplo carcelario de casi siete años que le llevó por los penales de Conde de Toreno, Yeserías, El Dueso, Santa Rita y Ocaña. La juventud la consumió en aquellas cárceles.

El texto del capítulo ya está redactado y aporta algunas novedades a la bibliografía sobre esta etapa dramática de la biografía de Antonio Buero Vallejo, que fue condenado a muerte por falsificar unos sellos destinados a facilitar una documentación falsa para sus camaradas. En entradas posteriores daremos cuenta de esas novedades, pero ahora quisiera agradecer la anónima y compleja tarea realizada por los técnicos del Archivo General e Histórico de Defensa. La digitalización de los sumarios a menudo es una verdadera tarea de orfebrería, llevada a cabo con un mimo singular para salvar estos documentos tan deteriorados durante el franquismo y las primeras décadas de la democracia. Como simple ejemplo, cabe observar la portada del sumario donde estuvo incluido Antonio Buero Vallejo.

 


AGHD, sumario 48924


Dado que la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes cuenta con un portal dedicado al dramaturgo, una vez tramitado el permiso de Carlos Buero y de los responsables de la Universidad de Alicante y el Ministerio de Defensa, en fechas breves podremos ver en dicho portal las imágenes de los documentos del sumario relacionados con Antonio Buero Vallejo. El dramaturgo y Miguel Hernández eran dos amigos que coincidieron en la cárcel tras conocerse en tierras levantinas durante la guerra. Gracias a la tecnología y el trabajo abnegado de los citados técnicos, dentro de poco coincidirán también en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.


lunes, 11 de diciembre de 2023

Tomás Garicano Goñi, ¿auditor de guerra?


 

Foto: Tomás Garicano Goñi en San Sebastián, 1951

Procedencia: kids.kiddle.co

La relevancia histórica de Tomás Garicano Goñi (1910-1988) nos permite saber que, entre otros cargos, el político fue gobernador civil de Guipúzcoa (1951-1956), ocupó el mismo puesto en Barcelona (1966-1969), fue procurador en las cortes franquistas (1966-1973)  y, finalmente, llegó a ser ministro de Gobernación durante el período 1969-1973. 

Tanto en sus perfiles biográficos de la Wikipedia como de la Real Academia de la Historia, este último redactado por el prestigioso historiador Cuenca Toribio, también se indica que por oposición en 1930 ingresó en el Cuerpo Jurídico Militar, llegando diez años después a ser general del Cuerpo Jurídico Militar del Aire. Esta circunstancia, por la lógica cronológica, nos indica que pudo intervenir como auditor de guerra en los sumarísimos de urgencia que estamos analizando en la trilogía de Las armas contra las letras, pero de esta faceta nada se indica en los citados textos.

Al abordar el análisis del sumarísimo seguido contra Joaquín Dicenta Alonso (AGHD, 13149), he encontrado un acuerdo adoptado por el auditor, que devolvió el caso al juez instructor con el mandato de que ampliara la instrucción con nuevos informes y declaraciones «que completen la existencia [los existentes] procurando que las personas informantes sean de relevante y bien probada conducta moral y de arraigada y pura tradición derechista». El resultado fue una nueva instrucción que agravó la condena de Joaquín Dicenta Alonso, aunque en el último momento el propio auditor la dejara en los términos inicialmente dictados.

El nombre completo del auditor que firma el documento el 12 de julio de 1939, antes de que el futuro ministro fuera ascendido a general del Cuerpo Jurídico Militar, no consta en el sumario, pero la orden dada al juez instructor Blas Tello aparece firmada:



AGHD, 13149, fol. 107/225

Resulta poco probable que por aquellos años hubiera otro auditor que firmara como Tomás Garicano, pero vamos a consultar su expediente personal para confirmar que fue el político franquista quien intervino de manera un tanto sorprendente en el sumarísimo de urgencia seguido contra Joaquín Dicenta Alonso. Mientras tanto, someto el tema a la consideración de otros especialistas en la represión franquista de la posguerra y dejo la imagen de la firma por si algún compañero me pudiera permitir confirmar o no la atribución a quien llegara a ser ministro de la Gobernación durante el tardofranquismo.



viernes, 8 de diciembre de 2023

Federico Romero Sarachaga acusa a Joaquín Dicenta Alonso



 


Foto: Joaquín Dicenta Alonso. Fuente: www.findagrave.com

El sumario 13149 del AGHD ayuda a conocer la historia de la SGAE y del Sindicato de Autores y Compositores durante la Guerra Civil, pero también las acusaciones de algunos asociados contra quienes ocuparon puestos destacados durante el citado período. La inmediata posguerra fue pródiga en este tipo de acusaciones y, el 28 de abril de 1939, el prestigioso libretista Federico Romero Sarachaga remitió a las autoridades militares un duro escrito contra Joaquín Dicenta Alonso, que actuó como consejero-delegado de la SGAE y presidente del citado sindicato desde la asamblea celebrada el 20 de agosto de 1936.
El denunciante se presenta como escritor y miembro de la columna de Orden y Policía de Ocupación, una supuesta unidad de la que no me consta su existencia. La denuncia la formula «en cumplimiento de un deber cívico» y está dirigida contra «Joaquín Dicenta, escritor, autor dramático y empleado municipal de esta Villa».
Federico Romero Sarachaga le acusa de «incautador arbitrario, coaccionador en beneficio del Frente Popular y de su política, masón, responsable, por omisión de gestiones que estaban en su mano, de la muerte alevosa del ilustre autor cómico don Pedro Muñoz Seca y resuelto colaborador de la nefasta política de los gobernantes marxistas durante el período del 18 de julio de 1936 al 28 de marzo de 1939 sin interrupción».
Más adelante añade que, «apenas iniciado el Glorioso Movimiento Nacional, Joaquín Dicenta funda un sindicato marxista, el de Autores y Compositores, que incorpora a la UGT y se erige en Presidente del mismo, apoderándose de la SGAE. Bajo sus órdenes, el sindicato se incauta de los locales, fondos y cuentas corrientes y bienes de todas clases de la misma. Dichos locales están sitos en la plaza de Cánovas, n.º 4, y en la plaza de San Lorenzo, n.º 11. En este último, además de domiciliar el sindicato, se instala como inquilino en compañía de su coima, la artista Blanca Suárez, y la hija de esta».
Las acusaciones se suceden en el resto del escrito y, al final del mismo, el firmante señala a Guillermo Fernández-Shaw, Federico Moreno Torroba, Leandro Navarro y Eduardo M. Portillo como autores que pueden corroborar lo manifestado en su escrito de acusación.
El 22 de mayo de 1939, Pascual Zaldívar Gavilanes y Guillermo Fernández-Shaw corroboraron ante el juez militar los términos de la acusación lanzada por Federico Romero Sarachaga. Apenas dos días después, Joaquín Dicenta Alonso fue detenido en su domicilio e ingresó en la prisión de Yeserías quedando a disposición del Juzgado Militar Permanente n.º 4, de Madrid.
A partir de ese momento se inicia un proceso donde declararon como testigos numerosos y destacados autores o compositores. Al final, los testimonios de la mayoría consiguieron evitar una sentencia que, de haber compartido los términos de la acusación del libretista, probablemente habría sido de treinta años de reclusión o de muerte.
La complejidad del proceso me obliga a efectuar numerosas consultas para redactar el correspondiente capítulo, que aparecerá en el segundo volumen de Las armas contra las letras. Los consejos de guerra de periodistas y escritores, 1939-1945, cuyo primer volumen estará en las librerías a partir del 15 de enero de 2024.

lunes, 4 de diciembre de 2023

El «deber cívico» del libretista Federico Romero Sarachaga


 

Foto: Federico Romero Sarachaga, libretista de Doña Francisquita.

Fuente: aaalfonsoxii.es


La delación fue una de las claves de la represión franquista. Cualquier acercamiento a los sumarios de los consejos de guerra permite tener constancia de su omnipresencia como factor desencadenante de buena parte de los procesos. La circunstancia ha sido puesta de relieve por numerosos estudios históricos. Sin embargo, la figura del delator pocas veces aparece en los mismos. Al margen de las cuestiones éticas que la pueden hacer reprobable, la mayoría de las veces son personas anónimas cuyo perfil biográfico es una incógnita de imposible resolución.

Una excepción sería el popular libretista de zarzuelas Federico Romero Sarachaga (1886-1976), al que ya dediqué un capítulo en Nos vemos en Chicote (2015) que incluía un lamentable error en la página 266, donde le llamé Pedro. Aquel libro versaba sobre la aplicación del concepto de la banalidad del mal, definido por Hannah Arendt, en el contexto de la represión franquista. El objetivo no permitía un análisis detallado de sumarios como el 13149 del AGHD, donde encontré la delación efectuada por el libretista zarzuelero el 28 de abril de 1939. La tarea quedó pendiente y el correspondiente capítulo aparecerá en el segundo volumen de Las armas contra las letras. Los consejos de guerra de periodistas y escritores (1939-1945).

Apenas finalizada la Guerra Civil y en un contexto de durísima represión, Federico Romero Sarachaga se presentó voluntariamente ante el juez militar como «escritor y miembro de la columna de Orden y Policía de Ocupación». La imprecisión de la denominación hace sospechar que solo era un escritor con el propósito de delatar a sus colegas republicanos, especialmente a Joaquín Dicenta Alonso, que estuvo al frente de los autores asociados en la SGAE durante la guerra.

Federico Romero Sarachaga formula la denuncia de su colega «en cumplimiento de un deber cívico», pero también lo hace movido por cuestiones personales que afloran apenas se analiza el manuscrito de siete folios con un mínimo de atención. La denuncia ratificada en el juzgado militar el 10 de mayo de 1939 provocó la instrucción del sumario 13149, de acuerdo con lo dictado por el auditor de guerra el 13 de mayo de 1939. El Juzgado Militar Permanente n.º 4 fue el encargado de llevar adelante la instrucción, que podría haber corrido a cargo del Juzgado Militar de Prensa dada la condición de escritores de los protagonistas.

El sumario 13149 del AGHD es un documento fundamental para comprender la historia de la SGAE durante la Guerra Civil. Sus doscientos veinticinco folios están repletos de datos que afectan a lo sucedido, por ejemplo, con el dramaturgo Pedro Muñoz Seca cuando fue asesinado por los republicanos. También revela no pocas mediocridades de cualquier lucha por el poder y, naturalmente, la voluntad de salir indemne de un pasado polémico, aunque fuera gracias a la delación de los compañeros de letras. Federico Romero Sarachaga participa en esta tarea, pero nunca estuvo solo a tenor de lo constatado en la documentación sumarial.

El análisis del sumario me llevará semanas de consultas con la colaboración de los servicios de documentación de la SGAE, pero espero culminarlo en febrero, cuando tengo prevista la entrega del original para el segundo volumen de Las armas contra las letras. Los consejos de guerra de periodistas y escritores, 1939-1945, cuyo primer volumen llegará a las librerías el 15 de enero de 2024.


miércoles, 29 de noviembre de 2023

Las armas contra las letras: próxima publicación


 

Las armas contra las letras. Los consejos de guerra de periodistas y escritores (1939-1945), un ensayo coeditado por la editorial Renacimiento y el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alicante, tiene prevista su llegada a las librerías el próximo 15 de enero.

No obstante, el libro ya consta en las principales distribuidoras para hacer las oportunas reservas o realizar los pedidos a la espera de su publicación:

https://www.amazon.es/Las-armas-contra-las-letras/dp/8419791997

https://www.fnac.es/a10654845/Juan-A-Rios-Carratala-Las-armas-contra-las-letras

https://www.editorialrenacimiento.com/los-cuatro-vientos-serie-mayor/3027-las-armas-contra-las-letras.html

https://www.todostuslibros.com/libros/las-armas-contra-las-letras_978-84-19791-99-3

https://www.libreriacompas.com/es/libro/las-armas-contra-las-letras_470887

A partir de este momento, y mientras llegan los primeros ejemplares, empieza una larga tarea de difusión para dar a conocer un libro, el primero de una futura trilogía, que pretende dar voz a los periodistas y escritores republicanos que fueron procesados durante la posguerra. 

Este blog cumple la misma función aportando día a día lo más significativo o curioso de las investigaciones llevadas a cabo, pero las mismas tienen como objetivo final la preparación de una trilogía dedicada a quienes acabaron en un paredón o pasaron años de cárcel por ejercer la libertad de expresión en la prensa republicana. Por lo pronto, ya tenemos el primer volumen a punto de aparecer, mientras ultimo la redacción del segundo con la voluntad de que el tercero esté en las librerías antes de jubilarme. 

El propósito supone una media de 6-8 horas de trabajo al día porque la consulta de la documentación la completo con una amplia bibliografía, que incluye las obras publicadas por estos escritores. El trabajo es arduo, pero cada vez que contacto con un hijo o un nieto de estos escritores encuentro razones de sobra para llevarlo a cabo. Hoy mismo, Carlos, el hijo de Antonio Buero Vallejo me ha mandado una amplia documentación sobre el consejo de guerra seguido contra el dramaturgo y que terminó con una condena a muerte. El agradecimiento por la generosidad del gesto dará paso a un trabajo de varias semanas hasta redactar el correspondiente capítulo. 


lunes, 27 de noviembre de 2023

La frágil memoria del marqués de Luca de Tena


 

Foto: Elfidio Alonso Rodríguez. Fuente: ABC.es

La represión embarra hasta la memoria. A lo largo de la presente investigación, he encontrado una fábula recurrente: la de destacadas personalidades vinculadas con el franquismo que, cuando la dictadura ya boqueaba y el incierto futuro indicaba la conveniencia de blanquear el pasado, dijeron haber intentado salvar a alguien condenado en un consejo de guerra.

Quienes de verdad presentaron avales en los juzgados militares por solidaridad o agradecimiento con los procesados suelen callar y permanecen en el anonimato. Su gesto de humanidad, a veces arriesgado, ha quedado en silencio, salvo para la documentación de los sumarios. Siempre doy sus nombres en mis trabajos. Entre otras razones, porque la existencia de estas personas -obviamente vinculadas con los vencedores de la guerra- prueba que el franquismo no era monolítico y había gente dispuesta a procurar un cierto alivio en la represión que se cernió sobre los republicanos procesados.

Sin embargo, y por experiencia de varios casos relacionados con periodistas y escritores, quienes hablan en público o dejan un testimonio escrito acerca de su ayuda a algún represaliado nunca cuentan en esa documentación con una prueba de la misma. Solo tenemos su palabra de «personas de probada solvencia moral», pero sin una posibilidad de verificación y, a menudo, el testimonio incurre en contradicciones que indican la inequívoca presencia de la fabulación.

El caso de Miguel Hernández es paradigmático en este sentido. La fama o el prestigio del procesado favorece la proliferación de «salvadores» que nunca se presentaron ante un juzgado militar. La lista de quienes pretendieron salvar al poeta es larga, todavía es objeto de una indocumentada credulidad por parte de algunos periodistas y, sobre todo, parece inmune a las pruebas aportadas en Los consejos de guerra de Miguel Hernández (2022). Cuando una fábula ha circulado durante años casi queda convertida en un dogma cuyo cuestionamiento resulta incómodo.

Estas fábulas, a menudo utilizadas por quienes las profieren con desparpajo para procurar una memoria consoladora, solo pueden ser desmentidas mediante la consulta de la documentación que obra en los sumarios.  Sin embargo, también cabe otra posibilidad menos frecuente porque requiere la participación de la víctima. La relectura del volumen colectivo Periodismo y periodistas en la Guerra Civil (1987) me ha recordado una historia relacionada con las vicisitudes de ABC durante la guerra que no precisó de documentación alguna, por entonces inaccesible, porque fue la propia víctima quien puso en evidencia al fabulador.

Elfidio Alonso Rodríguez (1905-2001), el joven director canario del ABC republicano, salvó su vida porque pudo marcharse al exilio poco antes de terminar la guerra. Después de cincuenta años sin hablar en público, el ciclo de conferencias en que se basa el citado volumen le permitió citar un texto de Juan Ignacio Luca de Tena (1897-1975) extraído de su libro de memorias Mis amigos muertos publicado en 1971. En él escribe de su llegada a la redacción el mismo día en que las tropas del general Franco entraron en Madrid:

Bajó al cabo la redacción usurpadora con su director, don Elfidio Alonso, a la cabeza; entregaron la casa a Pastor y a Cuartero y enseguida se marcharon a la calle. Por cierto, que el tal don Elfidio fue condenado, semanas después, por un tribunal militar y que los nuevos directores de los periódicos de Madrid, José María Alfaro, Juan Pujol, Víctor de la Serna, Juan José Pradera, Joaquín Valdés y un servidor de ustedes, acudimos al Caudillo para pedirle el indulto del señor Alonso, quien, si vive que sea por muchos años, andará a estas horas paseándose por las calles de Madrid (1971: 322-323).

El republicano Elfidio Alonso Rodríguez no fue sometido a un sumarísimo de urgencia porque por entonces, durante la inmediata posguerra, estaba en un campo de concentración francés. De ahí saldría con destino a varios países donde permaneció exiliado. Y, afortunadamente, el periodista vivió hasta casi ser centenario, pero tardó mucho en pasear por Madrid porque tuvo la coherencia de esperar a la muerte del general Franco para volver. La entrada de las tropas en la redacción de ABC, con la consiguiente entrega del mando, no debió ser un acto entre caballeros que se comportan como aristócratas de una comedia de teléfonos blancos. La imagen solo reside en la capacidad fabuladora de quien afirma escribir unas memorias donde cita a colegas que nunca le iban a desmentir, entre otros motivos porque andaban igual de necesitados de ese blanqueamiento. 

Al menos, en 1986 a Elfidio Alonso Rodríguez le brindaron la oportunidad de hablar en público y demostrar, con una elegancia exquisita hacia el fallecido, que Juan Ignacio Luca de Tema había tergiversado la realidad, como su colega José María de Alfaro, que dijo haber intentado salvar a Miguel Hernández y calló acerca de su padre y presidente del tribunal que le condenó: el comandante Pablo Alfaro Alfaro.

Las personas de «probada solvencia moral» podían ser tan elegantes y cultas como el marqués de Luca de Tena, miembro de la RAE. No obstante, al cabo de los años, falsificaron el pasado con desparpajo de pícaro porque sabían que los suyos nunca se lo recriminarían. Y los otros, claro está, eran unos «rojos» como el periodista canario de Unión Republicana, que ni siquiera llamó mentiroso a quien, a la vista de las pruebas, lo había sido de una forma palmaria:

No deja de ser curioso este ejemplo de «información» objetiva de tan destacado periodista; pero lo es más aún que un consejo de guerra me haya condenado en ausencia y que el Caudillo concediera mi indulto, sin averiguar que por aquel entonces yo andaba tras el Pirineo evadiéndome de los campos de concentración franceses. Afortunadamente, todavía me faltaba recorrer mucho camino, hacer otros periódicos, ser espectador de más episodios de guerra y del nacimiento y desaparición de unos cuantos dictadores (VV. AA., 1987: 123).

Eso sí, por si acaso el periodista republicano hubiera mentido también, he comprobado que el sumario de su supuesto consejo de guerra no figura en el AGHD. A nombre de Elpidio Alonso Rodríguez está el 113451, pero por la numeración nunca pudo ser de 1939 o principios de 1940. Cabe la posibilidad, desconocida al parecer por el periodista, que fuera procesado en rebeldía. Según la tesis doctoral de María Gabino Campos, Vida y obra periodística de Elfidio Alonso Rodríguez (2002), el citado director de ABC formó parte del exilio.


sábado, 25 de noviembre de 2023

La Esteso, su señora madre y Santiago de la Cruz


 

Foto: Luisita Esteso

Las investigaciones sobre la represión franquista durante la posguerra no suelen dar motivos para la sonrisa. La trágica realidad de aquellas fechas congela cualquier atisbo de humor. Sin embargo, la búsqueda de antecedentes de quienes la padecieron nos remite a una época donde la prensa, con la sorna que solo facilita la libertad de expresión, refleja algunas anécdotas dignas del recuerdo.

El 23 de noviembre de 1931, Heraldo de Madrid y otros periódicos de la capital dieron noticia de un suceso acaecido en un café donde los asiduos eran personas de letras y cómicos. El local estaba localizado en la calle de Alcalá, frente a la de Peligros. Allí se presentó, «airada», doña Paloma Herrero, conocida como La Cibeles en el mundo del espectáculo desde que hiciera pareja cómica con el actor Luis Esteso, del que acababa de enviudar. La señora de armas tomar ejercía de madre de la vedette y actriz Luisita Esteso (1908-1986). El motivo de su enfado era un joven periodista que, recién regresado de Buenos Aires como secretario del charlista Federico García Sanchiz, pretendía ser el novio de la niña, la cual por entonces ya tenía veintitrés años y estaría acostumbrada a los devaneos amorosos.

La airada Cibeles arrojó un bolso de mano a Santiago de la Cruz Touchard, que era el novio en cuestión, porque quien acabaría condenado a muerte en 1940 estaba con la vedette en el café donde todos quedaron entre asombrados y divertidos. El motivo de tan airado comportamiento, que terminó en un juzgado de Colmenar Viejo tras el correspondiente escándalo, fue resumido en una frase sacada de la prensa: el periodista era «poco novio para la niña» (Informaciones, 24-XI-1931).

La Cibeles acababa de enviudar, sabía que la bella Luisita era su seguro de vejez y, claro está, aspiraba a que la vedette emparejara con quien le ofreciera una mayor seguridad económica. Lo consiguió a medias, pues espantó al pobre Santiago, aunque Luisita, por entonces reivindicativa en materia laboral, emparejaría después con José Luis Salado, otro periodista republicano que se libró de la condena a muerte solo porque partió camino de Moscú.

Santiago de la Cruz Touchard dejó atrás a una agraciada señorita que cantaba, bailaba y contaba chistes cuyo humor, ahora, casi es un misterio, como la popularidad alcanzada por sus padres gracias a unos monólogos que nos remiten a un concepto del espectáculo anclado en aquella época. La circunstancia sería a la larga positiva, pues el periodista conoció a quien después sería su compañera en los momentos difíciles, cuando ella decidió trabajar como contable en la editorial Aguilar para sacar adelante una familia donde el padre penaba en distintas cárceles.

La historia de ese matrimonio es dura, como la de tantas parejas relacionadas con las consecuencias de la represión franquista, pero estoy seguro de que, en algún momento de distensión, Santiago recordaría a aquella señora airada que, bolso en mano, sentenció que el periodista era poco novio para su niña. Afortunadamente así fue. El enamorado o atraído por la bella Luisita acabó encontrando una mujer valiente que hasta los años ochenta luchó por el reconocimiento de su marido como oficial republicano. La historia la contaremos en el segundo volumen de Las armas contra las letras, cuyo primer volumen saldrá el próximo mes de diciembre, siempre y cuando no haya alguien airado que con un bolsazo lo impida.


Os dejo con las gracias de quien, con el tiempo, sería la tía de Fernando Esteso, un cómico que como tantos otros forma parte de una saga familiar.

 

domingo, 19 de noviembre de 2023

Los servicios de inteligencia identifican a Santiago de la Cruz Touchard


El periodista Santiago de la Cruz Touchard, poco después de finalizar la Guerra Civil, se encontraba preso en el campo de concentración de Navalperal de Pinares (Ávila). Quien fuera letrista de canciones populares, secretario del célebre charlista Federico García Sanchiz y novelista galante, aparte de dramaturgo de aires costumbristas, en 1934 ingresó en el PCE. Tras pasar por la redacción de Mundo Obrero como secretario del ministro Jesús Hernándezdurante la contienda llegó a ser comandante condecorado por su actuación en el frente de Brunete y Quijorna. El preso del citado campo de concentración era un oficial republicano que acabaría condenado a muerte el 16 de enero de 1940.
El 19 de mayo de 1939, el Servicio de Inteligencia de la Policía Militar (SIPM) mandó un telegrama al responsable del campo de concentración. El motivo era que, gracias a las proyecciones en el madrileño cine Fuencarral de la coproducción hispano-alemana titulada España heroica. Estampas de la Guerra Civil (1938), de Joaquín Reig, se había identificado al individuo que en el minuto trece aparece junto al embajador soviético. A su izquierda está Santiago de la Cruz Touchard; sonriente, satisfecho y con el puño en alto.
Los instructores del sumarísimo de urgencia que terminó con la condena a muerte no prestaron atención a esta prueba de cargo, que evidencia una vez más la utilización en la represión franquista de las imágenes filmadas por los republicanos. Vistos los dos sumarios de Santiago de la Cruz Touchard depositados en el AGHD, aquellos instructores disponían de otras pruebas gráficas. En concreto, dos fotos donde aparece el preso junto a La Pasionaria en la cárcel a principios de 1936 y entrevistado cuando estaba organizando una unidad de Caballería adscrita al Quinto Regimiento. Y, por otra parte, los vencedores habían incautado documentos y cartas que sirvieron para justificar una condena a muerte que, tras su conmutación, dio paso a un dramático deambular de cárcel en cárcel con castigos incluidos.
Santiago de la Cruz Touchard debió ser un hombre valeroso o una víctima de las torturas, pues en los interrogatorios admitió sin disimulos su militancia comunista hasta julio de 1938, cuando dice haber sufrido un atentado cuyo origen no aclara. No obstante, siguió leal al ejército republicano y en enero de 1939 todavía le identificamos como responsable de un centro de instrucción donde haría valer una formación militar iniciada entre 1919 y 1924, cuando era sargento de la policía indígena de Tetuán. Uno de sus tíos, el general republicano Manuel de la Cruz, prueba que la vocación militar estuvo presente en aquella familia, donde hay otros oficiales destacados.
Los servicios de inteligencia de los vencedores contarían con un denunciante capaz de identificar al protagonista del fotograma arriba reproducido, buscar su localización en un campo de concentración y ponerse en contacto con su responsable para añadir una prueba de cargo que, en aquel contexto, aseguraba una condena a muerte. 
La prueba ha quedado en el expediente durante ochenta y cinco años hasta que, al examinarla, me puse en movimiento, vi la citada película y recuperé en colaboración con mi hijo el fotograma del sonriente periodista. La película completa está disponible en la web de RTVE y forma parte del segundo capítulo de una serie realizada bajo la dirección de mi colega Julián Casanova.
El denunciante capaz de propiciar el fusilamiento de un preso no culminó su propósito. Santiago de la Cruz Touchard sobrevivió a múltiples dificultades tras ser indultado en 1947 y partir después al exilio en México. No obstante, pudo volver a Madrid en los años sesenta y conocer a su nieta Sandra, con quien se fotografió poco antes de fallecer.


Santiago de la Cruz Touchard mantiene la misma sonrisa que en el verano de 1936, pero en esta ocasión la compañía es más entrañable. Algo similar sucede en la siguiente fotografía, también tomada en el Madrid de principios de los años sesenta:


Sandra, la nieta, ahora es una destacada profesional de RTVE. Hoy, gracias a los servicios de inteligencia de quienes pretendieron terminar con la vida de su abuelo, ha descubierto que en la web de su propia empresa tenía unos fotogramas, apenas unos segundos, de un abuelo al que apenas pudo conocer y del que ignoraba, por el prudente silencio de quienes nunca comprometían a sus familiares, el pasado como novelista galante de aspecto refinado que luchó como miliciano antifascista y penó de cárcel en cárcel.
Vistas las fotos que me mandó Sandra y el fotograma recuperado, aparte de las incluidas en anteriores entradas de este blog (6 y 25 de octubre), me quedo con la imagen de un hombre sonriente y elegante, con esa pajarita como signo de distinción que le recordaría los tiempos en que se retrataba provisto de un bastón para subrayar su elegancia. Tal vez selecciono esa combinación, a partir de unos rasgos aislados, porque siempre habría sido la suya en el caso de haber podido vivir en una España democrática. No tuvo esa suerte, pero la memoria le devuelve al lugar donde es posible sonreír.


El extenso capítulo dedicado a Santiago de la Cruz Touchard aparecerá en la continuación de Las armas contra las letras. Los consejos de guerra de periodistas y escritores (Sevilla, Renacimiento-Publicaciones de la Universidad de Alicante), cuya aparición es inminente.

jueves, 16 de noviembre de 2023

La «rebeldía» del masón Mateo Hernández Barroso


 

El 18 de abril de 1939, comparecen en una comisaría de Valencia del Cid los agentes que han localizado el local ocupado durante la guerra por la logia masónica Liceo de Levante (AGHD, 7980). Aparte de identificar a la portera del inmueble como testigo o acusada -nunca queda clara la condición-, aportan una serie de nombres como posibles miembros de la citada logia. Uno de ellos es el del veterano polígrafo Mateo Hernández Barroso (1874-1963), aunque en ningún momento se le cita como periodista o escritor. De hecho, sus intereses culturales fueron múltiples, desde las matemáticas hasta las telecomunicaciones pasando por la historia y la música. Su libro Cables submarinos (1918) constituyó, al parecer, un hito en materia tan especializada y seis años después publicó La ectoplasmia y la clarividencia. El título nos remite a su faceta como masón desde el 27 de agosto de 1919, cuando ingresó en la Logia Hispano Americana n.º 379 del Gran Oriente Español.

La instrucción del sumario 7980, sin embargo, no alumbra nada acerca de este polifacético encausado, salvo que Mateo Hernández Barroso no contaba con antecedentes penales. La circunstancia es común entre la inmensa mayoría de los procesados durante la posguerra y el correspondiente documento incluye la impresión de un sello ya familiar para los investigadores: «Ninguno». Su utilización evitaba escribir a mano una palabra mil veces repetida. Para rematar el silencio o la ignorancia de los instructores, el 9 de mayo de 1939, el coronel jefe de la Columna de Orden y Policía de Ocupación de Valencia del Cid afirma que su ficha «no aparece en el fichero obrante en esta jefatura». La investigación judicial no estaba prevista para tales casos. La prioridad era resolver decenas de miles de sumarísimos en un tiempo récord.

Ante la ausencia de cualquier referencia al masón y afiliado a Izquierda Republicana que ocupara importantes cargos durante el período republicano -entre otros, fue director general de Telecomunicaciones en plena guerra- y su incomparecencia reiterada en el correspondiente juzgado, el 18 de marzo de 1940 el instructor Alfonso Bernaldero Ávila declara en rebeldía procesal a Mateo Hernández Barroso. La noticia no me consta que apareciera publicada y, desde luego, no llegaría al afectado.

El también crítico musical en distintas cabeceras ya había sido procesado en Madrid a resultas del sumario 3031, instruido en 1939 y también depositado en el Archivo General e Histórico de Defensa. El diccionario de Manuel Aznar Soler (2016) le sitúa por entonces en el exilio de Francia camino de México. La comprobación del destino es obvia a la vista de las ediciones de su última etapa, pues en la capital azteca aparecieron los volúmenes El oso y el madroño (1954) y Mitología latina (1954). Mateo Hernández Barroso fue declarado en rebeldía tanto en Valencia como en Madrid porque su nombre figura en el activo exilio de los republicanos en México.

El sumario instruido en la capital le señala como «muy destacado marxista». La caracterización aparece en un informe emitido por José Casado Moreno, secretario del Juzgado Especial del Ayuntamiento de Madrid, donde trabajó el encausado como «maestro especial» sin que el dato aparezca en los perfiles biográficos publicados hasta el momento. Sin embargo, la instrucción no aporta prueba alguna acerca de esa supuesta relevancia en el marxismo español. Tampoco documenta su actividad propagandística constatada por la prensa, al menos cuando el republicano pronunció una alocución radiofónica donde criticaba a los altos cargos dispuestos a abandonar Madrid por miedo a las represalias de los sublevados (La Libertad, 16-X-1936).

Al margen del exilio indicado en distintas fuentes y constatado gracias a las referidas publicaciones, la posibilidad de ser declarado en rebeldía procesal por estar sometido a un procesamiento en otra localidad, incluso en una misma localidad cuando era como Madrid o Barcelona, es bastante frecuente en el marco caótico de la justicia militar durante la posguerra. Por falta de medios y tiempo, también por el desbordamiento que provocó la masiva represión de la Victoria, estos errores son habituales y a veces cuestionan la fiabilidad de la documentación analizada por el historiador.

El sumario 3031 del AGHD se instruyó en Madrid poco antes que el valenciano y con resultados similares, pues Mateo Hernández Barroso fue un encartado misterioso para las autoridades franquistas que nada sabían de su amistad con Manuel Azaña y otros contertulios del café Regina. El 18 de abril de 1939, el citado secretario del Juzgado Especial del Ayuntamiento de Madrid emite el primer informe sobre el masón que trabajaba como «profesor especial», circunstancia corroborada al día siguiente por el propio Ayuntamiento inmerso en las tareas de la depuración. A partir de lo constatado en ambos documentos, que es bien poco en comparación con la trayectoria republicana del encartado, el auditor Ángel Manzaneque Feltrer ordena que se instruya el sumarísimo de urgencia 6864 contra Mateo Hernández Barroso.

La orden, sin que me conste una documentación que la complete, debió quedar en el limbo de aquel caos jurídico donde a menudo los instructores actuaban a partir de datos fragmentarios y poco relevantes acerca de los encartados. Más sorprendente todavía es la decisión de decretar la prisión atenuada, se supone que sería en su domicilio, para quien no había sido localizado. La orden del Juzgado Permanente n.º 18 está firmada el 28 de abril de 1939 y en el sumario 3031 no consta que se cumpliera. De hecho, nadie consiguió conocer el paradero del masón con un amplio historial en las logias. Los agentes de la Dirección General de Seguridad lo intentaron, según informe emitido el 24 de julio de 1939, en el domicilio que les constaba de la calle Suero de Quiñones, n.º 13, y en la «Escuela Normal de Maestros y Profesores». El resultado fue nulo en ambas ocasiones. Nadie aportó información acerca del paradero de quien, por su edad y actividades, debió ser conocido entre la vecindad o los colegas del ayuntamiento.

Ante semejante falta de referencias y la imposibilidad de llevar a cabo una investigación policiaca, Mateo Hernández Barroso es declarado en rebeldía el 14 de octubre de 1939; es decir, cinco meses antes de que hiciera lo mismo el juzgado de Valencia, que no debió tener información acerca de lo sucedido en Madrid. La decisión se tomó tras aparecer la correspondiente requisitoria en la prensa de la capital por orden del 26 de septiembre de 1939, que fue efectivamente cumplida en el diario Madrid, según consta en el sumario 3031. El problema es que Mateo Hernández Barroso no leería la noticia por estar muy lejos de la capital. La prensa franquista, con sus requisitorias a la búsqueda de un hipotético lector, ni siquiera sería leída con asombro en México.

Finalmente, y ante lo infructuoso de las actuaciones judiciales realizadas para detener al «muy destacado marxista», el 24 de octubre de 1939 el tribunal del consejo de guerra celebrado en Madrid declara sobreseído el caso por no haber localizado al rebelde. Nadie avisó a los colegas de Valencia, que siguieron poco después el mismo camino con similares resultados. La comunicación entre los juzgados de la posguerra presenta múltiples deficiencias y estas duplicidades son frecuentes. No obstante, alguien debió pensar que Mateo Hernández Barroso acabaría presentándose ante las autoridades militares del franquismo, pues su caso no fue archivado hasta el 13 de diciembre de 1944 por orden del auditor general.

Mientras tanto, el masón interesado por múltiples y heterogéneas facetas culturales o científicas debió quedar ajeno a las actuaciones judiciales. Tampoco tendría noticias de su procesamiento en ausencia por parte del TERMC, según consta en los catálogos del CDMH (TRRPM, 148; causa n.º 493/42 por masonería). Entre otros motivos, porque Mateo Hernández Barroso estaba en el exilio recordando los tiempos vividos junto a figuras como Valle-Inclán en las tertulias más significativas del momento. Así consta en El oso y el madroño, un volumen recopilatorio y testimonial. Por desgracia, lo publicado en México no impidió que su nombre acabara remitido a los diccionarios del exilio, donde tanto esfuerzo queda inevitablemente reducido a una entrada o una ficha bio-bibliográfica. Mateo Hernández Barroso nunca volvió a destacar en materia de marxismo, que seguramente le sería tan ajeno como las órdenes dictadas para localizarle en Madrid y procesarle, aunque fuera en ausencia porque jamás cabía el olvido en los tribunales de la represión. Cumplidos los sesenta, don Mateo fue oficialmente un rebelde, aunque solo fuera procesal por la incompetencia o la falta de documentación de quienes intentaron procesarle.