Foto: Elfidio Alonso Rodríguez. Fuente: ABC.es
La
represión embarra hasta la memoria. A lo largo de la presente investigación,
he encontrado una fábula recurrente: la de destacadas personalidades
vinculadas con el franquismo que, cuando la dictadura ya boqueaba y el incierto
futuro indicaba la conveniencia de blanquear el pasado, dijeron haber intentado
salvar a alguien condenado en un consejo de guerra.
Quienes
de verdad presentaron avales en los juzgados militares por solidaridad o
agradecimiento con los procesados suelen callar y permanecen en el anonimato.
Su gesto de humanidad, a veces arriesgado, ha quedado en silencio, salvo para
la documentación de los sumarios. Siempre doy sus nombres en mis trabajos.
Entre otras razones, porque la existencia de estas personas -obviamente
vinculadas con los vencedores de la guerra- prueba que el franquismo no era
monolítico y había gente dispuesta a procurar un cierto alivio en la represión
que se cernió sobre los republicanos procesados.
Sin
embargo, y por experiencia de varios casos relacionados con periodistas y
escritores, quienes hablan en público o dejan un testimonio escrito acerca de
su ayuda a algún represaliado nunca cuentan en esa documentación con una prueba
de la misma. Solo tenemos su palabra de «personas de probada solvencia moral»,
pero sin una posibilidad de verificación y, a menudo, el testimonio incurre en
contradicciones que indican la inequívoca presencia de la fabulación.
El
caso de Miguel Hernández es paradigmático en este sentido. La fama o el
prestigio del procesado favorece la proliferación de «salvadores» que nunca se
presentaron ante un juzgado militar. La lista de quienes pretendieron salvar al
poeta es larga, todavía es objeto de una indocumentada credulidad por parte de
algunos periodistas y, sobre todo, parece inmune a las pruebas aportadas en Los
consejos de guerra de Miguel Hernández (2022). Cuando una fábula ha
circulado durante años casi queda convertida en un dogma cuyo cuestionamiento resulta incómodo.
Estas fábulas, a menudo utilizadas por quienes las profieren con desparpajo para
procurar una memoria consoladora, solo pueden ser desmentidas mediante la
consulta de la documentación que obra en los sumarios. Sin embargo, también cabe otra posibilidad
menos frecuente porque requiere la participación de la víctima. La relectura
del volumen colectivo Periodismo y periodistas en la Guerra Civil (1987)
me ha recordado una historia relacionada con las vicisitudes de ABC durante
la guerra que no precisó de documentación alguna, por entonces inaccesible,
porque fue la propia víctima quien puso en evidencia al fabulador.
Elfidio
Alonso Rodríguez (1905-2001), el joven director canario del ABC republicano,
salvó su vida porque pudo marcharse al exilio poco antes de terminar la guerra.
Después de cincuenta años sin hablar en público, el ciclo de conferencias en
que se basa el citado volumen le permitió citar un texto de Juan Ignacio Luca
de Tena (1897-1975) extraído de su libro de memorias Mis amigos muertos publicado
en 1971. En él escribe de su llegada a la redacción el mismo día en que las
tropas del general Franco entraron en Madrid:
Bajó
al cabo la redacción usurpadora con su director, don Elfidio Alonso, a la
cabeza; entregaron la casa a Pastor y a Cuartero y enseguida se marcharon a la
calle. Por cierto, que el tal don Elfidio fue condenado, semanas después, por
un tribunal militar y que los nuevos directores de los periódicos de Madrid,
José María Alfaro, Juan Pujol, Víctor de la Serna, Juan José Pradera, Joaquín
Valdés y un servidor de ustedes, acudimos al Caudillo para pedirle el indulto
del señor Alonso, quien, si vive que sea por muchos años, andará a estas horas
paseándose por las calles de Madrid (1971: 322-323).
El
republicano Elfidio Alonso Rodríguez no fue sometido a un sumarísimo de
urgencia porque por entonces, durante la inmediata posguerra, estaba en un
campo de concentración francés. De ahí saldría con destino a varios países
donde permaneció exiliado. Y, afortunadamente, el periodista vivió hasta casi
ser centenario, pero tardó mucho en pasear por Madrid porque tuvo la coherencia
de esperar a la muerte del general Franco para volver. La entrada de las tropas
en la redacción de ABC, con la consiguiente entrega del mando, no debió
ser un acto entre caballeros que se comportan como aristócratas de una comedia
de teléfonos blancos. La imagen solo reside en la capacidad fabuladora de quien
afirma escribir unas memorias donde cita a colegas que nunca le iban a desmentir,
entre otros motivos porque andaban igual de necesitados de ese blanqueamiento.
Al menos, en 1986 a Elfidio Alonso Rodríguez le brindaron la oportunidad de
hablar en público y demostrar, con una elegancia exquisita hacia el fallecido,
que Juan Ignacio Luca de Tema había tergiversado la realidad, como su colega José María de
Alfaro, que dijo haber intentado salvar a Miguel Hernández y calló acerca de su
padre y presidente del tribunal que le condenó: el comandante Pablo Alfaro
Alfaro.
Las
personas de «probada solvencia moral» podían ser tan elegantes y cultas como el
marqués de Luca de Tena, miembro de la RAE. No obstante, al cabo de los años, falsificaron el pasado con desparpajo de pícaro porque sabían que los suyos nunca se lo
recriminarían. Y los otros, claro está, eran unos «rojos» como el periodista
canario de Unión Republicana, que ni siquiera llamó mentiroso a quien, a la vista de las pruebas, lo había
sido de una forma palmaria:
No
deja de ser curioso este ejemplo de «información» objetiva de tan destacado
periodista; pero lo es más aún que un consejo de guerra me haya condenado en
ausencia y que el Caudillo concediera mi indulto, sin averiguar que por aquel
entonces yo andaba tras el Pirineo evadiéndome de los campos de concentración
franceses. Afortunadamente, todavía me faltaba recorrer mucho camino, hacer
otros periódicos, ser espectador de más episodios de guerra y del nacimiento y
desaparición de unos cuantos dictadores (VV. AA., 1987: 123).
Eso sí, por si acaso el periodista republicano hubiera mentido también, he comprobado que el sumario de su supuesto consejo de guerra no figura en el AGHD. A nombre de Elpidio Alonso Rodríguez está el 113451, pero por la numeración nunca pudo ser de 1939 o principios de 1940. Cabe la posibilidad, desconocida al parecer por el periodista, que fuera procesado en rebeldía. Según la tesis doctoral de María Gabino Campos, Vida y obra periodística de Elfidio Alonso Rodríguez (2002), el citado director de ABC formó parte del exilio.