jueves, 28 de septiembre de 2023
El silencio en torno a Serafín Adame y Santiago de la Cruz
martes, 26 de septiembre de 2023
Presentación de Castillos de fuego, de Ignacio Martínez de Pisón
domingo, 24 de septiembre de 2023
Casariego, el fotógrafo que temía el regreso de los de «la alpargata»
El 28 de marzo de 1939,
los pocos redactores de Heraldo de Madrid que permanecían en la capital
acudieron al local de la redacción. La pretensión de los periodistas no era
sacar el número de ese día, cuando las tropas del general Franco ya circulaban
victoriosas, sino intentar comer un plato de lentejas para distraer un hambre
de meses. Según las memorias carcelarias de Diego San José, allí estaban
Federico de la Morena, director circunstancial del diario, Enrique Ruiz de la
Serna, Juan Antonio Cabero, Eduardo de Castro, Antonio Uriel, el caricaturista
Joaquín Sama y el fotógrafo y corresponsal de guerra Díaz Casariego (2016: 28).
El desánimo de aquellos republicanos era total ante la constatada derrota, que
ni siquiera incluía la posibilidad de una negociación de última hora como la
intentada por los golpistas del coronel Casado. En medio del mutismo y la
incertidumbre ante un futuro problemático, el citado fotógrafo alzó la voz y se
dirigió a sus colegas de redacción:
-
¡Compañeros! Creo llegado el momento de
que nos quitemos la careta; yo, por lo menos. Y así digo que, en nombre de la
Falange, desde este momento tomo la dirección eventual del periódico.
La sorpresa de los allí
presentes fue relativa, pues «al final de la campaña, viendo de cerca el triste
final de la República, [el fotógrafo] andaba tanteando la manera de caer en
blando. En la redacción se le descubrió el juego y empezaba a mirársele con
cauteloso recelo» (2016:29). Las sospechas en torno al quintacolumnista de la
redacción quedaron confirmadas, aunque alguno temiera que demasiado tarde con
la posibilidad de ser denunciado en el futuro.
José M.ª Díez
Rodríguez-Casariego (1896-1967) no pudo actuar ese día como falangista sin
careta y hacer entrega del periódico a los camaradas que llegaron poco después
a la redacción. Al igual que a sus compañeros, los vencedores le mandaron a
casa a la espera de una detención bastante probable y el posterior paso por una
de las múltiples cárceles improvisadas en el Madrid de la posguerra. El calvario
de la derrota empezaba para quienes iban a ser acusados de adhesión o auxilio a
la rebelión. Sin embargo, el fotógrafo que había retratado a Abd-el-Krim cuando
el líder de las revueltas personificaba el pánico era hombre de recursos.
También un tipo camaleónico, imaginativo y precavido que, desde la posguerra,
decía llevar en el bolsillo de la chaqueta la orden de «indulto» de su condena
a muerte firmada por el Caudillo, antiguo conocido de los tiempos de campaña en
el norte de África. Nadie ha visto el documento, pero la anécdota tampoco se ha
cuestionado hasta el momento porque la imagen de un condenado dispuesto a
exhibir semejante firma resulta atractiva y verosímil, al menos si desconocemos
los mecanismos de la represión judicial del momento.
El sumario del
correspondiente consejo de guerra contra José M.ª Díez Casariego debió
celebrarse en Madrid, pero no figura en el catálogo del AGHD. A pesar de que el
nombre del fotógrafo aparece en la bibliografía con distintas variantes,
ninguna de las mismas permite la localización del sumarísimo de urgencia que
terminó en una supuesta condena a muerte. Por otra parte, el análisis de
aquellos que incluyen esa conmutación por una pena de treinta años, que no cabe
confundir con un indulto, permite constatar la ausencia de cualquier documento
firmado por el general Franco. Tanto si el condenado entraba en capilla para
ser ejecutado como si pasaba a cumplir una condena de treinta años, el sumario
nunca incluye la firma del Caudillo, que debió ser un hombre discreto para la
posterioridad. Y, por supuesto, al preso se le comunicaba la resolución acerca
de su vida o futuro carcelario. Así consta en los sumarios con las firmas de
los interesados, pero nunca se le hacía entrega del correspondiente documento o
de una copia. Tampoco a su defensor, que dejaba de serlo tras la celebración
del plenario del consejo de guerra. José M.ª Díez Casariego llevaría en el
bolsillo algún papel con cierta apariencia de indulto, pero su procedencia no
sería un juzgado militar. El fotógrafo sabría a qué tipo de personas podía
convencer de la verosimilitud del papel en cuestión, nadie le reclamaría una
comprobación y el falso documento sería utilizado a modo de aval durante un
período de ostracismo profesional. De hecho, el fotoperiodista que retrató a
Abd-el-Krim se ganaba la vida haciendo fotos de carnet y estudio en un
entresuelo de la calle del Carmen, n.º 14, donde había arrendado el local de
Fotografía Mendoza gracias a una socia capitalista nada dispuesta a encubrir
sus reuniones clandestinas.
Visto el sumario 123150
del AGHD, donde en 1943 fue procesado el fotógrafo junto a otros doce
encartados que venían de la derrota, la posibilidad de que el madrileño fuera
un condenado a muerte queda descartada. El «mérito» debió ser fruto de una imaginación
puesta al servicio de la supervivencia, que por entonces el fotoperiodista
creía en peligro ante la victoria de los aliados y la previsible vuelta de los
de «la alpargata», siempre dispuestos a vengarse de los traidores. En la
declaración realizada el 24 de septiembre del citado año, José M.ª Díez
Casariego afirma que el inicio del Glorioso Movimiento Nacional le sorprendió
en Madrid, «como asimismo la Liberación, siendo detenido por su actuación
durante la guerra, condenándosele a la pena de ocho años de reclusión, pasando
a cumplirla en Las Palmas, de donde fue puesto en libertad a finales de 1941».
La estancia en la prisión
de Las Palmas sería la consecuencia de una condena. Asimismo, parece verídica a
raíz de las declaraciones de otros detenidos que coincidieron con él antes de
montar negocios de poca monta en el Madrid de la posguerra. Es decir, el
supuesto condenado a muerte reconoce en las dependencias de la Dirección
General de Seguridad, en cuyos calabozos pasó una larga temporada con los
previsibles malos tratos, haberlo sido solo a ocho años. Sin embargo, el
correspondiente sumario no me consta todavía y, además, la citada condena es
una rareza en unos sumarísimos de urgencia que por entonces solían pasar de los
seis a los veinte años sin escalas intermedias. La premura en los
procedimientos y la acumulación de casos condujeron a unas condenas carentes de
matices intermedios. Por otra parte, el traslado a un penal tan duro y distante
como el de Las Palmas implica la existencia de un castigo u otra razón hasta
cierto punto excepcional, que José M.ª Díez Casariego no explica en las
dependencias policiales. No obstante, uno de sus compañeros de sumario, el
estraperlista Fernando Rodríguez Bazán, en la declaración del 8 de octubre de
1943 apunta una posible razón como más adelante comprobaremos. Su verificación
documental supone un imposible, como tantos giros de guion de una historia que
requiere hipótesis ajenas a lo rocambolesco, pues la realidad del momento no
precisa de este aditamento de la ficción.
Los perfiles biográficos
del conocido fotógrafo, que tantas imágenes dejó de un Madrid variopinto,
apuntan que su carácter le permitía alternar en los más contrapuestos
ambientes. Gracias a esa facilidad de adaptación, José M.ª Díaz Casariego tuvo
acceso a lo más selecto y lo popular de su ciudad para verlo a través de su
cámara. El resultado fue meritorio. Nadie le discute una virtud propia de un
fotoperiodista que hizo excelentes reportajes para la prensa nacional antes de
1936. No obstante, cabe pensar que ese carácter un tanto camaleónico también lo
pondría al servicio de la supervivencia en unos tiempos cambiantes donde, como
indicara Diego San José, muchos buscaban la manera de caer en blando para
sortear las consecuencias de la derrota. Incluso de la victoria de los aliados,
que en 1943 algunos veían inminente como paso previo de una vuelta de los
rojos, aquellos que por llevar alpargatas estaban dispuestos a que rodaran las
cabezas de los traidores.
Nota:
El correspondiente capítulo aparecerá en la segunda edición, o ampliación, de Las armas contra las letras. Los consejos de guerra de periodistas y escritores, 1939-1945 (Sevilla, Renacimiento-Publicaciones de la Universidad de Alicante, en prensa).
miércoles, 20 de septiembre de 2023
La rocambolesca historia del fotoperiodista Casariego
martes, 19 de septiembre de 2023
Rosario del Olmo, miliciana libertaria y censora de prensa
La periodista Rosario del
Olmo ha quedado asociada al comunismo en las escasas referencias críticas sobre
su trayectoria. Con una valentía sorprendente, es cierto que en las
declaraciones realizadas durante la instrucción de su consejo de guerra reconoce
sus simpatías por el Partido Comunista de España, aunque no fuera militante del
mismo. La documentación conservada en el Centro Documental de la Memoria
Histórica, de Salamanca, indican que la supuesta comunista en realidad fue una
miliciana libertaria. Rosario del Olmo ingresó en las Milicias Confederales de
CNT-FAI-AIT el 19 de octubre de 1936 a los veintisiete años y viviendo en la
calle Fernando VI, n.º 19. Su ingreso se produjo como miembro del sindicato de
Industrias Gráficas, sección de periodistas. El sueldo era de diez pesetas
diarias, se han conservado las nóminas para comprobarlo, y fue baja total de la
columna Españas libres el 1 de enero de 1937 por orden de la comandancia.
El nombramiento de
Rosario del Olmo como censora de prensa por parte del delegado de Propaganda y
Prensa de la Junta Delegada de Defensa de Madrid tuvo lugar el 6 de diciembre
de 1936. A partir de los testimonios de Arturo Barea o los estudios de Paul Preston,
parece que actuó como censora poco menos que en solitario. La realidad
documentada en el CDMH es que la periodista formó parte de una comisión de
censura formada por otros colegas y dirigida por César García Iniesta y José
Pastor Willians. En la misma y realizando labores similares a las de Rosario
del Olmo se encuentran, según la relación conservada en Salamanca, Francisco
Escola Besada, Manuel Álvarez Portal, Miguel Ángel Sánchez Salcedo, Pío Marcos
Cuadrado, Isidoro García Ortega, Luis Vallejo Sánchez, Enrique Capdevila Pérez,
Eugenio Rosado Rivas y Ángel Abanades Gómez, aparte de dos censores militares y
el personal auxiliar.
Consultados los catálogos
de procesos depositados en el AGHD, comprobamos que de esa lista al menos
fueron encartados por los militares franquistas César García Iniesta, Francisco
Escola Besada, Pío Marcos Cuadrado, Isidoro García Ortega, Enrique Capdevila
Pérez, Eugenio Rosado Rivas, además de la propia Rosario del Olmo. El análisis
de estos sumarios nos permitirá avanzar en el estudio de la censura de prensa
durante el mandato republicano, que a menudo se circunscribe a lo relatado por
Arturo Barea en sus imprescindibles memorias y a las publicadas por varios
corresponsales de guerra tras su vuelta a los respectivos países. La tarea
queda pendiente para el segundo volumen, o la edición ampliada, de Las armas
contra las letras. Los consejos de guerra de periodistas y escritores,
1939-1945 (Sevilla, Renacimiento-Publicaciones de la Universidad de
Alicante, en prensa).
domingo, 17 de septiembre de 2023
El periodista republicano Ramiro Gómez Zurro
sábado, 16 de septiembre de 2023
La periodista, feminista y librepensadora Amalia Carvia, condenada a los 84 años
jueves, 14 de septiembre de 2023
Matilde Zapata, procesada después de fusilada
lunes, 11 de septiembre de 2023
La «rebeldía» del masón y periodista Mateo Hernández Barroso
El 18 de abril de 1939, comparecen en una comisaría de Valencia del Cid los agentes que han localizado en la capital el local ocupado durante la guerra por la logia masónica Liceo de Levante (AGHD, 7980). Aparte de identificar a la portera del inmueble como testigo o acusada -nunca queda clara la condición-, aportan una serie de nombres como posibles miembros de la citada logia. Uno de ellos es el del veterano polígrafo Mateo Hernández Barroso (1874-1963), aunque en ningún momento se le cita como periodista o escritor -de hecho, sus intereses culturales fueron múltiples, desde las matemáticas hasta las telecomunicaciones pasando por la música y la historia- porque la instrucción no alumbra nada acerca de este nombre, salvo que no contaba con antecedentes penales. Así, el 9 de mayo de 1939, el coronel jefe de la Columna de Orden y Policía de Ocupación de Valencia del Cid afirma que su ficha «no aparece en el fichero obrante en esta jefatura».
Ante la ausencia de
cualquier referencia al masón que ocupara importantes cargos durante el período
republicano -entre otros, fue Director General de Telecomunicaciones-, y su incomparecencia reiterada en el correspondiente juzgado, el 18
de marzo de 1940 el instructor Alfonso Bernaldero Ávila declara en rebeldía
procesal a Mateo Hernández Barroso, que probablemente estaría siendo por
entonces procesado en Madrid a resultas del sumario 3021, instruido en 1939 y
también depositado en el Archivo General e Histórico de Defensa, aunque otras fuentes ya lo sitúan en el exilio francés camino de México. El citado sumario es
probable que tenga en cuenta su actividad propagandística constatada por la
prensa cuando pronunció una alocución radiofónica donde criticaba a los altos
cargos dispuestos a abandonar Madrid por miedo a las represalias de los sublevados (La Libertad, 16-X-1936).
Al margen del posible exilio en este caso, la posibilidad de ser
declarado en rebeldía procesal por estar siendo procesado en otra localidad,
incluso en una misma ciudad cuando era como Madrid o Barcelona, es bastante
frecuente en el marco caótico de la justicia militar durante la posguerra. Por
falta de medios y tiempo, también por el desbordamiento que provocó la masiva
represión de la Victoria, estos errores son frecuentes y cuestionan la
fiabilidad de la documentación analizada por el historiador. En cualquier caso,
en fechas próximas haré la oportuna consulta en el Archivo General e Histórico
de Defensa con el objetivo de incorporar al citado periodista masón a la nómina
de los represaliados que aparecerán en el segundo volumen de Las armas
contra las letras o en su edición ampliada, siempre y cuando el exilio no le librara de las cárceles franquistas.
Pd.: El resultado de esa consulta en el AGHD se puede consultar en la entrada del 16 de noviembre de 2023.
sábado, 9 de septiembre de 2023
Los problemas judiciales del periodista Salvador Prieto
LOS
PROBLEMAS JUDICIALES DEL PERIODISTA SALVADOR PRIETO
Rafael Cordero Avilés en ¡Periodistas
a las armas! (Sevilla, Espuela de Plata, 2022, p. 133) traza una breve
biografía del dibujante Salvador Prieto, que colaboró en el Heraldo de
Madrid durante la Guerra Civil hasta que fue movilizado junto con su
quinta. Al finalizar el conflicto, y siempre según la referencia arriba
indicada, fue sometido a un sumarísimo de urgencia y condenado a la pena de
seis años.
Visto el catálogo de
causas judiciales del Archivo General e Histórico de Defensa (Madrid), solicité
la copia del sumario 7980 por la presencia en el mismo de Salvador Prieto o
alguien que se llamaba igual que el dibujante del que desconocía hasta ahora el segundo apellido.
El citado sumario parte
de una denuncia presentada por el anciano médico Dionisio Gómez Herrero, que el
25 de mayo de 1939 compareció en la comisaría del distrito de la Universidad
como propietario del edificio de la calle Alberto Aguilera, n.º 70. Su propiedad
fue incautada por un grupo comunista a principios de la guerra y, al terminar,
la encontró desvalijada. La pretensión de la denuncia es el castigo de los
responsables y, para contribuir a su identificación, aporta al sumario toda la
documentación encontrada en el edificio, desde cartillas de ahorro hasta
fotografías y panfletos.
El comandante Luis Cilla
Martínez se hace cargo de la instrucción de un sumario que cuenta con
veinticinco encausados, entre ellos un tal Salvador Prieto del que no se aporta
información alguna a lo largo de las actuaciones judiciales. El balance de las mismas
fue nulo y el 7 de noviembre de 1942, más de tres años después de la citada
denuncia, el instructor da traslado de la documentación al auditor.
A la vista de la ausencia
de progresos durante la investigación y el escaso relieve de los hechos
denunciados en un contexto como el de la posguerra, el auditor decide archivar
el sumario porque «no se encuentran, al presente, méritos bastantes para tener
por justificada la existencia del delito». El tal Salvador Prieto, al igual que
los otros veinticuatro acusados, queda libre de culpa por lo sucedido en el
edificio de la calle Alberto Aguilera.
El dato contrasta con lo
afirmado por Rafael Cordero Avilés y solo cabe suponer que el dibujante fuera Salvador Prieto Martínez
(sumario 66704) a partir de una referencia encontrada en el ABC del 12 de mayo de 1939. La posibilidad me obliga a una nueva consulta en el madrileño
Archivo General e Histórico de Defensa para aclarar la suerte del colaborador
de El Heraldo de Madrid en los consejos de guerra instruidos contra
periodistas, escritores y dibujantes. La haré en fechas próximas con vistas al
segundo volumen de Las armas contra las letras o su edición ampliada.
viernes, 8 de septiembre de 2023
La petición de indulto del periodista Vicente Ramón Esteban
El 24 de marzo de 1947, el periodista Vicente Ramón Esteban veía cerca los cincuenta años, había pasado un verdadero calvario de cárcel en cárcel desde que fuera detenido nada más terminar la guerra y, de la misma manera que intentara infructuosamente reincorporarse a la Asociación de la Prensa de Madrid para recibir sus servicios asistenciales, tenía la necesidad de normalizar en lo posible su situación en la España franquista. Ese día, con una redacción cuidada y propia de quien asume el riesgo de dar un paso decisivo, el colaborador de El Heraldo y El Socialista durante la guerra escribió al capitán general de la I Región Militar para solicitar el indulto de acuerdo con el Decreto de 9 de octubre de 1945.
El correspondiente
documento recogido en el sumario 33580 del AGHD incluye los datos fundamentales
acerca de la trayectoria judicial de Vicente Ramón Esteban durante la
posguerra. El Juzgado Militar de Prensa instruyó su causa de auxilio a la
rebelión militar hasta que el juez Manuel Martínez Gargallo dictó el auto
resumen del que no consta copia en el sumario. A resultas de ese auto, y con el
nulo debate que solía haber en los sumarísimos de urgencia, el periodista sería
condenado por el Consejo de Guerra Permanente -la copia no especifica el
número- a la pena de veinte años de reclusión.
El plenario del tribunal
presidido por el comandante Pablo Alfaro Alfaro, el oficial que condenó por
entonces a Miguel Hernández, tuvo lugar el 28 de noviembre de 1939. Al igual
que muchos otros colegas de las cárceles franquistas, poco después Vicente Ramón
Esteban vio conmutada su condena por una de doce años. La rebaja le llegaría
cuando estaba en la cárcel de Yeserías, al final de su periplo por las
prisiones madrileñas, que sería dramático para un hombre maduro. El periodista
represaliado pudo salir en libertad condicional el 22 de junio de 1942. Ese
día, después de tres penosos años en la madrileña cárcel de Barco, en el penal
de Ocaña y, sobre todo, trabajando duro en el Destacamento Penitenciario de
Colmenar Viejo, el periodista procedente de Yeserías regresó a su domicilio de
la Cava Alta, n.º 27, para reencontrarse con su esposa María Luisa Molero Zazo.
La libertad era condicional o «atenuada», pero el alivio resultaría absoluto.
El sumario 33580 está
incompleto, puesto que no figura la documentación de la instrucción y la del
plenario, incluida el acta de la sentencia. La circunstancia impide conocer las
actuaciones de Manuel Martínez Gargallo y su secretario, así como el carácter
de las posibles diligencias ordenadas por el instructor. Una verdadera pena, ya
que estos oficiales suelen dar sorpresas en cada caso. Gracias a una
transcripción del acta del tribunal, sabemos que Vicente Ramón Esteban estaba
afiliado al Partido Socialista desde 1933 y que ese mismo año ingresó en la UGT
a través de la Agrupación Profesional de Periodistas. Estos datos ya podían
justificar una condena, pero lo fundamental vino a continuación: «Al surgir el
Glorioso Movimiento Nacional era redactor del diario Heraldo de Madrid, desempeñando
durante algún tiempo el cargo de redactor jefe». El mismo le obligaba a hacer
el trabajo de «hinchar» los cables o telegramas y publicar los procedentes «de
provincias poniéndoles títulos injuriosos para el Glorioso Movimiento
Nacional». Gracias a que Vicente Ramón Esteban observó buena conducta durante
la Guerra Civil, así lo reconoce explícitamente la sentencia, la condena solo
ascendió a veinte años. El auditor la ratificó el 6 de diciembre de 1939 y
aquellas Navidades serían duras para el periodista.
Al igual que en el resto
de los casos vistos en mi investigación, el fiscal se opuso a la concesión del
indulto. Su escrito, una especie de formulario donde solo cambiaba a mano el
nombre del acusado, está firmado el 27 de marzo de 1947. Sin embargo, y también
como es habitual, el auditor se muestra favorable a la concesión el 7 de abril
de 1947 y la orden la firma el capitán general de la I Región Militar once días
después. Finalmente, el 30 de abril comunican el indulto a Vicente Ramón
Esteban, que desde 1931 trabajó en El Heraldo de Madrid con un sueldo
anual nunca superior a las tres mil pesetas para pasar en septiembre de 1938 a
la redacción de El Socialista. Su «auxilio a la rebelión» lo completó
como pionero radiofónico en el diario hablado La Palabra, de Unión
Radio. Finalmente, cuando ya había cumplido los treinta y ocho años, fue
movilizado en enero de 1939 incorporándose a la 106 Brigada del ejército
republicano. Allí vería el final de la guerra y el principio de su calvario
compartido con tantos otros periodistas, escritores y dibujantes.
jueves, 7 de septiembre de 2023
El consejo de guerra de la periodista Rosario del Olmo
El periodista Ricardo Flores murió en la cárcel
miércoles, 6 de septiembre de 2023
La portada del sumario de un condenado a muerte: Manuel Navarro Ballesteros
El análisis del proceso seguido contra este militante comunista aparecerá en Las armas contra las letras. Los consejos de guerra de periodistas, escritores y dibujantes, 1939-1945, pero me bastó observar la portada, concretamente la palabra «muerte» en color rojo y en la parte superior, para saber que este sumario revelaba la cara más dura de la represión ejercida por los vencedores. A partir de ese momento, los números, los sellos, las fechas, las anotaciones... de la misma portada cobran otro significado y obligan a desmenuzar con cuidado el contenido para dar cuenta de lo sucedido con hombres jóvenes en su mayoría que vieron truncado su futuro en 1939.
sábado, 2 de septiembre de 2023
El consejo de guerra de SAM (Serafín Adame Martínez) y sus colegas de ABC
Los historiadores del teatro, al menos quienes hemos trabajado sobre el período republicano, conocemos el seudónimo de SAM como el de un destacado crítico teatral, que durante la Guerra Civil escribió en las páginas de un ABC incautado por las fuerzas leales al gobierno y convertido en órgano de la Unión Republicana. Su labor como crítico y cronista de los escenarios fue constante a lo largo de esos meses del Madrid sitiado. Una vez terminada la guerra, Serafín Adame Martínez permaneció en la capital hasta que fue detenido el 5 de julio de 1939 junto a sus compañeros Mariano Espinosa Pascual, Antonio Fernández Lepina y Sotero Antonio Barbero Núñez.
Los cuatro periodistas del ABC incautado que se publicó en Madrid, en paralelo con la edición sevillana de la misma cabecera, fueron los protagonistas del sumario 33590 depositado en el Archivo General e Histórico de Defensa (Madrid). El correspondiente sumarísimo de urgencia fue instruido por el Juzgado Militar de Prensa entre el 5 de julio de 1939 y el 11 de octubre del mismo año, con unas prisas y una dedicación que prueban un especial interés por parte de los instructores.
El correspondiente consejo de guerra concluyó con una sentencia dictada el 3 de noviembre de 1939 por un tribunal cuyo presidente era el teniente coronel retirado Arturo Iruretagoyena. Mariano Espinosa Pascual fue condenado a muerte, mientras que los otros tres procesados lo fueron a penas de treinta años. Su delito era una adhesión a la rebelión militar por haber sacado adelante el ABC republicano, que tuvo otras víctimas encabezadas por el fusilado Augusto Vivero.
El análisis del sumario tendrá un capítulo específico en el segundo volumen de Las armas contra las letras, o en la edición ampliada de la misma obra, pero el motivo de esta entrada es el hallazgo de la ficha como periodista de Serafín Adame Martínez. La misma se encuentra entre la documentación depositada en el sumario 33590 del Archivo General e Histórico de Defensa y permite poner rostro a una de las víctimas de la represión que analizo en la citada monografía.
El detalle del carnet con la foto parece menor, pero no lo es para un investigador. Llevo años consultando los fondos de los archivos militares y a menudo echo de menos la posibilidad de poner rostro a las víctimas. Algunas, las más conocidas, lo tienen por diferentes fuentes, pero otras carecen de esas fotos que tan necesarias resultan para personalizar las historias de represión de aquellos periodistas, escritores y dibujantes.
La posibilidad se hace real gracias al excelente trabajo de los técnicos y los archiveros del Archivo General e Histórico de Defensa, que al igual que sus compañeros de otros centros trabajan con una documentación a menudo deteriorada por el paso del tiempo y la incuria en que se mantuvo hasta hace relativamente poco. Gracias a su profesionalidad, el rescate de esta documentación es posible y la consulta permite rastrear huellas depositadas durante décadas, a la espera de que alguien reconstruya la historia de esta represión ejercida contra periodistas, escritores y dibujantes republicanos.
La edición facsimilar de los sumarios de Miguel Hernández me permitió conocer de primera mano esa profesionalidad y dedicación de los archiveros. La investigación en curso me ha reafirmado la impresión y, por lo pronto, tenemos la oportunidad de ver a SAM vestido con uniforme, una de las circunstancias que pesaron a la hora de ser condenado a treinta años de reclusión.