domingo, 28 de mayo de 2023

La hija de Drácula (1936) en el Madrid sitiado


El repaso de la prensa publicada en Madrid durante la Guerra Civil remite a los grandes hechos históricos, pero también permite observar detalles entre curiosos y significativos de lo que sucedió en una capital sitiada desde noviembre de 1936 y sometida a frecuentes bombardeos.
La cartelera cinematográfica y teatral aporta notables informaciones en ese sentido. Muchas de las mismas ya son recurrentes en algunos trabajos de investigación o creativos dedicados a la capital bajo las bombas. Otras quedan a la espera de un relato. 
Siempre me he preguntado qué pensaría el proyeccionista que durante tantos días vio la imagen de Charles Chaplin en Tiempos modernos, en especial cuando el protagonista recoge una bandera roja e involuntariamente encabeza una manifestación obrera duramente reprimida por la policía. ¿Se emocionó las primeras veces o la vería desde el principio con el escepticismo de quien, entre bombas, observa la caída de tantas banderas? 
También he imaginado la reacción de algún acomodador que, durante meses, estuviera viendo el famoso gag de los Hermanos Marx sobre la parte contratante de la primera parte en Una noche en la ópera. Tal vez acabaría memorizando el célebre diálogo o trabalenguas. Y hasta lo repetiría en alguna de las múltiples ocasiones donde el absurdo de la guerra llegara a cualquier trámite cotidiano. 
Las hipotéticas situaciones del proyeccionista o el acomodador son especulaciones, claro está, pero cualquier documento visto por un historiador deja preguntas al margen de las posibles respuestas. Conviene tenerlas en cuenta y no desechar la imaginación.
Hoy, mientras repasaba las páginas de Claridad en busca de los dibujos de José Robledano Torres, he visto en un rincón del periódico el anuncio del estreno en el cine Rialto de La hija de Drácula (1936), de Lambert Hillyer, con la hierática y enigmática Gloria Holden como la referida hija, «más inhumana y cruel que su padre». 
Así aparece en las páginas de un periódico publicado el 9 de marzo de 1938 que, a pesar de la férrea censura gubernamental, todos los días acababa dejando paso a numerosas muestras de crueldad e inhumanidad. La pregunta en esta ocasión guarda relación con la posible respuesta del público, que entre bombardeo y bombardeo se supone que pagaba una entrada para asustarse durante los setenta minutos del metraje con las andanzas de una heredera capaz de empequeñecer al temible conde. 
Al salir a la calle tras contemplar tan terrorífica historia, ese público del Rialto vería el terror de verdad. El problema es que el relato, hasta la experiencia del mismo, no suele propiciar el efecto de una ficción dispuesta a asustarnos con una hija de mirada fija y rostro cadavérico, incluso cuando las bombas se convierten en parte de la cotidianidad.
Hace cincuenta años, Víctor Erice probó su maestría al contrastar los monstruos de la ficción con el miedo de unas niñas sobrecogidas por un tiempo monstruoso. Su película es una obra maestra, pero también me educó visualmente para percibir otras paradojas donde el terror oscila entre la ficción y la realidad.

miércoles, 24 de mayo de 2023

I vitelloni (1953), de Federico Fellini


Algunos fotogramas tienen la virtud de sintetizar una película. Cuando vi por primera vez I vitelloni (1953), de Federico Fellini, guardé en la memoria un montón de imágenes impactantes, pero sobre todo la de los protagonistas frente al mar en una fría y desapacible mañana de domingo. Desde ese momento, la voluntad de desentrañar qué supone ser un vitellone -la traducción como inútil empobrece el concepto- se convirtió en una obsesión, tanto en lo referente a la ficción como en la realidad que observo en mi entorno. Fruto de la misma fue la redacción del capítulo "La sonrisa del inútil" incluido en el homónimo libro publicado por la Universidad de Alicante en 2008. Ahora el texto de ese capítulo dedicado a los vitelloni de la ficción y de la realidad también se puede consultar a través del catálogo del Repositorio de la Universidad de Alicante:

http://hdl.handle.net/10045/134598

domingo, 21 de mayo de 2023

Exposición Miguel Hernández, el poeta necesario


Hace unos meses, mi colega de la Universidad de Valencia José M.ª Azkárraga me invitó a participar en el catálogo de la exposición MIGUEL HERNÁNDEZ, EL POETA NECESSARI que finalmente se inauguró en Valencia el pasado 31 de marzo con el patrocinio del Ayuntamiento de Valencia. El objetivo era resumir en unos pocos folios el trabajo realizado con motivo de la publicación de Los consejos de guerra de Miguel Hernández (Madrid, Ministerio de Defensa-Universidad de Alicante, 2022). A la vista de los comentarios recibidos, creo haberlo conseguido y doy por terminada mi labor investigadora relacionada con los consejos de guerra del poeta habiendo puesto toda la documentación a disposición de los interesados en el tema, junto con un amplio estudio histórico y jurídico que ha contado con la aceptación de los especialistas en Miguel Hernández. 
El resultado de esta última tarea, que me ha permitido colaborar en un mismo empeño con compañeros que llevan años analizando y difundiendo la obra del poeta oriolano, ya se puede consultar también en el Repositorio de la Universidad de Alicante. La referencia bibliográfica es «Los consejos de guerra de Miguel Hernández», Miguel Hernández. El poeta necessari, Valencia, Ayuntamiento de Valencia, 2023, pp. 59-66. El enlace es:

http://hdl.handle.net/10045/134541



Exposición Miguel Hernández, poeta necesario (catálogo)

 


Ya ha sido publicado el catálogo de la exposición "Miguel Hernández, poeta necesario", organizada por el Ayuntamiento de Valencia, donde he tenido la oportunidad de participar con un capítulo dedicado a los consejos de guerra del poeta oriolano. El vídeo facilitado por José M.ª Azkárraga, comisario de la exposición, nos permite hojear una edición cuidada con esmero por los organizadores y digna de la memoria de Miguel Hernández. El texto de mi contribución también será accesible a través del catálogo del Repositorio de la Universidad de Alicante, donde ya podemos encontrar los siguientes sobre el mismo tema:

http://hdl.handle.net/10045/121546

http://hdl.handle.net/10045/52995

http://hdl.handle.net/10045/115904

http://hdl.handle.net/10045/122178

sábado, 20 de mayo de 2023

Los consejos de guerra de periodistas y escritores (1939-1945)


Mientras Las armas contra las letras. Los consejos de guerra de periodistas y escritores (1939-1945) sigue el largo camino de un libro universitario para su publicación, la Universidad de Alicante me ha concedido un período sabático con el objetivo de culminar la investigación acerca de dichos consejos de guerra y, posteriormente, publicar un segundo volumen de Las armas contra las letras dedicado al tema.

En esta segunda fase de la investigación los sumarios localizados en el Archivo General e Histórico de Defensa que van a ser objeto de análisis son, en principio, los protagonizados por Carlos Rivera, Manuel Garrido García, César García Iniesta, Antonio Uriel Alonso, Eduardo de Castro Escandell, Antonio Barbero Núñez, Andrés Cabanillas Blanco, Antonio Pugués Guitart, Joaquín Dicenta Alonso, Luis Blanco Soria, Francisco Burgos Lecea, Amalia Carvia Bernal, Rosario del Olmo Almenta, Domingo Martínez Hermenegildo, Germán Bleiberg Cottlieb, Pascual Plá y Beltrán, Antonio Agraz Gutiérrez, Luis Hernández Alonso, Leopoldo Bejarano Lozano, Santiago de la Cruz Touchard, Mariano Espinosa Pascual, Antonio Fernández Lepina, Ricardo Flores Mora, Ramiro Gómez Zurro, Mateo Hernández Barroso, Enrique Paradas del Cerro, Salvador Prieto y Vicente Ramón Esteban.

Varios de los citados fueron sumarios instruidos en el Juzgado Militar de Prensa. Su análisis, por lo tanto, permitirá completar la información acerca de las actividades represivas ejercidas por sus responsables durante el período indicado. 

Y, lo más importante, el trabajo de investigación permitirá sacar del olvido a quienes por ser periodistas o escritores republicanos sufrieron la represión durante la posguerra, tal y como ya se hizo en Nos vemos en Chicote (2015), Los consejos de guerra de Miguel Hernández (2022) y en el primer volumen de Las armas contra las letras, actualmente en fase de publicación por parte de la editorial Renacimiento y Publicaciones de la Universidad de Alicante. El trabajo es complejo y arduo, pero merece la pena afrontarlo para culminar con el mismo mi trayectoria como investigador universitario.


miércoles, 17 de mayo de 2023

Una entrevista en La Gatera sobre García de la Huerta


Los primeros diez años de mi trayectoria como investigador, aproximadamente, los dediqué a los estudios sobre la literatura española del siglo XVIII, siempre a partir de mi tesis doctoral que versó sobre el autor extremeño Vicente García de la Huerta. La misma fue publicada en 1987 gracias a la Diputación Provincial de Badajoz. Asimismo, escribí diversos artículos sobre este polémico autor, edité su más destacada obra, Raquel, y participé en un congreso celebrado entre Zafra -su localidad natal- y Cáceres bajo la organización de la Universidad de Extremadura, donde mis colegas Jesús Cañas Murillo y Miguel Ángel Lama han continuado con la labor de completar los estudios sobre Vicente García de la Huerta, un autor del que ya parece difícil aportar nuevos datos gracias a la ingente labor realizada.
Desde aquellos ya lejanos años, mi trayectoria como investigador ha ido por otros derroteros sin dejar nunca de interesarme por los temas que me ocuparon en mis inicios. Por eso me ha sorprendido gratamente que un programa radiofónico de Canal Extremadura, La Gatera, se pusiera en contacto conmigo a través de Raquel Bazo y Javier Llanos para entrevistarme acerca de lo sucedido con una de las más polémicas obras de Vicente García de la Huerta: Teatro Hespañol (1785). La entrevista se emitió el pasado 15 de mayo y os paso el correspondiente enlace por si fuera de vuestro interés:

http://www.canalextremadura.es/audio/la-gatera-150523


domingo, 14 de mayo de 2023

Rosario del Olmo y Lenin


Andrés Trapiello dedica un párrafo a Rosario del Olmo y su retrato junto a Antonio Machado en Madrid (2020): «En la foto original se le veía al lado de la periodista que le hacía la entrevista, pero como la periodista, la verdad, no era una joven vistosa, el fotógrafo metió la tijera y la suprimió para siempre. Ella se llamaba Rosario del Olmo y pasó tres años en la cárcel después de la guerra por sus actividades como jefa de la censura de la prensa extranjera y colaboradora de periódicos comunistas. Cuando intentó uno averiguar algo más de su vida (murió en 2000), ya era tarde. Nadie se acuerda ya de ella. Todo se olvida. Bueno, no; aquí sigue Rosario del Olmo» (pp. 114-5).
Los apuntes rápidos para trazar una trayectoria suelen ser imprecisos. La entrevistadora no se presentó a Antonio Machado como periodista, sino como actriz que -junto a su hermana- había participado en el reparto de La duquesa de Benamejí (1933), de los hermanos Machado. Esta circunstancia permitió que conociera al poeta y que el mismo accediera a ser entrevistado favoreciendo así las aspiraciones de Rosario del Olmo, que no pretendía ser periodista, sino escritora. Prueba de ello son algunos relatos publicados en la prensa republicana y no siempre, claro está, en periódicos de orientación comunista, que eran una rareza en el panorama editorial anterior a la Guerra Civil.
Andrés Trapiello no suele citar los trabajos académicos, aunque a veces los utilice. Sus razones tendrá. Tampoco es cierto que nadie se acuerde de Rosario del Olmo. En 2017, tres años antes de su libro, ya apareció un artículo firmado por Irene Mendoza Martín donde trazaba un documentado perfil de la trayectoria de la madrileña. Gracias al mismo, y a su continuación en otro trabajo publicado en 2021, he podido leer varios textos de Rosario del Olmo publicados en la prensa madrileña anterior a la Guerra Civil. La evolución que siguió es notable, pues la joven pasó de lo más inocuo ideológicamente hablando a escribir un panegírico sobre Lenin poco después. El problema es que lo redactó de oídas y, a diferencia de quienes por entonces cambiaron los usos de la prensa a base de «suelas gastadas» para abordar lo inmediato y concreto, se limitó a recrear un retrato del líder revolucionario que también podría ser el de un santo:

EL DOLOR ROJO

(Del concurso de crónica de La Libertad)

La Libertad, 15-11-1931

A lo largo de algunas vidas ejemplares fluye el dolor sin interrupciones como una corriente paralela. Ninguna circunstancia, favorable o adversa, desviará su cauce; ningún poder cegará su curso. Es el compañero invariable que comparte todas las jornadas y fecunda todos los caminos con sus aguas amargas.

Así en la vida de Lenin. El dolor es su escolta permanente, en la lucha como en el triunfo. Unido a la revolución por vínculos de sangre, no dejaría perderse la trágica experiencia que dejaba herida para siempre el alma de su madre y la suya propia, con la pérdida de aquel hermano generoso que, por amor a las libertades del pueblo, entregó su vida a las crueldades del zar. Y aficionado a obtener conclusiones definitivas que le permitiesen operar con garantías de éxito en la empresa a que dedicaba todas sus horas, archivó en su cerebro aquella sensación, dos veces dolorosa, que él utilizaría después científicamente.

Entregado por completo a la causa, no se reservó para sí ni las conmociones de su espíritu. Eran una enseñanza y se le debían a aquella parte de la humanidad que tan caras pagaba sus pobres rebeldías.

Sobrio y ardiente, manejaba su inteligencia como el más formidable de los explosivos, seguro de que en la ocasión precisa los oprimidos de la tierra secundarían su obra. No le arredraron las dificultades, consideradas insuperables y destruidas, al fin, por su labor tenaz. La certidumbre de arrastrar a las masas no dejaba lugar a ninguna duda; solo la inquietud de acertar a interpretar «la hora» le hostigaba a veces. Y sucedió como estaba previsto. El trabajo paciente del ruso, desvelado en la noche letárgica del pueblo, dio su fruto rojo.

Comenzaba el triunfo de la idea recta y clara de Vladimiro Illich y, sin entregarse a la embriaguez del éxito, sobrio y ardiente, decretó la violencia.

Sin entregarse a la embriaguez del éxito. Nada más opuesto a la explosión jubilosa del oprimido que se sacude el yugo y se emborracha de ferocidad que este hombre dócil a su inteligencia, sordo a su corazón, que operaba fríamente sobre el llagado cuerpo social, extirpando, inalterable, cuanto pudiese constituir un foco que reprodujese la enfermedad cuyo tratamiento le estaba encomendado. Sabía que el peor enemigo de su obra era la piedad y se negó a sí mismo la menor concesión.

Amaba la inteligencia y deseaba el concurso de los inteligentes; pero si ellos, más sensibles, se apartaban estremecidos de su higiene cruel, los miraba alejarse en silencio, sin separar su mano de la operación eliminatoria.

Si alguna vez le hirió a traición un sentimiento desmandado, pronto su voluntad de hierro lo enfrenaba enérgicamente; si en la muralla alzada ante su corazón la belleza creada por los hombres abría un portillo, sigilosa, Lenin, firme y estoico, cegaba la brecha con sus manos. Huyó de la música porque ahondaba demasiado en él; amaba a los niños, y por legarles íntegro y consolidado el nuevo régimen social, se apartaba de ellos serenamente.

La conciencia inflexible del comunista no transigía con ninguna misericordia. Salvar al comunismo de las amenazas de la reacción -porque se puede ser liberal hacia adelante siempre, nunca regresando hacia fórmulas bárbaras y fuera de combate irremisiblemente-, salvarlo para el futuro, costaba caro. Y él pagó el precio de su alma.

La aureola roja de Lenin no se debe a un torvo fanatismo sectario. La proyectaba sobre su cabeza el resplandor del fuego contenido en las entrañas de la humanidad.

Para que el porvenir acogiese la risa alegre de las generaciones nuevas, fulminó sentencias que eran prevenciones más que represalias.

Los gobernantes sensibles que liman las revoluciones con el esmeril de la compasión no conocen el bárbaro dolor de este hombre rudo y fino, tan penetrado del sentido humano de su obra, tan seguro de la necesidad que el pueblo ingenuo y potente que salía de sus manos tenía de su fortaleza, que no vaciló en sacrificarle lo mejor de la vida: el propio corazón, voluntariamente olvidado hasta el momento mismo en que cesó de latir.

 

En cualquier caso, seguimos tras las huellas de Rosario del Olmo a la espera de recibir su sumario depositado en el Archivo General e Histórico de Defensa y con la esperanza, gracias a los trámites iniciados, de localizar a sus posibles descendientes.

Notas añadidas:

El Sol, en su edición del 31 de julio de 1936, publica el Manifiesto de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura. Entre sus firmantes se encuentra Rosario del Olmo, en su calidad de periodista, y su hermana María Ángela como actriz.

Una vez consultado el sumario 52.355, sabemos que Rosario del Olmo fue detenida el 17 de junio de 1939 y condenada a doce años el 24 de mayo de 1941. Su caso fue inicialmente instruido por el Juzgado Militar de Prensa y, desde el principio, la republicana reconoció sus simpatías izquierdistas, así como sus actividades en la censura de la prensa, tanto nacional como extranjera, durante la Guerra Civil. Solo la probablemente voluntaria demora en la tramitación del consejo de guerra le permitió esquivar una condena a treinta años o a muerte, que habrían sido inevitables si su consejo de guerra se hubiera celebrado a finales de 1939 o principios de 1940. Más información en Las armas contra las letras. Los consejos de guerra de periodistas y escritores, 1939-1945 (Sevilla, Renacimiento-Publicaciones de la Universidad de Alicante, en prensa), así como en este mismo blog y en el Repositorio de la Universidad de Alicante.

 


sábado, 13 de mayo de 2023

Un nuevo libro sobre el dibujante Bluff


Carlos Gómez Carrera (1903-1940), conocido como Bluff, cuenta con un nuevo libro dedicado a su memoria. Tras la aparición de los trabajos de Antonio Laguna (2015) y Lamberto Ortiz (2018), el traductor, editor y docente René Parra ha publicado en la editorial valenciana El Nadir un volumen donde recapitula lo esencial de la trayectoria vital y creativa de este dibujante que acabó fusilado en la posguerra. 
El trabajo de nuestro colega es interesante como investigación, pero si tuviera que resaltar un aspecto de esta aportación al estudio de los dibujantes represaliados por el franquismo sería la recopilación y reproducción de numerosas  viñetas de Bluff. Cuando le dediqué un capítulo en Nos vemos en Chicote (Sevilla, Renacimiento-UA, 2015, pp. 267-281), apenas pude consultar algunas relacionadas con su participación en La Traca, que han sido reproducidas en múltiples ocasiones. Este volumen me ha permitido completar el conocimiento de su obra gráfica y, al mismo tiempo, confirmar una impresión de cuando preparé el citado libro: Bluff en parte se vio empujado por las circunstancias de la guerra y no siempre estuvo trabajando en publicaciones tan decantadas como la publicada en Valencia con gran éxito. El republicanismo de Carlos Gómez Carrera queda al margen de cualquier duda, pero también la necesidad de radicalizar su discurso gráfico en comparación con etapas anteriores donde llegó a colaborar en publicaciones de orientaciones contrapuestas.
En cualquier caso, su procesamiento y fusilamiento en Valencia solo se entiende en el marco del odio de los vencedores a una revista satírica como La Traca, cuyo éxito editorial pagó un duro precio cuando los satirizados alcanzaron el poder. Algunos de sus colaboradores se libraron del paredón, a veces por la incapacidad de los tribunales militares para recopilar «pruebas» de su «adhesión a la rebelión», pero Carlos Gómez Carrera tuvo todo en contra y su fusilamiento todavía produce estupor, máxime si conocemos su trayectoria creativa. 
El libro de René Parra, por supuesto, queda incorporado a la bibliografía de Las armas contra las letras, donde varios capítulos están dedicados a las represalias sufridas por los dibujantes republicanos al finalizar la Guerra Civil.

viernes, 12 de mayo de 2023

Las paradojas del Teatro Español Universitario: La noche no se acaba (1951), de Faustino González-Aller y Armando Ocano


A lo largo de estos últimos cursos he estado colaborando con el grupo de investigación liderado por Javier Huerta Calvo que se ha dedicado a la historia del Teatro Español Universitario durante el franquismo. Con tal motivo coordiné un número monográfico de Anales de Literatura Española y participé en dos de los seminarios organizados. En uno de ellos abordé la polémica historia de La noche no se acaba (1951), de Faustino González-Aller y Armando Ocano. La obra apenas merece el recuerdo tras haber obtenido el Premio Lope de Vega de 1950, pero la historia que se tejió sobre ella revela la mentalidad de quienes fueron capaces de convertir un fracaso en un supuesto motivo de prestigio, siempre en un marco donde las opiniones prevalecen a falta de documentos. Ahora el texto de aquel trabajo editado en 2020 también se puede consultar a través del Repositorio de la Universidad de Alicante:

http://hdl.handle.net/10045/134298

jueves, 11 de mayo de 2023

El cuñado de Amarcord (1973), de Fellini: retrato de un inútil


La búsqueda de inútiles inolvidables fue una tarea gozosa cuando escribí La sonrisa del inútil (2008). La tarea pronto me condujo al cuñado de la familia protagonista de Amarcord (1973), que en la fotografía aparece a la izquierda en albornoz y, claro está, con la reglamentaria redecilla para cuidar sus delicados cabellos de galán maduro. Transcribo a continuación unos párrafos dedicados a este sugestivo personaje, que era el centro de los odios del padre -al fondo- y de los mimos de la madre, que en la fotografía sirve la comida:

A menudo recuerdo la imagen de un personaje secundario de Amarcord, que ya había aparecido en Roma (1972), también de Federico Fellini. Se trata del cuñado que asiste, impávido y con redecilla en el pelo, a las cotidianas disputas matrimoniales mientras sigue comiendo en silencio. El señor Aurelio, cabeza de familia y abnegado maestro de obras, vocifera y gesticula para imponer su autoridad en el nuevo capítulo de una bronca eterna, el díscolo hijo (Tito) intenta escabullirse para no recibir una colleja y la desesperada madre (Miranda) intercede, con teatral amenaza de suicidio incluida, para controlar el drama alrededor de la mesa del comedor. Mientras tanto, el cuñado, del que no se conoce ni oficio ni beneficio al margen de sus conquistas amorosas, calla y come. Se recupera así de una convalecencia que suponemos tan prolongada como voluntaria. Permanece sentado y embutido en su albornoz con toalla a modo de bufanda. No realiza movimientos bruscos ni gesticula, para evitar que la redecilla caiga o se descomponga sin poder alisar los escasos y cuidados cabellos de quien ejerce como galán en los bailes veraniegos del Gran Hotel, junto con el guapo Gigino Melandri, y es el más osado nadador de la localidad. Imaginamos que, además, fumará con boquilla y gesto lánguido cuando pasee con el abrigo sobre los hombros y asista a la tertulia del atardecer como soltero ya maduro y sin obligaciones, dispuesto a rememorar glorias amorosas mientras consigue encadenar algunas carambolas en la mesa de billar.

Los apuntes que caracterizan al cuñado inútil son ejemplos de un virtuosismo de la imagen personal, concebida y cuidada como la creación que justifica una vida. Esta labor no es apreciada por el padre de familia, que hace muchos años olvidó su ridícula calva con un quiste de grasa puesto a propósito por Federico Fellini, siempre inconformista con los rasgos que le ofrecía la realidad. El señor Aurelio tampoco lleva albornoz a la hora de comer, no sabe hacer juegos de manos con los servilleteros para satisfacer de manera displicente las reiteradas peticiones de la familia y su barriga, nada elegante, se agita cuando gesticula tratando de imponer su autoridad paternal. Un empeño abocado al fracaso, cuya frustración de rebote se dirige contra el cuñado. No lo soporta, está harto de mantenerlo, pero su esposa defiende como una madre a un hermano que calla mientras come con la seguridad de que la tempestad acabará amainando.

El cuñado y maduro galán es un inútil algo patoso en sus bromas, pero también un virtuoso a su manera. Nunca ha trabajado ni trabajará. Jamás ha emprendido una actividad considerada, desde una perspectiva social, como práctica o beneficiosa en términos económicos. Pero su peculiar virtuosismo en el arte de la inutilidad le ha permitido una existencia plácida y hasta gozosa, admitida por una hermana que lo ve hermoso y simpático, mucho más atractivo que su cabreado esposo. Los vecinos de la localidad, por supuesto, lo llaman con asiduidad desconocida por el maestro de obras, solo requerido cuando de trabajo se trata. La razón es sencilla: la redecilla ha facilitado el alisamiento de los cabellos hasta convertirlos en una capa fina y uniforme, de un azabache intenso ponderado en la peluquería que regenta el hermano de La Gradisca. Y así, en tiempos de una virilidad fascista rebosante de alardes gestuales, resalta una galantería mantenida con espíritu deportivo, basada en el prestigio verbal y sin necesidad de concretar las conquistas.

https://publicaciones.ua.es/libro/la-sonrisa-del-inutil_128106/

El capítulo donde hablo del cuñado y otros inútiles con parecidos aires ahora también se puede consultar en el Repositorio de la Universidad de Alicante:

http://hdl.handle.net/10045/134598



miércoles, 10 de mayo de 2023

El silencio académico en torno a José Luis Martín Vigil


Hace unas semanas, el periodista Íñigo Domínguez publicó un par de artículos en El País sobre las supuestas andanzas del escritor José Luis Martin Vigil (1919-2011) en el marco de los abusos sexuales encubiertos por la jerarquía católica. El tema, por obvio desde mi juventud, apenas me interesa, pero en esta ocasión leí con atención lo publicado el 20 de marzo de 2023 y el pasado 5 de abril. Los testimonios de las víctimas eran tan dramáticos como concretos, además de ahondar en una línea ya iniciada en la década de los sesenta, cuando estas cuestiones estaban rodeadas del silencio. La consecuencia fue sentir una especie de estupor retrospectivo. No tanto por la verosímil circunstancia de una pederastia practicada durante décadas como por haber visto los libros de José Luis Martín Vigil, tan «aleccionadores», en las casas de mis amigos durante los años sesenta y setenta, que fueron los de mayor fama de un cura superventas siempre «preocupado» por temas relacionados con la adolescencia y la juventud.

La historia del ex jesuita viene de lejos. La vida sale al encuentro fue un título casi generacional desde que se publicó en 1955, allá en México por cuestiones de censura que pronto fueron solucionadas. El Concilio Vaticano II necesitaba estas publicaciones y todo quedó allanado para un éxito editorial cuyos valores literarios fueron nulos. Decenas de miles de adolescentes leyeron la novela con devoción porque su autor era «un cura moderno», aunque narrara el camino de superación de un joven de «buena familia» que estaba fascinado con disponer de un cilicio durante los ejercicios espirituales. 

El best seller vaticanista no entró en nuestra casa. Mi padre nunca confió en esa modernidad y prefería que mis hermanos anduvieran enredados con otras lecturas. Sin embargo, años después tuve en mis manos Los curas comunistas (1968), aunque la mía no fuera precisamente la primera edición. Su multitudinario éxito se produjo cuando ya podía afrontar lecturas más serias que las de los imprescindibles tebeos. La novela pronto me aburrió, quedó tan inconclusa como olvidada y, desde entonces, veía con curiosidad el éxito del autor entre gente de mi edad o un poco mayor. Al cabo de los años, lo atribuí a un nuevo caso de la subliteratura, que no desprecio desde que la conociera de la mano de Andrés Amorós, pero tampoco me interesa hasta el punto de sufrir con su lectura. El disfrute de los cilicios nunca ha sido una aspiración en mis tareas intelectuales o de ocio.

En 2013, cuando preparaba Quinquis, maderos y picoletos (2014), encontré una llamativa ausencia de bibliografía acerca del fenómeno de las drogas en la juventud de finales de los setenta y principios de los ochenta; la mía. El tema sigue siendo un tabú, también en un mundo académico reacio a las audacias. Esta circunstancia me llevó a leer uno de los pocos libros encontrados: La droga es joven (1978), de un José Luis Martín Vigil atento a las vetas que le permitieran permanecer en contacto con miles de lectores jóvenes. Los tiempos habían cambiado y los descarriados a la espera del correspondiente paternalismo comprensivo, y adulador, andaban más cerca de las drogas que de los ejercicios espirituales.

La lectura de La droga es joven requiere un ánimo predispuesto y un estómago fuerte. El autor reconoce que, al igual que en el resto de sus obras, apenas utiliza una leve capa literaria porque lo fundamental es la historia. Semejante levedad, no obstante, es la coartada para escribir un vete a saber qué fraudulento. Los autores incapaces de firmar un contrato con los lectores cuyas cláusulas clarifiquen las calidades del producto y su finalidad en el marco de un género me suelen generar desconfianza. Algunas ambigüedades genéricas están justificadas y hasta resultan brillantes, pero cuando se carece del genio literario más vale situarse con humildad en unas coordenadas explícitas y clarificadoras. José Luis Martín Vigil las evita en La droga es joven. Tal vez porque ni él mismo supiera definir su creación, que deambula por los vericuetos del corta y pega cuando pretende ser un ensayo y cae en lo previsible de la subliteratura si las páginas mantienen una apariencia novelesca.

La lectura fue infructuosa para preparar Quinquis, maderos y picoletos, que por su título se convirtió en un libro agotado sin que apenas haya merecido la atención de los colegas. La difusión de los trabajos académicos no está exenta de las paradojas que me suscita la correspondiente página de Dialnet. Ahora, cuando las víctimas han quebrado el silencio de una pederastia que -al parecer- era un secreto a voces, me pregunto si esos mismos colegas universitarios han aportado algo al conocimiento de quien no era precisamente Pier Paolo Pasolini, ni siquiera Eloy de la Iglesia, pero a su manera sabía de los ragazzi di vita. 

La respuesta linda con el silencio. Solo he podido consultar un artículo escrito en francés acerca de Los curas comunistas. El resto es materia de periodistas de investigación, testimonios como los de Luis Antonio de Villena y acusaciones que nunca se sustanciarán en un proceso. Algunas dejan las consiguientes dudas a falta de pruebas indubitables. Apenas importa a efectos prácticos. Ni siquiera cabe esperar unas disculpas públicas por la connivencia de jerarquías católicas con nombres y apellidos, que miraron hacia el infinito para sortear la incomodidad, supuesta, por tener cerca a quien se secularizó pronto, pero siempre fue «un cura». También cuando publicaba obra tras obra, hasta que la España democrática empezó a olvidarle y lo relegó al anonimato desde mediados de los años noventa. La muerte de José Luis Martín Vigil tuvo lugar en un silencio sorprendente y solo meses después se divulgó la noticia.

Algunas lecturas son incómodas, máxime cuando sabemos de las andanzas del autor en un plano privado, donde lo fundamental no es la identidad sexual como expresión de la libertad, sino -a tenor de los testimonios- el abuso basado en una posición de poder y prestigio que tuvo víctimas ahora dispuestas a declarar. No obstante, quienes pretendemos historiar el pasado reciente debemos hacer esas lecturas, porque fueron representativas de una mentalidad colectiva donde el fraude estuvo presente. Ya lo observé en Petróleo, monjas y poetas (2021), un libro dedicado a 1964, que fue el de los XXV Años de Paz, pero también de un aluvión de curas y monjas «modernos». 

El paso del tiempo es inmisericorde. Vistos desde una perspectiva histórica, algunos de esos eclesiásticos bastante populares protagonizaron una trayectoria similar a la de José Luis Martín Vigil, aunque en sus andanzas no intervinieran jóvenes dispuestos a acompañar a «la Perejiles», según nos cuenta Luis Antonio de Villena en un testimonio donde destaca la exquisita corrección del aludido. Ya entonces, al escribir el citado ensayo sobre algunas historias de 1964, me quedé espantado ante biografías trágicas como la de Sor Sonrisa. Su final es un indicio a tener en cuenta. No obstante, ahora toca pasar del espanto a la frialdad del historiador para descubrir por qué la vida salía al encuentro o los curas podían ser, para pasmo de biempensantes, «comunistas». El franquismo triunfó hasta tal punto que lo supuestamente heterodoxo era a menudo un fraude con una cara oculta. Si en un futuro la paciencia lectora me permite audacias propias de un cilicio, la intentaremos desvelar como aviso para caminantes y sin prescindir de la necesaria comprensión, máxime cuando el propio protagonista confiaba en el perdón de sus pecados.

martes, 9 de mayo de 2023

Pueblos entrañables y tipos insólitos del cine español


 A lo largo de estas últimas semanas, mientras iba recuperando el texto del primer capítulo de La sonrisa del inútil (Alicante, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2008), he trasladado a este blog algunos de los comentarios del mismo relacionados con películas como Calabuch, Amanece que no es poco, ¡Vivan los novios! y otras protagonizadas por pueblos de ficción que han quedado alojados en mi memoria. Finalmente, el texto completo del capítulo ahora se puede consultar en el Repositorio de la Universidad de Alicante:


lunes, 8 de mayo de 2023

El rostro de una mujer solidaria: Florencia Emilia Marroquín

La investigación histórica permite conocer las trayectorias de personas de todo tipo. Las solidarias existen afortunadamente, pero suelen constituir una minoría, sobre todo en unos tiempos tan vengativos y violentos como los de la posguerra española. 

Florencia Emilia Marroquín ya ha aparecido en otras entradas de este blog por su insólito y hermoso gesto de haber pagado la sepultura de los periodistas socialistas Julián Zugazagoitia y Francisco Cruz Salido en el madrileño cementerio de La Almudena. El dato lo facilité en diciembre de 2021 a la prensa, que se hizo eco de la noticia después de que durante muchos años esas tumbas constituyeran un misterio. Nadie sabía por qué los dos fusilados, camaradas y amigos, pudieron escapar de la fosa común. 

Posteriormente, me puse en contacto con los descendientes de los periodistas que viven en Méjico y completé la investigación con un capítulo incluido en Las armas contra las letras. Los consejos de guerra de periodistas y escritores, cuya publicación está prevista para el próximo otoño una vez superados todos los trámites e informes de una investigación universitaria. 

Solo faltaba conocer el rostro de esta mujer valiente y solidaria. Lo descubrí al consultar su expediente como funcionaria, que me fue facilitado por los responsables del Archivo General de la Administración. Allí, entre otros documentos, encontré esta fotografía de carnet, la única que los investigadores hemos localizado hasta ahora. 

Puesto de nuevo en contacto con los responsables de dicho archivo, y tras la preceptiva tramitación, me autorizaron para reproducir la foto el pasado mes de febrero. Ahora, cuando ya he consultado toda la documentación conservada sobre esta funcionaria que falleció llevándose a la tumba el secreto de su gesto solidario, la publico como gesto de homenaje a una mujer valiente y agradecida que se enfrentó a la política del olvido imperante durante la posguerra. 

El recuerdo de su solidaridad merecía el acompañamiento de un rostro, que podemos conocer gracias a funcionarios como los del AGA y otros archivos, cuya labor es básica para que los historiadores podamos realizar nuestras investigaciones.


 

domingo, 7 de mayo de 2023

«Mire usted, que querría yo hablarle de Dostoyevski»


 

Los personajes de Amanece que no es poco, de José Luis Cuerda, nunca pierden la compostura y la ponderación. Ni siquiera ante las propuestas fascinantes. Nos encontramos en un pueblo manchego donde si a alguien le llaman por la calle para decirle: «Mire usted, que querría yo hablar con usted de Dostoyevski», al interpelado no le queda más remedio que contestar: «Ah, pues ahora mismo bajo». ¿Cómo se va a negar -se preguntaba el propio José Luis Cuerda- alguien medianamente cuerdo a hablar de Dostoyevski? Imposible, aunque sea una ama de casa que se arregla el moño y seca sus manos en el delantal antes de empezar a departir sobre el novelista ruso.

La escena tiene lugar en un pueblo donde los intentos de plagio de William Faulkner son constantes hasta el punto de provocar la preocupación de Fermín y Pascual, los dos peripatéticos guardias civiles que encuentran más sencillo aconsejar a las parejas acerca de los prolegómenos eróticos, siempre agradecidos cuando la faena es cabal. Lo relacionado con Dostoyevski y Faulkner, así como las cuestiones derivadas del libre albedrío, es materia más propia del cabo y, al tiempo, comandante del puesto de la Guardia Civil, hombre calmo que solo pierde los nervios ante el «sindios» de un amanecer por el lado equivocado.

La genial e irreverente película de José Luis Cuerda la recuerdo cada vez que recibo la invitación a departir sobre alguno de los nombres consagrados de un canon cultural cuya jerarquía parece incuestionable. Me seco las manos en el delantal y bajo a hablar sobre ellos. El moño pasó a mejor vida hace tiempo, como los bucles, pero me calzo la boina del pueblerino de la citada película que, consciente de sus limitaciones, avisa a su interlocutor: «¡Qué lástima! No puedo responderle porque soy un hombre dominado por los instintos más primarios». Yo también padezco esa dominación, pero acudo a la llamada y procuro dejar mi testimonio sin necesidad de provocar lástima porque prefiero la sonrisa del escéptico.

Este fin de semana he visto la puesta en escena de La vida es sueño dirigida por Declan Donnellan y una adaptación de El proceso, de Kafka a cargo de Ernesto Caballero. La presencia de la CNTC y el CDN, respectivamente, garantizan unos mínimos de calidad que se cumplen. Nada que objetar al respecto, pero me he sentido como si, de verdad, se hubiera cumplido el deseo de mi interlocutor-programador de invitarme a hablar de Dostoyevski en un pueblo donde muchos intentan plagiar a Faulkner. Dominado por los instintos más primarios, he caído en la somnolencia.

Dado que la vida es sueño, materia equívoca cuyo barroquismo está sujeto a múltiples interpretaciones, la experiencia onírica me ha convertido en un émulo de Segismundo. Así he descubierto de nuevo mi libertad para soñar con unos clásicos interpelados al modo de Ron Lalá o unos dramaturgos que, en vez de refugiarse en la historia de Josef K ya recreada genialmente por Orson Welles en 1962, fueran capaces de bucear en los juzgados españoles a la búsqueda de situaciones kafkianas, que las hay y en abundancia. Con los primeros habría disfrutado gracias a virus como la cervantina, que nos devuelven el entusiasmo por lo visto en escena, y los segundos me habrían recordado que el teatro, por raro que ahora parezca, también es un espacio para la polémica, aquella que llevó a Leopoldo Alas y Valle-Inclán a denostar al Calderón merecedor del denuesto.

La condición de hombre dominado por los instintos primarios me aleja de lo políticamente correcto y me aboca a reclamar un teatro menos cobarde y previsible. Tal vez sea una quimera, porque lo relativamente seguro es utilizar el nombre de Calderón para un espectáculo donde nadie parece confiar en Calderón o emplear el nombre de Kafka sin atreverse a aplicar sus enseñanzas en un contexto inmediato y, por eso mismo, mucho más polémico. Los clásicos como refugio incuestionable son una coartada perfecta, pero algunos pensamos que, tras pedir disculpas por nuestros instintos, conviene levantarse de la butaca sin dar un solo aplauso a esta ceremonia donde el riesgo pasó a mejor vida como mi moño.

viernes, 5 de mayo de 2023

¡Bienvenido, Mr. Marshall! y el chorrito epiléptico


En La sonrisa del inútil (2008) hice un recorrido por los pueblos de la ficción alojados en mi memoria y en el correspondiente listado no podía faltar el recreado en ¡Bienvenido, Mr. Marshall! (1953), de Luis García Berlanga. El problema es que se trata de un pueblo muy visitado que cuenta con innumerables testimonios publicados por quienes lo han frecuentado. La posibilidad de aportar algo significativo a esa bibliografía es mínima, pero el viajante de la imaginación conserva el privilegio de hacer recorridos propios que le pueden llevar hacia lo insospechado. El mío me conduce al momento donde la impronta de Miguel Mihura se hace más patente, con algo de celos por parte de Berlanga y Bardem. Me refiero al pleno municipal donde las fuerzas vivas proponen alternativas para realzar el atractivo del pueblo ante la mirada de los americanos, esos sujetos que conllevan un futuro de felicidad y abundancia. En dicha escena, la aparición del chorrito epiléptico para la fuente de la plaza central, y única, siempre me pareció más fundamentada que la finalmente triunfante, que no dejaba de ser una simpática españolada cuyo resultado práctico no supera al del chorrito propuesto por el médico (Félix Fernández):

Como lector o espectador, también cultivo esa fidelidad y conozco cada esquina de los pueblos berlanguianos. He vuelto a visitarlos en reiteradas ocasiones y ya he podido disertar, ante un sorprendido auditorio académico, sobre la fuente del chorrito epiléptico a la que se pretendía «dar visibilidad» con acompasados juegos de luces: «Unas veces saldrá el chorrito azul, otras verde, otras colorado…». Habría votado a favor de la propuesta de física recreativa, la del médico interpretado por Félix Fernández, pero el alcalde que nos debe todavía una explicación no estaba acostumbrado a someter sus decisiones a las reglas de la democracia. Y cada vez que veo la película compruebo que se impone el tópico andalucista. Aflora con la insistencia de la españolada cuando se arrincona la tan singular como inútil extravagancia del chorrito. Lo curioso es que, además, el disfraz del pueblo también resulta inútil. Los norteamericanos pasan de largo. No me vale el reconfortante desenlace, propio de un regeneracionismo capaz de aunar desde falangistas hasta comunistas porque es un ideal sin contraste con la realidad. El pueblo tal vez salga fortalecido gracias a la lección recibida. Se mostrará digno en la temporal derrota; sin fisuras y confiado en sus propios medios para vislumbrar un futuro próspero donde la felicidad sea tangible. ¿Llegará algún día? Tardó mucho en esa España del interior y, mientras tanto, además de carecer de tren, tractores, vacas y algunos sueños inconfesables, su destartalada plaza se quedó sin un chorrito juguetón. Y la singularidad del pobre, aparte de ser reconfortante, admira más que la del rico. El señorito Edgardo de Enrique Jardiel Poncela elige algo tan lógico como una confortable manera de viajar, mientras que en Villar del Río el sin par chorrito habría admirado como si fuera una catarata.

https://publicaciones.ua.es/libro/la-sonrisa-del-inutil_128106/



miércoles, 3 de mayo de 2023

Don Camilo y Peppone en La sonrisa del inútil

El viaje por los pueblos de la ficción que han quedado alojados en mi memoria protagonizó el primer capítulo de La sonrisa del inútil. Imágenes de un pasado cercano (2008). Los billetes para el mismo resultan económicos y, a pesar de que en las décadas de los sesenta y setenta cualquier lujo quedaba lejos de mi alcance, pude desplazarme al extranjero para visitar algunos de esos entrañables lugares donde todo parece diáfano gracias al tratamiento de la ficticio. 

Uno de esos pueblos fue el comandado, en régimen de eterna rivalidad, por el párroco Don Camilo y el alcalde Peppone. Lo conocí gracias a las novelas de Giovanni Guareschi, por entonces muy populares, y muchos años después lo reconocí en las películas que llevaron al cine con gran éxito a estos dos cascarrabias testarudos. Ambos se admiraban mutuamente mientras andaban a la gresca por hacerse con la feligresía, la religiosa y la laica. Los respectivos semblantes ceñudos nunca iban más lejos de ser un motivo para la sonrisa del lector o el espectador.

La simple posibilidad de que ambas feligresías pudieran dialogar o convivir sin miedo a la represión me parecía fascinante en unos años donde, en España, todavía andábamos lejos de esa normalidad que es la base de la democracia. Os dejo un párrafo de lo escrito al respecto en La sonrisa del inútil: 

Don Camilo y Peppone formaban una unidad complementaria, como tantas otras parejas de opuestos enfrascadas en una eterna disputa que, en el fondo, se basa en la amistad y el mutuo reconocimiento. El eje de las historias era el párroco siempre dispuesto a arremangarse la sotana para resolver a su manera cualquier tipo de problema. Contaba con la ayuda de un Dios parlanchín que se mostraba comprensivo y tolerante, aunque le reconvenía por los excesos propios de una nobleza reconocida hasta por sus adversarios. Peppone era el eterno alcalde de aires estalinistas. Fue caracterizado a menudo por el sonriente anticomunismo de su creador. Impulsivo y algo brutote, también se mostraba noble y dispuesto a pactar con su inseparable Don Camilo, al que había conocido en los tiempos de una compartida militancia en las filas de la resistencia contra los nazis y los fascistas. Desconozco si de verdad hubo curas partisanos o también en ese aspecto fue Don Camilo una excepción, que le vendría bien a la iglesia italiana a la hora de lavar su imagen democrática. En cualquier caso, y sin plantearme preguntas propias de un colmillo retorcido por la experiencia, disfruté durante la adolescencia con la lectura de sus peripecias salpicadas con humor. Giovanni Guareschi las utilizaba para situar en un ámbito municipal -abarcable y reconocible como una unidad adecuada para sus fábulas- cuestiones de una actualidad que nos llegaba con el retraso habitual durante el franquismo. Era una forma sencilla de abordar temas complejos y, en aquellos años donde todo lo relacionado con la práctica de la libertad resultaba nuevo y atractivo, el novelista italiano contó con numerosos lectores españoles que se sumaron a los millones que tuvo en buena parte de Europa.

https://publicaciones.ua.es/libro/la-sonrisa-del-inutil_128106/


 

lunes, 1 de mayo de 2023

Crónicas de un pueblo en La sonrisa del inútil


Este blog cuenta con una entrada, la del 22 de febrero de 2019, dedicada al policía y actor Emilio Rodríguez. Gracias a un nieto suyo y al enlace en la correspondiente entrada de Wikipedia, el texto donde expuse los datos localizados en los archivos acerca de su trayectoria ha recibido hasta ahora 2490 visitas. El dato indica que muchos espectadores de principios de los años setenta han hecho uso de su memoria y han intentado indagar sobre qué fue del veterano actor que encarnó la figura del maestro de Puebla Nueva del Rey Sancho en la serie Crónicas de un pueblo.
En Un franquismo con franquistas (Renacimiento-Universidad de Alicante, 2019) dediqué un capítulo a la serie concebida por el almirante Carrero Blanco (pp. 248-276), pero el tema de Crónicas de un pueblo ya había estado presente en La sonrisa del inútil (2008) y, concretamente, en el capítulo donde hago un recorrido por los pueblos de la ficción que se han quedado alojados en mi memoria de espectador. Tal vez sea oportuno recordar un par de párrafos de este libro todavía a la venta:

Un adolescente de principios de los años setenta tenía la oportunidad de visitar, con la imaginación, unos pueblos cuyos referentes inexcusables eran el alcalde y el cura, acompañados por el cabo de la Guardia Civil y el maestro. En un plano inferior, y para completar una cohesionada estructura jerárquica, se situaban otros tipos que aparecían en series de televisión tan representativas de la época como Crónicas de un pueblo (1971-1974): el alguacil, el cartero, la boticaria… Incluso el forastero, cuya misteriosa ambigüedad podía socavar el orden y la tranquilidad de Puebla Nueva del Rey Sancho. Los domingos por la noche, en horario de máxima audiencia y sin competencia con otras cadenas, varios millones de españoles veíamos la plasmación de una idea original del almirante Carrero Blanco, tan desconocido por la mayoría como si se tratara del guionista. Muchos supimos de él cuando voló por los aires de una calle madrileña, pero pocos años antes y con la mentalidad de cabo furriel que proliferaba entre los jerarcas franquistas ordenó a TVE la creación de un programa que divulgara los textos de las Leyes Fundamentales del Reino (Fuero de los Españoles, Fuero del Trabajo, Principios del Movimiento Nacional…). Eran tiempos de ordeno y mando con Adolfo Suárez al frente de un equipo que actuó con disciplina y hasta entusiasmo. La consecuencia fue la aparición de una serie centrada en un pueblo que se pretendía representativo de la España de entonces. En Puebla Nueva del Rey Sancho surgían algunos problemas, a menudo derivados del choque entre unos vecinos reacios al progreso tecnológico y social y una realidad cambiante que convenía amoldar al orden establecido. Todos sabíamos que había solución, pues la respuesta estaba prevista en «los fueros».

La palabra mágica -parecía de otra época y nadie de nuestro entorno la utilizaba- era pronunciada por el depositario de la sabiduría del municipio: el maestro. Recuerdo aquellos desenlaces que lo dejaban todo bien explicado gracias a las dotes pedagógicas del personaje interpretado por Emilio Rodríguez, siempre bonachón y dispuesto a charlas con el alcalde o el cura por las calles del pueblo para ocuparse de la defensa del bien común. Aquellas fuerzas vivas eran tan responsables como inamovibles. Parecían encontrarse allí desde la noche de los tiempos y, por supuesto, con una voluntad de permanencia que también estaría en los fueros. Años después supe que entre los guionistas figuraba un desconocido: Juan Alarcón Benito, que ejercía como subjefe provincial del Movimiento en Ávila y se convertiría en el prolífico autor de una Editorial Andina que no le sacó del anonimato. El citado guionista, junto con otros que participaron en la serie, era el encargado de introducir las píldoras políticas e ideológicas en una serie cuya intencionalidad queda al margen de cualquier duda. Dudo, no obstante, que los resultados se correspondieran con las intenciones. No solo porque el cambio de régimen viniera poco después, sino porque el probable y relativo error del almirante fue propagar lo que había sido mantenido en silencio. Y por eso, entre otras razones, duró tanto.

 https://publicaciones.ua.es/libro/la-sonrisa-del-inutil_128106/