domingo, 14 de mayo de 2023

Rosario del Olmo y Lenin


Andrés Trapiello dedica un párrafo a Rosario del Olmo y su retrato junto a Antonio Machado en Madrid (2020): «En la foto original se le veía al lado de la periodista que le hacía la entrevista, pero como la periodista, la verdad, no era una joven vistosa, el fotógrafo metió la tijera y la suprimió para siempre. Ella se llamaba Rosario del Olmo y pasó tres años en la cárcel después de la guerra por sus actividades como jefa de la censura de la prensa extranjera y colaboradora de periódicos comunistas. Cuando intentó uno averiguar algo más de su vida (murió en 2000), ya era tarde. Nadie se acuerda ya de ella. Todo se olvida. Bueno, no; aquí sigue Rosario del Olmo» (pp. 114-5).
Los apuntes rápidos para trazar una trayectoria suelen ser imprecisos. La entrevistadora no se presentó a Antonio Machado como periodista, sino como actriz que -junto a su hermana- había participado en el reparto de La duquesa de Benamejí (1933), de los hermanos Machado. Esta circunstancia permitió que conociera al poeta y que el mismo accediera a ser entrevistado favoreciendo así las aspiraciones de Rosario del Olmo, que no pretendía ser periodista, sino escritora. Prueba de ello son algunos relatos publicados en la prensa republicana y no siempre, claro está, en periódicos de orientación comunista, que eran una rareza en el panorama editorial anterior a la Guerra Civil.
Andrés Trapiello no suele citar los trabajos académicos, aunque a veces los utilice. Sus razones tendrá. Tampoco es cierto que nadie se acuerde de Rosario del Olmo. En 2017, tres años antes de su libro, ya apareció un artículo firmado por Irene Mendoza Martín donde trazaba un documentado perfil de la trayectoria de la madrileña. Gracias al mismo, y a su continuación en otro trabajo publicado en 2021, he podido leer varios textos de Rosario del Olmo publicados en la prensa madrileña anterior a la Guerra Civil. La evolución que siguió es notable, pues la joven pasó de lo más inocuo ideológicamente hablando a escribir un panegírico sobre Lenin poco después. El problema es que lo redactó de oídas y, a diferencia de quienes por entonces cambiaron los usos de la prensa a base de «suelas gastadas» para abordar lo inmediato y concreto, se limitó a recrear un retrato del líder revolucionario que también podría ser el de un santo:

EL DOLOR ROJO

(Del concurso de crónica de La Libertad)

La Libertad, 15-11-1931

A lo largo de algunas vidas ejemplares fluye el dolor sin interrupciones como una corriente paralela. Ninguna circunstancia, favorable o adversa, desviará su cauce; ningún poder cegará su curso. Es el compañero invariable que comparte todas las jornadas y fecunda todos los caminos con sus aguas amargas.

Así en la vida de Lenin. El dolor es su escolta permanente, en la lucha como en el triunfo. Unido a la revolución por vínculos de sangre, no dejaría perderse la trágica experiencia que dejaba herida para siempre el alma de su madre y la suya propia, con la pérdida de aquel hermano generoso que, por amor a las libertades del pueblo, entregó su vida a las crueldades del zar. Y aficionado a obtener conclusiones definitivas que le permitiesen operar con garantías de éxito en la empresa a que dedicaba todas sus horas, archivó en su cerebro aquella sensación, dos veces dolorosa, que él utilizaría después científicamente.

Entregado por completo a la causa, no se reservó para sí ni las conmociones de su espíritu. Eran una enseñanza y se le debían a aquella parte de la humanidad que tan caras pagaba sus pobres rebeldías.

Sobrio y ardiente, manejaba su inteligencia como el más formidable de los explosivos, seguro de que en la ocasión precisa los oprimidos de la tierra secundarían su obra. No le arredraron las dificultades, consideradas insuperables y destruidas, al fin, por su labor tenaz. La certidumbre de arrastrar a las masas no dejaba lugar a ninguna duda; solo la inquietud de acertar a interpretar «la hora» le hostigaba a veces. Y sucedió como estaba previsto. El trabajo paciente del ruso, desvelado en la noche letárgica del pueblo, dio su fruto rojo.

Comenzaba el triunfo de la idea recta y clara de Vladimiro Illich y, sin entregarse a la embriaguez del éxito, sobrio y ardiente, decretó la violencia.

Sin entregarse a la embriaguez del éxito. Nada más opuesto a la explosión jubilosa del oprimido que se sacude el yugo y se emborracha de ferocidad que este hombre dócil a su inteligencia, sordo a su corazón, que operaba fríamente sobre el llagado cuerpo social, extirpando, inalterable, cuanto pudiese constituir un foco que reprodujese la enfermedad cuyo tratamiento le estaba encomendado. Sabía que el peor enemigo de su obra era la piedad y se negó a sí mismo la menor concesión.

Amaba la inteligencia y deseaba el concurso de los inteligentes; pero si ellos, más sensibles, se apartaban estremecidos de su higiene cruel, los miraba alejarse en silencio, sin separar su mano de la operación eliminatoria.

Si alguna vez le hirió a traición un sentimiento desmandado, pronto su voluntad de hierro lo enfrenaba enérgicamente; si en la muralla alzada ante su corazón la belleza creada por los hombres abría un portillo, sigilosa, Lenin, firme y estoico, cegaba la brecha con sus manos. Huyó de la música porque ahondaba demasiado en él; amaba a los niños, y por legarles íntegro y consolidado el nuevo régimen social, se apartaba de ellos serenamente.

La conciencia inflexible del comunista no transigía con ninguna misericordia. Salvar al comunismo de las amenazas de la reacción -porque se puede ser liberal hacia adelante siempre, nunca regresando hacia fórmulas bárbaras y fuera de combate irremisiblemente-, salvarlo para el futuro, costaba caro. Y él pagó el precio de su alma.

La aureola roja de Lenin no se debe a un torvo fanatismo sectario. La proyectaba sobre su cabeza el resplandor del fuego contenido en las entrañas de la humanidad.

Para que el porvenir acogiese la risa alegre de las generaciones nuevas, fulminó sentencias que eran prevenciones más que represalias.

Los gobernantes sensibles que liman las revoluciones con el esmeril de la compasión no conocen el bárbaro dolor de este hombre rudo y fino, tan penetrado del sentido humano de su obra, tan seguro de la necesidad que el pueblo ingenuo y potente que salía de sus manos tenía de su fortaleza, que no vaciló en sacrificarle lo mejor de la vida: el propio corazón, voluntariamente olvidado hasta el momento mismo en que cesó de latir.

 

En cualquier caso, seguimos tras las huellas de Rosario del Olmo a la espera de recibir su sumario depositado en el Archivo General e Histórico de Defensa y con la esperanza, gracias a los trámites iniciados, de localizar a sus posibles descendientes.

Notas añadidas:

El Sol, en su edición del 31 de julio de 1936, publica el Manifiesto de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura. Entre sus firmantes se encuentra Rosario del Olmo, en su calidad de periodista, y su hermana María Ángela como actriz.

Una vez consultado el sumario 52.355, sabemos que Rosario del Olmo fue detenida el 17 de junio de 1939 y condenada a doce años el 24 de mayo de 1941. Su caso fue inicialmente instruido por el Juzgado Militar de Prensa y, desde el principio, la republicana reconoció sus simpatías izquierdistas, así como sus actividades en la censura de la prensa, tanto nacional como extranjera, durante la Guerra Civil. Solo la probablemente voluntaria demora en la tramitación del consejo de guerra le permitió esquivar una condena a treinta años o a muerte, que habrían sido inevitables si su consejo de guerra se hubiera celebrado a finales de 1939 o principios de 1940. Más información en Las armas contra las letras. Los consejos de guerra de periodistas y escritores, 1939-1945 (Sevilla, Renacimiento-Publicaciones de la Universidad de Alicante, en prensa), así como en este mismo blog y en el Repositorio de la Universidad de Alicante.

 


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