domingo, 28 de mayo de 2023

La hija de Drácula (1936) en el Madrid sitiado


El repaso de la prensa publicada en Madrid durante la Guerra Civil remite a los grandes hechos históricos, pero también permite observar detalles entre curiosos y significativos de lo que sucedió en una capital sitiada desde noviembre de 1936 y sometida a frecuentes bombardeos.
La cartelera cinematográfica y teatral aporta notables informaciones en ese sentido. Muchas de las mismas ya son recurrentes en algunos trabajos de investigación o creativos dedicados a la capital bajo las bombas. Otras quedan a la espera de un relato. 
Siempre me he preguntado qué pensaría el proyeccionista que durante tantos días vio la imagen de Charles Chaplin en Tiempos modernos, en especial cuando el protagonista recoge una bandera roja e involuntariamente encabeza una manifestación obrera duramente reprimida por la policía. ¿Se emocionó las primeras veces o la vería desde el principio con el escepticismo de quien, entre bombas, observa la caída de tantas banderas? 
También he imaginado la reacción de algún acomodador que, durante meses, estuviera viendo el famoso gag de los Hermanos Marx sobre la parte contratante de la primera parte en Una noche en la ópera. Tal vez acabaría memorizando el célebre diálogo o trabalenguas. Y hasta lo repetiría en alguna de las múltiples ocasiones donde el absurdo de la guerra llegara a cualquier trámite cotidiano. 
Las hipotéticas situaciones del proyeccionista o el acomodador son especulaciones, claro está, pero cualquier documento visto por un historiador deja preguntas al margen de las posibles respuestas. Conviene tenerlas en cuenta y no desechar la imaginación.
Hoy, mientras repasaba las páginas de Claridad en busca de los dibujos de José Robledano Torres, he visto en un rincón del periódico el anuncio del estreno en el cine Rialto de La hija de Drácula (1936), de Lambert Hillyer, con la hierática y enigmática Gloria Holden como la referida hija, «más inhumana y cruel que su padre». 
Así aparece en las páginas de un periódico publicado el 9 de marzo de 1938 que, a pesar de la férrea censura gubernamental, todos los días acababa dejando paso a numerosas muestras de crueldad e inhumanidad. La pregunta en esta ocasión guarda relación con la posible respuesta del público, que entre bombardeo y bombardeo se supone que pagaba una entrada para asustarse durante los setenta minutos del metraje con las andanzas de una heredera capaz de empequeñecer al temible conde. 
Al salir a la calle tras contemplar tan terrorífica historia, ese público del Rialto vería el terror de verdad. El problema es que el relato, hasta la experiencia del mismo, no suele propiciar el efecto de una ficción dispuesta a asustarnos con una hija de mirada fija y rostro cadavérico, incluso cuando las bombas se convierten en parte de la cotidianidad.
Hace cincuenta años, Víctor Erice probó su maestría al contrastar los monstruos de la ficción con el miedo de unas niñas sobrecogidas por un tiempo monstruoso. Su película es una obra maestra, pero también me educó visualmente para percibir otras paradojas donde el terror oscila entre la ficción y la realidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario