miércoles, 24 de julio de 2024

Una acusación falsa contra José Luis Salado


 

Gracias a Juan Carlos Mateos Fernández, he conocido un texto publicado en 2012 por Sergio Campos Cacho, quien colaboró en un libro colectivo dedicado a Manuel Chaves Nogales coordinado por Juan Bonilla y Juan Marqués (Sevilla, La Isla de Siltolá, 2012). En la página 51 del volumen, según la transcripción que me pasa mi amigo, el ahora desvelador de la «violencia roja» antes de la Guerra Civil se refiere a un artículo de José Luis Salado dedicado al periodista sevillano en La Voz, aunque para el autor el responsable del mismo es un «anónimo periodista». Reproduzco a continuación lo transcrito por Juan Carlos Mateos Fernández:

«El 8 de junio de 1937 el diario La Voz le dedica la sección Tiro al blanco, un tipo de columna habitual en la prensa republicana desde la que se amenazaba y se acusaba a ciertas personas que solían terminar con un tiro en la nuca o despanzurrados en una cuneta».

Al recopilar los artículos de José Luis Salado para publicarlos en la editorial Renacimiento-Espuela de Plata, comprobé la suerte de quienes aparecían como destinatarios de esos tiros al blanco. Salvo error por mi parte, no me consta que ninguno terminara con un tiro en la nuca o despanzurrado en una cuneta. Juan Carlos Mateos Fernández ha realizado la misma comprobación para llegar a una idéntica conclusión. Si estoy equivocado, rectificaría a la vista de las correspondientes pruebas.

Sergio Campos Cacho lanza la acusación, sin citar a José Luis Salado, pero no aporta un solo nombre para concretarla. La táctica es frecuente. El párrafo transcrito difunde un bulo que supone una gravísima acusación para el periodista de La Voz. Tal vez solo sea un despiste, pero Sergio Campos Cacho también puede haber incurrido en este error por su cercanía a los planteamientos de autores como Andrés Trapiello y Arcadi Espada.

Recordemos que el primero de los citados, en su reseña de Las armas contra las letras, cometió un significativo lapsus al confundir los tiros al blanco de José Luis Salado con unos supuestos tiros de gracia (véase la entrada del 10 de febrero de 2024). Si ambos parten del prejuicio de que un artículo es la antesala de un asesinato, las pruebas resultan innecesarias para lanzar el bulo con la involuntaria complicidad de una mayoría de lectores incapaces de comprobar su falta de veracidad.

Esta práctica de «la máquina del fango», tan frecuente, tiene repercusiones graves para la memoria de los autores afectados. Si yo hubiera escrito la barbaridad de que un miembro del Cuerpo Jurídico era el responsable de un tiro en la nuca por haber realizado una diligencia judicial, ahora no solo me enfrentaría a un juicio, sino que además lo tendría perdido con razón por mi absoluta falta de profesionalidad.

Sergio Campos Cacho puede estar tranquilo en este sentido. Afortunadamente, nadie le demandará por una supuesta intromisión en el honor de ese «periodista anónimo», pero José Luis Salado merece una rectificación. Si la viera publicada, confiaría en el rigor profesional de quien ahora anda desvelando la «violencia roja», que la hubo, pero que debe quedar al margen de los bulos.

lunes, 22 de julio de 2024

Una reseña de Ofendidos y censores. La lucha por la libertad de expresión (1975-1984)


La joven investigadora Celia García Davó -véase la foto- acaba de publicar una excelente reseña de Ofendidos y censores. La lucha por la libertad de expresión (1975-1984) en el número 15 de la revista Castilla,  editada por la Universidad de Valladolid:


El citado ensayo, publicado por la Universidad de Alicante y Renacimiento en 2022, fue concebido en unos momentos en que la libertad de expresión volvía a estar amenazada en España por la intolerancia, cuando no el fanatismo, de quienes se sienten ofendidos ante cualquier manifestación crítica e inmediatamente recurren a la censura, que ahora nunca aparece como tal, aunque lo siga siendo bajo diferentes denominaciones. 
Siempre hay un presupuesto insuficiente, una programación no cerrada mediante contratos en firme, una supuesta queja del público, el criterio de un programador nombrado a dedo... para censurar una obra teatral, retirar unos libros de una biblioteca pública o dejar de celebrar un certamen que resulta incómodo. 
Los casos de censura no son patrimonio exclusivo de una opción política, pero se han multiplicado desde la llegada de la extrema derecha a los organismos públicos. Eso sí, sus representantes políticos nunca se consideran censores y, menos todavía, se reivindican como continuadores de quienes ejercieron la censura durante el franquismo. 
Apenas importa, pues la impronta intolerante ante el ejercicio de la libertad de expresión es una constante que les vincula con un pasado totalitario que gente como Celia investiga desde la fortuna, dada su juventud, de haberse librado de vivir aquella época. 
El libro recopila testimonios y es un homenaje a quienes lucharon entre 1975 y 1984 por hacer realidad la libertad de expresión, que ni siquiera estaba garantizada en la práctica después de aparecer en la Constitución de 1978. Desde entonces, su respaldo jurídico se ha hecho más sólido, la tolerancia se ha abierto camino y los límites de esa tan necesaria libertad de expresión han quedado ampliados. 
No obstante, la intolerancia de los eternos ofendidos está ahí y su voluntad de convertirse en censores, con las más variadas coartadas, permanece como una amenaza. Yo mismo la sufro por mi actividad académica, pero estoy seguro de que la generación de Celia ahora observa estas cuestiones de la censura como una reliquia de un pasado que debemos conocer para superarlo definitivamente.


domingo, 21 de julio de 2024

Andrés Trapiello y «ese Mateos»


Hace unos días recibí en mi móvil un mensaje de un compañero que había sufrido una durísima crítica de Andrés Trapiello tras publicar un libro donde cuestiona lo dicho por el ensayista acerca de Manuel Chaves Nogales. La polémica siempre puede resultar interesante, pero con la condición de que discurra por los cauces del respeto mutuo y la corrección académica, que es incompatible con cualquier manifestación de la prepotencia o la mala educación. 
Al parecer, Andrés Trapiello no siempre lo entiende así y se dirigió en unos términos inaceptables a mi compañero, que lleva casi cuarenta años de investigación a las espaldas para sustentar sus publicaciones. Gracias a Ricardo Robledo y su blog, he dado réplica a esta destemplanza de quien nunca evita una polémica, aunque presuponga que su rival forma parte de la «gente escuderil». Tantos años dedicados a leer a Cervantes, con provecho y brillantez, debieran haberse traducido en otra actitud más respetuosa, pero Andrés Trapiello parece haber pasado por alto ese consejo quijotesco. Una verdadera lástima.
Os paso el correspondiente enlace a mi texto:


También incluyo el texto sin editar:

ANDRÉS TRAPIELLO Y «ESE MATEOS»

La mesura debiera imperar en cualquier texto crítico o polémico, pero la desmesura parece más efectiva en un panorama mediático donde la mayoría pretende marcar territorio y sobrevivir. El precio a pagar resulta caro. Por el camino, se pierden las formas, el respeto y hasta la educación.

La historia es una tarea colectiva. Desde hace unos meses colaboro con Juan Carlos Mateos Fernández para intercambiar información y documentos, revisarnos mutuamente los borradores y evitar errores. Otros aparecerán en nuestras publicaciones por los despistes lógicos cuando se maneja un considerable conjunto de datos. No es grave. Todos los historiadores debiéramos ser revisionistas; al menos, en el sentido de someter lo publicado a continua revisión teniendo en cuenta las aportaciones de los colegas.

Esta colaboración, que en mi caso extiendo a compañeros de distintas ideologías o planteamientos, no presupone una identificación, sino un respeto. Gracias al mismo, las diferencias pasan a formar parte de un diálogo tan enriquecedor como necesario en una tarea donde sobran los subrayados y tantos matices resultan precisos.

En ese marco de colaboración, Juan Carlos conoce la reseña que Andrés Trapiello publicó de Las armas contra las letras. La descalificación de mi monografía como una fabulación dio paso a una réplica donde le invitaba al debate. Nunca hubo una aceptación del mismo y el editor quedó contento porque la polémica favoreció las ventas.

Ahora Juan Carlos, dolido, me remite otra crítica de Andrés Trapiello con motivo de la publicación de Junto al pueblo en armas (Sevilla, Renacimiento, 2024), un adelanto de dos monografías sobre la prensa republicana durante la Guerra Civil que están a punto de aparecer en la misma editorial.

Juan Carlos es el autor de una tesis doctoral sobre el control obrero de esa prensa que data de 1996. Desde entonces, siendo ya su trabajo abrumador, ha completado la investigación hasta acumular una información exhaustiva sobre cualquier aspecto de los diarios republicanos durante la guerra.

Los casi cuarenta años dedicados a una investigación merecen respeto, sobre todo cuando uno ha escrito Las armas y las letras en unos meses y con la perspectiva de ganar un premio. No parece verlo así Andrés Trapiello, que dice desconocer al autor y se refiere al mismo como «ese Mateos».

Mi colega cuenta con publicaciones que conocemos quienes escribimos sobre la prensa republicana, salvo -al parecer- Andrés Trapiello, aun estando Manuel Chaves Nogales entre los periodistas analizados. Sin embargo, con tan solo leer el prólogo a una recopilación de editoriales publicados en Ahora durante los meses que el sevillano pasó en el Madrid de la guerra, llega a una conclusión: «ese Mateos» quiere cargarse al periodista porque participa del sectarismo y el fanatismo de otros historiadores de la izquierda, como Francisco Espinosa.

Quienes conozcan al historiador extremeño sabrán que presentarle como fanático o sectario es un absurdo que no se corresponde con su personalidad. Yo disiento de algunas de sus conclusiones, incluso leo con interés a Javier Cercas, pero aprendo de su sabiduría y, sobre todo, sonrío cuando tengo la oportunidad de hablar con una persona solidaria.

Algo similar me ocurre con Juan Carlos. Yo introduciría algunos matices en sus conclusiones sobre Manuel Chaves Nogales, pero agradezco la amplísima información que me presta y, sobre todo, la respeto como un trabajo riguroso que contrasta con otros dedicados al sevillano.

La mitificación de Manuel Chaves Nogales, basada en una obra de calidad innegable, parece no admitir dudas, contradicciones y ambigüedades como autor coherente que desde el principio abogó por la tercera España. Otros, menos entusiastas por la frecuentación de los archivos y las hemerotecas, pensamos que en su trayectoria durante la guerra hay aristas y comportamientos que requieren una justificación.

Manuel Chaves Nogales fue humano, como tantos otros que buscaron la supervivencia en un sálvese quien pueda donde la coherencia era un lujo. Juan Carlos prueba que no siempre la tuvo el sevillano. Pero, si solo salváramos a los coherentes en todos los aspectos durante una guerra civil, probablemente nos quedaríamos con sombras o fantasmas. El análisis de esta obviedad no supone «cargarse» a un autor, sino devolverle una complejidad arrebatada por quienes le han mitificado.

En cualquier caso, las aportaciones de mi colega son una invitación a la polémica, que debe discurrir por los cauces del respeto. Los mismos resultan incompatibles con llamar a alguien «ese Mateos», ignorar una tarea de décadas como sustento de sus opiniones y pensar que las valoraciones contrarias siempre son el fruto del sectarismo y el fanatismo.

Tengo la impresión de que Andrés Trapiello nunca evita una polémica. La actitud es legítima, pero linda con comportamientos que reciben denominaciones poco prestigiosas en el mundo de las letras, donde las armas nunca deben ser unas cachiporras. Allá él, con la seguridad de que encontrará eco en un país donde la moderación pasa por ser flojedad de espíritu.

No obstante, le invito a una reflexión. En los próximos meses, cuando aparezcan los dos libros de «ese Mateos» que ya conoce, seguro, Andrés Trapiello probablemente recibirá un disgusto compartido con otros partidarios de la mitificación de Manuel Chaves Nogales. Conviene prepararse, tomarlo con calma y volver a los cauces de la discusión pausada donde el respeto resulta fundamental. Merece la pena y, de paso, Andrés Trapiello ahí se reencontrará con personas que apreciamos sus obras, aunque seamos sectarios, fanáticos y hasta fabuladores.

 


viernes, 19 de julio de 2024

Manuel Chaves Nogales , ocurrente padrino


 Manuel Chaves Nogales y su esposa

El militar y periodista Leopoldo Bejarano Lozano formaba parte de «la gente del trueno» y, como personaje capaz de pasar de manera destacada a las páginas de Rafael Cansinos Assens, donde tantos tipos peculiares hay, era conocido por su carácter pendenciero, que en más de una ocasión le llevó a batirse en duelo.

Su colega Isidro Corbinos recuerda en sus memorias de la Guerra Civil publicadas en Santiago de Chile que Leopoldo Bejarano, por una probable cuestión de faldas, debió comparecer en un duelo a pistola en Carabanchel Bajo, una localización que aporta una nota casticista a la cuestión.

El padrino de Leopoldo Bejarano era su colega Manuel Chaves Nogales, un escritor predispuesto para el humor sin menosprecio de la aventura. El apadrinado, consciente de lo estipulado en 1900 por el marqués de Cabriñana en su obra Lances entre caballeros, «el casticismo de la caballerosidad», se presentó en el lugar establecido provisto de un «levitón de guardarropía y una alta chistera».


El marqués de Cabriñana


Sin embargo, el anónimo contrincante y probable ofensor por cuestiones de celos se presentó de manera desastrada. En concreto, desprovisto del abrigo y con sombrero de fieltro. Una vergüenza, vamos.

Justo en el momento en que las pistolas ya estaban desenfundadas y los reglamentarios pasos a medio dar, Manuel Chaves Nogales gritó un ¡alto! capaz de paralizar a los asistentes. Según su posterior argumentación, el duelo no se podía culminar porque uno de los caballeros, aparte de desastrado, gozaba de ventaja al ofrecer el vestuario reglamentario, el de la guardarropía, un «mejor blanco».

El otro padrino, acostumbrado al regateo dialéctico, propuso que ambos se batieran en mangas de camisa, pero el escandalizado sevillano adujo que esta posibilidad también estaba vetada en el «proyecto de bases para la redacción de un código del honor en España» que publicara don José de Urbina y Ceballos Escalera (Madrid, 1860-1937), el citado marqués de Cabriñana.

Ante el recurso propio de un abogado en apuros, los dos padrinos convinieron la cancelación definitiva del duelo a pistola mediando un probable empate técnico, que Leopoldo Bejarano pronto celebraría en su tasca habitual porque seguía vivo y con ganas de atormentar a la familia, según lo visto en el sumario del consejo de guerra que procesó al grupúsculo constituido en torno al local de Fotografía Mendoza.

El periodista salmantino, que es un bolsín de anécdotas, no solo perteneció a la gente del trueno, sino que supo «caer en blando» al finalizar la Guerra Civil. Sus andanzas como procesado en un sumarísimo de urgencia, con una condena sorprendentemente benévola por sus contactos con los vencedores y algunas cuestiones que no aportan prestigio de cara a la memoria, forman parte del más alocado capítulo incluido en el segundo volumen de mi trilogía sobre los consejos de guerra de periodistas y escritores durante el período 1939-1945.

A la espera de su publicación, baste ahora recordar que quien pretendió alistarse en la División Azul mientras estaba procesado por segunda vez, con el consiguiente agradecimiento de su esposa, se salvó de un probable tiro gracias a Manuel Chaves Nogales. El mérito del sevillano es notable, pero no creo que deba contribuir a la mitificación que algunos han hecho del mismo porque obvian algunos documentos de 1936.



Por cierto, la obra del marqués de Cabriñana ha sido reeditada por la editorial Renacimiento. La leeré con atención durante este verano por si, en otoño, debo recurrir a una estratagema como la aducida por Manuel Chaves Nogales para evitar algún lance de honor.


jueves, 18 de julio de 2024

Una necrológica de Antoni Pugués i Guitart


Mi colega Juan Carlos Mateos Fernández me ha facilitado el borrador de una monografía centrada en la trayectoria de Manuel Chaves Nogales entre agosto de 1936, cuando el periodista regresa a Madrid, hasta noviembre del mismo año. La obra abunda en información poco o nada atendida hasta el presente y la futura publicación contribuirá a conocer mejor al sevillano, tan interesante siempre y, a veces, mitificado con la consiguiente tergiversación de los hechos históricos.
A la espera de la publicación, para la que he sugerido algunas modificaciones, Juan Carlos Mateos Fernández me ha proporcionado una abundante documentación que me permite conocer mejor a los periodistas que fueron procesados en consejos de guerra. 
El manresano Antoni Pugués i Guitart fue uno de ellos, según lo explicado en la entrada del pasado 12 de mayo. Ya había fijado, gracias a la prensa barcelonesa, la fecha de defunción del mismo. El dato era desconocido en las pocas referencias al citado periodista. Ahora la puedo corroborar por una breve necrológica publicada en El Alcázar el 15 de noviembre de 1941. Juan Carlos Mateos Fernández ha transcrito el texto:
«víctima de una repentina angina de pecho, ha fallecido repentinamente en su casa de Ciudad Lineal el antiguo periodista don Antonio Pugués Guitart. A su viuda e hijos, especialmente a su primogénito Jorge, oficial del Ejército, expresamos nuestro más sentido pésame, al tiempo que rogamos a los lectores una oración por el eterno descanso de su alma».
La necrológica aparecería gracias a la intervención del citado oficial del Ejército, pero -como es previsible- nada dice acerca de que el «antiguo periodista» había sido apartado de su trabajo por un consejo de guerra que le condenó. Poco antes de fallecer, y probablemente por su delicado estado de salud, el manresano fue puesto en libertad, justo para morir -no tan repentinamente- en su domicilio junto a su mujer e hijos.
La aparición de la necrológica en el diario falangista es un gesto de humanidad, pero mantiene el silencio acerca de la represión. En la inmensa mayoría de los casos que he estudiado ni siquiera hubo ocasión para tener un gesto similar.

martes, 16 de julio de 2024

Hay que preparar la vuelta a clase (y disfrutar)


Durante toda mi vida laboral, y van cuarenta y dos cursos desde que la inicié como profesor, he soportado las bromas de quienes decían envidiarme por un veraneo de tres meses que se suma a otras vacaciones. Yo no niego que haya docentes que los disfrutan sin cargo de conciencia, pero me temo que la mayoría nunca ha conocido semejante bicoca, ni siquiera como funcionarios con plaza fija.
A los sesenta y seis años podría poner punto final o seguir cobrando como catedrático sin apenas dar un palo al agua. La circunstancia, por desgracia, no llamaría demasiado la atención porque algunos finales de las carreras docentes parecen un tranquilo deslizamiento hacia la nada. Sin embargo, otros docentes tenemos conciencia de funcionarios, nos gusta nuestra tarea como servicio público y procuramos mantener el ritmo de trabajo de toda la vida porque la salud todavía nos acompaña.
Esta semana he cerrado las actas del curso pasado y, ahora mismo, ando enfrascado en la preparación de las clases del próximo, donde después de dos años con semestres sabáticos por motivos de investigación vuelvo a explicar la asignatura Historia del espectáculo: teatro y cine en la España del siglo XX. La impartiré junto con un joven profesor que, mientras espera opositar a una plaza digna, trabaja en la universidad en unas condiciones económicas que me parecen impropias de una institución pública. Por desgracia, no las puedo cambiar, pero sí asumir una parte considerable de las tareas de mi joven colega para que la experiencia sea formativa y no solo recordada como un trabajo de "becario" al servicio de Nacho Cano.
Los apuntes de la asignatura, como siempre, son de acceso público por si otros jóvenes profesores de distintas universidades pudieran beneficiarse de los mismos. Mi trabajo se realiza con dinero público y sus resultados están a disposición de la ciudadanía que me paga con sus impuestos:

http://hdl.handle.net/10045/145193

Mientras vuelvo a preparar los comentarios acerca de escenas como la de la foto, un entrañable diálogo entre Luisito y la niña a la que dedica sus primeras rimas con la esperanza de un beso, sigo con temas menos risueños como son los consejos de guerra. El segundo volumen de la trilogía dedicada a los procesos contra periodistas y escritores ya está entregado y en otoño, si todo va bien, trabajaremos para ultimar su edición a cargo de la editorial Renacimiento en colaboración con el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alicante.
Estos trabajos han motivado la invitación a participar en un volumen colectivo que editará Espasa Calpe sobre los mecanismos de represión durante la dictadura franquista. A pesar del calor de julio, ya he redactado mi capítulo acerca de las víctimas inesperadas de aquellos consejos de guerra, que no solo condenaron a los antifascistas como Miguel Hernández o a los autores comprometidos en general con lo que supuso la II República. Hay otras víctimas bien distintas que también merecen nuestra atención para calibrar las verdaderas dimensiones de la represión franquista durante la posguerra.
La revista norteamericana Anales de Literatura Española Contemporánea cumple cincuenta años en la brecha del hispanismo. Con tal motivo, me han invitado a participar en un número extraordinario con un artículo sobre el consejo de guerra del dramaturgo Antonio Buero Vallejo. Ahora mismo lo estoy redactando y en septiembre partirá camino de los colegas que con tanto trabajo sacan esta ejemplar publicación a la que, involuntariamente, di un motivo de preocupación a partir de una demanda judicial resuelta tras las sentencias del Tribunal Supremo y el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana. El tantas veces citado artículo sobre el juez humorista, Manuel Martínez Gargallo, y Diego San José con el tiempo se ha convertido en un best seller que prueba la sinrazón de quienes pretendieron censurarlo.
También sigo pendiente de los trámites del doctor que me haría muy feliz entrando en la plantilla de la universidad que abandonaré dentro de cuatro años con motivo de mi jubilación. Tengo el privilegio de haber sido su «tercer director de tesis», pero sobre todo la alegría de ver a un joven al que he transmitido la voluntad del trabajo junto con otra joven que, con su esfuerzo, ya se ha abierto camino en una España abierta y plural.





Y, claro está, tengo una pila de libros que se han acumulado tras un curso donde no siempre contamos con el tiempo suficiente para su lectura. Si el calor no lo impide, con la flojedad que acarrea, en septiembre la pila habrá desaparecido y hasta podré disfrutar de unos pocos días de descanso total en compañía de quien siempre ha estado conmigo. Mientras llegan, y sin que nadie se entere, aprovechamos algunas noches para viajar a través de la música y el cine que tantos recuerdos nos traen. Algunos días regresamos a Lisboa para emular a Pereira de la mano del gran Marcello, que siempre merece una evocación con la música de Ennio Morricone:




Y otros, más quiméricos o entusiastas, viajamos a la Cuba que nunca visitaremos porque se ha convertido en una dictadura. Lo lamentamos, pero siempre nos quedará la isla soñada en compañía de aquellos ancianos del Buena Vista Club Social que nos enseñaron la dignidad de una vejez creativa. Para ese viaje fantástico solo precisamos de una moto con sidecar y nos la prestó Wim Wenders en una película de 1999 que forma parte de nuestro imaginario:



sábado, 13 de julio de 2024

Ni una, ni grande ni libre, de Nicolás Sesma


 

Las buenas noticias deben ser celebradas. Cuando redacto estas líneas, acabo de saber que Ni una, ni grande ni libre, de Nicolás Sesma, acaba de sacar su cuarta edición gracias, fundamentalmente, al boca a boca de los lectores interesados por la reciente historia de España. Yo he tenido la suerte de ser uno de ellos, cuando la tercera edición era el fruto de unas valoraciones positivas que me habían llegado por diferentes vías. Tenían razón sus autores y, tras finalizar el curso, he podido dedicar unos días a enfrascarme en un grueso volumen cuya lectura es apasionante para quien quiera conocer la historia del franquismo.

Ni una, ni grande ni libre cuenta con reseñas en la prensa y vídeos de presentación en el catálogo de You Tube. Poco o nada puedo añadir a lo dicho por plumas más autorizadas que la mía en estas materias. El libro está llamado a perdurar hasta convertirse en una referencia inexcusable para el conocimiento de la dictadura y, estoy seguro, a partir del próximo curso aparecerá en los programas de lecturas de numerosas asignaturas universitarias, al menos en las universidades públicas.




Solo quiero dar gracias al autor. Desde hace bastantes años, publico libros dedicados a temas relacionados con la cultura del periodo franquista. Incluso he llegado a escribir, en Cuéntame cómo pasó. Imágenes y reflexiones de una cotidianidad (1958-1975), acerca de mi experiencia como niño o adolescente durante el tardofranquismo. La metodología es deudora de la microhistoria y tiendo a acotar una materia concreta para, en el mejor de los casos, obtener de su análisis unas conclusiones que por analogía sirvan de cara al conocimiento de una parcela más amplia. La tarea me obliga a andar con la cabeza agachada y provisto de una lupa atenta al mínimo detalle. Aunque nunca olvido el contexto, una obligación del historiador, un libro como el de Nicolás Sesma me ha permitido levantar la cabeza y tener conciencia de las verdaderas dimensiones del franquismo. Solo cabe agradecerlo.

Y aprender, pues por muchos años que llevemos dedicados al estudio de la dictadura siempre encontraremos en una aportación tan significativa parcelas desconocidas o minusvaloradas. Así ha ocurrido con los capítulos dedicados a la política exterior del franquismo, que son fundamentales para entender su continuidad a lo largo de cuarenta años y en buena medida desconocía. Un nuevo motivo de agradecimiento.

Después de haber publicado más de treinta libros, soy consciente del esfuerzo que supone la preparación de uno de temática tan amplia como la afrontada por Nicolás Sesma, con quien ahora preparo un volumen colectivo dedicado a los mecanismos de la represión durante la dictadura bajo la coordinación de Sergio Calvo Romero y Ana Asión Suñer. Hoy mismo, en El País, nuestro común amigo Jordi Amat escribe que Nicolás Sesma parece haberlo leído todo. Razón tiene a la vista de la bibliografía consultada para la elaboración de Ni una, ni grande ni libre, una tarea que desborda la capacidad del lector más empedernido y contrasta con el adanismo intelectual, o la soberbia, de algunos ensayistas al servicio del revisionismo.

Gracias a Nicolás Sesma, he anotado futuras líneas de trabajo y la correspondiente bibliografía. La historia es una tarea colectiva donde debiera prevalecer la colaboración. Yo mismo también le he indicado lecturas que permitirían matizar o completar algunos párrafos de su libro. A diferencia de quienes se sienten criticados cuando alguien les sugiere una lectura, la respuesta de Nicolás Sesma ha pasado por el agradecimiento y la colaboración con la voluntad de aprender mutuamente. El dato prueba que estamos ante un profesional de la historia y, sobre todo, ante alguien a quien el éxito no le ha conducido por los caminos de la soberbia como tan a menudo sucede.

Ya cerca de la jubilación, encontrar a un colega con un presente brillante y un futuro prometedor es una excelente noticia y, como decía al principio, la celebro. También porque me permite aprender de una voz generacional diferente a la mía. Cuando escribo sobre la cultura franquista trabajo como historiador con documentos y bibliografía, pero cuento asimismo con mi experiencia personal que tanto matiza cualquier conclusión. La circunstancia puede enriquecer el análisis o empobrecerlo. Todo depende de cómo manejemos una memoria que debe subordinarse a la ciencia historiográfica para evitar la falta de rigor. De hecho, aunque escriba desde mi memoria, lo hago previa consulta bibliográfica o documental para enriquecerla y evitar la subjetividad de quienes acaban fabulando acerca de un pasado supuestamente testimonial.

Gracias a profesores de otra generación, como Nicolás Sesma, observo las diferencias de enfoque y enriquezco mis conclusiones. Hace unos días le comenté cómo veía unos temas concretos abordados en su libro porque, a la bibliografía, añadí la experiencia personal que me permitió dudar de lo que aparece claro y rotundo en los libros. La respuesta suya pasa por el inicio de una colaboración, que continuaré con el agradecimiento de haber encontrado un interlocutor receptivo y competente.

Al leer un reciente libro de Ana Asión sobre el cine de Fernando Palacios, encontré un capítulo dedicado a una película del director aragonés donde el papel de agente soviético estaba interpretado por Alfredo Landa. La joven doctora lo comentaba con el rigor que le caracteriza, pero no pude evitar una descreída sonrisa como la que tuve cuando vi, en serio, a José Luis López Vázquez provisto de una metralleta en un policiaco rodado en la Barcelona de principios de los sesenta. Yo me eduqué con las películas interpretadas por Alfredo Landa y José Luis López Vázquez, que nunca serán en mis libros solo dos grandes actores. También forman parte de mi memoria y en la misma, como sucede con nuestros familiares más directos, algunas facetas solo pueden ser unos disfraces que provoquen la risa o la guasa.

Así se lo cuento a los jóvenes que toman el relevo en las aulas, para fortalecer un diálogo intergeneracional que nos ayude mutuamente a conocer mejor nuestro pasado inmediato, el de un franquismo que pronto, y va siendo hora, solo será una materia histórica donde la memoria ocupe su debido lugar.


sábado, 6 de julio de 2024

Álvaro Retana, don Sinforiano y la Dirección General de Seguridad


La bibliografía sobre Álvaro Retana cuenta con estudios rigurosos, pero a menudo se deja llevar por otros de literatos donde las leyendas abundan tanto como la fabulación. El propio autor nacido en Filipinas tiene algo de responsabilidad en esta proyección de su atractiva personalidad, pues fue hábil a la hora de trazar su personaje público gracias a anécdotas, reales o inventadas, donde jugó con una calculada ambigüedad que no le evitó ser procesado por todos los regímenes políticos presentes a lo largo de su vida.
Una de esas leyendas guarda relación con su éxito periodístico y editorial, que le habría acarreado una considerable fortuna durante la década de los veinte fundamentalmente. Alvarito era hijo de una familia rica y, gracias a la favorable acogida de sus creaciones desde muy temprana edad, habría amasado el suficiente dinero para vivir con refinamiento sin depender exclusivamente de su mensualidad como funcionario del Tribunal de Cuentas.
Yo mismo así lo creí. No obstante, la consulta de las fuentes primarias o documentales es el mejor antídoto contra la fabulación. Al examinar el proceso derivado de la querella por injurias interpuesto por la actriz Irene López Heredia -véase la entrada del 5-VI-2024-, comprobé que en 1929 el supuestamente adinerado autor tenía deudas pendientes con la justicia, vivía con modestia en una casa de huéspedes por cuya pensión completa pagaba diez pesetas diarias y que al frente de la misma estaba Sinforiano Martínez Cardete. 
El guardia municipal de filiación arnichesca declara ante el juzgado el 9 de julio de 1930 y, además de avalar a su pupilo desde hacía diez años, aporta del mismo una imagen contrapuesta a la que el novelista mantenía en sus escritos galantes: «observa buena conducta tanto pública como privada, siendo honrado trabajador sin que le conozca vicios ni malas compañías de ninguna clase». 
Si don Sinforiano, por aquello del cariño tomado a los pupilos con años de permanencia, no mintió, quien verdaderamente mintió fue el propio Álvaro Retana para crear un personaje público con tanta aceptación en la bibliografía gracias a los trabajos de Luis Antonio de Villena.
El juez también solicitó a la Dirección General de Seguridad un informe sobre el procesado. El fechado el 2 de julio de 1930 indica que «no se le conocen bienes, ni se advierte en su domicilio signo alguno de riqueza y satisface por la pensión completa diez pesetas diarias». La imagen dada por la policía es más propia de un discreto funcionario del Tribunal de Cuentas que del «novelista más guapo del mundo».
No obstante, el mismo informe contiene un curioso párrafo del que no me consta su utilización en la bibliografía sobre el autor: «De sus vicios, vida y costumbres, existe el rumor público de que tiene inclinaciones afeminadas, sin que se haya podido comprobar; no se le conocen virtudes. Con frecuencia acuden a su domicilio artistas de teatro, no produciendo escenarios y haciendo vida ordinaria».
Por lo tanto, la Dirección General de Seguridad viene a coincidir con don Sinforiano, que para eso era guardia municipal y hombre de orden como el Candelas de La Revoltosa. Alvarito, de tendencias no comprobadas, recibía en la casa de huéspedes a gente de la farándula, pero con discreción y sin pretender crear «escenarios». «No se le conocen virtudes», es cierto. Incluso de manera absoluta, pero tampoco se le atribuyen vicios por parte de una policía bastante predispuesta a encontrarlos en quienes manifestaban «unas masculinidades disidentes».
La conclusión es obvia: si queremos disfrutar con las andanzas de un personaje con numerosas anécdotas para el recuerdo y la oportuna cita de lucimiento, leamos textos como los escritos por Luis Antonio de Villena, pero si pretendemos conocer a la persona que estaba debajo del personaje acudamos a las fuentes documentales y primarias. Suelen ser tan aburridas como de comprensión compleja por el enrevesado lenguaje judicial, pero dejan frases para la posterioridad como aquella de una persona a la que «no se le conocen virtudes». Al menos, Alvarito tuvo la de saber mentir con gracia y frescura, que no es poco.
 

viernes, 5 de julio de 2024

Irene López Heredia, primera actriz, se querella contra Álvaro Retana


El humor, o más bien el poco humor, de las primeras actrices del siglo XX ha sido motivo de anécdotas, comentarios y asombros. Irene López Heredia (1894-1962) no constituye una excepción e, incluso, pasa por ser de las más malhumoradas en sus relaciones con los periodistas y los críticos. José Luis Salado lo explicó en La Voz con notable claridad cuando la dama del teatro marchó a Argentina durante la Guerra Civil y se posicionó a favor de los sublevados.

Unos pocos años antes, Álvaro Retana fue quien tuvo pruebas de la irascibilidad de una actriz incompatible con las críticas o los comentarios irónicos. El novelista más guapo del mundo alcanzó fama, bien ganada, de provocador y el 20 de abril de 1929 publicó el artículo «La bellísima actriz Irene López Heredia se retira del teatro para montar un bar soberbio en la Puerta del Sol», que apareció en la revista de humor Gutiérrez.

La dama del teatro, desde luego, no estaba por entonces dispuesta a retirarse del teatro y menos todavía a montar un bar, aunque Álvaro Retana da a entender su afición a la bebida. También revela su escasa sensibilidad artística y una cultura teatral cuestionable. La publicación del artículo sentó fatal a Irene López Heredia y, tras recibir unas cartas del novelista, el 16 de noviembre de 1929 se querelló contra él por el delito de injurias con la colaboración entusiasta y hasta apocalíptica del abogado Carlos Salas y Sánchez Campomanes, que gracias a su persecución de cualquier liberalidad terminó como procurador en Cortes durante el franquismo.

El sumario lo he localizado en el Archivo Histórico Nacional (sig. FC- Audiencia T Madrid Criminal, 16, exp. 1) y su consulta me ha permitido conocer otro de los numerosos procesos seguidos contra Álvaro Retana, que en esta ocasión también estaba acusado de publicar la novela Actriz de vanguardia (1929). En la misma no aparece citada Irene López Heredia, aunque el abogado la considera escrita «en clave» para injuriar a su clienta como alcohólica, plebeya, insensible, impúdica, torpe y pérfida.

Irene López Heredia no se andaba con pequeñeces y pedía cuatro años y nueve meses de destierro para Álvaro Retana. Ni Unamuno recibió semejante castigo cuando cuestionó la monarquía. El novelista también debería afrontar una multa de veinticinco mil pesetas, una fortuna para aquella época.

El asunto se resolvió de forma razonable cuando el novelista, que desde el principio había intentado hacer las paces, pidió disculpas públicas y la actriz retiró la querella tras aceptarlas. Alvarito, que por entonces vivía en una casa de huéspedes regentada por un policía municipal de nombre arnichesco, Sinforiano, respiraría aliviado por haber escapado de una nueva multa cuando todavía no había pagado las anteriores.

El episodio de la irascible actriz y su abogado aparecerá con jugosas anécdotas en el capítulo dedicado a Álvaro Retana dentro del segundo volumen de los dedicados a los consejos de guerra contra periodistas y escritores. El desenlace en esta ocasión no fue trágico, pero el novelista, antes de ser condenado por el franquismo, ya tuvo constancia de los estrechos límites de la libertad de expresión cuando media la irascibilidad de una primera dama.

 

miércoles, 26 de junio de 2024

Periodistas republicanos: las cifras de la represión franquista


 

Javier Bueno, periodista fusilado


La colaboración entre investigadores tiene múltiples ventajas y permite evitar los errores a los que todos, incluso los más veteranos, estamos expuestos. Gracias a la generosidad de Juan Carlos Mateos Fernández, he podido consultar el preprint de Bajo el control obrero. La prensa diaria en Madrid durante la Guerra Civil, 1936-1939, una monumental obra que es el fruto de una investigación exhaustiva llevada a cabo durante décadas. Pronto la podremos consultar en la edición de Renacimiento, una editorial que así continuará con su voluntad de analizar la compleja y rica realidad del periodismo durante aquellos trágicos años. Los méritos del trabajo realizado por mi colega son numerosos, pero cabe esperar a la publicación del mismo para ponerlos de relieve en reseñas y comentarios.

Mientras tanto, quisiera aprovechar la consulta del original para trasladar al blog las cifras de la represión ejercida contra los periodistas republicanos que actualmente estudio en mi trilogía Las armas contra las letras. El trabajo de Juan Carlos Mateo Fernández, por su rigor y exhaustividad, merece una total confianza en este sentido y difícilmente otros estudios posteriores modificarán las cifras de un horror ya presente cuando consultamos los sumarios de tantos procesados.

En esta entrada me limitaré a dar las cifras de la represión ejercida contra los periodistas republicanos sin indicar los nombres para no quitar la exclusiva que corresponde a la anunciada edición en Renacimiento:

Periodistas ejecutados: 14

Habituales colaboradores de la prensa periódica ejecutados: 10

Periodistas muertos en prisión; 5

Periodistas muertos en combate, en el frente de batalla y en bombardeos enemigos: 10

Periodistas muertos en la retaguardia: 10

Periodistas condenados a muerte: 39

Periodistas condenados a penas de treinta años de cárcel: 21

Periodistas condenados a veinte años de prisión: 5

Periodistas condenados a penas de doce años de reclusión: 10

Periodistas condenados a seis años de cárcel: 5




Manuel Navarro Ballesteros, periodista fusilado

Aparte de la relación nominal de los periodistas republicanos que sufrieron diversas condenas, Juan Carlos Mateos Fernández facilita una relación de otros cuarenta y dos periodistas de los cuales sabemos que fueron procesados, pero desconocemos sus condenas. Tras localizar los sumarios de treinta y ocho en el Archivo General e Histórico de Defensa, reproduzco a continuación este listado junto a la numeración de sus sumarios, que cuando pueda consultarlos serán la materia de un cuarto volumen o formarán parte de una futura web donde recopile la paciente labor que ahora mismo estoy realizando tras la publicación de Nos vemos en Chicote (2015), Los consejos de guerra de Miguel Hernández (2022) y el primer volumen de Las armas contra las letras (2023), estando el segundo en la fase de informes para su posterior publicación en el caso de que sean positivos: 

- Esperanza Aguado: 33671, 3424

- Marcelino Álvarez Diosdado: 28309, 5477

- Teófilo Álvarez Lorenzo: 14534, 2935

- César Arnal Sierra: 8177, 1872, 14

- Francisco Baleriola Arroyo: 116378, 3304, 1

- José Blanco Serrano: 34600, 1001, 17

- Esteban Boj López: 112859, 3221 y 113054, 1168, 14

- Aurelio Capelo Téllez de Meneses: 28269, 3809

- Maximiliano Clavo Santos: 5456, 5244

- Justo de la Cueva Orejuela: 17322, 5609

- Heliodoro Fernández Evangelista: 135277, 6968 y 2961, 7650

- Veremundo Fernández Evangelista: 10998, 6207

- José de la Flor Ruiz: 128351, 7311

- Alfonso Galerón Egaña: 262, 5452

- Mariano García Rojas: 12329, 3081, 13

- Juan Girón Roches: 21267, 119, 5

- Cristina Hurtado Pérez: 12981, 5908

- Miguel Llopis Cantó: 2217, 16317, 8

- Miguel Maestre Ropero: 57163, 3317

- Pío Marcos Cuadrado: 30218, 6000

- José Martínez Piqueras: 104863, 4126

- Alfonso Muñoz Álvarez: 4505, 7961

- Félix Navajas Lozano: 1528, 6797

- César Ordax Avecilla: 55030, 4434; 135587, 7260 

- Cástor Patiño Sánchez: 129173, 7374

- Mariano Pascual Alonso: 117143, 3208 y 9442, 3208

- Arturo Pérez Camarero: 21588, 3420

- Marcos Pérez Martínez: 1039, 4013, 7

- Antonio Pérez Olmedo: 57148, 5434

- Eusebio Rebollo Esquivilla: 115077, 3939

- Antonio Roldán del Castillo: 49366, 110, 2

- Manuel Rosón Ayuso: 48759, 106, 19

- Luis Rubio Chamorro: 140189, 3519, 1; 50196, 5517 y 19643, 327, 4.

- Fermín Sabugo García: 42490, 5228

- José Joaquín Sanchis Zabalza: 126182, 7216 y 2241, 7216

- Miguel Vega de la Torre: 32084, 3528

- Antonio Vidal Moya: 1628, 366, 5

Agradezco de nuevo a Juan Carlos Mateos Fernández su generosidad por poner a mi disposición su monumental obra y en una entrada futura hablaremos de sus investigaciones relacionadas con Manuel Chaves Nogales, cuya trayectoria durante la Guerra Civil dista de lo publicado hasta ahora.


 

lunes, 24 de junio de 2024

El Orgullo, con Fernando Olmeda, también es mío


 

Fernando Olmeda, en una de las entrevistas que enlazo abajo, afirma que nadie debe permanecer indiferente a los problemas de los colectivos agrupados bajo las siglas LGTBIQ+. Los derechos de los mismos son, al fin y al cabo, derechos humanos, que como tales nos conciernen con independencia de nuestra identidad sexual.


A lo largo de estos últimos años, he ido aprendiendo al respecto para superar una educación que me negó la posibilidad de conocer la realidad de estos colectivos. El aprendizaje ha sido una verdadera experiencia para la gente de mi generación. Sin embargo, como historiador del franquismo, siempre he tenido claro que la dictadura incluyó entre sus víctimas a quienes optaron por identidades ajenas a la estrechez del nacionalcatolicismo. La historia de la represión franquista, por lo tanto, también abarca la destinada a unos colectivos que padecieron un régimen que entre sus señas de identidad contaba con una homofobia bastante compartida por la población.

A lo largo de mis investigaciones he encontrado numerosos ejemplos, pero el más reciente es el protagonizado por Álvaro Retana, cuya ambigüedad sexual le salió bien cara durante la posguerra. Al igual que ocurriera con el célebre Miguel de Molina, el «novelista más guapo del mundo» contaba entre los vencedores con amistades dispuestas a negar su pasado. El resultado en este caso no derivó en una paliza y el posterior exilio, sino en una persecución judicial que condujo al autor galante a largos años de cárcel, tantos que, para mi sorpresa, es la víctima del colectivo de los periodistas y escritores con un currículo carcelario más extenso.

La historia de la persecución sufrida por Álvaro Retana, con datos inéditos, aparecerá en el segundo volumen de la trilogía dedicada a los consejos de guerra de periodistas y escritores. Enfrente, entre los victimarios, también tenía personas que escondían su identidad sexual y hasta exacerbaban su espíritu represivo para que la misma cayera en el olvido. Los lectores de Nos vemos en Chicote (2015) y Las armas contra las letras (2023) saben de quien hablo.




El libro de Fernando Olmeda, El látigo y la pluma (2004), ahora reeditado se ha convertido en un referente bibliográfico para conocer la suerte de estos colectivos durante el franquismo y, por supuesto, un acicate para que los historiadores prestemos la debida atención a una realidad sistemáticamente desatendida y cuyo conocimiento todavía está sujeto a restricciones relacionadas con el acceso a la documentación. Desde su primera edición en 2004 se ha avanzado mucho en esta dirección. Dejar de reconocerlo sería absurdo, pero el camino a recorrer todavía es largo.

Un Orgullo sin una base histórica siempre será incompleto. Para procurarla, con la ayuda de Fernando Olmeda, la Universidad de Alicante ha programado distintos actos que fortalecen la memoria de lo vivido por estos colectivos y apuestan por el afianzamiento de unas libertades que nos conciernen con independencia de nuestra identidad sexual, sobre todo en unos momentos donde el auge de las actitudes intolerantes desemboca a menudo en un cuestionamiento de los objetivos alcanzados.

Entrevistas a Fernando Olmeda con motivo de la publicación del libro:

https://www.dailymotion.com/video/x8m3g95

https://www.youtube.com/watch?v=rUO-bwD3RgU

sábado, 22 de junio de 2024

Zamora, Ciriaco, Quincoces...


 

Mi padre tenía catorce años cuando supo de «la batalla de Florencia», el partido amañado y violento donde «la furia roja» se enfrentó a los italianos que en «su Mundial» de 1934 tenían la orden de Il Duce de ganar a cualquier precio. La alineación de un portero legendario y diez aguerridos vascos comenzaba con Zamora, Ciriaco, Quincoces… La recitaba de carrerilla hasta su fallecimiento en 1996 porque formaba parte de la memoria mítica de la adolescencia. Yo la analizo con los ojos de un historiador que nunca deja de ser hijo y, cuando he encontrado las huellas de Ricardo Zamora lejos de los campos de fútbol, he escrito sobre un episodio que habría contado a mi padre. De hecho, se lo he contado.




La vida del guardameta Ricardo Zamora pendió de un hilo durante la Guerra Civil. Preso en la Modelo por colaborar en el diario católico Ya, el futbolista del Real Madrid pudo haber sido uno de los fusilados en las sacas que tuvieron lugar en la capital desde agosto hasta noviembre de 1936. No obstante, consiguió salir libre y salvar la vida sin dar explicaciones. Ni siquiera cuando, al cabo de los años, las repercusiones de las mismas habrían sido mínimas.

La fama del protagonista ha favorecido que la historia de su cautiverio sea divulgada en distintas publicaciones, así como recordada la intervención del poeta Pedro Luis de Gálvez en la liberación de Ricardo Zamora. Poco antes de abandonar la cárcel, el guardameta le dedicó una fotografía fechada el 5 de noviembre de 1936, cuando el peligro era mayor para los presos y el liberado desearía mostrar así su agradecimiento a quien le había protegido.

La fotografía se encuentra depositada en el sumario del poeta malagueño, que en reiteradas ocasiones cita a Ricardo Zamora como avalista para evitar su anunciada condena a muerte. Los instructores no llamaron al deportista ni a otros posibles avalistas porque en ese consejo de guerra la suerte del procesado estaba decidida desde la primera diligencia.

En el segundo volumen de la trilogía dedicada a los consejos de guerra de periodistas y escritores aportaré una información detallada del proceso seguido contra Pedro Luis de Gálvez para despejar leyendas y fabulaciones en torno a su trayectoria. A la espera de la publicación, aprovecho esta entrada para recordar la reacción de Jacinto Miquelarena cuando vio llegar al deportista a la embajada argentina donde se encontraba refugiado. El texto, desatendido por mis colegas, se encuentra en El otro mundo (1938), un volumen que forma parte del alud de publicaciones de los vencedores dedicadas al «terror rojo» con una voluntad entre la propaganda y la delación sin prescindir del rencor y el clasismo.




Jacinto Miquelarena, como periodista, estaba especializado en temas deportivos. De hecho, debió suspender el viaje a Berlín para escribir las crónicas de los Juegos Olímpicos de 1936 por culpa del inicio de la Guerra Civil. Asilado en la embajada argentina, allí entró posteriormente Ricardo Zamora, a quien aparenta no conocer como forma de despreciarle: «Parece que tenía una gran popularidad en el mundo como jugador de fútbol. Se llegaba a decir que era uno de los goal-keepers más famosos de la tierra» (p. 144). La posibilidad de que un periodista deportivo de la época desconociera a El Divino es una ocurrencia, pero el exquisito sport-men miente para marcar distancias con quien había salido libre de las cárceles republicanas y osaba estar agradecido.

Al igual que Ramón Gómez de la Serna, Jacinto Miquelarena explica la intervención de Pedro Luis de Gálvez como protector de Ricardo Zamora en la Modelo, pero no declaró en tal sentido a lo largo del sumario. El resultado habría sido irrelevante para la suerte del poeta. Entre otras razones, porque el testimonio del periodista resulta especialmente duro en el retrato del «monstruo», que era «un producto de la mugre, la caspa y el hambre» (p. 145).

Estos párrafos de Jacinto Miquelarena han sido citados en publicaciones abundantes en tópicos, y realidades, acerca de un personaje alcoholizado y tremendista como el poeta bohemio. Sin embargo, los autores olvidan que Jacinto Miquelarena aprovecha la ocasión para atacar a Ricardo Zamora por contemporizar con los asesinos encarnados en la figura del literato malagueño. El héroe deportivo, para el contertulio de José Antonio en La Ballena Alegre, «representaba el sentido oportunista, el egoísmo más inelegante y el silencio ante todas las brutalidades» (p. 148).

El motivo de esta descalificación es obvio: el guardameta había dedicado una foto al «monstruo» que le protegió en la cárcel y procuró su liberación cuando tantos salían con destino a Paracuellos u otros lugares del horror. El deportista fue un hombre agradecido, aunque solo fuera con el referido detalle que tanto habría prodigado como ídolo de las masas.

Ricardo Zamora tuvo problemas durante su estancia en Francia y al volver a la España de los sublevados. El silencio fue su mejor arma a la espera de que la fama le salvara de alguna represalia por haber declarado que no era fascista. Al final, fue condecorado por el general Franco, tan futbolero, como lo había sido por Niceto Alcalá Zamora tras la batalla de Florencia. Ricardo Zamora calló sin rencor. No obstante, el guardameta nunca olvidaría la reacción de Jacinto Miquelarena, aquel autor de las letras falangistas que ni siquiera le perdonó haber dedicado una foto a su protector, un poeta cuya vida terminó en un paredón de 1940. El exquisito sport men y viajero también tuvo una muerte trágica, pero esa es otra historia donde vuelven a predominar las medias palabras. Las del agradecimiento siempre son plenas y propias de la única elegancia que merece la pena recordar.

miércoles, 19 de junio de 2024

Aurora Picornell: por cada foto rota, habrá otras nuevas


El nombre y la foto de Aurora Picornell aparecen hoy en buena parte de la prensa nacional porque el presidente del parlamento balear, en un acto por el que ya ha pedido disculpas, ayer rompió la foto de la joven víctima del franquismo cuando la coalición PP-Vox estaba a punto de aprobar la tramitación de una de las denominadas «leyes de la concordia». Las reacciones han sido numerosas y, desde este modesto blog, nada podemos añadir a la valoración de una reacción que demuestra el talante de quienes niegan o blanquean la violencia franquista.
Ahora bien, por cada foto que alguien rompa para demostrar su falta de respeto por las víctimas del franquismo, yo pondré la misma foto y añadiré otras de las víctimas cuyos casos judiciales analizo en mis libros dedicados a los consejos de guerra de periodistas y escritores. 
Gracias a la familia de Antoni Pugés, que me está ayudando como otros familiares interesados en recuperar la memoria de sus antecesores, reproduzco a continuación las fotos del citado periodista manresano y la de Leopoldo Bejarano, que aparecieron en el semanario Estampa (15-XI-1930). Ambos coincidieron en el diario Ahora cuando estalló la guerra. Estos periodistas fueron procesados y condenados por ejercer su derecho a la libertad de expresión.



Antoni Pugés Guitart



Leopoldo Bejarano Lozano 


martes, 18 de junio de 2024

The Blues Brothers (1980) al rescate


 

La posibilidad de que alguien, con carisma y venido desde lejos, irrumpa en nuestra cotidianidad porque nos necesita para realizar una misión extraordinaria resulta fascinante. La situación, por esa misma razón, se repite en la ficción, pero apenas la disfrutamos en la vida real, donde las llamadas suelen tener otros motivos y, desde luego, rara vez son el preámbulo de un empeño digno del recuerdo.

Puestos a soñar con esa posibilidad, las etapas más aburridas u opresivas de nuestra vida son fértiles en ejemplos propios de la imaginación, que a su modo compensa el aburrimiento y la opresión. Nunca he percibido ambos con tanta fuerza como cuando realicé el servicio militar, que ahora veo con asombro convertido en motivo de añoranza entre gente de mi edad. Yo solo añoro los veinte años.

La monotonía campamental de gritos, órdenes y prisas en una espiral de sinsentido quedó rota en varias ocasiones. Algunas las conté en La sonrisa del inútil (2008), donde dediqué un capítulo a aquellas batallitas cuyo surrealismo requería una mirada cargada de humor. Otras quedaron en el tintero, pero a veces afloran por distintos motivos.

Il sol dell’avvenire (2023), de Nanni Moretti, me recordó una escena de The Blues Brothers (1980) protagonizada por Aretha Franklin. Los excarcelados Jack y Elwood pretenden cumplir una «misión divina»: salvar de la ruina el orfanato donde se criaron. Para conseguir el dinero solo cuentan con su banda de rhythm and blues, que reagrupan gracias a un itinerario enloquecido salpicado de números musicales.

El propósito los lleva a una pizzería donde trabaja uno de los miembros de la banda. El hombre va en delantal y parece resignado, pero la llegada de los bluesbrothers supone una llamada irresistible. Su mujer, una desatada Aretha Franklin, se opone con la vehemencia de una esposa cargada de razón y la fuerza de una canción verdaderamente convincente. Al final, la mujer parece haber vencido, pero el músico se quita el delantal y vuelve con la banda porque de vez en cuando conviene respirar.



Nanni Moretti homenajea esta escena y justifica que Aretha Franklin utilice zapatillas, cuya presencia en una película para él supone un atentado al buen gusto. El cineasta tiene razón. Ahora bien, el homenaje compartido me devolvió el recuerdo de una película vista en 1981, uno de los días en que pude escapar del campamento donde el franquismo no suponía un recuerdo, sino una presencia constante.

Esa tarde encontré por las calles de Cádiz a un compañero vasco que era un fanático del heavy metal. Colgado a menudo, iba a la búsqueda de alguien con quien beber. Le habían fallado todos los planes y, resignado, esa tarde decidió como mal menor acompañarme a un cine de reestreno donde proyectaban la película de John Landis.

Aquello del rhythm and blues le debió parecer blandito, pero cuando andaba sobrio era un tipo capaz de imitar todo lo que veía y salió del cine como un émulo de Cab Calloway. El anciano marchoso en la película interpreta Minnie the Moocher, la canción que estrenó en 1931 y todavía, cincuenta años después, la mejoraba en cada interpretación. En el autobús de vuelta, ante el asombro de los viajeros, el soldado que debe seguir anónimo imitaba a Cab Calloway cuando lanzaba el Hi De Hi Hi De Hi que le dio medio siglo de éxitos.



A partir de esa tarde, si el hastío de tantas órdenes absurdas requería un motivo para la risa, mi compañero repetía, por lo bajo, el estribillo de Minmie, la moucher de la que nunca supimos gran cosa. Ni falta que nos hacía porque la letra es un sinsentido. Así tejimos una complicidad imposible entre el único soldado que estudiaba en el campamento y otro que, cuando no bebía, seguía los caminos que pronto acabaron con John Belushi, el protagonista de la película junto con Dan Aykroyd.

Una noche de guardia, el oficial nos obligó a ser rigurosos con el santo y seña durante los relevos. La condición de cabo, por tener estudios, me llevó a explicar el procedimiento que a veces conducía a Wenceslao a un wáter en Washington. La figura retórica no era gongorina, pero resultaba un desafío para algunos soldados.

Ya de madrugada, en el último rincón del campamento y la sola compañía de los eucaliptos, encabezaba con escasa marcialidad el relevo cuya misión era llegar al catre lo antes posible. Disciplinado, pronuncié el santo a la espera de la seña procedente de la garita. Justo en ese momento, una voz guasona respondió con el Hi De Hi Hi De Hi. La ocurrencia, visto que ningún oficial estaba presente, nos despertó con una sonrisa.

Las adicciones de mi compañero fueron a más porque, en 1981, ya había comenzado la hecatombe que diezmó mi generación entre un silencio que todavía perdura. El soldado acabó pasando más tiempo en el calabozo que en la compañía. Allí le veía cuando, provisto de un fúsil, repartía la comida entre los arrestados. En su mayoría eran delincuentes que hacían su servicio militar. Conforme iba acumulando guardias, su situación empeoró porque los síndromes de abstinencia los pasaba sin atención médica, tirado en un rincón.

Una noche me acerqué con su plato para que, al menos, cenara. El vasco tiritaba y apenas podía articular palabras. Me miró y, por un recuerdo que le vendría, murmuró un Hi De Hi Hi De Hi desfallecido sabiendo que los Minnies de aquel calabozo no eran tan afortunados como la pantagruélica protagonista de la canción. El único alimento que tomó fue esa sonrisa. Poco después, me licencié dejando atrás catorce meses de pesadillas que, a partir de entonces, solo serían visitas nocturnas.

Ahora vuelvo a ver de vez en cuando la película de John Landis porque adoro aquella música y me divierten las andanzas de unos bluesbrothers perseguidos por miles de policías, los nazis de Illinois y los pesados del country en una escapada alucinante hasta que consiguen actuar y recaudar el dinero para el orfanato. Al fin y al cabo, everybody needs somebody to love:



Acepto la llamada de los bluesbrothers para reencontrarme con Ray Charles, Cab Calloway, Aretha Franklin y otros mitos de mi juventud. La locura que protagonizan engancha a cualquiera con deseos de quitarse el delantal de la pizzería. La disfruto, pero recuerdo que John Belushi nos dejó muy pronto por una sobredosis y que mi compañero, de regreso al País Vasco donde Eloy de la Iglesia rodó El pico (1983), siguió el mismo camino sin el glamour de una estrella de Hollywood porque era «un pringao» como tantos otros que cayeron.

A veces, intuyo que algunos destinos trágicos solo nos han acompañado para compartir unas divertidas ocurrencias, como la de aquella noche de guardia o la tarde en que ambos reímos con John Belushi. La suposición es injusta, pero mucho más injustos son los malnacidos que imponen santos y señas porque no admiten los Hi De Hi de quienes apuestan por vivir intensamente sin pretender vegetar. Les comprendo y, todavía abstemio, procuro darles voz en los recuerdos porque la vida, caray, parece competencia de un guionista que nunca termina de acertar en el caso de que exista por vete a saber qué ocurrencia del destino.