El militar y periodista
Leopoldo Bejarano Lozano formaba parte de «la gente del trueno» y, como
personaje capaz de pasar de manera destacada a las páginas de Rafael Cansinos
Assens, donde tantos tipos peculiares hay, era conocido por su carácter pendenciero,
que en más de una ocasión le llevó a batirse en duelo.
Su colega Isidro Corbinos
recuerda en sus memorias de la Guerra Civil publicadas en Santiago de Chile que
Leopoldo Bejarano, por una probable cuestión de faldas, debió comparecer en un
duelo a pistola en Carabanchel Bajo, una localización que aporta una nota
casticista a la cuestión.
El padrino de Leopoldo
Bejarano era su colega Manuel Chaves Nogales, un escritor predispuesto para el humor
sin menosprecio de la aventura. El apadrinado, consciente de lo estipulado en
1900 por el marqués de Cabriñana en su obra Lances entre caballeros, «el
casticismo de la caballerosidad», se presentó en el lugar establecido provisto
de un «levitón de guardarropía y una alta chistera».
Sin embargo, el anónimo contrincante
y probable ofensor por cuestiones de celos se presentó de manera
desastrada. En concreto, desprovisto del abrigo y con sombrero de fieltro. Una
vergüenza, vamos.
Justo en el momento en
que las pistolas ya estaban desenfundadas y los reglamentarios pasos a medio
dar, Manuel Chaves Nogales gritó un ¡alto! capaz de paralizar a los asistentes.
Según su posterior argumentación, el duelo no se podía culminar porque uno de
los caballeros, aparte de desastrado, gozaba de ventaja al ofrecer el vestuario
reglamentario, el de la guardarropía, un «mejor blanco».
El otro padrino,
acostumbrado al regateo dialéctico, propuso que ambos se batieran en mangas de
camisa, pero el escandalizado sevillano adujo que esta posibilidad también
estaba vetada en el «proyecto de bases para la redacción de un código del honor
en España» que publicara don José de Urbina y Ceballos Escalera (Madrid,
1860-1937), el citado marqués de Cabriñana.
Ante el recurso propio de
un abogado en apuros, los dos padrinos convinieron la cancelación definitiva
del duelo a pistola mediando un probable empate técnico, que Leopoldo Bejarano
pronto celebraría en su tasca habitual porque seguía vivo y con ganas de
atormentar a la familia, según lo visto en el sumario del consejo de guerra que procesó al grupúsculo constituido en torno al local de Fotografía Mendoza.
El periodista salmantino,
que es un bolsín de anécdotas, no solo perteneció a la gente del trueno, sino
que supo «caer en blando» al finalizar la Guerra Civil. Sus andanzas como
procesado en un sumarísimo de urgencia, con una condena sorprendentemente benévola
por sus contactos con los vencedores y algunas cuestiones que no aportan prestigio de cara a la memoria, forman parte del
más alocado capítulo incluido en el segundo volumen de mi trilogía sobre los
consejos de guerra de periodistas y escritores durante el período 1939-1945.
A la espera de su
publicación, baste ahora recordar que quien pretendió alistarse en la División
Azul mientras estaba procesado por segunda vez, con el consiguiente
agradecimiento de su esposa, se salvó de un probable tiro gracias a Manuel
Chaves Nogales. El mérito del sevillano es notable, pero no creo que deba
contribuir a la mitificación que algunos han hecho del mismo porque obvian algunos
documentos de 1936.
Por cierto, la obra del
marqués de Cabriñana ha sido reeditada por la editorial Renacimiento. La leeré
con atención durante este verano por si, en otoño, debo recurrir a una
estratagema como la aducida por Manuel Chaves Nogales para evitar algún lance
de honor.
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