viernes, 5 de julio de 2024

Irene López Heredia, primera actriz, se querella contra Álvaro Retana


El humor, o más bien el poco humor, de las primeras actrices del siglo XX ha sido motivo de anécdotas, comentarios y asombros. Irene López Heredia (1894-1962) no constituye una excepción e, incluso, pasa por ser de las más malhumoradas en sus relaciones con los periodistas y los críticos. José Luis Salado lo explicó en La Voz con notable claridad cuando la dama del teatro marchó a Argentina durante la Guerra Civil y se posicionó a favor de los sublevados.

Unos pocos años antes, Álvaro Retana fue quien tuvo pruebas de la irascibilidad de una actriz incompatible con las críticas o los comentarios irónicos. El novelista más guapo del mundo alcanzó fama, bien ganada, de provocador y el 20 de abril de 1929 publicó el artículo «La bellísima actriz Irene López Heredia se retira del teatro para montar un bar soberbio en la Puerta del Sol», que apareció en la revista de humor Gutiérrez.

La dama del teatro, desde luego, no estaba por entonces dispuesta a retirarse del teatro y menos todavía a montar un bar, aunque Álvaro Retana da a entender su afición a la bebida. También revela su escasa sensibilidad artística y una cultura teatral cuestionable. La publicación del artículo sentó fatal a Irene López Heredia y, tras recibir unas cartas del novelista, el 16 de noviembre de 1929 se querelló contra él por el delito de injurias con la colaboración entusiasta y hasta apocalíptica del abogado Carlos Salas y Sánchez Campomanes, que gracias a su persecución de cualquier liberalidad terminó como procurador en Cortes durante el franquismo.

El sumario lo he localizado en el Archivo Histórico Nacional (sig. FC- Audiencia T Madrid Criminal, 16, exp. 1) y su consulta me ha permitido conocer otro de los numerosos procesos seguidos contra Álvaro Retana, que en esta ocasión también estaba acusado de publicar la novela Actriz de vanguardia (1929). En la misma no aparece citada Irene López Heredia, aunque el abogado la considera escrita «en clave» para injuriar a su clienta como alcohólica, plebeya, insensible, impúdica, torpe y pérfida.

Irene López Heredia no se andaba con pequeñeces y pedía cuatro años y nueve meses de destierro para Álvaro Retana. Ni Unamuno recibió semejante castigo cuando cuestionó la monarquía. El novelista también debería afrontar una multa de veinticinco mil pesetas, una fortuna para aquella época.

El asunto se resolvió de forma razonable cuando el novelista, que desde el principio había intentado hacer las paces, pidió disculpas públicas y la actriz retiró la querella tras aceptarlas. Alvarito, que por entonces vivía en una casa de huéspedes regentada por un policía municipal de nombre arnichesco, Sinforiano, respiraría aliviado por haber escapado de una nueva multa cuando todavía no había pagado las anteriores.

El episodio de la irascible actriz y su abogado aparecerá con jugosas anécdotas en el capítulo dedicado a Álvaro Retana dentro del segundo volumen de los dedicados a los consejos de guerra contra periodistas y escritores. El desenlace en esta ocasión no fue trágico, pero el novelista, antes de ser condenado por el franquismo, ya tuvo constancia de los estrechos límites de la libertad de expresión cuando media la irascibilidad de una primera dama.

 

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