El humor, o más bien el
poco humor, de las primeras actrices del siglo XX ha sido motivo de anécdotas,
comentarios y asombros. Irene López Heredia (1894-1962) no constituye una
excepción e, incluso, pasa por ser de las más malhumoradas en sus relaciones con
los periodistas y los críticos. José Luis Salado lo explicó en La Voz con
notable claridad cuando la dama del teatro marchó a Argentina durante la Guerra
Civil y se posicionó a favor de los sublevados.
Unos pocos años antes,
Álvaro Retana fue quien tuvo pruebas de la irascibilidad de una actriz
incompatible con las críticas o los comentarios irónicos. El novelista más
guapo del mundo alcanzó fama, bien ganada, de provocador y el 20 de abril de
1929 publicó el artículo «La bellísima actriz Irene López Heredia se retira del
teatro para montar un bar soberbio en la Puerta del Sol», que apareció en la
revista de humor Gutiérrez.
La dama del teatro, desde
luego, no estaba por entonces dispuesta a retirarse del teatro y menos todavía
a montar un bar, aunque Álvaro Retana da a entender su afición a la bebida.
También revela su escasa sensibilidad artística y una cultura teatral
cuestionable. La publicación del artículo sentó fatal a Irene López Heredia y,
tras recibir unas cartas del novelista, el 16 de noviembre de 1929 se querelló
contra él por el delito de injurias con la colaboración entusiasta y hasta
apocalíptica del abogado Carlos Salas y Sánchez Campomanes, que gracias a su
persecución de cualquier liberalidad terminó como procurador en Cortes durante
el franquismo.
El sumario lo he
localizado en el Archivo Histórico Nacional (sig. FC- Audiencia T Madrid
Criminal, 16, exp. 1) y su consulta me ha permitido conocer otro de los
numerosos procesos seguidos contra Álvaro Retana, que en esta ocasión también
estaba acusado de publicar la novela Actriz de vanguardia (1929). En la
misma no aparece citada Irene López Heredia, aunque el abogado la considera escrita
«en clave» para injuriar a su clienta como alcohólica, plebeya, insensible,
impúdica, torpe y pérfida.
Irene López Heredia no se
andaba con pequeñeces y pedía cuatro años y nueve meses de destierro para
Álvaro Retana. Ni Unamuno recibió semejante castigo cuando cuestionó la
monarquía. El novelista también debería afrontar una multa de veinticinco mil
pesetas, una fortuna para aquella época.
El asunto se resolvió de
forma razonable cuando el novelista, que desde el principio había intentado
hacer las paces, pidió disculpas públicas y la actriz retiró la querella tras
aceptarlas. Alvarito, que por entonces vivía en una casa de huéspedes regentada
por un policía municipal de nombre arnichesco, Sinforiano, respiraría aliviado
por haber escapado de una nueva multa cuando todavía no había pagado las
anteriores.
El episodio de la
irascible actriz y su abogado aparecerá con jugosas anécdotas en el capítulo
dedicado a Álvaro Retana dentro del segundo volumen de los dedicados a los
consejos de guerra contra periodistas y escritores. El desenlace en esta
ocasión no fue trágico, pero el novelista, antes de ser condenado por el
franquismo, ya tuvo constancia de los estrechos límites de la libertad de
expresión cuando media la irascibilidad de una primera dama.
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