El pasado 16 de noviembre los amigos de Cazarabet publicaron esta entrevista con motivo de la publicación de Contemos cómo pasó:
Cazarabet conversa con Juan
A. Ríos Carratalá
- Juan Antonio, el libro arranca en 1958,
cuando está a punto de terminar el primer tramo de la dictadura, el que podemos
reconocer como el más duro. ¿Por qué escoges esta horquilla que va desde 1958 a
1975?
-
Contemos
cómo pasó es un ensayo con un importante componente de memoria
personal y generacional. Yo nací en 1958 y, desde esa memoria, hablo de cómo
vivimos el tardofranquismo los niños y adolescentes que ahora andamos cerca de
los sesenta años, que es una edad propicia para los balances sin añoranza.
-
La pobreza y el hambre de la posguerra no
dejaron de estar presentes en esa época, a pesar de que las cartillas de
racionamiento hubieran desaparecido en 1952, ¿no?
-
La España de los años sesenta era un país fundamentalmente
pobre, a pesar del desarrollismo, que alcanzó cifras espectaculares porque el
punto de partida era propio del Tercer Mundo. El hambre, sin embargo, ya se
había convertido en una experiencia de los padres, que como tal seguía estando
presente en el ámbito familiar a través de los recuerdos y cierta actitud ante
un tema tan fundamental como era la comida.
-
¿Cómo era vivir en una dictadura desde la
perspectiva de ser adolescente? ¿Crees que es uno de los mejores períodos para
captar las realidades de un tiempo o un país?
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La adolescencia es el período de los
descubrimientos y la formación. Los ojos los solemos tener bien abiertos y, por
supuesto, esta etapa suele ser determinante para la madurez. Nuestros cambios
propios de la adolescencia se solaparon con los de un país que estaba a punto
de cerrar una etapa y se abría a otra de incierto futuro. No obstante, esta
evidencia la comprendemos mejor desde la memoria, desde un presente que somete
al escrutinio las numerosas experiencias indelebles de aquellos años.
-
¿La adolescencia lo ve todo de una manera
diferente?
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Lo ve como una novedad tras otra. De ahí el
interés por descubrir las claves de lo que todavía no se ha convertido en una
rutina.
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Aunque cuando solo se ha conocido una
dictadura, una infancia en blanco y negro, el miedo al castigo, a una palabra
más alta que otra… la perspectiva debe ser un poco particular.
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Yo soy consciente de que la generación de mis
padres o incluso de quienes nacieron en los años cuarenta lo pasaron mucho peor
en todos los sentidos. Nosotros nacimos con el desarrollismo, que siempre era
un motivo de esperanza a pesar de las contradicciones y los sacrificios, pero
teníamos en casa hermanos mayores y padres con quienes compartir recuerdos de
una etapa mucho más dura.
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Este libro es muy especial porque se articula
en torno a doce personajes distintos y a veces poco conocidos. ¿Cómo te has
documentado para conseguir un trabajo tan redondo como el presente?
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Ha sido complejo. Resulta mucho más difícil
conseguir información sobre un concursante de la televisión de los años sesenta
que sobre un autor del Siglo de Oro. No obstante, las nuevas tecnologías han
hecho posible un empeño que habría resultado imposible hace quince años.
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¿Varía en algo, respecto a otros libros
tuyos, la metodología de trabajo que has seguido?
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Al terminar Nos vemos en Chicote acabé exhausto de trabajar en archivos
militares y ministeriales. Necesitaba volver al campo del humor como plataforma
desde la cual enfrentarme a esta etapa. La metodología ha cambiado porque esa
cotidianidad de la infancia y la adolescencia se encuentra en cualquier rincón
de la memoria menos en un archivo o un museo. Tampoco suele aparecer en los
libros, al menos en los universitarios.
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Con los personajes, con cada uno de ellos,
construyes un imaginario más allá del personaje, de sus ilusiones, de lo que
son… ¿Por qué?
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Mi objetivo es aportar una voz a la memoria
colectiva de la época, que por definición es heterogénea y múltiple. Esos
personajes me sirven como hilo conductor para conectar con los recuerdos y las
reflexiones de los lectores.
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Además, deducimos que aunque estemos en una
prisión si nuestro pensamiento quiere puede ser libre. ¿Qué nos puedes decir al
respecto?
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La imaginación, más que el pensamiento, es
imprescindible para ser libres bajo una dictadura. Contemos cómo pasó recopila numerosos ejemplos extraídos de
experiencias cotidianas donde la imaginación se combinó con el humor y el deseo
de ser felices.
-
No obstante, también cabe que nos aferremos a
esa libertad y nos olvidemos de la libertad de quienes carecen de esa
capacidad. ¿Cómo lo ves?
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El riesgo es evidente, pero la memoria que
sustenta este ensayo siempre es consciente de los problemas derivados de una
dictadura que fue cruel hasta el último día. Nunca lo niego, lo recuerdo en
cada página, pero si sobrevivimos a esa experiencia fue por la capacidad de
encontrar salidas allá donde solo el humor, el vitalismo y la imaginación las
encontraban.
-
Todos los personajes a los que te acercas
tienen un perfil muy peculiar. Te acercas poco a personas con trabajos o tareas
más convencionales. ¿Quizás porque estos ya los vivimos, por nosotros mismos,
de manera más o menos directa?
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El ensayo no es un estudio sociológico que
deba acogerse al rigor de lo más representativo. Yo recreo aquellos recuerdos
que permanecen en mi memoria y la misma siente predilección por los personajes
peculiares que, ante todo, me han hecho sonreír. Los notarios o los registradores
de la propiedad, por ejemplo, no se encuentran en esta nómina tan caprichosa de
la memoria.
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La vida, sin lugar a dudas, sería muy
aburrida o nada estimulante sin personajes como los de tu libro, ¿no?
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Yo escribí Contemos cómo pasó para compartir con los lectores la alegría de
recordar personajes y experiencias que nunca salen en los libros de historia,
pero que nos divirtieron y nos hicieron felices, incluso en unos momentos
bastantes duros. Varios de mis libros son un agradecimiento a quienes me han
hecho sonreír porque todavía no he conocido una experiencia más gratificante.
-
Además, serán personajes teñidos, me refiero
a que son reales, pero con tintes de ficción o algo muy especial. ¿Qué nos
puedes decir?
-
Todos son reales, pero desde el momento en
que solo habitan en el mundo de los recuerdos están teñidos de ficción, que es
un componente imprescindible para el ejercicio de la memoria. En cualquier
caso, la realidad es tan rica en todos los sentidos que nunca he necesitado
inventarme un personaje o un hecho. Basta con saberlos recrear para que nos
parezcan atractivos y hasta excepcionales, incluso los escondidos en los más
recónditos rincones de la memoria.