sábado, 31 de agosto de 2024

La nostalgia del futuro


Creedence Clearwater Revival. Fuente: The New Yorker 

La verdadera nostalgia, la más honda, no tiene/ que ver con el pasado, sino con el futuro. Yo/ siento con frecuencia la nostalgia del futuro,/ quiero decir, nostalgia de aquellos días de fiesta,/ cuando todo merodeaba por delante y el futuro/ aún estaba en su sitio».

Los versos de Luis García Montero los conocí gracias a Juan Marsé, que los incluyó en El embrujo de Shangai. Están datados a principios de los noventa, cuando el poeta publicó Luna en el sur. Por entonces, me desconcertaron. Mi colega de cátedra también lo es de quinta. Ambos nacimos en el mismo año y, sin haber llegado a los cuarenta, todavía no entendía que la nostalgia se volcara en el futuro.

Han pasado los años y ahora comprendo unos versos que tal vez fueron premonitorios. A menudo escucho que solo la juventud merece la nostalgia. Supongo que es cierto, pero por ese mismo camino llegamos a lo expresado por Luis García Montero. La «mocedad» es un presente con promesa de futuro.

La nostalgia de la juventud también es de una época donde «el futuro aún estaba en su sitio». Aunque no existe -como explica Manuel Vicent- su recorrido lo suponíamos largo y cabía esperar que venturoso.

Al cabo del tiempo, ese camino aparece jalonado por avisos acerca de la proximidad del destino y, cuando recuerdas a tantos compañeros de viaje apeados en estaciones intermedias, intuyes que el futuro se ha convertido en materia de nostalgia. Caray, no existe, pero lo echamos de menos.

Si carecemos de la sabiduría de Manuel Vicent, la obviedad de la reflexión apenas ofrece matices para el consuelo. Nunca lo busco, y menos la autoayuda de las frases hechas, pero gracias a la tecnología recupero algunas sensaciones que me remiten a una época donde el futuro «merodeaba por delante».

La música, con su capacidad evocadora, ayuda a sacar provecho de la tarea. Estos días, cuando las vacaciones permiten un alto en el camino, he recuperado películas comentadas en el blog y canciones, solo buscadas para el disfrute compartido con mi pareja.

El reencuentro con viejas canciones ha despertado la nostalgia del futuro. O el recuerdo de momentos donde el mismo parecía garantizado, mientras vivíamos «aquellos días de fiesta», que en mi caso no fueron para tanto, aunque aguantan bien la comparación con los actuales.

En septiembre de 1973, salí de España por primera vez y estuve unas semanas en Francia. La experiencia fue impactante. Atravesar la frontera suponía adentrarte en otro mundo y, a los dieciséis años, resulta difícil olvidarlo. La vuelta la hice solo y fue un caos de trenes hasta que me vi en el pasillo de un abarrotado expreso.

Ahora me horrorizaría viajar cientos de kilómetros en un pasillo, pero la experiencia estaba normalizada y la compartí con otros jóvenes, algo mayores, que también volvían a casa tras atravesar media Europa en busca de libertad. Las horas pasaron rápidas entre canciones y risas propias de una camaradería propia del momento.

Aquel viaje me descubrió una canción grabada en un casete, un artilugio que me parecía novedoso. Se trataba de 500 miles, un hit de 1961 escuchado en la versión de Peter, Paul and Mary grabada poco después. Apenas sabía unas palabras en inglés y no entendí que la letra evocaba el viaje en tren de quien vuelve casa. Tampoco era preciso entenderla porque la voz de Mary Travers era todo un discurso sin necesidad de traducción:




Desde aquel día, he escuchado la misma canción en las versiones de varios intérpretes, pero prefiero la que me impresionó hasta el punto de pensar que, yo también, recorrería quinientas millas con la tristeza de regresar a un país todavía en blanco y negro, aunque mediara la alegría del reencuentro con los míos.

La canción es un ejemplo de tantas creaciones folk donde la sencillez de la letra permite que cada uno incorpore su propio significado o la adapte a su circunstancia. Lo hago todavía, pero recuerdo aquella ocasión donde todos parecíamos tener claro que «el futuro estaba en su sitio», esperándonos.

En febrero de 1982, me licencié de la mili, salí corriendo del cuartel para dejar atrás la pesadilla y cogí un tren expreso que me llevó desde Cádiz hasta Almansa; de pie, durante la madrugada y en un pasillo como en otras ocasiones. Los billetes gratuitos de los soldados no daban para mayores comodidades y, a las cinco de la mañana de un día gélido, me bajé en la estación de la localidad manchega.

El Ejército no había caído en el detalle de que mi domicilio estaba en Alicante, pero tampoco iba a reclamar por si acaso me tocaba volver, tal y como soñé durante años. Tomé un café en la cantina y pregunté por un tren hasta mi ciudad. Había que esperar casi un día, pero en ese momento un joven apostado en la barra me ofreció ir juntos de vuelta a casa.

Aunque ya vistiera de civil, todavía era un soldado de aspecto inequívoco. La circunstancia te daba cierta garantía de poder hacer autostop, eso nos decían, pero aquel conductor un poco mayor que yo simplemente me abrió la puerta de su vehículo como un confiado colega.

La furgoneta en cuestión era un poema a la decrepitud. Le servía para transportar unas cajas a escasa velocidad. Casi echamos la mañana para llegar a Alicante. Sin embargo, disfruté charlando sin recibir órdenes o gritos mientras escuchaba las canciones del radio casete.

Las conocía, pero ese día sonaban mejor. Me sentía libre después de atravesar un túnel y las gocé como un descubrimiento junto con quien nunca más volví a ver. Fueron muchas las escuchadas, pero recuerdo una que desde entonces recupero con emoción: Proud Mary (1969), de Creedence Clearwater Revival:




La canción tiene otras versiones, algunas geniales como la de Tina Turner, pero prefiero la escuchada aquel día en que me sentí libre, volví a casa con los míos y, aunque todo era incertidumbre, estaba seguro de que el futuro «merodeaba por delante» para esperarme.

Ahora, cuando la vuelvo a escuchar, soy capaz de abandonar Menphis en dirección a New Orleans a bordo de Mary, que avanza orgullosa rollin’ on the river. Así comprendo los versos de Luis García Montero. La nostalgia hace su efecto y hasta discutiría con el admirado Manuel Vicent. El futuro debe existir, aunque sea como ilusión. Así lo explico en clase a quienes, ellos sí, lo ven «en su sitio» sin necesidad de recurrir a la magia de una canción.

Pd.: Las vacaciones se han terminado. Volvemos a clase y a los libros.


Doy fe y testimonio. El papel del secretario instructor o de causa


Carnet de periodista de Serafín Adame. AGHD, sumario 33590

Las competencias de un «secretario de causa» durante la instrucción de un sumario están contempladas en el Código de Justicia Militar de 1890 (Gaceta de Madrid, 4 y 5 de octubre de 1890, arts. 141-142), vigente en la posguerra tras haber sido parcialmente modificado mediante órdenes y decretos publicados a lo largo del conflicto y poco después.

El historiador está obligado a distinguir entre la teoría basada en la legislación y la práctica derivada de los hechos constatados documentalmente, prevaleciendo esta última en caso de contradicción parcial o total. Sin olvidar lo especificado en el citado código, concretamente en el artículo 141, en mis investigaciones he procurado describir el conjunto de actividades de los secretarios instructores a partir de lo observado en los sumarios.

Estas actividades, por su realización en el marco de los sumarísimos de urgencia, desbordan las inicialmente previstas en el citado código y cuentan con un amplio reflejo en mis libros dedicados a los consejos de guerra. A los mismos me remito, pero cabría recordar que, en la fase inicial de la instrucción y al menos en el Juzgado Militar de Prensa, destaca la elaboración de un documento por parte del secretario que termina siendo decisivo para la posterior trayectoria del sumario.

A modo de ejemplo, podemos consultar el sumario 33590 del AGHD. Mariano Espinosa Pascual, Serafín Adame Martínez, Antonio Fernández de Lepina y Sotero Antonio Barbero Núñez fueron los procesados en el mismo. El secretario instructor elabora un documento para cada uno de ellos con un encabezamiento similar al abajo transcrito:

«DOY FE Y TESTIMONIO. De que en este Juzgado Especial obra una ficha en la que se encuentran recogidos los informes suministrados a esta Auditoría de Guerra por personas y entidades de absoluta solvencia con respecto a las actividades profesionales de Serafín Adame Martínez, lo que copiado literalmente dice así:»:




 AGHD, sumario 33590

El documento redactado en esta ocasión por el alférez Baena Tocón conculca las más elementales garantías jurídicas por las razones ya explicadas en mis libros. En concreto, la supuesta ficha nunca queda incluida en el sumario, nadie aporta indicación alguna sobre su localización y, por supuesto, los documentos originales no están a disposición de quienes participan en el consejo de guerra. El defensor, nombrado poco antes de celebrarse el plenario, jamás los puede consultar, pero tampoco el fiscal o los miembros del tribunal. Por lo tanto, la palabra del secretario instructor o de causa es la única garantía de una literalidad convertida en un artículo de fe.

Esas fichas recopilan informes ahora desaparecidos que fueron suministrados «por personas y entidades de absoluta solvencia». Sin embargo, las desconocemos y jamás podremos verificar la solvencia de los testimonios o informes, al margen de las delaciones anónimas. Tampoco lo puede hacer el juez instructor, que nunca actúa para contrastar esta información, sino para confirmarla o ampliarla mediante diligencias y declaraciones.

El documento, elaborado a partir de fuentes convertidas en anónimas a efectos procesales, no solo es la base de la instrucción en un sumarísimo de urgencia. También desempeña idéntica función con respecto a la sentencia en la mayoría de los procesos. Uno de los rasgos notorios de estos procedimientos es que, a falta de una verdadera instrucción, entre el punto de partida de la misma y el de llegada, la sentencia, apenas hay diferencias de calado.

Por lo tanto, lo escrito en estos documentos de los secretarios condiciona de manera decisiva las condenas, que a veces eran de muerte y casi siempre durísimas. De ahí la responsabilidad de estos oficiales, que a menudo introducían valoraciones acerca de lo publicado por el procesado y hasta algún dato curioso donde la subjetividad es evidente.

En el abajo reproducido a modo de ejemplo, el alférez Baena Tocón califica al comediógrafo Serafín Adame como «persona de ideas marcadamente izquierdistas», que «publicaba notas, artículos, gacetillas, etc., todo ello de marcado carácter marxista».

Serafín Adame (1901-1979) fue un estrecho colaborador de Enrique Jardiel Poncela. Quienes conocemos sus obras humorísticas, así como sus críticas teatrales, sabemos que la posibilidad de que una gacetilla suya fuera de «marcado carácter marxista» entra en el ámbito de la humorada absurda.

Los anónimos informantes o delatores veían marxistas hasta debajo de las piedras y lo hacían constar con el consiguiente agravamiento de la suerte de los procesados, que a veces acabaron en un paredón ante un pelotón de ejecución. La responsabilidad es notable, pero estos sujetos nunca pasaron de ser unos colaboradores necesarios donde otros eran los verdaderos responsables de la represión.



Carmen Pereira Barrera, Carmen Flores. Fuente: El Periódico de Extremadura

A modo de ejemplo chusco, y ampliamente comentado en el volumen que aparecerá en 2025, el documento reproducido acusa a Serafín Adame por haber criticado a la cupletista Carmen Flores como responsable de un cuplé quintacolumnista. El episodio es digno de un relato novelesco, pero quede aquí apuntado a la espera de la citada publicación.

 

 

 


 

jueves, 29 de agosto de 2024

Las firmas del alférez Baena Tocón en el sumario de Javier Bueno


 

Manuel Navarro Ballesteros no fue el único periodista ejecutado tras protagonizar un sumario instruido en el Juzgado Militar de Prensa. El 27 de septiembre de 1939, a las seis de la mañana, Javier Bueno Bueno (1891-1939) tuvo el mismo destino, tal y como explico en Las armas contra las letras (Sevilla, Renacimiento-Universidad de Alicante, 2023, pp. 141-156).

Al margen de las habituales irregularidades en un marco de ausencia de garantías jurídicas, el sumario de Javier Bueno responde a un indisimulado afán de venganza por la trayectoria del periodista. El protagonista de la revolución asturiana de 1934 estaba condenado de antemano y no sorprende que el secretario instructor, el alférez Baena Tocón, le considere «culpado» (folio 4, línea 8) cuando ni siquiera había comenzado la instrucción:



AGHD, sumario 33582

Las firmas del citado oficial evidencian su participación en la instrucción del sumario bajo las órdenes del capitán y juez Manuel Martínez Gargallo. No obstante, la web dedicada a la memoria del alférez obvia esta información al tiempo que me acusa de tergiversar o inventar unos documentos nunca especificados. La mayor tergiversación posible es obviar por completo aquellos documentos que entran en contradicción con nuestras creencias o postulados.

A continuación, reproduzco las firmas del alférez Baena Tocón presentes en el sumario 33582 del Archivo General e Histórico de Defensa (Madrid), indicando su localización y la fecha del documento correspondiente:



AGHD, sumario 33582, fol. 6/47. 17-VII-1939




AGHD, sumario 33582, fol. 8/47. 17-VII-1939



AGHD, sumario 33582, fol. 9/47. 19-VII-1939



AGHD, sumario 33582, fol. 12/47. 19-VII-1939




AGHD, sumario 33582, fol. 31-VII-1939



AGHD, sumario 33582, fol. 24/47. 6-VIII-1939




AGHD, sumario 33582, fol. 26/47. 9-VIII-1939



AGHD, sumario 33582, fol. 27/47. 10-VIII-1939


AGHD, sumario 33582, fol. 29/47. 12-VIII-1939

Las firmas del alférez Baena Tocón en el sumario de Manuel Navarro Ballesteros


 

Foto: Manuel Navarro Ballesteros

La participación del alférez Baena Tocón como secretario del Juzgado Militar de Prensa en los consejos de guerra instruidos contra periodistas y escritores durante el período 1939-1940 no se circunscribe al caso de Miguel Hernández.

La actividad del oficial honorífico a las órdenes del capitán Manuel Martínez Gargallo fue intensa y su firma aparece en distintos sumarios. Uno de los más destacados corresponde a Manuel Navarro Ballesteros (1908-1940), director de Mundo Obrero. El 11 de diciembre de 1939, el periodista manchego fue condenado a muerte. Poco después, el 1 de mayo de 1940, un pelotón le ejecutó en Madrid.

La web dedicada a la memoria del alférez obvia cualquier referencia a este caso, que analicé en Las armas contra las letras (Sevilla, Renacimiento-Universidad de Alicante, 2023, pp. 109-124).

A continuación, y solo como prueba de que escribo a partir de lo documentado, reproduzco las firmas del secretario instructor Baena Tocón presentes en el sumario 49328 de Manuel Navarro Ballesteros, actualmente depositado en el Archivo General e Histórico de Defensa (Madrid), indicando su localización y la fecha del documento correspondiente:




AGHD, sumario 49328. Fol. 6/76. 20-IX-1939




AGHD, sumario 49328. Fol. 7/76. 30-X-1939



AGHD, sumario 49328. Fol. 9/76. 10-X-1939




AGHD, sumario 49328. Fol. 10/76. 14-X-1939




AGHD, sumario 49328. Fol. 23/76. 5-XI-1939




AGHD, sumario 49328. Fol. 27/76. ¿?-XI-1939




AGHD, sumario 49328. Fol. 31/76. 17-XI-1939




AGHD, sumario 49328. Fol. 32/76. 19-XI-1939




AGHD, sumario 49328. Fol. 35/76. ¿?-XI-1939




AGHD, sumario 49328. Fol. 62/76. 28-XI-1939

La publicación de estos documentos dista de justificarse porque la labor del alférez fuera muy relevante en el marco de los consejos de guerra. Los verdaderos protagonistas de esta actividad jurídica, actualmente considerada como ilegal e ilegítima, siendo las sentencias nulas, fueron otros oficiales de mayor graduación y con unas competencias más determinantes. El alférez, aparte de ser una víctima de la guerra por el asesinato de su padre y la permanencia en una embajada, tan solo desempeñó una actividad como «colaborador necesario», tal y como expliqué en Nos vemos en Chicote (2015).

Si reproduzco estos documentos acerca de su actividad, no es porque el alférez hiciera algo especial o peculiar en aquellos consejos de guerra. Otros cientos de instructores desempeñaron una función similar y permanecen en un olvido que, además de lógico, resulta deseable más allá de los trabajos propios de historiadores profesionales. 

La excepción de Baena Tocón es consecuencia de una web dedicada a desacreditar mi investigación en términos que exceden la legítima crítica para adentrarse en un ataque personal carente del mínimo respeto a mi condición de catedrático. Y, por supuesto, también es consecuencia de una voluntad de censurar mediante el olvido digital mis trabajos. Esta iniciativa, tan contraproducente para el propio olvido, cuenta con cuatro sentencias en contra.

Al margen de los trabajos académicos, y presente en una polémica pública donde cualquiera sienta cátedra, el nombre del alférez ha sido objeto de expresiones incorrectas que nada aportan al conocimiento histórico. Mi voluntad, como historiador es que tras la vista oral del próximo 14 de octubre ese nombre sea tan solo el de un protagonista más de un período de violencia y represión. 

El noble propósito de superarlo definitivamente pasa por el conocimiento de lo sucedido. No se puede pasar una página sin antes leerla. Sin embargo, tampoco cabe enfatizar la labor de un mero colaborador. Si en alguna medida lo hago, recurriendo a las pruebas y tras más de cuatro años de recibir insultos y descalificaciones, tan solo es por defender el rigor de mi tarea investigadora, siempre sujeta a la rectificación y la crítica, pero nunca al más desconsiderado desprecio.

Jamás he insultado al alférez. Tampoco he fabulado a la hora de describir sus actividades como secretario del Juzgado Militar de Prensa. Mi voluntad ha sido la propia de un investigador y, con el exclusivo propósito de probarla, seguiré aportando nuevos documentos en los próximos días. Espero y deseo que sirvan para que quien me ha descalificado como historiador reconsidere su postura y defienda sus legítimas conclusiones, así como su encomiable aspiración a preservar la memoria familiar, en unos términos de respeto y educación. Ahí nos entenderemos sin necesidad de coincidir en nuestras conclusiones.

martes, 27 de agosto de 2024

Las firmas del alférez Baena Tocón en el sumario 21001 de Miguel Hernández


 

Desde la primavera de 2020, la web dedicada a la memoria del alférez Baena Tocón incluye descalificaciones de mi actividad como catedrático. A pesar de la circunstancia, he proseguido las investigaciones sobre el citado oficial y otros protagonistas de los consejos de guerra instruidos contra escritores y periodistas durante el período 1939-1945. El resultado ha sido la publicación de Los consejos de guerra de Miguel Hernández (2022) y Las armas contra las letras (2023), así como la preparación de un nuevo volumen que aparecerá en 2025 para completar la información de los anteriores.




La labor ha evitado polemizar con el responsable de la web. No obstante, su publicación vino acompañada de una demanda judicial por supuesta intromisión en el honor del citado oficial. Como es preceptivo, contesté a la misma con la esperanza de que los argumentos esgrimidos bastaran para hacer recapacitar al demandante, que ya cuenta con cuatro sentencias judiciales en contra de sus pretensiones.

La esperanza ha sido en vano y, además, durante estos años he recibido nuevas descalificaciones a través de Facebook. Llegados a este punto, y con la perspectiva de la vista oral del 14 de octubre, considero oportuno documentar algunos de mis argumentos, aunque la tarea ya está realizada en el marco de las citadas publicaciones y, por supuesto, en sede judicial.

La participación del alférez como secretario instructor en el sumario 21001 es incuestionable. El oficial no fue el responsable directo de la condena, papel que corresponde al comandante Alfaro, pero su presencia en la instrucción resulta evidente. Cualquier lector lo puede comprobar gracias a la edición que preparé en colaboración con Guillermo Pastor Núñez, director técnico del AGHD, y con la ayuda del Ministerio de Defensa y la Universidad de Alicante:

https://publicaciones.defensa.gob.es/media/downloadable/files/links/l/o/los_consejos_de_guerra_de_miguel_hern_ndez.pdf

No obstante, por si quedara alguna duda, reproduzco aquí las firmas del alférez presentes en el sumario 21001 del Archivo General e Histórico de Defensa (Madrid) indicando su localización y la fecha del documento correspondiente. La valoración de su labor, siempre sujeta al debate con otros historiadores o juristas, la encontrará el lector en mi citado libro de 2022.




AGHD, sumario 21001, fol. 15/87. 4-VII-1939




AGHD, sumario 21001, fol. 17/87. 6-VII-1939




AGHD, sumario 21001, fol. 19/87. 4-VII-1939




AGHD, sumario 21001, fol. 21/87. 20-VII-1939




AGHD, sumario 21001, fol. 22/87. 6-VIII-1939




AGHD, sumario 21001, fol. 25/87. 6-IX-1939




AGHD, sumario 21001, fol. 26/87. 9-IX-1939




AGHD, sumario 21001, fol. 30/87. 15-IX-1939




AGHD, sumario 21001, fol. 39/87. 18-IX-1939




AGHD, sumario 21001, fol. 46/87. 14-X-1939




AGHD, sumario 21001, fol. 55/87. 2-XI-1939




AGHD, sumario 21001, fol. 56/87. 5-I-1939 [fecha errónea]

sábado, 24 de agosto de 2024

Ronald Atkinson y la libertad de expresión


 

«La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos» (I, LVIII). Razón no le falta a Don Quijote, siempre cuerdo en todo lo ajeno a las novelas de caballerías. Su creador, sin embargo, por aquel entonces no podía ir más lejos a la hora de establecer el origen de esa libertad. Tal vez «los cielos» contribuyeron lo suyo para disfrutarla como un don, pero los historiadores sabemos que, en sus múltiples concreciones, esa clave de bóveda de todos los derechos se edificó en el ámbito terrenal y no precisamente gracias a una concesión.

Por razones de edad, apenas tuve experiencias directas de la censura franquista y sus ataques a la libertad de expresión. Todavía recuerdo haber montado una obra teatral con los compañeros del instituto en 1974 y, para representarla en el salón de actos, acudir a la delegación de Información y Turismo con el objeto de que fuera autorizada. También los medios de comunicación estaban censurados, así como cualquier manifestación creativa. La circunstancia formaba parte de una cultura en la que nos habíamos educado y, a la fuerza, la costumbre convierte lo insólito en habitual, sobre todo si no lo sufres en primera persona.

Al escribir Ofendidos y censores (2022), procuré recordar la cruenta lucha por la libertad de expresión desde 1975 hasta 1984, cuando la voluntad de hacer realidad lo establecido por la Constitución de 1978 acarreó tantos problemas. Aquel logro colectivo no fue un don concedido por «los cielos» y la monografía es una crónica, al tiempo que un homenaje, de un empeño con numerosos y a menudo anónimos protagonistas.

Los ensayos universitarios pueden responder a una motivación personal. La libertad de expresión siempre me preocupa, pero pasó a un primer plano cuando en 2019 fui objeto de una censura por parte de dos responsables de mi universidad. El insólito caso ya está resuelto con cuatro sentencias, pero permanezco a la espera de que los compañeros me pidan disculpas. Apenas importa. Lo fundamental es que el despropósito supuso un acicate para recordar a quienes, con consecuencias más duras, hicieron realidad la libertad de expresión enfrentándose a los herederos del franquismo, que eran hegemónicos en amplias capas sociales durante la Transición.

El debate sobre la libertad de expresión y sus límites es una constante, aunque varíe en sus términos de acuerdo con la evolución histórica. Ahora mismo, cuando algunas redes sociales parecen un estercolero para difundir el odio a los colectivos vulnerables, escuchamos opiniones sobre la conveniencia de añadir límites a los vigentes. Yo confiaría en una voluntad política y jurídica de hacer cumplir la ley evitando la sensación de impunidad perceptible en algunos sectores. En cualquier caso, voces más autorizadas deben tener la palabra y, sobre todo, espero que el discurso del odio no se propague amparándose en la libertad de expresión. Quienes la hicieron realidad buscaban objetivos más nobles.

También es cierto que, junto a los intolerantes de siempre, ahora observamos una cultura de la cancelación y lo políticamente correcto que añade nuevos intolerantes a la nutrida nómina de los mismos. El tema me preocupa y, lejos de obviarlo como algunos colegas, lo comento en clase porque afecta a todo tipo de creaciones, incluidas las teatrales y cinematográficas que explico en mis cursos.

La recomendación siempre es la misma: ahondar en la libertad de expresión y defenderla, incluso cuando recibamos descalificaciones capaces de desembocar en el odio. Solo en los casos más extremos y peligrosos, por afectar a colectivos vulnerables o implicar el uso de la violencia, cabe recurrir a la autoridad jurídica. Y, desde luego, nunca debemos convertirnos en censores, aunque sea en nombre de las más nobles causas.

La explicación la procuro argumentar con ejemplos sacados de la historia del teatro, la literatura y el cine. Incluso aporto algunos materiales bibliográficos para el consiguiente debate. Suele ser fructífero, a pesar de que nadie confiese haber tenido la voluntad de convertirse en un censor. Hay comportamientos tan frecuentes como jamás asumidos.

Ahora, y de forma casual, he conocido el vídeo de una interesante intervención de Ronald Atkinson, el creador del célebre Mr. Bean, en defensa de la libertad de expresión. Merece la pena verlo y escuchar las acertadas palabras de quien tanto nos hizo reír sin soltar una sola:



Ronald Atkinson aboga por la tolerancia, aunque sus resultados molesten en un momento determinado. La alternativa es una sociedad donde, en nombre de los más variados principios o derechos a unas identidades concebidas en permanente estado de alarma, podemos acabar reduciendo ese don tan precioso que, según Don Quijote, nos dieron «los cielos». Merece la pena reflexionar en búsqueda de un equilibrio donde no caben las soluciones fáciles, aunque sean atractivas por su rotundidad.

Eso sí, cuando la libertad de expresión se concreta en el humor, en mis clases explico la triple perspectiva de la mirada establecida por Valle-Inclán para argumentar la novedad de sus esperpentos. Hacia abajo, ese humor se traduce en lo que me molesta cuando leo a Quevedo, hacia los iguales me remite a la sabiduría de un Pérez Galdós siempre comprensivo y hacia arriba, la más compleja y arriesgada, la mirada permite el alivio de sabernos libres hasta el punto de reírnos con quienes ocupan posiciones de privilegio. Un recordado sketch de Mr. Bean ejemplifica esa mirada. La necesitamos por su poder liberador, que no es despreciable cuando tantas veces sufrimos el apuro de recibir a la reina o similares:

 


 

viernes, 23 de agosto de 2024

«En los nidos de antaño, no hay pájaros hogaño» (Don Quijote, II, 74)


 

En el verano de 1975, justo cuando estaba a punto de iniciar los estudios universitarios, leí por primera vez el Quijote. Ahora me sorprendo, pero por entonces quería ser periodista, uno de aquellos de «suelas gastadas» a los que terminé dedicando un libro en 2017 Afortunadamente, Ciencias de la Información no se estudiaba en Alicante y mi familia no podía sufragar una estancia de varios años en Madrid. Nunca terminaré de agradecer la limitación que me evitó años de paro y precariedad hasta terminar en una jubilación anticipada.

Para justificarme como futuro estudiante de filología, y sin demasiada convicción, durante aquel verano me sumergí en la lectura de la obra cervantina. El provecho fue escaso porque la imaginación andaba por lugares alejados de las tierras manchegas. Tampoco me entusiasmaban los caballeros andantes y menos los pastores enamorados a falta de otro menester. La relación con los mismos no ha cambiado por el paso del tiempo. Aprendí lo justo para cursar la correspondiente asignatura y abandoné la senda cervantina a lo largo de unos años donde las urgencias de los cambios propiciaban búsquedas más efímeras.

Apenas cumplidos los cuarenta, cuando accedí a la cátedra, volví a leer la novela antes de presentarme a la oposición. La disfruté mucho más, incluso con provecho en forma de citas, pero por entonces creía en la importancia incuestionable de mi trabajo. Solo busqué la sabiduría del novelista a la hora de escribir una obra tan rentable para otros colegas durante siglos. La admiración llegó, pero todavía era instrumental, sin apenas arraigo en mi condición de lector obligado a despertar en los jóvenes el interés por la lectura.

Ahora, cuando la jubilación anda cerca y la vejez es presente, he vuelto a leer las andanzas del caballero de la triste figura porque me permiten ejemplificar en clase experiencias tan clásicas como universales. El resultado de la lectura ha sido diametralmente distinto. Apenas me han llamado la atención los episodios más populares o lo recreado en cine y teatro, donde lo quijotesco es una constante. Tan solo he confirmado lecturas previas y descubierto algunos matices para la duda. La impresión más impactante ha llegado con los capítulos finales, los marcados por la derrota en Barcelona como antesala de una vuelta a casa para morir cuerdo tras una vida de «loco entreverado».

La mirada del lector tiende a encallecerse cuando la ficción forma parte de la actividad laboral. El peligro es serio. Sin embargo, he sentido la pena de ver al caballero andante derrotado y, poco después, muerto en el lecho donde vuelve a ser Alonso Quijano. El desenlace resulta lógico. Incluso inevitable, pero tras varias semanas siguiendo la ruta de las aventuras todavía necesitaba alentar la esperanza junto con tan fiel servidor de Dulcinea.

La presencia de la ausente ha sido esta vez la clave. El caballero nunca la ve en persona, pero siempre la tiene cerca. Su belleza, por desconocida, es tan inconmensurable como su virtud. Al principio de la novela, los lectores sonreímos con semejante ideal pensando en su correlato real. Un error tan comprensible como relativo. Poco a poco, dejamos de suponer cualquier figura humana y el ideal cifrado en el nombre de Dulcinea cobra fuerza para mantener el ánimo frente a tantos malandrines.

Sancho duda acerca de Dulcinea, incluso la confunde con una aldeana, pero al final también acepta que nunca deje de estar encantada por algún tipo de nombre exótico. Mejor así, distante y cercana, para acompañar en espíritu al caballero andante y deshacer entuertos dando sentido a tantas aventuras con las consiguientes desventuras. Dulcinea es un norte y la brújula para el camino debe ser capaz de orientarnos.

La derrota en tierras catalanas es el principio del final. Cervantes, que tantas veces se dispersa con el deambular de su caballero, en esta ocasión toma el camino recto y termina pronto. Hombre viejo y experimentado, sabe que la demora degrada a quien debe dar cuenta de su vida tras haberla disfrutado con dignidad. Algunos hablan de la vuelta a la cordura, aquella que nunca desapareció de las palabras del caballero, pero lo fundamental es la sensación de dignidad de quien ha cumplido. Solo resta morir.

Las sonrisas de las anteriores lecturas permanecen. El humor cervantino es una constante que en clase opongo al quevedesco, pero prevalece esa enseñanza de saber marchar con dignidad y coherencia. Al igual que tantos otros, dudo que el caballero vuelva a la razón en el lecho mortuorio porque nunca la dejó atrás. Solo la adaptó para hacerla compatible con un ideal capaz de afrontar sinsabores por culpa de los encantadores y los malandrines.

Consciente de la muerte del caballero y de su creador, que prácticamente coincidieron para redondear una realidad histórica digna de la ficción, comprendo la sobriedad de ese desenlace sin vericuetos para la degradación del tiempo prolongado. Ambos los evitaron y ahora, cuando ando a la búsqueda de referentes para una despedida, la enseñanza cervantina se ha instalado en el imaginario de quien sabe de la proximidad de un punto final.

Mi Dulcinea se ha metamorfoseado con los años en diferentes ideales, algunos pasajeros y difuminados en el pasado, pero el ideal siempre ha andado cerca para salir de cualquier atolladero. La playa de Barcelona, el lugar donde la derrota se hace realidad, es un destino ineludible para cualquier caballero o dama con voluntad de servicio. El desafío es llegar al mismo sin ceder en lo fundamental, caer porque ya toca y volver pronto a casa. Solo para arreglar lo necesario, dar apariencia de cordura y, en el fondo, agradecer la luz de un referente que se llama Dulcinea. Apenas importa el nombre. Menos todavía su identidad sexual. Lo imprescindible es su existencia y el deseo de agradecerla, incluso de dar calabazadas y alocados saltos en su homenaje sin necesidad de haber visto a semejante beldad.

Si hemos recorrido el camino para llegar hasta aquí de la mano de tan bien acompañado caballero andante, el resto apenas importa. La derrota a manos de cualquier bachiller enmascarado y bienintencionado, también con personalidad de secundario, es inminente. Solo cabe abreviar el regreso a casa para evitar la degradación o un nuevo encantamiento, que a esta edad podría ser lamentable.

Mientras tanto, debemos dejar todo bien arreglado con la perspectiva de quien cede un testigo. Así nos lo enseña Cervantes, que de la vida sabía mucho. Por eso mismo, también alumbró la manera de encarar la muerte. Al fin y al cabo, ambas cabalgan juntas, aunque intercambiando menos palabras que el caballero y su fiel Sancho.

 

miércoles, 21 de agosto de 2024

Miguel Hernández: petición de disculpas por un error propio


En la anterior entrada relacionada con el proceso a Miguel Hernández, por mi culpa y a causa de una redacción precipitada, he cometido una imprecisión que ha quedado corregida e indicada con negrita al final de la entrada.
Asimismo, en el archivo que me remitieron había un número de DNI que he procedido a borrar tras ser inadvertido en una primera lectura. 
La actualización de la entrada se ha realizado cuando solo tenía tres visitas. Pido disculpas a los tres lectores, a quienes conozco personalmente porque me han llamado esta misma mañana, por mi error ya corregido. 
En cualquier caso, lo fundamental es que la petición de los familiares sea atendida para abrir el paso a nuevas peticiones por parte de los descendientes de quienes fueron sometidos a consejos de guerra tras la instrucción de sus casos como periodistas y escritores. En este sentido y hoy mismo me pongo en contacto con los familiares localizados para que mis investigaciones sirvan como documentación a la hora de presentar la oportuna petición.
Ya he recibido la respuesta positiva de los familiares de Diego San José y Santiago de la Cruz Touchard. Quedo a la espera de otras respuestas y, sobre todo, en septiembre haré una búsqueda sistemática de los descendientes para que tramiten la solicitud de reconocimiento a la que tienen derecho.

Pd.:
Enlazo y reproduzco a continuación la noticia publicada por David Pàmies, cuyo titular -cuando no la podía leer por estar sujeta a suscripción- me indujo al citado engaño. Una vez subsanado y pasado el tiempo de permanencia en la web del periódico, podemos leer la noticia completa en donde el periodista entresaca algunas frases de mis escritos. No obstante, cabe recordar que la sentencia de Miguel Hernández ya está anulada de acuerdo con lo establecido en el artículo 4 de la Ley de Memoria Democrática.


Ochenta y cinco años después de la detención de Miguel Hernández su memoria está todavía pendiente de la Justicia. Dos sumarios, dos procesos, sentenciaron el destino del poeta: Una pena de muerte, conmutada, pero en realidad camuflada bajo el agónico periplo carcelario que serviría para ejecutarla.

Ahora distintos colectivos solicitan al Gobierno de España la anulación de los sumarios por los que el poeta de Orihuela fue condenado y que se efectúe una declaración de reconocimiento y reparación personal a favor de su familia.

Familia

Han transcurrido más de ochenta años desde su muerte, pero su nombre, y el de los suyos, espera todavía el gesto, la restitución, el reconocimiento de la sinrazón.

El escrito firmado por Joan Pàmies López, Lucía Izquierdo -hija política de Miguel Hernández-, María José Hernández y Miguel Hernández -nietos del poeta-; y distintos colectivos defensores de la Memoria histórica, expertos en su legado y su vida y obra, y dirigido al Secretario de Estado de Memoria Democrática, Fernando Martínez López, sostiene que “está demostrado objetivamente que los procesos seguidos contra Miguel Hernández no tienen ningún rigor jurídico, los hechos atribuidos en los sumarios nunca se pueden considerar delitos y la pena de muerte sentenciada se apoyaba en aspectos ideológicos, de opinión o de su clara alineación en la defensa del orden establecido”.

Primer sumario

El primer sumario comenzó el mismo día que el poeta llegaba a la prisión habilitada de Torrijos. Había sido detenido por la policía portuguesa de Salazar el 30 de abril en Moura (Alentejo), y entregado a la Guardia Civil de Rosal de la Frontera, un pueblo de la raya onubense, tres días después acusado de pasar clandestinamente al país vecino.

Hacía un mes que había comenzado la paz de los vencedores y en su intención estaba el exilio. Pàmies López señala que ese sería el inicio de un primer periodo carcelario para Hernández que se extendería hasta su puesta en libertad el 15 de septiembre de ese mismo año.

Esta libertad, sin embargo, tenía fecha de caducidad porque “Su segundo y definitivo período se inicia al ser detenido en Orihuela, el 28 de septiembre de 1939 y termina con su fallecimiento en la prisión alicantina del barrio de Benalúa”. La calificación penal de los cargos: Delito de adhesión a la rebelión militar. Penas que se piden: Muerte.

Esa pena de muerte "se apoyaba en aspectos ideológicos, de opinión o de su clara alineación en la defensa del orden establecido y el apoyo a la elección de la ciudadanía de la II República, así como la utilización de sus palabras y escritos frente a los golpistas franquistas", remarca el colectivo solicitante en su escrito al Gobierno.

Pena de muerte

El investigador hernandiano explica que los sumarios de aquellos años, como el del propio Miguel Hernández, no recogían ningún testimonio de defensa de los encausados y que los consejos sumarísimos de urgencia se desarrollaban sin ningún tipo de garantía jurídica para los acusados.

El historiador y catedrático de Literatura de la Universidad de Alicante Juan A. Ríos Carratalá señala que la suerte del poeta fue compartida con miles de republicanos represaliados, “la premura de la represión impedía los distingos”.

El profesor, especialista en la etapa franquista, ha sido editor de la obra de recopilación documental “Los Consejos de Guerra de Miguel Hernández”, afirma que las irregularidades de los instructores de estos sumarísimos de urgencia eran notables sin que el tribunal las corrigiera antes de dictar sentencia. “La suerte de Miguel Hernández estaba decidida desde el mismo momento de la detención".

Los instructores y quienes finalmente le sentenciaron a muerte el 18 de enero de 1940, encabezados por el comandante Pablo Alfaro como presidente del Consejo de Guerra Permanente n.º 5, sabían de la relevancia del acusado". Proceso en el que también participó el alférez jurídico Antonio Luis Baena Tocón.

Gestiones

Y añade: “Nadie, absolutamente nadie, realizó gestiones que resultaran fructíferas para mejorar la suerte jurídica o carcelaria del condenado, al margen de algunas ayudas materiales. El propio Miguel Hernández cayó en el desánimo y fue consciente de la soledad del derrotado. Sus últimos días, hasta el fallecimiento en el reformatorio de adultos de Alicante, estuvieron presididos por una tragedia mezclada con una indigencia que llegó a extremos difíciles de comprender”.

La última gestión para reconocer su extraordinaria dignidad está en marcha. De producirse la declaración institucional de Reconocimiento y Reparación personal a favor de su familia los firmantes de la solicitud, más de doscientos, proponen el día 30 de octubre de 2024 día del nacimiento del escritor en Orihuela”.

Pd.: La noticia, aparte de haber salido publicada en las páginas de la Comunidad Valenciana de El País, también ha aparecido en los medios catalanes:

https://www.ccma.cat/324/el-govern-espanyol-recuperara-la-dignitat-del-poeta-miguel-hernandez-mort-en-una-preso-franquista/noticia/3308504/