lunes, 31 de julio de 2023

El «impasible ademán» del «florido pensil»


La recuperación de los archivos para editar digitalmente La sonrisa del inútil. Imágenes de un pasado cercano (Alicante, Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2008) me ha permitido reencontrarme con algunas reflexiones escritas en torno a mi experiencia en la escuela franquista de la última etapa, cuando el cambio que vino con la EGB ya se anunciaba, pero no terminaba de llegar:

El objetivo del sistema educativo del franquismo era el propio de una cadena de mando donde todos, menos uno, repetían y obedecían. No se comunicaban conceptos para el aprendizaje, sino que se daban consignas que, como ejercicios de retórica, admitían cualquier tipo de delirio. Aceptarlas suponía una cuestión de fe y obediencia, valores subrayados en una escuela donde a nadie se le ponía en el brete de demostrar lo que repetía una y otra vez a sus alumnos. Éstos, impasible el ademán, debíamos memorizar consignas que escapaban a nuestra comprensión tras leerlas en la pizarra junto a la fecha del día. «La vida es milicia y hay que vivirla con espíritu de servicio y sacrificio», escribíamos en nuestros cuadernos nada más comenzar las clases sin que nadie, con el sabor del desayuno todavía en la boca, se atreviera a traducir la consigna a nuestro lenguaje infantil. Incluso las cantábamos, como aquellos himnos falangistas rebosantes de una poesía viril y renuente a las ataduras de una comprensión racional. No por una cuestión de hermetismo con intención estética, sino porque el objetivo era sublimar cualquier asomo de realidad. Al final, sorprendidos e inocentes, nos quedaba la duda acerca de por qué había tantos «ademanes imposibles» en aquellos himnos. Desconocíamos qué era un ademán y ninguno de nosotros, bullangeros por edad, cultivaba la impasibilidad con los aires chulescos de quienes en pleno invierno llevaban tan solo una camisa azul. Ni siquiera acertábamos a distinguir el «alma de la raza» y no era cuestión de preguntar por su esencia a unos padres pluriempleados.

Nota:

El libro puede adquirirse en:

https://publicaciones.ua.es/libro/la-sonrisa-del-inutil_128106/

El preprint puede consultarse en:

http://hdl.handle.net/10045/136663


sábado, 29 de julio de 2023

Emir Kusturica, Malik y la mirada de la inocencia



El ensayista, al igual que cualquier escritor de creación, necesita referentes y estímulos a la hora de ponerse delante del ordenador. Los reconocidos como tales suelen figurar en la bibliografía del ensayo o la monografía, pero otros forman parte de una formación estética e intelectual menos utilitaria, aunque igualmente necesaria para educar la mirada y el sentido crítico.
Tal y como he explicado en anteriores entradas, esos estímulos los encuentro preferentemente en el cine, cuyas imágenes se albergan en mi memoria con una solidez especial que permite una rememoración ahora más sencilla gracias a la tecnología. La utilizo como fuente de alimentación creativa, sobre todo cuando estoy pendiente de iniciar un nuevo trabajo.
La escritura de Contemos cómo pasó (Alicante, Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2016) fue el resultado de un duro bregar con la memoria de un período que iba desde mi nacimiento en 1958 hasta el fallecimiento del general Franco en 1975, cuando pasé a ser un estudiante universitario en un país que iniciaba un período tan novedoso como incierto. Los recuerdos de esa cotidianidad en las postrimerías de una dictadura se agolpaban y era preciso establecer un criterio selectivo para que la cortedad del yo se diluyera en una memoria colectiva y generacional. También debía encontrar una mirada bien situada. 
Los directores de cine siempre cuentan que el principal reto es saber dónde colocar la cámara. Una vez resuelto con todas sus implicaciones, que son muchas, el rodaje resulta más sencillo si el criterio se mantiene de manera coherente. Algo similar sucede en la escritura de un ensayo. La mirada es fundamental a la hora de abordar cualquier materia y, en este sentido, cuando preparaba el citado ensayo recordé la de Malik, el chaval de mi edad que vivió en la Yugoslavia de Tito, justo cuando el país balcánico se alejó de la órbita soviética.
Papá está de viaje de negocios (1985), de Emir Kusturica, es una película sin género que he visto en repetidas ocasiones. Me gustan aquellas que escapan de cualquier clasificación genérica porque afrontan la complejidad y la heterogeneidad de la realidad que recrean. Rafael Azcona me lo justificó y ejemplificó con algunas anécdotas que desde hace años explico en mis clases. Y dentro de las mismas, la obra maestra de Emir Kusturica no solo me emociona por múltiples motivos, sino que también me enseña a ver una dura y mediocre realidad histórica con la mirada de un niño callado, sonámbulo y dispuesto a sonreír tras comprender aquello que le permite su inocencia infantil.



Malik, a sus siete años, se enamora con la firmeza propia de un caballero andante, aunque la niña está enferma y se esfuma en la frialdad de un país tan inhóspito como intolerante. La experiencia es dura, pero merece la pena como cualquier otra que, en medio de la desgracia, también permite albergar algún motivo para la sonrisa. El chaval la mantiene, a pesar de las forzosas ausencias de su padre y las dificultades de la madre para salir adelante. 
Al fin y al cabo, siempre hay un hermano mayor con gafas y acordeón para sobrevivir gracias a la música, un partido de fútbol retransmitido por la radio que devuelve el orgullo y la esperanza, una película de dibujos animados donde la imagen es tan hermosa como sencilla y, sobre todo, un metafórico sonambulismo que termina llevándole por los cielos cuando los demás quedan anclados en la tierra. 
Por supuesto, esa mirada infantil debe ser incorporada a nuestra memoria, especialmente cuando al final de la película, después de observar tantas desgracias por culpa de la intolerancia, Malik se vuelve a nosotros y, desde lo etéreo de un sueño, nos mira de manera que nos desarma. Todos esbozamos la misma sonrisa y esa noche le acompañamos como sonámbulos:


Lo malo del cine es que, después de ilusionarnos como sonámbulos, debemos arrastrarnos por las aceras. Sin embargo, en esa realidad pedestre a veces también hay motivos para sonreír ante una historia que parece sacada de la justicia poética. Malik, el muchacho que le interpreta, escapó junto a su familia de la locura balcánica de los noventa y se formó como un reconocido chef especializado en chocolates y helados. También ahora, a sus 48 años, reparte motivos de una felicidad endulzada, que nunca dejaremos de agradecer cuando tantos energúmenos combaten el sonambulismo y hasta la inocencia del gordito que lleva una camiseta imperio mientras su amada anda tan desnuda como desvalida.

viernes, 28 de julio de 2023

Una delación contra los periodistas republicanos en Madrid bajo las hordas


El libro de Fernando Sanabria, cuya tenebrosa portada reproduzco arriba con escasa calidad, se titula Madrid bajo las hordas (vía dolorosa de la capital de España) y fue publicado en Ávila a lo largo de 1938, concretamente por una editorial (S.H.A.D.E.) que hasta entonces se dedicaba a otros temas, pero que se sumó con oportunismo a la avalancha de publicaciones hasta cierto punto testimoniales de quienes habían escapado del «terror rojo».
La inmensa mayoría de estas obras olvidan lo concreto de lo testimonial para inclinarse por lo genérico y previsible de lo propagandístico. El generalizado rasgo provoca algunas notables paradojas en el marco de una homogeneidad deudora de la consigna. La primera es evidente: si tan terrible y mortífero fue el denunciado terror rojo, resulta inexplicable la existencia de numerosos autores que escaparon del mismo para, a continuación, escribir deprisa y corriendo unos textos basados en su condición de víctimas.
Los silencios de estos libros se combinan con los testimonios de acuerdo con un criterio propagandístico. Uno de los resultados es que la explicación de la salida de la zona roja por parte de los autores a menudo parece inverosímil o carece de datos fundamentales. Algunos ejemplos como el de Ramón Serrano Suñer requieren la aceptación de un marco de ficción para resultar creíbles. Los autores saben que no deben entrar en detalles que les pudieran comprometer o que dieran una imagen de componenda y negociación, algo habitual en la realidad de numerosos canjes, pero poco decoroso y nada propagandístico para una publicación donde el objetivo inicial, no lo olvidemos, era hacerse perdonar la estancia en la España republicana, aunque hubiera sido forzosa, problemática y hasta objeto de represión.
Al margen de estas cuestiones que ya cuentan con bibliografía específica, mi interés por la obra del desconocido Fernando Sanabria radica en su inclusión por parte de Javier Sánchez Zapatero entre las que comentan algún aspecto relacionado con la prensa republicana de Madrid. Concretamente, Madrid bajo las hordas incluye un capítulo, «Ondas y periódicos. El veneno impreso» (pp. 71-79), donde el autor lanza un furibundo ataque contra la prensa republicana. La circunstancia, por previsible, apenas merece un comentario y el capítulo tampoco añade una información novedosa.
Sin embargo, en esas escasas páginas encontramos un dato sorprendente: la relación exhaustiva de las plantillas de varios periódicos madrileños. Esta información aparece esporádicamente en las propias cabeceras y nos ayuda a conocer los nombres de los colaboradores de unos periódicos donde abundan los textos anónimos o firmados con seudónimo. Vistos numerosos sumarios seguidos contra periodistas republicanos, no me consta que esa información fuera explícitamente utilizada por los juzgados instructores. En el caso del Juzgado Militar de Prensa, las fuentes de su documentación eran más directas y los secretarios apenas necesitaron consultar esas relaciones de las plantillas.
La inclusión de las mismas por parte de Fernando Sanabria es innecesaria a efectos propagandísticos, pero bien podría responder a otro comportamiento extendido en la época: la delación de unos profesionales republicanos que, en su inmensa mayoría, serían procesados tras finalizar la Guerra Civil. Recordemos que uno de los motivos de estos libros es la necesidad de contraer méritos por parte de los autores, siempre sospechosos desde el momento en que habían permanecido en la España republicana, y uno de las mejores formas de acumular esos méritos era la delación de los enemigos. 
El problema es que resultaría inútil en este caso, pues el cuerpo jurídico de los sublevados disponía de la práctica totalidad de la prensa republicana y la utilizó para sustanciar numerosos sumarísimos de urgencia. La labor de Fernando Sanabria ya había estado prevista por quienes le acogieron como evadido del terror rojo y hombre dispuesto a la delación pública de los periodistas que cultivaron «el veneno impreso».

jueves, 27 de julio de 2023

Entre el florido pensil y la EGB


 En la frontera del florido pensil y la EGB

Mi cartera escolar era de un rojo desvaído con bordes blancos y redondeados. Me parecía moderna porque estaba hecha de plástico, rugoso al tacto en su parte inferior. Carecía de compartimentos interiores, pero tampoco los necesitaba ya que solo llevaba un libro a clase: la Enciclopedia Álvarez, donde se resumía todo el saber que alcanzaba a imaginar. Tenía por entonces nueve años, mis pantalones eran cortos como los del resto de mis compañeros y me preparaba para el temido «examen de ingreso» que desaparecería poco después. Sabía que podía cometer hasta tres faltas de ortografía en el dictado y cada tarde, a la salida del colegio, me quedaba en el aula para repasar el citado librote en compañía de cuatro o cinco niños y un maestro. Don José estaría a punto de jubilarse y nunca se olvidó de su reglamentaria camisa azul en una época en la que otros, más jóvenes, ya la llevaban blanca, incluso cuando íbamos a visitar la celda donde José Antonio pasó la última noche antes de ser fusilado.

El repaso duraba una hora diaria, añadida a un horario escolar que incluía los sábados por la mañana. Las «permanencias» constituían un momento de estudio que recuerdo con tristeza por la sensación de soledad que inundaba un colegio hasta entones bullicioso y en el que nunca había estado siendo de noche. Éramos apenas una media docena de chavales de la clase «de cuarto», la de los mayores; el resto de los compañeros ni se planteaba la posibilidad de pasar a la secundaria. Ignoraba por entonces que formaba parte de una minoría que accedería al bachillerato. Estaba demasiado asustado ante el examen de ingreso como para observar lo que me rodeaba y solo conservo sensaciones, imágenes discontinuas que intento enlazar con la ayuda de quienes vivieron experiencias similares, la lectura o la visión de obras que las han recreado y la consulta de una Historia que, en estas ocasiones, deja de ser una ciencia para convertirse en algo más íntimo, incluso necesario a título personal. Hago uso de la memoria sin nostalgia, descubro claves que me condicionaron como a tantos otros de mi generación e intento comprender el porqué de los miedos pasados durante mi etapa escolar. No soy una víctima, sino uno de los últimos niños que fueron educados en la ortodoxia docente del franquismo. Y, al cabo de los años, la explicación de esa lección tengo que buscarla por mi cuenta, sin demasiadas ayudas de una cultura donde el ejercicio de la memoria crítica, nada bobalicona y menos nostálgica, parece uno de los pocos lujos innecesarios.

Texto extraído de La sonrisa del inútil. Imágenes de un pasado cercano (Alicante, Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2008):

El libro puede adquirirse en:

https://publicaciones.ua.es/libro/la-sonrisa-del-inutil_128106/

El preprint puede consultarse en:

http://hdl.handle.net/10045/136663

 

Dios y «un tal Fernández» en Música de fondo (1936)


Edgar Neville, por entonces republicano y «fino humorista» en compañía de Charles Chaplin, contribuyó al eutrapélico regocijo de sus lectores con la creación de un Dios aburrido porque todos le daban la razón como a un tonto, hasta que el pobre hombre conoció a «un tal Fernández», ateo, con quien recuperó el placer de la controversia. El desenlace del relato incluido en Música de fondo (1936) es paradójico: el tal Fernández inoculó la duda y el ateísmo en el mismísimo ente divino. 


Enrique Jardiel Poncela, en 1932, paseó a su Dios por una geografía reconocible, como los problemas derivados de un contacto que rompe el encanto del más allá. Todo aquello que se puede ver y tocar con facilidad pierde parte de su atractivo. La convivencia, además, desgasta (perdón por el lugar común). La prometida venida a España de Dios y su tournée novelística se convierten en un desencantado desastre cuando Él -sin modificar su apariencia de tipo anodino- entra en contacto con la cotidianidad de quienes lo esperaban, pero con la confianza de que el reino de los cielos quedaba lejos de su barrio. 
No me extraña que estas obras fueran prohibidas durante buena parte del franquismo, a pesar de las palinodias de sus autores. Sin ningún exabrupto y gracias a un notable ingenio, lanzan una carga de profundidad de difícil neutralización. La Iglesia católica jamás ha disipado la sospecha de que la omnisciencia y la omnipotencia pueden resultar más aburridas y comprometedoras que las dudas de un tal Fernández. Tal vez por esa razón siempre ha aplazado, sin fecha concreta, una llegada que dejaría en paro a los oficiantes de unos ritos basados en la lejanía de lo desconocido.

El análisis de estas y otras obras relacionadas con quienes han dudado, con humor, acerca de Dios lo podemos encontrar en el siguiente capítulo de La sonrisa del inútil (Alicante, Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2008) ahora disponible en el catálogo del Repositorio de la Universidad de Alicante:

El libro puede adquirirse en:


El preprint del capítulo puede consultarse en:

http://hdl.handle.net/10045/136508
El preprint del libro puede consultarse en:
http://hdl.handle.net/10045/136663

miércoles, 26 de julio de 2023

Wikipedia, Miguel Hernández y las pornstars


A veces, una anécdota resulta significativa para conocer alguna de las incoherencias de un recurso tan útil y utilizado como la Wikipedia. Una de las escasas iniciativas que tuve como fugaz colaborador de la enciclopedia fue completar la bibliografía presente en la entrada dedicada a Miguel Hernández, donde se habla de su procesamiento durante la posguerra. Dado que el redactor no había incluido la referencia bibliográfica de mi edición de los sumarios seguidos contra el poeta, aporté la misma indicando los datos para su correcta identificación. La aportación fue «revertida» y un anónimo «bibliotecario» la incluyó entre las que provocaron mi bloqueo por reiterada aportación de materiales propios. Es decir, si en varias entradas acerca de personajes históricos presentes en mis investigaciones indico las referencias de las mismas, mi intención no es ampliar la bibliografía para las posibles consultas del lector, sino la autopromoción. Por lo tanto, estaría utilizando la enciclopedia como una plataforma promocional para mis publicaciones.
La lógica de este razonamiento que justifica un bloqueo puede ser pertinente para evitar excesos en las referencias bibliográficas, pero en general me parece ajena a la realidad de quienes publicamos nuestras investigaciones sin recibir una remuneración económica. De hecho, tengo el privilegio de ser uno de los escasos profesores universitarios que no paga por publicar y que, en alguna ocasión, hasta ha cobrado.
Ahora bien, esa lógica no la mantiene Wikipedia como criterio uniforme y permite, sin ningún tipo de problema, la autopromoción derivada de entradas que aparentemente solo son informativas. Si una institución oficial cuenta con una entrada, algo casi imprescindible, ya se encargará de que la redacte alguien de su gabinete de prensa. El mismo figurará como colaborador altruista de la enciclopedia, pero la labor la desarrollará en tanto que empleado o funcionario del organismo que le facilita toda la información y, por supuesto, vela para que sea correcta de acuerdo con los intereses de la institución. 
Un caso más llamativo, ya claramente de autopromoción, es la utilización de la Wikipedia por parte de las productoras cinematográficas. Si nos interesa informarnos acerca de una superproducción recién estrenada, siempre encontraremos una entrada en diferentes idiomas con numerosos datos proporcionados, probablemente, por la propia productora, que a menudo utiliza la enciclopedia como recurso donde lo informativo y lo publicitario se combinan. Y lo hace con un notable acierto, puesto que el empleado de la productora, o de la distribuidora, cuando actúa en calidad de colaborador de la enciclopedia asume las reglas de la misma. Nada que objetar, pero conviene saber el origen de la información facilitada.
Un caso más llamativo es la utilización de la enciclopedia por parte de la industria pornográfica de USA. Prácticamente es imposible encontrar una estrella, actual o histórica, de esa industria que no cuente con su correspondiente entrada en Wikipedia. Hagan la prueba. La información tiene una orientación uniforme, responde a las normas de la enciclopedia y hasta los textos parecen escritos por una misma persona, tan anónima como previsible. No creo especular si pienso que las entradas son redactadas por personal al servicio de esa poderosa industria. Y la labor, que incluye información solo al alcance de la misma, se realiza de una forma tan correcta como tendente a la promoción de unas estrellas de las que conocemos sus medidas y las veces que triunfaron en un certamen celebrado en Arizona, donde alguien incluyó la categoría de mejor escena lésbica, por ejemplo.
Por lo tanto, si para conocer lo sucedido en los consejos de guerra seguidos contra Miguel Hernández aporto la referencia bibliográfica de mi edición de los mismos, yo cometo un acto de autopromoción por el que debo ser bloqueado. Mientras tanto, si en California un empleado de la industria pornográfica incluye las medidas de una sugerente estrella que ha triunfado en categorías como la arriba aludida, su tarea solo es informativa sin que en ningún momento quepa pensar en la autopromoción del material audiovisual de la correspondiente productora.
Tal vez esté equivocado o sea un ignorante al respecto, pero -dado que nadie desde su anonimato me ha explicado las razones de la enciclopedia- hasta conocer mejor el tema seguiré pensando en las diferentes varas de medir en una tarea que se supone altruista y colaborativa. Si alguien desea disipar mis posibles malinterpretaciones, le escucharé con sumo gusto, siempre y cuando no lo haga desde el anonimato.

domingo, 23 de julio de 2023

Wikipedia y «los bloqueos»


A la vista de los errores o las inexactitudes que presentan las entradas de Wikipedia relacionadas con los personajes históricos que han sido objeto de mis trabajos como investigador universitario, hace unas semanas me di de alta como redactor de Wikipedia para aportar las referencias bibliográficas de esos mismos trabajos -sin modificar nada de los textos de las entradas- y ponerme en contacto con los responsables de algunas entradas para que revisaran las mismas a la luz de la documentación examinada en mis investigaciones. El bienintencionado objetivo ha tenido una inmediata consecuencia: he sido bloqueado durante un año y, por lo tanto, ya no tengo el «privilegio» de contribuir a la popular enciclopedia.
Wikipedia tiene entradas excelentes, buenas, regulares, mediocres y nefastas. A lo largo de mis consultas, he encontrado de todo, pero siempre me ha llamado la atención que nunca podemos identificar a la persona responsable de la entrada más allá de un nombre a modo de contraseña. En mis clases, recalco que a la hora de consultar la bibliografía, primero debemos conocer al autor, saber de su cualificación académica, del prestigio de la revista o la editorial donde aparece su contribución... y, así, una vez que todos estos datos nos ofrecen un mínimo de garantía, leer el trabajo.  Ante la avalancha de información que nos viene a través de Internet, lo fundamental es establecer un criterio de exigencia que pasa inevitablemente por la identificación de la autoría y el conocimiento de una cualificación que puede avalarla.
Todos podemos opinar acerca de un edificio, pero solo un arquitecto está capacitado para concebirlo en unos planos. Así podríamos poner ejemplos relacionados con los ingenieros, los médicos, los notarios... y, claro está, los historiadores. Por desgracia, hemos dado carta de naturaleza a numerosas personas que, sin unos conocimientos académicos que les avalen y por su propia cuenta, intentan sentar cátedra junto a quienes son catedráticos o investigadores universitarios. Las redes están repletas de ejemplos y la consecuencia es un conjunto de textos que contienen notables y a veces sobresalientes errores, aparte de que suelen ser el fruto de una somera consulta de las fuentes más a mano, que no las mejores.
La crítica de esta invasión de historiadores aficionados, que a veces cuentan con plataformas privilegiadas como la Wikipedia, es puro testimonialismo. Nada podemos hacer los académicos frente a estas empresas que disponen del trabajo gratuito de miles de personas para, entre otros objetivos, no pagar el trabajo cualificado de quienes podrían llevar a cabo la misma tarea con mayor rigor. Las lamentaciones inútiles solo producen melancolía y, a estas alturas, evito cualquier motivo de tristeza o desagrado. Solo pretendo dejar constancia de un incomprensible bloqueo, realizado desde el anonimato y sin contestación alguna a mi respuesta. La consecuencia es que muchos, por ejemplo, pensarán que el poeta Pascual Pla y Beltrán fue condenado a muerte cuando en realidad le condenaron a catorce años cuando ya estaba en prisión atenuada en su propio domicilio. El problema es que, para constatar este dato, hay que ser un investigador y no un divulgador dispuesto a repetir cualquier fuente sin la debida comprobación.
En definitiva, el bloqueo durante un año será indefinido o a perpetuidad por mi voluntad porque solo confío en quienes escriben con su propio nombre y con el aval de una cualificación académica. A partir de estos requisitos, podemos dialogar. Sin los mismos, no voy a perder el tiempo con quien redacta la entrada de un poeta republicano y las dedicadas a los temas más variopintos. El mundillo de los "todólogos" no es el mío y no estoy dispuesto a polemizar con quien no se identifica y deja ocultos sus posibles avales, si los tiene. Los míos se pueden consultar en mi propia web o en la de la Universidad de Alicante.

martes, 18 de julio de 2023

El sumario del poeta Pascual Pla y Beltrán


El Archivo General e Histórico de Defensa me ha remitido el sumario del consejo de guerra del poeta Pascual Pla y Beltrán (Ibi, 1908-Caracas, 1968). A pesar de que el original de Las armas contra las letras. Los consejos de guerra de periodistas y escritores (1939-1945) ya ha sido remitido a la editorial Renacimiento para su coedición con el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alicante, espero tener la oportunidad de incluir los datos básicos de este sumario en el citado ensayo. 
La entrada del poeta en la Wikipedia indica que el natural de Ibi (Alicante) fue condenado a muerte y que salió de la prisión en 1946. Ambos datos son erróneos. El 29 de mayo de 1944, el auditor de guerra de la III Región Militar condena al poeta a la pena de catorce años de reclusión menor. El capitán general de dicho región militar ratificó la condena el 16 de junio de 1944. La fecha prevista para la extinción de la misma era el 14 de marzo de 1957.
A lo largo del proceso, iniciado el 6 de diciembre de 1940, Pascual Pla y Beltrán permaneció en su domicilio valenciano en prisión atenuada con la obligación de presentarse periódicamente en comisaría. No obstante, el poeta ya había pasado por las cárceles de la inmediata posguerra. Aunque nunca se cita su probable presencia en el puerto de Alicante, explícitamente indicada por Max Aub, ni su paso por el campo de concentración de Albatera, en el sumario el poeta comunista indica su permanencia en esas cárceles como preso gubernativo hasta poco antes del inicio del proceso.
En el sumario no consta documento alguno que indique el ingreso en prisión del condenado a catorce años, pena que aceptó el propio Pascual Pla y Beltrán probablemente aconsejado por su defensor, el alférez Damián Chasco. La razón es fácil de entender: a la altura de 1944, y más todavía tras la publicación del Decreto del 9 de octubre de 1945, una pena de catorce años de reclusión menor suponía una casi inmediata excarcelación, que en su caso no era necesaria porque el condenado seguía en prisión atenuada en su propio domicilio valenciano de la avenida de José Antonio.
Pascual Pla y Beltrán, basándose en la citada orden ministerial, solicita el indulto total el 10 de marzo de 1947. El escrito está dirigido al capitán general de la III Región Militar. El 28 de marzo de 1947, el fiscal accede a la petición del indulto porque «no aparece probado que el citado culpable cometiese actos de los que señala el artículo 1º del Decreto de 9 de mayo de 1945». En consecuencia, el auditor de guerra de la III Región Militar le declara indultado el 18 de abril de 1947. La resolución se la comunican al interesado el 3 de mayo de 1947. A partir de esa fecha, el poeta -que llevaba fuera de la cárcel más de seis años- es un hombre libre, aunque sometido a la dictadura franquista que finalmente le empujó hacia el exilio en Caracas, donde fallecería en 1968.
Los datos aportados en esta entrada son de dominio público, aunque el acceso a los mismos requiere una paciente labor de investigación, que no debe haber realizado el redactor de la citada entrada a la Wikipedia. Tampoco estaba obligado porque probablemente no sea un historiador profesional, pero el colmo radica en que, cuando he intentado comunicarle los datos para que rectificara su texto, he observado que mi cuenta había sido bloqueada por el citado redactor. Visto el comportamiento, sobran las palabras y solo cabe recordar la existencia de aficionados que se lanzan a escribir semblanzas históricas sin apenas rigor. El problema es tan común como lamentable, con independencia de la orientación ideológica de quienes realizan esta labor de aficionados y parecen sentar cátedra ante la emprendida por los catedráticos.
En cualquier caso, queden los datos arriba indicados como el inicio de una posterior investigación y el recuerdo de las palabras escritas por Miguel de Cervantes en su inmortal obra: «habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rencor ni la afición, no les hagan torcer el camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir» (I-IX). Pues eso, menos fantasear y más investigar.

sábado, 15 de julio de 2023

Las maestras que regaban geranios acabaron enseñándolo todo

Las «mujeres sabias», más allá del concepto clásico a partir de la homónima comedia de Molière, apenas contaron con presencia en el cine, el teatro y la literatura del franquismo. A lo sumo, apareció alguna maestra como la señorita Eloísa de ¡Bienvenido, Mr. Marshall! o la inolvidable colega de Calabuch, una Valentina Cortese que debió cambiar su sofisticado vestuario italiano para adecuarse al de la sobriedad de quienes, en los días atrevidos, incluso podían lucir una blusa con una falda plisada. Y, claro está, sin inquietudes culturales. De hecho, la última citada está más preocupada por sus geranios que por la sabiduría, que empezará a ser motivo de recuerdo cuando finalmente contraiga matrimonio.


El cine español pareció dar un giro a la figura de la maestra cuando se estrenaron dos películas de la Transición:
Los días del pasado (1978), de Mario Camus, y El amor del capitán Brando (1974), de Jaime de Armiñán. En la primera, el papel interpretado por quien había dejado de ser Marisol para convertirse en Pepa Flores es una maestra andaluza, que en la más brutal posguerra se traslada a un pueblecito del norte para reencontrarse con su pareja, un fugitivo alistado en el maquis. Miedo, derrota y dignidad se mezclan en un personaje que simboliza el valor de quienes aprendieron a ser los maestros de la República y sufrieron una atroz represión durante la posguerra. La película de Jaime de Armiñán presenta a una maestra joven (Ana Belén) que llega a un pueblo perdido con ansias de renovación y cierta modernidad. El choque con la realidad rural es inevitable y, al mismo tiempo, un ejemplo de otro de mayor envergadura que se estaba dando en un país camino de la Transición.


Las dos películas dignifican el papel de la maestra y, aunque sin apenas relación con la sabiduría, muestran el respeto debido a unas mujeres empeñadas en cumplir con sus atribuciones como docentes. El camino hacia esa dignificación de la maestra podría haber seguido, pero pronto dio paso a la cutre realidad de la cultura popular durante la Transición. Un ejemplo de la misma es la serie de comedias italianas donde unas supuestas docentes lo «enseñaban todo». El juego de palabras es tan burdo que no merece una aclaración.

Las carteleras de aquellos años abundaban en comedias eróticas procedentes de Italia, algunas de sus protagonistas alcanzaron una notable popularidad durante «el destape» y, claro está, las agraciadas docentes no destacaban por su sabiduría. La sucesión de títulos era la propia de unas películas concebidas en serie donde todo era tan previsible como rancio.

Así vimos, y admiramos, la belleza de Edwige Fenech como maestra en Pecado venial (1974, a Carmen Vilani en un título prometedor como La profesora lo enseña todo (1975) y suspiramos al recordar la modernidad de Gloria Guida en La profesora de ciencias naturales (1976). Edwige Fenech era el icono sexual de la comedia erótica italiana y volvió a las tareas docentes en La profesora y el último de la clase (1977), con el inevitable caricato Álvaro Vitali, que también aparecería con la bella actriz en La profesora enseña en casa (1978).

Las prácticas docentes se extendieron a otros lugares. Así Natalia Cassini protagonizó La profesora baila con toda la clase (1979) y Anna María Rizzoli fue más audaz en La profesora va al mar con toda la clase (1980). El magisterio italiano debió acabar agotado y la serie culminó con una verdadera sueca capaz de romper moldes: Janet Agreen, la protagonista de La profesora de educación sexual (1982).


Ya comenté estas comedias en La sonrisa del inútil (2008). Apenas merecen nuestro recuerdo más allá de ejemplificar la dificultad por entonces de encontrar películas donde las mujeres fueran «sabias» de alguna manera. Si las he citado es porque su profusión demuestra, de nuevo, los límites del cambio cultural que vino con la Transición. Hemos avanzado desde entonces, pero tampoco conviene entusiasmarse porque, en el mercado de la pornografía, uno de los subgéneros más populares es el protagonizado por maestras que literalmente devoran a sus alumnos.

https://publicaciones.ua.es/libro/la-sonrisa-del-inutil_128106/

El preprint del volumen puede consultarse en:

http://hdl.handle.net/10045/136663

jueves, 13 de julio de 2023

La señorita Eloísa diserta sobre los norteamericanos


 

Las maestras de nuestros pueblos cinematográficos durante el franquismo no sabían demasiado; ni siquiera podían emular a don Anselmo Oñate (Alberto Romea). Conocían las cuatro reglas, algunas listas de ríos con sus afluentes y un ramillete de saberes algo atrabiliario que se resumía en «el florido pensil». Aquellas señoritas de las pantallas lo enseñaban con aplicación, insistencia y dulzura, sin la vara de sus enfurruñados colegas masculinos, pero no podían improvisar ante, por ejemplo, la llegada de los norteamericanos encabezados por Mr. Marshall. La señorita Eloísa (Elvira Quintillá) adopta un tono grave para impartir, provista de puntero y mapa, una conferencia sobre Estados Unidos dirigida a los atónitos pueblerinos de Villar del Río. Les abruma con una catarata de datos recitados deprisa y de memoria, como si de una oposición al cuerpo de Magisterio se tratara. Hasta que vacila: «Son los mayores productores de… son los mayores productores de…» y, gracias a un picado de la cámara, vemos a Pepito el empollón de la clase, apuntándole con un libro abierto mientras está escondido debajo de una mesa convertida en concha teatral. Intento vano, puesto que en ese momento irrumpe en el aula Don Cosme (Luis Pérez de León) y, con la oratoria tronante de quien está acostumbrado a impartir doctrina desde el púlpito, termina la frase: «Los mayores productores de pecados, con millones de toneladas anuales…», ya que entre sus habitantes había «cuarenta y nueve millones de protestantes, doscientos mil chinos, cinco millones de negros, trece millones de judíos y cien millones… de nada». El encadenado de las escenas es perfecto y la derrota en su propia aula sufrida por la maestra parece inequívoca. La señorita Eloísa queda sorprendida y callada ante la superioridad demostrada por el párroco, que no necesita apuntadores ni libros para convencer a sus feligreses de los peligros de los norteamericanos; en realidad, son una suma de minorías indeseables… y otros sin clasificar.


Texto extraído del capítulo «Sabios y maestras» de La sonrisa del inútil. Imágenes de un pasado cercano (Alicante, Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2008):

https://publicaciones.ua.es/libro/la-sonrisa-del-inutil_128106/

http://hdl.handle.net/10045/136120
El preprint del libro puede consultarse en:
http://hdl.handle.net/10045/136663

miércoles, 12 de julio de 2023

Analía Gadé o la imposible «sabiduría» de las «señoras estupendas»


Durante el franquismo, el escepticismo con respecto a la inteligencia femenina aumenta cuando la protagonista de la obra teatral o la película es guapa. Y desaparece cuando la misma está «estupenda», circunstancia que con algunas variantes léxicas y estéticas permanece ligada a buena parte del estrellato femenino en el cine. Nadie cree que Josefina (Analía Gadé), por ejemplo, sea una competente doctora en La vida por delante (1958), dirigida por un Fernando Fernán-Gómez que era por entonces su pareja. Ni siquiera su marido, que todavía resulta más incompetente cuando realiza los múltiples trabajos que consigue gracias a su trompicada licenciatura en Derecho: presentador en un cabaret, vendedor de aspiradores que «dan gusanillo» porque no son como los alemanes o de coches nacionales cuyos motores se recalientan… 

Antonio (Fernando Fernán-Gómez) tiene labia y la osadía de la necesidad, pero también inquietud porque los enfermos que acuden a la consulta de su esposa están sospechosamente sanos y, en el mejor de los casos, corren el riesgo de enfermar gracias a sus prescripciones médicas. Él ha sufrido la desgracia de comprobarlo en sus propias carnes, pero no quiere que los demás perdonen a la doctora sus ocurrencias en materias de pomadas o píldoras porque está «estupenda», hasta el punto de poder parar un tren si es preciso. Nadie osaría preguntarse acerca de la sabiduría científica de una doctora rubia que desliza las palabras con la pícara ingenuidad del acento argentino, como tampoco nadie cuestiona a la Florita García cinematográfica, Analía Gadé de nuevo, por sus dotes para las labores administrativas en el Ministerio de Fomento (Sólo para hombres, 1960). La mirada masculina, compartida por tantas mujeres, contaba con otros centros de interés poco necesitados de la inteligencia para su correcta valoración.

El comentario está extraído del capítulo «Sabios y maestras» de La sonrisa del inútil. Imágenes de un pasado cercano (Alicante, Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2008, pp. 89-116).

https://publicaciones.ua.es/libro/la-sonrisa-del-inutil_128106/

http://hdl.handle.net/10045/136120
El preprint del libro puede consultarse en:
http://hdl.handle.net/10045/136663

martes, 11 de julio de 2023

El astronauta (1970), de Javier Aguirre, y la ciencia española


 

En 1969, el hombre pisó la Luna y en 1970 Pepe Fernández (Tony Leblanc) salió disparado en la Cibeles I desde la estación de Minglanillas. El astronauta provisto de botijo, acabó en  la Almería de los spaghetti-western, pero con la ayuda de un fontanero (Saza), un electricista (Rafael Alonso), un carpintero (Paquito Cano), un pirotécnico (Antonio Ozores) y un lechero (José Luis Coll) el intrépido «mecánico ajustador» y astronauta en su pluriempleo nos hace sonreír en la parodia española de la carrera espacial (El astronauta, de Javier Aguirre). 

El guion de Pedro Masó y Antonio Vich es una nueva exaltación del ingenio frente a la sabiduría. «Los americanos son muy exagerados para sus cosas» -afirma Pepe- y aquí, «con unas ocho mil pesetas», somos capaces de emularlos. La frase contiene la idea central de esta comedia en la que de nuevo aparece un sabio llamado Don Anselmo (José Luis López Vázquez), «tío del cuñado del lechero» y jubilado con la consabida melena blanca, el bastón y la voz cascada. El «experto en física y química» será el encargado de resolver el problema de «los propergoles», el componente energético de fabricación nacional capaz de lanzar un cohete al espacio. 

El disparatado propósito nunca deja de ser un motivo para la sonrisa, pero la moraleja final corrobora la persistencia de una idea común más cercana al valor del ingenio que de la sabiduría. El locutor de TVE José Luis Uribarri se pregunta adónde habría llegado la Cibeles I en el caso de haber contado con alguna ayuda. Se nos hace así pensar en un hipotético e inmenso potencial gracias a nuestras ocurrencias, compartidas por la tropa que rodea a un Don Anselmo que responde al tipo atrabiliario del científico, el único con posibilidad de triunfar entre el público mayoritario.

Más información sobre estos sabios atrabiliarios de la ficción durante el franquismo en mi libro La sonrisa del inútil. Imágenes de un pasado cercano (Alicante, Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2008, pp. 89-116).

https://publicaciones.ua.es/libro/la-sonrisa-del-inutil_128106/

http://hdl.handle.net/10045/136120
El preprint del libro puede consultarse en:
http://hdl.handle.net/10045/136663

sábado, 8 de julio de 2023

La sabiduría de Alberto Romea

La memoria es selectiva, pero no despistada. Al cabo de muchos años viendo películas españolas como espectador e historiador, cuento con un registro de imágenes que perduran en mi recuerdo. La mayoría de ellas están vinculadas con intérpretes que admiro y cuya presencia en los repartos siempre es un motivo de satisfacción. Uno de ellos, y de manera destacada, es Alberto Romea (1882-1959), a quien dediqué capítulos en Lo sainetesco en el cine español y La sonrisa del inútil. Los motivos abundan a la vista de una extensa filmografía donde hay varios títulos fundamentales de la historia del cine español.

Tal vez su trabajo más recordado sea el del noble hidalgo que aparece, como contrapunto de todo un pueblo, en ¡Bienvenido, Mr. Marshall!, de Luis García Berlanga. Al igual que en otras películas de la época, el veterano hijo del insigne Julián Romea interpreta unos papeles de reparto donde con la sobriedad de los maestros combina la dignidad y el ánimo ponderado ante cualquier adversidad, la sabiduría como referente de experiencia en un mundo de crédulos y la bondad como límite para el orgullo. Esta última cualidad, en el caso de la citada película, se evidencia en el desenlace con la solidaria entrega de la espada, un símbolo de su preciado pasado. El destino es la recolecta que permite afrontar los gastos tan inútilmente acometidos por el pueblo. El hidalgo, nunca gregario y siempre lúcido, participa de la desgracia común y no se regodea con la pírrica victoria de quien no se había disfrazado para recibir a «los indios».

No obstante, el papel que mejor recuerdo es el Don Anselmo, el «maestro nacional», en Historias de la radio (1955), una magnífica película del biógrafo cinematográfico del general Franco, José Luis Sáenz de Heredia, que en los citados libros comenté como ejemplo del cambio de sentido con el paso de los años. En 1955, en el momento de máxima hegemonía de la mentalidad franquista, el director rodó una comedia que en la actualidad puede ser interpretada como una involuntaria crítica a las penurias de la cotidianidad durante el franquismo.

Un ejemplo es la historia protagonizada por Don Anselmo, que tiene un alumno enfermo cuya salvación depende de una operación que solo se puede realizar en un país lejano. La modestia de la familia, acorde con la del pueblo, impide afrontar los gastos que tampoco nadie plantea trasladar a la precaria sanidad pública de la época. La solución, rocambolesca como corresponde a la comedia, es presentarse a un concurso radiofónico para obtener la cantidad necesaria que permita realizar la operación.

Don Anselmo, la eminencia del pueblo por su condición de maestro nacional, cede ante la presión popular y accede a viajar hasta Madrid para participar en un concurso donde se pone a prueba la sabiduría de los concursantes con el señuelo de una recompensa económica. El atribulado hombre oculta su condición profesional para no reconocer que juega con ventaja, responde a las más insólitas preguntas con la seguridad de quien dispone de un saber enciclopédico y, llevado por la necesidad de llegar a la cantidad requerida para la operación, afronta una pregunta trampa de los organizadores, que aprecian el valor del anciano concursante, pero no quieren darle una fortuna.

La pregunta es diabólica porque le piden el nombre del artífice de un gol marcado en una final celebrada en 1915. Don Anselmo tiene un vahído, lógico porque todos tememos que el niño se muere ante la imposibilidad de responder correctamente para llevarse el premio, pero se repone, toma un sorbo de agua y, con la dignidad de un jubilado de honrosa carrera, afirma: «Yo, Anselmo Oñate, en 1915 y de penalti». El locutor, maravillado, exclama que el concursante «¡Es Pichirri!». Gracias a semejante casualidad, el niño viaja a Suecia, se opera y sigue vivo en las clases del entrañable maestro nacional.

El problema, vista ahora la película, es sospechar que para garantizar la vida de un niño sea preciso que el maestro del pueblo fuera, en su lejana juventud, nada menos que Pichirri, lógica deformación del histórico Pichichi. Poca confianza cabía tener en el destino, porque la realidad, claro está, no cuenta con un guionista tan ocurrente como José Luis Sáenz de Heredia. Mientras tanto, un Alberto Romea ya jubilado volvió a las pantallas para hacernos soñar con la sabiduría de un maestro nacional. Yo, en mis clases, le cito como ejemplo de la dignidad de un docente, que es compatible con la doble vida de quien también chutara con la precisión de Pichirri.

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viernes, 7 de julio de 2023

Balance de un curso

 


El pasado 27 de marzo, con motivo del Día Mundial del Teatro, el profesorado de la Universidad de Alicante relacionado con este campo de estudio se reunió en el Centro Mario Benedetti para hacer un balance de lo hecho y fijar los próximos objetivos. Mi breve intervención respondió a lo solicitado indicando que estaba trabajando sobre unas obras del grupo Ron La Lá y que, al mismo tiempo, me encontraba a punto de terminar Las armas contra las letras, donde algunos de los protagonistas eran autores teatrales.

Al finalizar el curso, el artículo sobre el citado grupo ha sido aceptado por la revista norteamericana Anales de Literatura Española Contemporánea y saldrá publicado en los próximos meses. Por otra parte, el libro ya ha sido informado positivamente por los especialistas consultados a través del Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alicante y la editorial Renacimiento me ha comunicado su interés por publicarlo. Si todo va bien, y después de muchos meses de trabajo, el libro estará en las librerías antes de finalizar el año.

Los dos objetivos básicos están cumplidos, pero no son los únicos. Como director de Anales de Literatura Española, he publicado dos números durante el curso y, como autor, he entregado cinco artículos o capítulos de libros sobre diferentes temas que irán saliendo a lo largo de los próximos meses. A esta tarea investigadora, hay que añadir la docente, que también comprende la dirección de tesis, trabajos fin de máster y trabajos fin de grado hasta un total de ocho en el presente curso. En definitiva, no me he aburrido, pero también necesito un descanso porque, a los sesenta y cinco años, las fuerzas no sobran. Si sigo enfrascado en la consulta de documentos depositados en los archivos militares solo es porque muchas víctimas de la represión franquista, al menos, merecen un recuerdo que les devuelva algo del protagonismo que les fue negado.

Hasta el inicio del próximo curso, este blog solo publicará entregas del tema que más satisfacción me proporciona: el humor. Mi objetivo era dedicarme al mismo durante mis últimos años como investigador y docente, pero circunstancias al margen de lo académico me han obligado a continuar las investigaciones relacionadas con la represión franquista. Las mismas continuarán en otoño gracias al período sabático concedido por mi universidad, pero por ahora -y dados los calores- creo conveniente dedicarme a lo que más agradezco: la posibilidad de compartir los motivos para la sonrisa.

jueves, 6 de julio de 2023

El bikini, la patraña y la predicación en el desierto


Ayer se celebró el día mundial del bikini. A la vista de la efemérides, es obvio que pronto el orbe conmemorará el descubrimiento del calcetín, que tantos beneficios ha aportado a la humanidad con independencia de clases, géneros, nacionalidades y culturas. La prenda femenina, no obstante, merece un recuerdo singular porque tuvo su importancia histórica en el cambio de mentalidades que se dio a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Y dados los tiempos que corren, con una vuelta a la censura más retrógrada, cualquier avance liberalizador debe ser recordado con especial cariño para mantener su vigencia.
La conmemoración de semejante día en plena canícula parece concebida para rellenar algunas páginas de periódicos o insertar la curiosidad en los informativos. El verano es así, aunque también es cierto que tendemos a que todo el año sea verano, y no solo a causa del calor provocado por el cambio climático. Las lamentaciones en este sentido son casi inútiles. Visto el panorama informativo, queda el consuelo de soñar algún día con unos medios de comunicación más rigurosos en la información facilitada, pero esta quimera pasa por unos lectores capaces de exigir ese rigor. Mal asunto, porque la mentira en forma de patraña siempre resulta más entretenida.
Pedro Zaragoza, alcalde franquista de Benidorm, creó una genial patraña en torno a la legalización de la prenda en las playas de su localidad en plena efervescencia del turismo. La patraña es verdaderamente divertida y merece un recuerdo, pero como tal mentira, que hasta resultó útil para la promoción de la principal, y única, industria de Benidorm.
Yo mismo desmonté la patraña de la legalización del bikini durante el franquismo en De mentiras y franquistas (Sevilla, Renacimiento-Universidad de Alicante, 2020). El libro es accesible, al igual que otros recursos en internet que dan cuenta de sus conclusiones. Sin embargo, cada verano hay periodistas apresurados dispuestos a divulgar la patraña como si fuera una realidad histórica. Ayer mismo, Público, un periódico de izquierdas, volvió a incurrir en el error por la pereza de quienes son incapaces de buscar en Google con un mínimo de paciencia.
En fin, la tarea de los historiadores a menudo consiste en predicar en el desierto, sobre todo cuando los supuestos destinatarios son periodistas con ganas de publicar deprisa y corriendo un artículo mal pagado que pronto quedará en el olvido de lo intranscendente. El problema es que, mientras tanto, hasta en un medio de izquierdas se contribuye a propagar la patraña de un franquista. Así vamos y así nos luce el pelo, en el caso de que lo tuviéramos.

miércoles, 5 de julio de 2023

Las caricaturas de José Robledano (y 3)


El 28 de diciembre de 1937, José Robledano celebró el día de las inocentadas en Claridad anunciando el ahorcamiento de Benito Mussolini, el personaje con más presencia en sus caricaturas. Casi ocho años después la imagen se convirtió en realidad y ha dado la vuelta al mundo como una de las más impactantes de la época. El caricaturista la presintió, aunque solo fuera en una inocentada propia del ambiente violento de la Guerra Civil.


Barcelona también sufrió intensos bombardeos durante la guerra y, desde un Madrid solidario, el 19 de marzo de 1938 José Robledano publica esta caricatura en Claridad, donde subraya que el «trimotor fascista» estaba pilotado por Hitler, Mussolini y un Franco que vuelve a aparecer con su habitual aspecto afeminado gracias, sobre todo, a sus imaginados rizos.


El anticlericalismo de José Robledano dista mucho de ser un rasgo aislado entre los caricaturistas republicanos durante la Guerra Civil, pero en su caso se presenta con una especial contundencia donde no cabe el matiz o la duda. Un ejemplo lo encontramos en esta caricatura de un obispo franquista publicada en Claridad el 20 de febrero de 1937.


La política de no intervención siempre fue considerada como una farsa que perjudicó gravemente a los intereses de la II República y permitió la intervención sin límites de las fuerzas alemanas e italianas. Un nuevo ejemplo lo encontramos en esta caricatura de José Robledano publicada en Claridad el 23 de enero de 1937.


Frente a la denostada política de no intervención practicada por los países occidentales, José Robledano enfatiza el valor de la solidaridad mostrada por la izquierda política y los sindicatos de otros países, al igual que hizo a menudo Claridad en sus editoriales. La caricatura fue publicada el el 19 de diciembre de 1937.

martes, 4 de julio de 2023

Las caricaturas de José Robledano (2)


Las imágenes de la Guerra Civil a menudo rivalizan en el horror que reflejan, pero el mismo aumenta hasta lo insoportable cuando vemos cadáveres de niños a resultas de los bombardeos u otras acciones bélicas. A la altura del 6 de enero de 1937, José Robledano ya sería consciente de esta dramática realidad en un Madrid constantemente bombardeado y en la caricatura de ese día, publicada en Claridad, se acuerda del «miserable Santa Claus nazi». 


La prensa republicana durante el período bélico tiene una orientación más movilizadora y propagandística que verdaderamente informativa. Las consignas, por lo tanto, menudean en los titulares y los editoriales. Las caricaturas se suman a esta labor con el apoyo de unas imágenes tan explícitas como comprensibles por los milicianos o quienes estaban en la retaguardia, que podían ser analfabetos dado el alto porcentaje de analfabetismo de la época. La caricatura de José Robledano publicada en Claridad el 12 de febrero de 1937 aboga de nuevo por la unidad con el objetivo de que prevalezca «la única bandera: Ganar la guerra».


La crítica a la no intervención de los países democráticos fue una constante casi obsesiva de los caricaturistas republicanos. José Robledano se suma de nuevo a esta línea editorial con la caricatura publicada en Claridad el 12 de marzo de 1937, que vuelve a tener a Mussolini como protagonista y beneficiario de la no intervención.


Una guerra civil es un tiempo especialmente duro, tal vez el que más, y no cabe esperar demasiadas muestras de reconciliación por parte de los bandos enfrentados. Al contrario, la violencia alimenta la violencia y el enconamiento acaba siendo brutal. Un ejemplo es la dureza de esta caricatura publicada por José Robledano en Claridad el 12 de mayo de 1937 cuyo lema, subrayado por la tremenda imagen, es «todo puede disculparse; la traición, no».


El anticlericalismo de José Robledano, que cabe vincular con el apoyo de la jerarquía católica al general Franco, se muestra a lo largo de numerosas caricaturas. La publicada en Claridad el 15 de septiembre de 1937 nos habla de un nuevo «mandamiento»: el de matarás con todos los medios a tu alcance. El dibujante vio su concreción a lo largo de una guerra vivida en una capital sitiada donde la muerte estuvo presente desde el primer al último día, como preámbulo de una posguerra donde nunca se ausentó.

lunes, 3 de julio de 2023

Las caricaturas de José Robledano (1)

Gracias a la valentía de José Robledano y su familia, los investigadores disponemos de unas excelentes imágenes que reflejan la represión y la miseria vividas en las cárceles de la posguerra. El relato de su elaboración y salida clandestina de los centros penitenciarios refleja la voluntad de preservar la memoria de aquella infamia. Las mismas ahora se encuentran depositadas en la Biblioteca Nacional de España y a menudo han servido para ilustrar trabajos sobre la historia de ese período. Sin embargo, las caricaturas publicadas en Claridad, diario portavoz de la UGT, y otras cabeceras republicanas apenas son conocidas. Por lo tanto, resulta habitual que nos refiramos a su condena en un consejo de guerra sin tenerlas en cuenta. Con el objetivo de evitar esta circunstancia, voy a editar en este blog una selección de las caricaturas de José Robledano publicadas en el citado diario socialista.


El 22 de diciembre de 1937, los republicanos vivían un fugaz episodio de euforia tras la inicial toma de Teruel, que pronto volvería a las manos de las fuerzas del general Franco. José Robledano se suma a este clima con una caricatura publicada en Claridad donde tilda al citado general y su aliado Mussolini, un habitual de sus dibujos, como los «amantes» de Teruel. Cabe observar el retrato afeminado de Franco con unos inequívocos rizos, ojos maquillados y boca sensual. Bluff destacó en este sentido, y le costó la vida, pero otros caricaturistas republicanos también optaron por esta vía para burlarse de quien encabezaba las tropas enemigas.


Al igual que otros caricaturistas republicanos, José Robledano a menudo se limita a ilustrar las consignas divulgadas por el periódico donde colabora. En esta ocasión, y con motivo de la celebración del 1 de mayo de 1937, Claridad reclamó la unidad de las centrales sindicales para combatir el fascismo. El caricaturista trasladó con sencillez pedagógica esta consigna a su dibujo arriba reproducido.


Aunque los dos líderes del Eje recibieron la misma consideración por ser los responsables de lo visto como una invasión, Mussolini dio mucho más juego en las caricaturas que Hitler. Un ejemplo lo encontramos en la publicada por José Robledano en el número de Claridad correspondiente al 3 de febrero de 1937. El dibujante juega con la popular denominación de los aviones italianos, caproni, para subrayar que el verdadero caproni era Mussolini.


La alianza del general Franco, el «traidor», con Hitler y Mussolini en lo considerado como una invasión de España es una constante de las caricaturas republicanas, pero pocas veces se presenta con la rotundidad mostrada por José Robledano en el número de Claridad publicado el 3 de junio de 1938. La cercanía de la derrota nunca desanimó al caricaturista. Afortunadamente para su vida, el secretario del Tribunal Militar de Prensa que instruyó su caso no localizó la arriba reproducida.


El anticlericalismo es otra de las constantes de los caricaturistas republicanos presentes en las obras de José Robledano. En esta ocasión, la imagen desborda las fronteras nacionales para criticar la adhesión de los obispos austriacos a la dictadura nazi. La caricatura fue publicada en Claridad el 4 de abril de 1938.