El
objetivo del sistema educativo del franquismo era el propio de una cadena de
mando donde todos, menos uno, repetían y obedecían. No se comunicaban conceptos
para el aprendizaje, sino que se daban consignas que, como ejercicios de
retórica, admitían cualquier tipo de delirio. Aceptarlas suponía una cuestión
de fe y obediencia, valores subrayados en una escuela donde a nadie se le ponía
en el brete de demostrar lo que repetía una y otra vez a sus alumnos. Éstos,
impasible el ademán, debíamos memorizar consignas que escapaban a nuestra
comprensión tras leerlas en la pizarra junto a la fecha del día. «La vida es
milicia y hay que vivirla con espíritu de servicio y sacrificio», escribíamos
en nuestros cuadernos nada más comenzar las clases sin que nadie, con el sabor
del desayuno todavía en la boca, se atreviera a traducir la consigna a nuestro
lenguaje infantil. Incluso las cantábamos, como aquellos himnos falangistas
rebosantes de una poesía viril y renuente a las ataduras de una comprensión racional.
No por una cuestión de hermetismo con intención estética, sino porque el
objetivo era sublimar cualquier asomo de realidad. Al final, sorprendidos e
inocentes, nos quedaba la duda acerca de por qué había tantos «ademanes
imposibles» en aquellos himnos. Desconocíamos qué era un ademán y ninguno de
nosotros, bullangeros por edad, cultivaba la impasibilidad con los aires
chulescos de quienes en pleno invierno llevaban tan solo una camisa azul. Ni
siquiera acertábamos a distinguir el «alma de la raza» y no era cuestión de
preguntar por su esencia a unos padres pluriempleados.
Nota:
El libro puede adquirirse en:
https://publicaciones.ua.es/libro/la-sonrisa-del-inutil_128106/
No hay comentarios:
Publicar un comentario