jueves, 27 de julio de 2023

Entre el florido pensil y la EGB


 En la frontera del florido pensil y la EGB

Mi cartera escolar era de un rojo desvaído con bordes blancos y redondeados. Me parecía moderna porque estaba hecha de plástico, rugoso al tacto en su parte inferior. Carecía de compartimentos interiores, pero tampoco los necesitaba ya que solo llevaba un libro a clase: la Enciclopedia Álvarez, donde se resumía todo el saber que alcanzaba a imaginar. Tenía por entonces nueve años, mis pantalones eran cortos como los del resto de mis compañeros y me preparaba para el temido «examen de ingreso» que desaparecería poco después. Sabía que podía cometer hasta tres faltas de ortografía en el dictado y cada tarde, a la salida del colegio, me quedaba en el aula para repasar el citado librote en compañía de cuatro o cinco niños y un maestro. Don José estaría a punto de jubilarse y nunca se olvidó de su reglamentaria camisa azul en una época en la que otros, más jóvenes, ya la llevaban blanca, incluso cuando íbamos a visitar la celda donde José Antonio pasó la última noche antes de ser fusilado.

El repaso duraba una hora diaria, añadida a un horario escolar que incluía los sábados por la mañana. Las «permanencias» constituían un momento de estudio que recuerdo con tristeza por la sensación de soledad que inundaba un colegio hasta entones bullicioso y en el que nunca había estado siendo de noche. Éramos apenas una media docena de chavales de la clase «de cuarto», la de los mayores; el resto de los compañeros ni se planteaba la posibilidad de pasar a la secundaria. Ignoraba por entonces que formaba parte de una minoría que accedería al bachillerato. Estaba demasiado asustado ante el examen de ingreso como para observar lo que me rodeaba y solo conservo sensaciones, imágenes discontinuas que intento enlazar con la ayuda de quienes vivieron experiencias similares, la lectura o la visión de obras que las han recreado y la consulta de una Historia que, en estas ocasiones, deja de ser una ciencia para convertirse en algo más íntimo, incluso necesario a título personal. Hago uso de la memoria sin nostalgia, descubro claves que me condicionaron como a tantos otros de mi generación e intento comprender el porqué de los miedos pasados durante mi etapa escolar. No soy una víctima, sino uno de los últimos niños que fueron educados en la ortodoxia docente del franquismo. Y, al cabo de los años, la explicación de esa lección tengo que buscarla por mi cuenta, sin demasiadas ayudas de una cultura donde el ejercicio de la memoria crítica, nada bobalicona y menos nostálgica, parece uno de los pocos lujos innecesarios.

Texto extraído de La sonrisa del inútil. Imágenes de un pasado cercano (Alicante, Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2008):

El libro puede adquirirse en:

https://publicaciones.ua.es/libro/la-sonrisa-del-inutil_128106/

El preprint puede consultarse en:

http://hdl.handle.net/10045/136663

 

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