viernes, 28 de julio de 2023

Una delación contra los periodistas republicanos en Madrid bajo las hordas


El libro de Fernando Sanabria, cuya tenebrosa portada reproduzco arriba con escasa calidad, se titula Madrid bajo las hordas (vía dolorosa de la capital de España) y fue publicado en Ávila a lo largo de 1938, concretamente por una editorial (S.H.A.D.E.) que hasta entonces se dedicaba a otros temas, pero que se sumó con oportunismo a la avalancha de publicaciones hasta cierto punto testimoniales de quienes habían escapado del «terror rojo».
La inmensa mayoría de estas obras olvidan lo concreto de lo testimonial para inclinarse por lo genérico y previsible de lo propagandístico. El generalizado rasgo provoca algunas notables paradojas en el marco de una homogeneidad deudora de la consigna. La primera es evidente: si tan terrible y mortífero fue el denunciado terror rojo, resulta inexplicable la existencia de numerosos autores que escaparon del mismo para, a continuación, escribir deprisa y corriendo unos textos basados en su condición de víctimas.
Los silencios de estos libros se combinan con los testimonios de acuerdo con un criterio propagandístico. Uno de los resultados es que la explicación de la salida de la zona roja por parte de los autores a menudo parece inverosímil o carece de datos fundamentales. Algunos ejemplos como el de Ramón Serrano Suñer requieren la aceptación de un marco de ficción para resultar creíbles. Los autores saben que no deben entrar en detalles que les pudieran comprometer o que dieran una imagen de componenda y negociación, algo habitual en la realidad de numerosos canjes, pero poco decoroso y nada propagandístico para una publicación donde el objetivo inicial, no lo olvidemos, era hacerse perdonar la estancia en la España republicana, aunque hubiera sido forzosa, problemática y hasta objeto de represión.
Al margen de estas cuestiones que ya cuentan con bibliografía específica, mi interés por la obra del desconocido Fernando Sanabria radica en su inclusión por parte de Javier Sánchez Zapatero entre las que comentan algún aspecto relacionado con la prensa republicana de Madrid. Concretamente, Madrid bajo las hordas incluye un capítulo, «Ondas y periódicos. El veneno impreso» (pp. 71-79), donde el autor lanza un furibundo ataque contra la prensa republicana. La circunstancia, por previsible, apenas merece un comentario y el capítulo tampoco añade una información novedosa.
Sin embargo, en esas escasas páginas encontramos un dato sorprendente: la relación exhaustiva de las plantillas de varios periódicos madrileños. Esta información aparece esporádicamente en las propias cabeceras y nos ayuda a conocer los nombres de los colaboradores de unos periódicos donde abundan los textos anónimos o firmados con seudónimo. Vistos numerosos sumarios seguidos contra periodistas republicanos, no me consta que esa información fuera explícitamente utilizada por los juzgados instructores. En el caso del Juzgado Militar de Prensa, las fuentes de su documentación eran más directas y los secretarios apenas necesitaron consultar esas relaciones de las plantillas.
La inclusión de las mismas por parte de Fernando Sanabria es innecesaria a efectos propagandísticos, pero bien podría responder a otro comportamiento extendido en la época: la delación de unos profesionales republicanos que, en su inmensa mayoría, serían procesados tras finalizar la Guerra Civil. Recordemos que uno de los motivos de estos libros es la necesidad de contraer méritos por parte de los autores, siempre sospechosos desde el momento en que habían permanecido en la España republicana, y uno de las mejores formas de acumular esos méritos era la delación de los enemigos. 
El problema es que resultaría inútil en este caso, pues el cuerpo jurídico de los sublevados disponía de la práctica totalidad de la prensa republicana y la utilizó para sustanciar numerosos sumarísimos de urgencia. La labor de Fernando Sanabria ya había estado prevista por quienes le acogieron como evadido del terror rojo y hombre dispuesto a la delación pública de los periodistas que cultivaron «el veneno impreso».

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