lunes, 23 de junio de 2025
Archiveros e investigadores en torno a la memoria familiar
domingo, 22 de junio de 2025
El punto final de una tarea iniciada en 1975
Hace cincuenta años me
matriculé en una facultad que ahora celebra su cincuentenario. Por entonces, en
el otoño de 1975, todo pasaba por una incógnita acerca del porvenir. También
aquella facultad que empezaba a dar esos «cincuenta pasos hacia el futuro» del
lema elegido para la celebración, a pesar de una precariedad que convertía
cualquier propósito en una heroicidad necesitada de entusiasmo. El alumnado lo
tenía de sobra porque, a los dieciocho años de una generación empeñada en
cambiar el país, los retos eran bienvenidos.
La biblioteca de la
facultad compartía esa precariedad de medios en que debíamos estudiar. Las
dependencias todavía evidenciaban el anterior destino militar del edificio y
los libros escaseaban. Sin embargo, por vete a saber qué razón, en las pocas
estanterías a la vista encontré una colección de gruesos volúmenes editados en
Francia. Movido por la curiosidad, supe que eran thèses escritas por
hispanistas de ese país.
Varios volúmenes
permanecían intonsos y, curso tras curso, los fui consultando con admiración
porque aquellos monumentales libros eran el objetivo máximo de un investigador.
Lo suponía propio de lo francés, ya que -como nos enseñaría después el cineasta
José Luis Cuerda- todo lo francés era mejor que lo español y, además, más
bonito. Yo también lo creía después de haber viajado al país vecino en 1973 y
1974, cuando pasar la frontera parecía una mudanza a otro sistema planetario.
En 1979, de la mano del
profesor Guillermo Carnero, decidí ser un dieciochista con todas las
consecuencias. El primer paso fue solicitar el consejo del entonces decano, don
Antonio Mestre (1933-2023), que por su condición eclesiástica casi me tomó como
un monaguillo. Don Antonio me llevó a la biblioteca, me señaló varios de
aquellos volúmenes y me dijo que debía tomar ejemplo de los mismos si quería
dedicarme al dieciochismo. Siempre he sido disciplinado y le hice caso.
Uno de esos volúmenes era
el de René Andioc (1930-2011) titulado Sur la querelle du théâtre au temps
de Leandro Fernández de Moratín (1970), que ya podía consultar en su
abreviada versión en español. Sin embargo, prefería la original donde nada
sobraba y todo era pertinente para analizar una querelle presente en mis
trabajos iniciales.
La exhaustividad y el
rigor de aquel inmenso volumen me fascinaban, conseguí la dirección de René
Andioc y le escribí una carta con el respeto de quien pretende ser admitido
entre los discípulos. La respuesta del hispanista fue una bienvenida que se
prolongó durante años y me permitió conocerle en persona cuando ambos
trabajábamos en la sala de raros y manuscritos de la Biblioteca Nacional de
España.
Desde entonces, mi
ilusión era escribir un trabajo exhaustivo y riguroso acerca de algún tema que
me llevara años de consultas en archivos o bibliotecas. La distancia entre el
deseo y la realidad a veces frustra los empeños. La necesidad de abrirse camino
en la carrera docente apenas permite semejante tarea de largo alcance. Por
desgracia, prima lo inmediato con una secuencia temporal que pretende demostrar
una hiperactividad a menudo reducida a un artificio.
Así estuve hasta que fui
catedrático hace poco más de veinte años. Desde entonces decidí por mi cuenta como
investigador y trabajé en varios temas con la debida continuidad hasta
completar la última línea de investigación, la dedicada a la cultura
franquista, con tres volúmenes editados por la Universidad de Alicante y
Renacimiento. El siguiente paso, y el último, era escribir una obra como la de
René Andioc, un volumen monumental donde nada quedaría en el tintero, aunque el
empeño me llevara años de trabajo.
El tema elegido fue los
consejos de guerra de periodistas y escritores durante el período 1939-1945
porque casi nada se había escrito al respecto. El volumen de unas mil páginas,
por imperativos editoriales, se ha convertido en una trilogía de unas mil
cuatrocientas páginas, a las que debemos sumar otras publicadas en revistas o
libros colectivos. En total, unas dos mil páginas dedicadas a las vicisitudes
sufridas por un colectivo de unas cien personas. Ahora, cuando ambos han
fallecido, estoy seguro que desde el espacio de la memoria que admite la
coexistencia de los diversos Antonio Mestre y René Andioc me habrán dado el
visto bueno.
Ayer puse el punto final
al original del tercer volumen de la trilogía, La colmena, con una
reflexión sobre la culpabilidad individual en cualquier sistema represivo que
he redactado a la luz del filósofo Karl Jaspers. Por el camino de estos diez
últimos años he contado con otras muchas referencias y ayudas. Incluso he
ampliado de manera espectacular el número de mis amistades, pero el empeño
siempre ha sido hacer realidad lo soñado una mañana del invierno de 1979,
cuando don Antonio me señaló el ejemplo a seguir.
Al final, descubrimos que
nunca dejamos de ser discípulos y que, si nos empeñamos en seguir a los
maestros, lo mejor es una tarea de continuidad sin desmayos ni demasiadas
desviaciones. La he culminado en esa facultad que ahora cumple su
cincuentenario gracias a mi compañera también conocida en 1975 y la camaradería
de mucha gente. Pepa sigue a mi lado tras celebrar las bodas de oro, algunos de
mis compañeros ya han fallecido, muchos están jubilados y unos pocos todavía
aguantamos al pie del cañón. Tal vez para acompañar a un joven, enseñarle unos
volúmenes depositados en la ahora bien nutrida biblioteca y señalarle el camino
a seguir.
Esa será mi tarea durante
los próximos tres años si la salud me ayuda a completarla. Pronto tendremos
noticias acerca de la continuidad de lo iniciado hace cincuenta años y
terminado ayer a la luz de un filósofo que debió buscar refugio en Suiza porque
algunos de sus compatriotas, los alemanes, no admitían la responsabilidad colectiva
e individual por un pasado oscuro. A pesar de las presiones que sufro por seguir en
esa misma línea, estoy seguro de que tendré una mejor suerte. Los tiempos,
afortunadamente, han cambiado, aunque algunos pretendan actualizar el pasado de
intolerancia que desvelo en mis libros. La única añoranza comprensible es la
relacionada con la juventud. El resto es materia para la memoria y la historia.
miércoles, 18 de junio de 2025
El consejo de guerra de Buero Vallejo (y algunas buenas noticias)
Hay días que merecen ser
enmarcados. Esta mañana he sabido de la reacción solidaria de los compañeros
del alumno al que dediqué la entrada anterior para, aparte de reconocer el mérito de su
trabajo y felicitarle por su actitud, manifestarle que la coincidencia de su
nombre con el de otra persona en una entrada de este blog no debía preocuparle
ni un solo minuto. Asunto solucionado.
Una alumna argelina de
nuestro máster de Estudios Literarios me ha dado la segunda alegría cuando,
entre alguna lágrima de agradecimiento, me ha manifestado su satisfacción por
estudiar en la Universidad de Alicante. Hoy mismo hemos iniciado las consultas
para que su propósito de sacar adelante la tesis doctoral con nosotros pronto
pueda ser una realidad.
También hoy me han comunicado que Anales de Literatura Española, la revista que dirijo desde 2020 en colaboración con los profesores Davide Mombelli y Laura Palomo, sigue en lo más alto, Q1, de la clasificación establecida por el Journal Citations Report de la Web of Science. La afortunada circunstancia nos ha supuesto una auténtica avalancha de artículos. Esta semana hemos publicado el número 43, de carácter misceláneo, y ya disponemos de diecisiete artículos para el monográfico del próximo curso, que estará dedicado a la literatura del exilio republicano bajo la coordinación del grupo de investigación GEXEL de la UAB. Incluyo a continuación la clasificación de nuestras revistas, que año tras año mejoran globalmente gracias al eficaz apoyo del Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alicante:
Y, por último, me ha
llegado un ejemplar del último número de Anales de la Literatura Española
Contemporánea, que este año publica el volumen 50, donde colaboro con un
artículo. El título del mismo es «El consejo de guerra de Antonio Buero
Vallejo». La referencia bibliográfica es: Vol. 50, n.º 2, 2025, pp.
333-352. El preprint del artículo permanece accesible a través del Repositorio de la
Universidad de Alicante.
Anales de la Literatura
Española Contemporánea es una revista dirigida por el
siempre amable José Manuel Pereiro Otero y editada por la Society of Spanish
and Spanish-American Studies, actualmente radicada en Temple University del
estado norteamericano de Philadelphia. Mi relación con esta revista viene de
lejos y ha sido un placer encontrarme en el índice junto con prestigiosos
colegas, todos dispuestos a colaborar en este empeño universitario de largo
alcance.
La semana culminará con
el punto final del tercer volumen de la trilogía dedicada a los consejos de
guerra de periodistas y escritores durante el período 1939-1945. Las casi quinientas páginas del mismo han
supuesto un considerable esfuerzo. Ahora conviene dedicar el verano a repasarlo,
corregir posibles errores y prepararlo para el mes de septiembre, cuando
comenzará su andadura de cara a la publicación en 2026. Por entonces, si todo
sigue su curso, ya tendremos una nueva plataforma para la divulgación de los
resultados de esta investigación bajo el auspicio del grupo de investigación Memòria,
Identitat i Ficcions (MIF) de la Universidad de Alicante.
Agotado, pero feliz junto
con tanta gente que trabaja en un clima de respeto, responsabilidad y amistad.
martes, 17 de junio de 2025
La suerte de tener alumnos como Luis
La posibilidad de
trabajar junto con gente joven supone una fortuna. Sobre todo, cuando el
profesor ronda la edad de jubilación y esa compañía, siempre estancada en la
misma edad, permite la ilusión de que el paso del tiempo no implica la lejanía
con respecto a lo mejor de la juventud.
La inmensa mayoría de mis
amigos ya están jubilados. Al verlos paseando un perrito o emprendiendo algún
desafío similar, creo que soy un privilegiado porque ando rodeado de jóvenes
con ganas de aprender y que, además, me enseñan a permanecer atento a las
novedades de los tiempos.
Tras cuarenta y dos
cursos como profesor, todavía hay motivos para probar nuevas posibilidades
didácticas y mejorar los resultados académicos. La rutina, a veces inevitable,
supone un lastre para la docencia y conviene evitarla en la medida de lo
posible. Esta circunstancia se ha hecho realidad durante el segundo
cuatrimestre del curso que acaba y los resultados, incluso estadísticamente,
indican que el empeño ha sido recompensado gracias a la positiva respuesta del
alumnado.
Ahora bien, para que esa
respuesta sea posible suele ser necesario un grupo que actúe de avanzadilla y
tire del resto de los compañeros. Si contamos con esa circunstancia, el trabajo
resulta más fácil y los resultados mejoran.
Luis Gimeno, que acaba de
terminar el máster en Estudios Literarios con la máxima calificación, es un
ejemplo de esos alumnos que destacan y forman parte del grupo capaz de animar a
los compañeros. Hace un par de cursos tuve la suerte de tenerlo en clase y,
aparte de verle con su sempiterna sonrisa, pronto percibí su interés por el
teatro del Siglo de Oro y la voluntad de colaborar en lo que fuera preciso.
Incluso le nombramos lector oficial de los fragmentos literarios comentados en
clase, porque es actor del Aula de Teatro de la UA y tiene una excelente
dicción. Ya la quisiera yo mismo.
Mis compañeros del
Departamento opinan igual de Luis y todos estamos seguros de que pronto
tendremos un nuevo doctor en Filología Española que, si así lo desea, podrá
iniciar el camino para aspirar a las máximas cotas en la docencia. Dada su
competencia académica y excelente actitud, no le faltará ayuda para
conseguirlo.
Luis Gimeno me escribió
hace unos días preocupado por una circunstancia relacionada con una reciente
entrada de este blog (11-VI-25). Le expliqué que no había motivos para esa
preocupación y que, al contrario, sabía de su exquisita buena educación y
respeto, compatibles con la simpatía cada vez que nos vemos en el Teatro
Principal de Alicante porque también es un buen aficionado a las artes
escénicas.
Si Luis Gimeno aparece en
este blog, como podrían aparecer otros muchos de sus compañeros y compañeras,
es porque forma parte de los motivos que me mantienen dispuesto a pelear para
que esta juventud aprenda con los clásicos, desde el amor como enseñanza para
la vida hasta el respeto de la voluntad ajena. Así lo intento hacer con
ejemplos sacados de Lope, Cervantes o Calderón, porque el contacto con los
clásicos también ayuda a comprender nuestro entorno. Luis lo sabe, incluso lo
practica en los escenarios, y es obvio que no tiene ningún motivo de
preocupación porque el profesorado reconoce su excelente educación y respeto.
Así que, por favor, no dejes de sonreír.
sábado, 14 de junio de 2025
El testimonio de lo callado. Oscuro amanecer (1977), de Ángel M.ª de Lera
Portada de la edición original
Cada seis meses, como mínimo, paso por donde estuvo localizado el campo de concentración de Los Almendros, que fue recreado por Max Aub y Jorge Campos entre otros escritores republicanos. Solo una placa recuerda lo allí sucedido durante los primeros días de abril de 1939, pero al entrar en el centro médico siempre mantengo la memoria aquella gente por entonces más necesitada que yo de atenciones.
La
tragedia de los campos de concentración españoles es equiparable a la vivida en los
de la II Guerra Mundial. Nunca hubo cámaras de gas para matar en serie, pero ha quedado constancia de un hambre atroz padecida en unas condiciones higiénicas capaces de hacer
deseable la muerte si no mediaba un inquebrantable espíritu de supervivencia.
Tras
leer la práctica totalidad de los testimonios conservados, las imágenes de
aquel horror se agolpan en la memoria, pero prevalece una poco
divulgada por su carácter escatológico. Los prisioneros, después de varios días
sometidos a una dieta infame, eran incapaces de defecar en las improvisadas
letrinas. Los remedios utilizados para solucionar ese estreñimiento suponían verdaderas salvajadas cuya evocación todavía estremece.
Visto
desde ese punto de vista fisiológico, tan comprensible para cualquiera, el padecimiento
de aquellos españoles solo merece la compasión. Y también la rebelión contra el
olvido impuesto por quienes acomodan la historia a las necesidades de los
objetivos políticos. Frente al mismo, cabe el recuerdo de aquello que atentaba
contra la más elemental dignidad humana.
Este
ejemplo lo traigo a colación porque, tras releer la novela Oscuro amanecer (1977),
de Ángel M.ª de Lera, he recordado otra circunstancia de aquellos años de la
represión de la que poco se ha escrito por afectar a la intimidad. Los
represaliados que pasaban varios años en las cárceles franquistas salían de las
mismas, en un porcentaje ignorado, con una impotencia sexual que les impedía
mantener relaciones.
Al
margen de las edades y los problemas derivados de la salud, el motivo era
fundamentalmente mental y propio de un bloqueo cuya superación no resultaba
sencilla. El poeta Marcos Ana, después de décadas en las cárceles franquistas,
tenía problemas de visión cuando permanecía en espacios abiertos. La vista se
había acostumbrado a las distancias cortas y le costó mucho normalizar la
percepción de la realidad que le proporcionó la libertad. Otras funciones
fisiológicas tampoco eran fáciles de normalizar.
La
sexualidad de los represaliados, un tema tabú a menudo por la mentalidad de la
época, corrió una suerte parecida. Ángel M.ª de Lera lo refleja con una
exquisita sensibilidad en la citada novela y, al repasar el correspondiente
capítulo, he comprendido mejor los límites de la angustia de unos hombres
jóvenes que salían de las cárceles, pero afrontaban problemas en una sociedad
donde siempre eran unos vencidos.
Oscuro
amanecer tuvo
graves problemas con la censura, al igual que las tres novelas anteriores
protagonizadas por el maestro Pedro Olivares como alter ego del autor, y fue editada
coincidiendo con las primeras elecciones democráticas. El consiguiente ruido mediático
apenas dejó un hueco para una obra cuyo testimonio revela las dificultades de
quienes, como el propio Ángel M.ª de Lera, superaron una condena a muerte, pero
afrontaron un destino incierto donde los problemas se acumulaban. Y los
íntimos, claro está, nunca fueron menores a la espera de la ayuda, el cariño y
la comprensión de una pareja como la que encuentra el protagonista. Ambos son
dos supervivientes a la deriva y necesitan de la solidaridad mutua para salir
adelante.
La
novela de Ángel M.ª de Lera merece una reedición para hacerla accesible a
quienes se interesan por la represión de la Victoria. La decisión de editarla
no depende de mi trabajo, pero si encuentro una editorial interesada haré lo
posible para que Oscuro amanecer ocupe el lugar que merece entre la
literatura testimonial de aquella tragedia colectiva.
viernes, 13 de junio de 2025
El sumario de un «dibujante retocador» de Heraldo de Madrid
Heraldo de Madrid. Fuente: Wikipedia
El
maltrato a los detenidos y la tortura durante los interrogatorios policiales no
dejan huellas documentales en los sumarios. Sin embargo, la lógica permite
intuirlos cuando comparamos lo supuestamente declarado en la sede policial con
lo reconocido en la cárcel ante el juez instructor y/o su secretario, que se
desplazaban a la misma para interrogar al procesado. El contraste puede ser de
matices o escaso relieve, pero a veces las diferencias son notables. Entonces
cabe suponer que el detenido recibió un trato brutal hasta firmar una falsa
acusación contra sí mismo o asumir como propios actos ajenos. El caso de
Salvador Prieto Martínez es ejemplar en este sentido. También incluye mentiras
de los agentes que le detuvieron fácilmente desmontables a partir de otros
documentos incluidos en el sumario. Nadie pidió responsabilidades al comprobar
lo absurdo de la primera declaración. Ni siquiera se tomó nota de unas
contradicciones que dejaban en mal lugar, el de la tortura para obtener la
firma en falsas declaraciones, a unos agentes que sabían de su inmunidad.
El borrador del capítulo dedicado a Salvador Prieto Martínez, una vez revisado, aparecerá en el tercer volumen de la trilogía dedicada a los consejos de guerra de periodistas y escritores, pero su versión provisional ya se puede consultar en el Repositorio de la Universidad de Alicante a la espera de posibles indicaciones o correcciones de otros colegas:
martes, 10 de junio de 2025
Las fechas del Juzgado Militar de Prensa
La historia es una tarea en permanente construcción y de autoría colectiva. La colaboración con los colegas supone un requisito asumido por quienes, a diferencia de los aficionados, nos dedicamos a la investigación en el ámbito universitario.
Hace unos días hablé con
el periodista e historiador Víctor Úcar, que realiza su tesis doctoral bajo la
dirección del catedrático Gutmaro Gómez Bravo (UCM). La misma guarda relación
con los consejos de guerra de periodistas y escritores durante el período
1939-1945. Concretamente, se centra en la represión de quienes trabajaron en Unión
Radio a lo largo de la guerra y, por su fidelidad a la II República, afrontaron
problemas similares a los analizados en mis libros.
El intercambio de información
se concretó en un dato que desconocía documentalmente: la fecha de la disolución
del Juzgado Militar de Prensa. Hasta ahora había establecido un funcionamiento
del mismo entre abril de 1939 y el verano de 1940. Me basaba en las hojas de
servicios como oficiales del ejército del titular del juzgado, el capitán
Manuel Martínez Gargallo, y de uno de los secretarios que actuaron en las
dependencias de la plaza del Callao, 4.
La fecha del cierre no
era errónea, pero ahora la podemos concretar gracias al trabajo de Víctor Úcar
en el Archivo General del Ministerio del Interior (AGMI). El investigador ha
localizado allí una copia de un documento cuya transcripción es la siguiente:
AUDITORIA DE GUERRA DEL
EJÉRCITO DE OCUPACIÓN. JUZGADO MILITAR PERMANENTE N.º 18, PIAMONTE. N.º 28,
segundo (Texto).
Por disposición del
Excmo. Sr. Capitán General de la 1.ª Región Militar, en la orden
correspondiente al 26 de julio ppd, el Juzgado Militar Permanente n.º 18 de mi
cargo ha quedado constituido por el antiguo Especial de Prensa y el Permanente
n.º 24, que tenía su domicilio en la Plaza del Callao, n.º 4. Lo que pongo en
conocimiento a los efectos oportunos y la debida constancia en el expediente
procesal de cuantos reclusos de esa prisión estuviesen a disposición de los
desaparecidos Juzgados de Prensa y Permanente n.º 24, los que automáticamente
pasan a mi disposición. Acúseme recibo. D.G. guarde a V. muchos años. Madrid 6
de agosto de 1940. El Juez Militar sin firma y sellado (Sr. Director de la
Prisión de Conde de Toreno).
La transcripción de la
comunicación del titular del Juzgado Permanente n.º 18 al director de la
prisión de Conde de Toreno se enmarca en el intercambio de documentos
sumariales entre los jueces y los responsables de los centros donde estaban
recluidos quienes eran procesados y, posteriormente, permanecían en los mismos
como condenados.
Lo significativo es la
fecha: el Juzgado Militar de Prensa había dejado de estar operativo el 6 de
agosto de 1940, al igual que el Permanente n.º 18, ambos localizados en la
Plaza de Callao, n.º 4. Por lo tanto, la investigación sobre las actividades
del capitán Manuel Martínez Gargallo y sus colaboradores debe circunscribirse
al período comprendido entre la segunda quincena de abril de 1939 y finales de
julio de 1940. Antes lo deduje por otra vía y ahora lo afirmo gracias a un
documento del AGMI que prueba esta circunstancia.
La investigación de
Víctor Úcar abre una nueva línea de trabajo. Dado el número de casos instruidos
en el Juzgado Militar de Prensa, pocos en comparación con otros coetáneos de
Madrid, cabe pensar que sus competencias fueran más allá de la instrucción de
los sumarios protagonizados por escritores y periodistas.
Así lo hemos comprobado
en la depuración de los miembros de la SGAE, donde el juez Manuel Martínez
Gargallo estuvo presente, al igual que probablemente en las tareas relacionadas
con la depuración de la APM y el Registro Oficial de Periodistas (ROP). Esta
diversidad de destinos dentro del sistema represivo le obligaría a permanecer
al margen de algunas tareas relacionadas con la instrucción sumarial. Lo hemos verificado
gracias al análisis de más de veinte sumarios del Juzgado Militar de Prensa.
Víctor Olmos en su
documentada historia de la APM publicada en 2006 indica que no hay pruebas de
que la misma colaborara con el Juzgado Militar de Prensa en la instrucción de
los sumarios. La prueba es que la asociación y el juzgado compartían las
dependencias de Plaza de Callao y, como es lógico, no era preciso dictar una
diligencia o providencia para que los archivos de la APM estuvieran al servicio
de las citadas instrucciones.
Baste recordar que los
secretarios del juzgado, en su informe inicial cuyo origen es un misterio, pudieron
utilizar la documentación recopilada por la asociación para la depuración del
colectivo periodístico. Esta documentación, supongo, desaparecería porque hubo
décadas para que una entidad privada borrara las huellas de su colaboración en
las tareas relacionadas con la represión del colectivo al que representa. La
hipótesis, a falta de pruebas definitivas, parece plausible como punto de
partida para la investigación.
Ahora, a la luz de la
tesis doctoral de Víctor Úcar, cabe comprobar si el juez Manuel Martínez
Gargallo y sus colaboradores estuvieron presentes en los sumarios instruidos
contra quienes trabajaron en Unión Radio. Todavía es pronto para sacar
conclusiones al respecto, pero esta línea de trabajo se enmarca en las
previstas para la segunda fase del proyecto de investigación, que comenzará con
el curso 25-26 tras la publicación de la trilogía dedicada a los consejos de
guerra de periodistas y escritores. En fechas próximas, explicaré los objetivos
de esa fase, cuya autoría será colectiva para procurar su continuidad tras mi
jubilación en junio de 2028.
domingo, 8 de junio de 2025
Presentación de El derecho represivo de Franco, de Marc Carrillo
sábado, 7 de junio de 2025
Rafael Altamira, republicano y exiliado (y 2)
Una vez exhumados del
Panteón Español de México, el pasado 10 de febrero de 2025 los restos mortales
de Rafael Altamira y su esposa Pilar Redondo fueron inhumados en un mausoleo
del cementerio de El Campello (Alicante). Las instituciones locales y nacionales
respondieron así al deseo del ilustre exiliado, que siempre añoró las tierras
alicantinas y manifestó su voluntad de reposar tras una vida de viajero
cosmopolita allá donde nació.
El acto de reparación
presidido por S.M. Felipe VI debió ser un motivo unánime de alegría y
reconocimiento para quienes comparten el deseo de convivencia en un clima de
libertad. Sin embargo, hubo una voz discordante que cuestionó la condición de
exiliado y republicano del insigne jurista en contra de lo afirmado por una
amplia bibliografía académica. Este ejercicio de revisionismo lindante con el
terraplanismo corrió a cargo de dos concejales del ayuntamiento de El Campello.
Según lo publicado en la prensa, José Manuel Grau y María Jesús Bernabéu no
solo negaron las propias declaraciones de Rafael Altamira como exiliado y
republicano, sino que añadieron una boutade propia de las guerras
culturales en las que algunas han encontrado un caladero de votos: «Si viviera
hoy, nos votaría a nosotros» (Información, 7 y 8-II-2025).
Si Rafael Altamira
viviera hoy, no sería el Rafael Altamira que conocemos como personaje
histórico. Esta evidencia requiere la misma explicación que la negativa a
admitir el terraplanismo del planeta, pero tal vez sea preciso recordarla para
conocimiento de quienes, unas semanas antes y en el Ayuntamiento de Elche, ante
la petición de la anulación del proceso a Miguel Hernández, pidieron que la
misma se extendiera al seguido contra García Lorca (Información, 27-IX-2024
e Infolibre, 30-IX-2024). Si al cabo de casi noventa años no hemos
localizado los restos del poeta fusilado, dudo que algún historiador aborde el imaginario
consejo de guerra de quien acabó en un barranco por un fusilamiento
extrajudicial.
Las boutades de
quienes, sin una formación como historiadores, buscan titulares para rebatir lo
investigado en las universidades y divulgado hasta el punto de ser una
evidencia comúnmente aceptada, son cada vez más frecuentes. En esta ocasión,
tuve la oportunidad de recordar la condición de Rafael Altamira como
republicano y exiliado en una entrada de este blog publicada el 8 de febrero de
2025. Pronto, en apenas unas horas, tuvo varios centenares de visualizaciones y
todavía es consultada. Tal vez porque hay una necesidad de negar el absurdo de
quienes nunca consultan las fuentes documentales y bibliográficas ya que les
resulta más rentable, electoral y mediáticamente, soltar una ocurrencia al
gusto de sus votantes.
Gracias a mis compañeros
del Centro de Estudios Mario Benedetti, y en el marco de una jornada en homenaje a mi añorada amiga M.ª Ángeles Ayala, que dedicó años de su trayectoria como
investigadora al estudio de la obra de Rafael Altamira, el pasado 19 de mayo
tuve la oportunidad de recordar una evidencia: el ilustre jurista fue un
partícipe del exilio republicano.
La charla de unos veinte minutos quedó grabada para los posibles interesados en el tema y constituye un
nuevo ejemplo de una circunstancia que caracteriza, por desgracia, nuestra
actualidad: la necesidad de combatir las ocurrencias que, contra toda evidencia
documental, esparcen quienes apuestan por el terraplanismo como banderín de
enganche electoral.
jueves, 5 de junio de 2025
Los sumarios de tres censores de prensa
El
tercer tomo de la trilogía dedicada a los consejos de guerra de periodistas y
escritores durante el período 1939-1945 incluirá un capítulo que no cuenta con
antecedentes en la bibliografía sobre la represión franquista. Me refiero a los
procesamientos de tres censores de prensa al servicio de los republicanos:
Eugenio Rosado Rivas, Pío Marcos Cuadrado y Enrique Capdevila Pérez.
Al
igual que en anteriores ocasiones, enlazo al final la publicación del preprint
del correspondiente capítulo en el Repositorio de la Universidad de
Alicante con el objetivo de someterlo a la consideración de los colegas con los
que estoy colaborando en este empeño investigador.
A
continuación, reproduzco los primeros párrafos de los apartados dedicados a los
tres censores de prensa que fueron procesados:
El
dibujante que nunca fue fusilado
Los
censores suelen ser personajes oscuros y discretos por la naturaleza de su
tarea. Salvo excepciones como la de Arturo Barea, la tónica se mantuvo entre
los presentes en el bando republicano durante la Guerra Civil. La discreción y
el anonimato a veces contrastan con la proyección pública de estos individuos
en otros ámbitos. Al margen de lo sucedido con Camilo J. Cela, el caso del
dibujante jerezano Eugenio Rosado Rivas ejemplifica esta circunstancia
minoritaria. Las ilustraciones para las portadas de novelas de los años veinte,
la colaboración con la firma de Rivas en semanarios relevantes como Buen
Humor y otros dibujos que fue esparciendo en la prensa le convirtieron en
un artista reconocido. También fue médico, escritor, poeta y pintor, según la
ficha suya publicada en Tebeosfera. La ausencia de trabajos
especializados sobre su trayectoria impide comprobar esta variedad de facetas,
así como los supuestos amores con la joven poeta Gloria Fuertes. Sin embargo,
resulta fácil detectar un grave error de la ficha. Eugenio Rosado Rivas no fue
fusilado por milicianos republicanos en 1938, pues quien ejerciera como censor
adscrito a la Junta Delegada de Defensa sobrevivió a la guerra y poco después
acabó procesado en un sumarísimo de urgencia (AGHD, 64105).
Don
Pío, un censor «muy rojo, blasfemo e indeseable»
Pío
Marcos Cuadrado nació en Medina del Campo el 18 de abril de 1894. Su
trayectoria vital fue la propia de un tipo anónimo con escasas posibilidades de
protagonizar los trabajos de los historiadores. Después de un despido por sus
actividades sindicales en el ámbito ferroviario se traslada a Madrid. Allí
compatibiliza la profesión de contable con la colaboración en la agencia de
noticias Febus y la presencia en periódicos como La Voz. Sin que
aparezca su firma en la hemeroteca y en tareas auxiliares, aquellas que le
permitieron ser amigo del polifacético Enrique Herreros (1903-1977), hombre de
buen humor y mejor talante, aparte de avalista en momentos difíciles.
El
incógnito censor: Enrique Capdevila Pérez
La
documentación exhumada en Perder la guerra y la historia permitió
identificar a Enrique Capdevila Pérez como censor de prensa nombrado por la
madrileña Junta Delegada de Defensa. Dada esta circunstancia, consulté el
sumario 67900 del AGHD para examinar el consejo de guerra al que fue sometido
el también «jefe de negociado de tercera clase» en la Caja Postal de Ahorros,
con un modesto sueldo de seis mil pesetas anuales que pronto le llevó a la
búsqueda del pluriempleo. La primera conclusión es que el procesado fue un
hombre de suerte. Al menos, en comparación con otros muchos republicanos que
apoyaron al gobierno desde el inicio de la guerra. Y, además, los militares
nunca supieron de su condición de censor. Ni siquiera indagaron acerca de sus
actividades al servicio de la citada junta, a pesar de que la relación con la
misma figura desde que fuera denunciado por un compañero de trabajo.
martes, 3 de junio de 2025
Los sumarios de Heliodoro Fernández Evangelista
La
vida da sorpresas. La noche del 17 al 18 de julio de 1936 no parecía abocada a
registrar grandes sucesos. El redactor dedicado a los mismos en La Libertad,
Heliodoro Fernández Evangelista (1892-1966), se disponía a pasarla en la
DGS a la espera de que hubiera algo notable para comunicarlo a la redacción. Al
cabo del tiempo, comentó con su colega Eduardo de Guzmán que aquella fue una de
las noches más tranquilas de las muchas pasadas a la espera de la noticia .
El
foco de atención estaba todavía lejos de la capital, en el territorio de los
generales africanistas, pero no tardaría en llegar a un Madrid donde el miembro
de la APM desde 1925 ya era un veterano redactor de La Libertad, un
periódico republicano del que sería redactor-jefe en una fecha que auguraba un
difícil futuro: el 25 de enero de 1939. Pocas semanas después fue detenido y,
de haber caído su caso en el Juzgado Militar de Prensa, la pena de muerte o de treinta años suponía
una posibilidad, al igual que sucediera con otros directores y redactores-jefe
de las cabeceras republicanas. El escalafón periodístico era determinante para
las condenas.
La
trayectoria de Heliodoro Fernández Evangelista durante la guerra incluía otros
hitos que habrían sido graves en el baremo del citado juzgado. El 15 de enero
de 1937 fue nombrado representante de La Libertad en la APP y, en
septiembre de ese año, su nombre figura como vocal segundo en la candidatura
del Frente Popular para la junta directiva de la misma. Estos datos, conocidos
en las dependencias del Juzgado Militar de Prensa, auguraban una instrucción
abocada a un duro auto resumen. Sin embargo, Heliodoro Fernández Evangelista
tuvo la suerte de que le detuvieran en relación con un asunto de porteras
encabezadas por Engracia García Belmonte y que nadie le recordara su trabajo
como periodista. Ni siquiera para comunicar la detención a Manuel Martínez Gargallo,
que nunca perdió el tiempo interrogando a serenos, porteras y sirvientas. Su
especialización era la gente de pluma y solo ahí fue inflexible.
El
7 de abril de 1939, Matilde Serrano Monera, su esposo el funcionario Joaquín
Sáinz de Baranda y Gorostegui y el también funcionario Eustaquio Castresana
Guinea, todos ellos de probada solvencia moral y vecinos de la calle Príncipe
de Vergara, 4, denunciaron a la portera Engracia García Belmonte, su hija
Elvira Blanes García, su yerno Julio Valenciano Pérez y el sereno Baldomero
Marrón Álvarez. Los cuatro miembros del Madrid sainetesco son los encausados
del sumario 2861 del AGHD. También figura Heliodoro Fernández Evangelista, que
tardaría algunas semanas en aparecer porque su denuncia en el SIPM, cursada el
11 de abril por el delineante Ignacio Teresa Marquina, pasó por unas
diligencias previas hasta que el sumario desembocó en el Juzgado Permanente n.º
4. Allí el periodista debió declarar acerca de lo sucedido en Príncipe de
Vergara, 4, pero nadie se interesó por su trabajo en La Libertad. Ni
siquiera en la redacción de Mundo Obrero, según la entusiasta denuncia
del delineante que le consideraba como «elemento destacado de izquierdas». El
motivo estaba alejado de las redacciones: mientras Ignacio penaba en las
cárceles republicanas, Heliodoro ocupó su domicilio y, al finalizar la guerra,
los muebles del piso confiscado habían desaparecido.
El
periodista queda recluido en Porlier a la espera de que el sumario avanzara. El
9 de septiembre de 1939, llega el informe de la Guardia Civil acerca de
Heliodoro Fernández Evangelista, al que considera vinculado con el PSOE.
También cita su trabajo en La Libertad, «dedicándose desde el citado
periódico a revolucionar al público en sentido extremista». Justo en ese
momento el caso debiera haber pasado al Juzgado Militar de Prensa, máxime
cuando la Guardia Civil añade que publicó «toda clase de injurias para el
Glorioso Ejército Nacional, animando al ejército rojo a que resistiera hasta
que no quedara un hombre en pie de guerra, y animándolos a hacer toda clase de
salvajadas». La acusación habría sido constitutiva de un delito de rebelión
militar en el juzgado del capitán Manuel Martínez Gargallo, pero Heliodoro tuvo
suerte en un reparto que prueba la arbitrariedad con que se actuó.
El
4 de marzo de 1940 llega el informe de los servicios de investigación de FET y
de las JONS. Los falangistas no averiguan nada acerca de las actividades
periodísticas de Heliodoro Fernández Evangelista, pero señalan que durante la
guerra convivía con una mujer soltera y ambos disfrutaban de una «magnífica»
situación económica, dejando entrever algún manejo complementario al de ocupar
el domicilio del delineante que finalmente les denunciaría. Los meses pasan,
con el periodista en Porlier sin ser interrogado, y el 2 de septiembre de 1940
la Brigada de Investigación recuerda que Heliodoro era de «ideas extremistas»,
«vivió con toda clase de comodidades» y se dedicó a «la propaganda roja». Sin
embargo, la policía fue incapaz de ver el nombre del encausado en la prensa y
piensa que no formó parte de algún comité. El trabajo de la citada brigada fue
precario para fortuna del redactor-jefe de La Libertad.
Los
servicios de investigación de FET y de las JONS vuelven a redactar un informe
el 5 de septiembre de 1940. Los falangistas afirman que durante la guerra el
periodista ocupó el piso de Príncipe de Vergara, 4, gracias a la intervención
de Encarna García Belmonte, la portera del edificio. Aparte de convivir en
pecado con la amante, Heliodoro amuebló lujosamente el domicilio con enseres
requisados al tiempo que, mediante artes que cabe suponer ilegales, disponía de
otros tres pisos en Madrid.
El
informe parece contradictorio con la denuncia, pues el primero afirma que el
periodista trajo muebles requisados y el segundo que desaparecieron los
originales. En cualquier caso, resulta evidente que el encausado era un
sospechoso merecedor de un proceso para dilucidar sus responsabilidades en
materia de incautaciones. Así lo dicta la lógica represiva de aquella
jurisdicción militar. Sin embargo, el 9 de septiembre de 1940, cuatro días
después de tan preocupante informe, Heliodoro Fernández Evangelista sale de la
cárcel sin mediar alguna justificación u orden. El milagro se produjo. Mientras
tanto, la portera Encarna García Belmonte, que lo negó todo, tuvo más
complicaciones, pues en su caso el sobreseimiento no llegó hasta enero de 1944.
El
paso por las cárceles de la Victoria o los consejos de guerra imprimía un
carácter indeleble. El zamorano Heliodoro Fernández Evangelista salió bien
parado por razones que no constan en el sumario 2861, pero el masón acabaría
procesado por el TERMC de Madrid, que el 19 de octubre de 1943 le condenó a
doce años conmutados por seis de confinamiento en Salamanca. El periodista no
los cumpliría por una probable falta de control de la policía y se convertiría
en un sospechoso habitual que, antes o después, volvería a pisar las
comisarías.
Así
sucedió el 27 de marzo de 1946, cuando Heliodoro Fernández Evangelista estaba
tomando unos vinos en el bar La Perla de la calle Bravo Murillo en compañía de
unos amigos. Uno de ellos, al parecer, entregó un manifiesto de IR a Joaquín
Ruiz del Río, antiguo policía durante la guerra que había pasado veintidós
meses en la cárcel hasta salir absuelto. Leído el texto, «en cuyo contenido se
atenta contra los principios fundamentales del Estado español», el republicano
arrepentido se presentó al día siguiente en la comisaría para denunciar a
Francisco Fernández Romero «por actividades de tipo comunista» (AGHD, 135277).
La
Brigada Político-Social actuaba rápido en estas ocasiones. El mismo día 28
detiene al denunciado, un empleado de cuarenta años, casado y natural de
Linares. Francisco Fernández Romero reconoce su paso por la cárcel tras un
consejo de guerra celebrado en Albacete, donde estuvo destinado como policía al
servicio de los republicanos. De ahí vendría su amistad con el denunciante,
pero declara que el manifiesto no era suyo, sino del periodista Heliodoro
Fernández Romero, que ese mismo día es detenido y presta declaración en
comisaría. Aparte de reconocer su afiliación a Unión Republicana antes de la
guerra y su trabajo en la redacción de La Libertad, sin ocupar ningún
cargo sindical o político, explica que recibió en su buzón el manifiesto por su
condición de periodista, «con el único objeto de que lo conociera estando
conceptuado entre sus amistades como un represaliado y, por lo tanto, como
persona de izquierdas». De hecho, por entonces se encontraba confinado en
Madrid a resultas de una condena del TERMC.
Los
tiempos de la represión eran más llevaderos por entonces, siempre que los
detenidos no estuvieran vinculados con grupos comunistas o anarquistas. Ambos
interrogados, Francisco y Heliodoro, quedan en libertad condicional y a
disposición del Juez Especial de Masonería y Comunismo, que recibe las
declaraciones junto con un ejemplar del manifiesto A la opinión pública
española, firmado por la Comisión Ejecutiva del Consejo Nacional de
Izquierda Republicana.
El
5 de junio de 1946, la DGS emite un informe sobre Francisco Fernández Romero.
Por entonces había vuelto a trabajar en Unión Eléctrica Madrileña tras superar
sus reiterados problemas con las autoridades militares, que le detuvieron en
más de una ocasión por su condición de policía al servicio de los republicanos.
Sin embargo, a esas alturas de la posguerra Francisco parecía arrepentido y la
valoración de su conducta es positiva, como corrobora la Guardia Civil en su
informe del 14 de junio de 1946.
La
declaración de Francisco ante el juez instructor tiene lugar el 8 de abril de
aquel año y, como es previsible, niega cualquier relación con los grupos
clandestinos. De hecho, se limitó a recibir el manifiesto de mano de Heliodoro
y, sin leerlo siquiera, lo entregó a los falangistas Joaquín Ruiz del Río y
Antonio Pérez. El primero, como converso al falangismo, se apresuró a
denunciarlo.
El
protagonismo pasa entonces a Heliodoro, del cual la Guardia Civil emite un
informe fechado el 15 de junio de 1946 que repite los redactados con motivo del
primer consejo de guerra. La declaración ante el implacable coronel Enrique
Eymar Fernández tiene lugar el 9 de abril. Heliodoro Fernández Evangelista
todavía se consideraba periodista y, por esa condición añadida a la de
represaliado, le conocerían quienes mandaban por Correos textos como el citado
manifiesto. El declarante dice haberlos quemado «sin concederles importancia».
Si en esta ocasión entregó el firmado por el Consejo Nacional de Izquierda
Republicana a su amigo Francisco solo fue por suponerle, a esas alturas,
policía en activo.
El
coronel Enrique Eymar Fernández no creería semejante declaración de quien
suponía estar en el bar La Perla junto con un policía de confianza. La coartada
resulta inverosímil, pero también es cierto que aquellos republicanos le
debieron parecer inofensivos a quien debía perseguir a enemigos de mayor
altura. El coronel redacta un detallado auto resumen el 20 de mayo de 1947, lo
eleva al auditor y este dicta el sobreseimiento once días después.
Heliodoro
y Francisco eran unos derrotados, su voluntad de mantener los rescoldos del
republicanismo no suponía problema alguno para el régimen y ambos salieron en
libertad, aunque sin volver a Salamanca en el caso del periodista sobre el que
pesaba una orden de confinamiento como antiguo masón. Al fin y al cabo, toda
España era una prisión y, como le sucediera en la ficción a Martín Marco, estos
derrotados siempre estarían bajo el temor de un edicto publicado en la prensa,
una llamada a declarar o un amigo que, después de tomar unos vinos, acudiera
presto a presentar la denuncia porque nunca eran suficientes los méritos
contraídos ante «las jerarquías» del régimen franquista. Visto el panorama, era
de agradecer permanecer fuera de la cárcel, aunque con la posibilidad de volver
por cualquier vino tomado en compañía poco fiable
domingo, 1 de junio de 2025
El sumario del «comité rojo de ABC»
Portadas del ABC incautado y publicado en Madrid durante la Guerra Civil
El 26 de mayo de 1939, el mecánico Francisco Gallego Cano denuncia en el Juzgado de la Causa General de Madrid que su hijo Francisco, empleado de Prensa Española, estuvo escondido en su domicilio de la calle Fuencarral, n.º 30, por ser militante de Renovación Española. Allí, concretamente el 14 de agosto de 1936, fue localizado y detenido por unos milicianos de la FAI junto con un policía. El joven, que había formado parte de las milicias de la citada organización derechista, fue conducido a la comisaría de Buenavista, la Dirección General de Seguridad y, finalmente, a la cárcel de Las Ventas para terminar apareciendo su cadáver en una cuneta de la carretera de Andalucía. El padre sospecha que los responsables del asesinato son los miembros del «comité rojo de ABC», pero desconoce sus nombres y pide a la autoridad militar que abra la correspondiente investigación para esclarecer los hechos y depurar las responsabilidades (AGHD, 113451).
El texto abajo enlazado con su publicación en el Repositorio de la Universidad de Alicante es el borrador del capítulo dedicado a este episodio en La colmena, el tercer volumen de la trilogía sobre los consejos de guerra de periodistas y escritores durante el período 1939-1945. La publicación del mismo tendrá lugar en 2026. Mientras tanto, quedo a la espera de posibles observaciones de los colegas que investigan los temas relacionados con la represión a lo largo del citado período. La historia es una tarea colectiva y en permanente construcción:
http://hdl.handle.net/10045/154146