jueves, 26 de junio de 2025

Miguel Ángel Miró era, en realidad, Miguel Hernández


 El novelista Ángel M.ª de Lera

Desde hace unos treinta años imparto una asignatura dedicada a las relaciones entre el teatro y el cine. Una de las películas seleccionadas para las prácticas suele ser Calle Mayor (1955), de Juan A. Bardem, basada en la tragedia grotesca La señorita de Trevélez (1916), de Carlos Arniches. La reiterada consulta de ambas obras me permitió escribir La ciudad provinciana (1999), donde abordé un motivo literario y cinematográfico que siempre me ha interesado.

Cada vez que comento la película de Juan A. Bardem debo hacer una advertencia. La versión que ha llegado hasta nosotros es el fruto de la forzada colaboración entre el director y los censores. A pesar de los casi cincuenta años transcurridos desde la desaparición de la censura, nadie ha recuperado la versión original. En algunos aspectos resultaría imposible por la necesidad de rodar nuevas escenas, pero en otros se podría hacer mediante la eliminación de una impuesta voz en off como la presente en la escena inicial, donde el censor se empeña en decirnos que Cuenca es una ciudad cualquiera de vete a saber qué país. El objetivo era que, a pesar de las evidencias, el espectador no relacionara lo visto con la España del nacionalcatolicismo.



La censura franquista comenzó antes de la finalización de la Guerra Civil y terminó su labor más allá de la muerte del dictador, al menos oficialmente, puesto que durante la Transición hubo ofendidos y jueces capaces de sustituir a los censores (
Ofendidos y censores, 2022). Ni siquiera la aprobación de la Constitución terminó con estas prácticas, aunque el aparato censor quedara desmontado sin perjuicio de quienes lo sustentaban.

Así resulta lógico que una novela publicada en 1976 como es La noche sin riberas, de Ángel M.ª de Lera, todavía apareciera tras sufrir los recortes y la presión de la censura franquista. La tetralogía del autor sobre la Guerra Civil, iniciada con Las últimas banderas (1967), es un valioso testimonio fruto de una lucha contra la censura, que cercenó los originales e impidió que el novelista condenado a muerte en un consejo de guerra pudiera expresarse con libertad.




Ángel M.ª de Lera se vio obligado a callar sobre aspectos de lo vivido. Puestos al habla con la familia, su hijo me cuenta lo relacionado con las palizas y el maltrato que el novelista sufrió durante el proceso y la posterior estancia en varias cárceles. Incluso me ha remitido el informe médico de la defunción de su padre, donde las huellas de la tortura parecen tan evidentes como las consecuencias de la misma durante décadas de padecimiento.

Una edición crítica de la tetralogía novelística de Ángel M.ª de Lera debería aportar, aunque fuera en la introducción, información sobre lo callado por el autor a causa de la censura. Así podríamos valorar mejor su testimonio, que nunca fue escrito en un clima de libertad de expresión.

Un ejemplo, entre otros muchos de estas novelas, lo encontramos en las páginas 192-193 de la edición original de La noche sin riberas, publicada en Barcelona por Argos Vergara. Federico Olivares, el protagonista y alter ego del autor, entra en contacto con Miguel Ángel Miró, un poeta también encarcelado. Apenas leemos lo escrito sobre este personaje secundario comprendemos que, en realidad, se refiere a Miguel Hernández, cuyo nombre estaría vetado en este marco novelístico. Y así, bajo ese supuesto Miguel Ángel Miró, nos ha llegado una huella del poeta oriolano.

Justo cuando apareció la novela, en la primavera de 1976, muchos estudiantes participamos en un homenaje al poeta celebrado en Orihuela y Alicante. Ahora, aquel episodio de juventud es materia histórica gracias a la documentación conservada en el Archivo de la Democracia de la Universidad de Alicante, así como objeto de estudio en varias publicaciones.

Lo agradezco y consulto, pero esa experiencia de correr para evitar los golpes de la policía porque habíamos homenajeado a Miguel Hernández forma parte de mi memoria, aquella que me definió siendo un veinteañero y a la que pretendo ser fiel cuando estoy a punto de jubilarme. Ese día de miedo y rabia me enseñó que nunca debía callar ante quienes pretenden silenciar lo ocurrido con el poeta oriolano y tantos otros escritores republicanos que padecieron consejos de guerra por ejercer el derecho a la libertad de expresión.


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