Desde hace unos treinta
años imparto una asignatura dedicada a las relaciones entre el teatro y el cine. Una de las películas seleccionadas para las prácticas suele ser Calle
Mayor (1955), de Juan A. Bardem, basada en la tragedia grotesca La
señorita de Trevélez (1916), de Carlos Arniches. La reiterada
consulta de ambas obras me permitió escribir La ciudad provinciana (1999),
donde abordé un motivo literario y cinematográfico que siempre me ha interesado.
Cada vez que comento la película de Juan A. Bardem debo hacer una advertencia. La versión que
ha llegado hasta nosotros es el fruto de la forzada colaboración entre el
director y los censores. A pesar de los casi cincuenta años transcurridos
desde la desaparición de la censura, nadie ha recuperado la
versión original. En algunos aspectos resultaría imposible por la necesidad de rodar nuevas escenas, pero en otros se podría hacer mediante la
eliminación de una impuesta voz en off como la presente en la escena
inicial, donde el censor se empeña en decirnos que Cuenca es una ciudad
cualquiera de vete a saber qué país. El objetivo era que, a pesar de las
evidencias, el espectador no relacionara lo visto con la España del
nacionalcatolicismo.
Así resulta lógico que
una novela publicada en 1976 como es La noche sin riberas, de Ángel M.ª
de Lera, todavía apareciera tras sufrir los recortes y la presión de la censura
franquista. La tetralogía del autor sobre la Guerra Civil, iniciada con Las
últimas banderas (1967), es un valioso testimonio fruto de una lucha
contra la censura, que cercenó los originales e impidió que el novelista condenado
a muerte en un consejo de guerra pudiera expresarse con libertad.
Ángel M.ª de Lera se vio
obligado a callar sobre aspectos de lo vivido. Puestos al habla con la familia, su hijo me cuenta lo relacionado con las palizas y el maltrato
que el novelista sufrió durante el proceso y la posterior estancia en varias
cárceles. Incluso me ha remitido el informe médico de la defunción de su
padre, donde las huellas de la tortura parecen tan evidentes como las consecuencias
de la misma durante décadas de padecimiento.
Una edición crítica de la
tetralogía novelística de Ángel M.ª de Lera debería aportar, aunque fuera en la
introducción, información sobre lo callado por el autor a causa de la censura.
Así podríamos valorar mejor su testimonio, que nunca fue escrito en un clima de
libertad de expresión.
Un ejemplo, entre otros
muchos de estas novelas, lo encontramos en las páginas 192-193 de la edición
original de La noche sin riberas, publicada en Barcelona por Argos Vergara. Federico Olivares,
el protagonista y alter ego del autor, entra en contacto con Miguel
Ángel Miró, un poeta también encarcelado. Apenas leemos lo escrito sobre este
personaje secundario comprendemos que, en realidad, se refiere a Miguel
Hernández, cuyo nombre estaría vetado en este marco novelístico. Y así,
bajo ese supuesto Miguel Ángel Miró, nos ha llegado una huella del poeta
oriolano.
Justo cuando apareció la
novela, en la primavera de 1976, muchos estudiantes participamos en un homenaje
al poeta celebrado en Orihuela y Alicante. Ahora, aquel episodio de juventud
es materia histórica gracias a la documentación conservada en el Archivo de la
Democracia de la Universidad de Alicante, así como objeto de estudio en varias
publicaciones.
Lo agradezco y consulto,
pero esa experiencia de correr para evitar los golpes de la policía porque
habíamos homenajeado a Miguel Hernández forma parte de mi memoria, aquella que
me definió siendo un veinteañero y a la que pretendo ser fiel cuando estoy a
punto de jubilarme. Ese día de miedo y rabia me enseñó que nunca debía callar
ante quienes pretenden silenciar lo ocurrido con el poeta oriolano y tantos
otros escritores republicanos que padecieron consejos de guerra por ejercer el
derecho a la libertad de expresión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario