Hace cincuenta años me
matriculé en una facultad que ahora celebra su cincuentenario. Por entonces, en
el otoño de 1975, todo pasaba por una incógnita acerca del porvenir. También
aquella facultad que empezaba a dar esos «cincuenta pasos hacia el futuro» del
lema elegido para la celebración, a pesar de una precariedad que convertía
cualquier propósito en una heroicidad necesitada de entusiasmo. El alumnado lo
tenía de sobra porque, a los dieciocho años de una generación empeñada en
cambiar el país, los retos eran bienvenidos.
La biblioteca de la
facultad compartía esa precariedad de medios en que debíamos estudiar. Las
dependencias todavía evidenciaban el anterior destino militar del edificio y
los libros escaseaban. Sin embargo, por vete a saber qué razón, en las pocas
estanterías a la vista encontré una colección de gruesos volúmenes editados en
Francia. Movido por la curiosidad, supe que eran thèses escritas por
hispanistas de ese país.
Varios volúmenes
permanecían intonsos y, curso tras curso, los fui consultando con admiración
porque aquellos monumentales libros eran el objetivo máximo de un investigador.
Lo suponía propio de lo francés, ya que -como nos enseñaría después el cineasta
José Luis Cuerda- todo lo francés era mejor que lo español y, además, más
bonito. Yo también lo creía después de haber viajado al país vecino en 1973 y
1974, cuando pasar la frontera parecía una mudanza a otro sistema planetario.
En 1979, de la mano del
profesor Guillermo Carnero, decidí ser un dieciochista con todas las
consecuencias. El primer paso fue solicitar el consejo del entonces decano, don
Antonio Mestre (1933-2023), que por su condición eclesiástica casi me tomó como
un monaguillo. Don Antonio me llevó a la biblioteca, me señaló varios de
aquellos volúmenes y me dijo que debía tomar ejemplo de los mismos si quería
dedicarme al dieciochismo. Siempre he sido disciplinado y le hice caso.
Uno de esos volúmenes era
el de René Andioc (1930-2011) titulado Sur la querelle du théâtre au temps
de Leandro Fernández de Moratín (1970), que ya podía consultar en su
abreviada versión en español. Sin embargo, prefería la original donde nada
sobraba y todo era pertinente para analizar una querelle presente en mis
trabajos iniciales.
La exhaustividad y el
rigor de aquel inmenso volumen me fascinaban, conseguí la dirección de René
Andioc y le escribí una carta con el respeto de quien pretende ser admitido
entre los discípulos. La respuesta del hispanista fue una bienvenida que se
prolongó durante años y me permitió conocerle en persona cuando ambos
trabajábamos en la sala de raros y manuscritos de la Biblioteca Nacional de
España.
Desde entonces, mi
ilusión era escribir un trabajo exhaustivo y riguroso acerca de algún tema que
me llevara años de consultas en archivos o bibliotecas. La distancia entre el
deseo y la realidad a veces frustra los empeños. La necesidad de abrirse camino
en la carrera docente apenas permite semejante tarea de largo alcance. Por
desgracia, prima lo inmediato con una secuencia temporal que pretende demostrar
una hiperactividad a menudo reducida a un artificio.
Así estuve hasta que fui
catedrático hace poco más de veinte años. Desde entonces decidí por mi cuenta como
investigador y trabajé en varios temas con la debida continuidad hasta
completar la última línea de investigación, la dedicada a la cultura
franquista, con tres volúmenes editados por la Universidad de Alicante y
Renacimiento. El siguiente paso, y el último, era escribir una obra como la de
René Andioc, un volumen monumental donde nada quedaría en el tintero, aunque el
empeño me llevara años de trabajo.
El tema elegido fue los
consejos de guerra de periodistas y escritores durante el período 1939-1945
porque casi nada se había escrito al respecto. El volumen de unas mil páginas,
por imperativos editoriales, se ha convertido en una trilogía de unas mil
cuatrocientas páginas, a las que debemos sumar otras publicadas en revistas o
libros colectivos. En total, unas dos mil páginas dedicadas a las vicisitudes
sufridas por un colectivo de unas cien personas. Ahora, cuando ambos han
fallecido, estoy seguro que desde el espacio de la memoria que admite la
coexistencia de los diversos Antonio Mestre y René Andioc me habrán dado el
visto bueno.
Ayer puse el punto final
al original del tercer volumen de la trilogía, La colmena, con una
reflexión sobre la culpabilidad individual en cualquier sistema represivo que
he redactado a la luz del filósofo Karl Jaspers. Por el camino de estos diez
últimos años he contado con otras muchas referencias y ayudas. Incluso he
ampliado de manera espectacular el número de mis amistades, pero el empeño
siempre ha sido hacer realidad lo soñado una mañana del invierno de 1979,
cuando don Antonio me señaló el ejemplo a seguir.
Al final, descubrimos que
nunca dejamos de ser discípulos y que, si nos empeñamos en seguir a los
maestros, lo mejor es una tarea de continuidad sin desmayos ni demasiadas
desviaciones. La he culminado en esa facultad que ahora cumple su
cincuentenario gracias a mi compañera también conocida en 1975 y la camaradería
de mucha gente. Pepa sigue a mi lado tras celebrar las bodas de oro, algunos de
mis compañeros ya han fallecido, muchos están jubilados y unos pocos todavía
aguantamos al pie del cañón. Tal vez para acompañar a un joven, enseñarle unos
volúmenes depositados en la ahora bien nutrida biblioteca y señalarle el camino
a seguir.
Esa será mi tarea durante
los próximos tres años si la salud me ayuda a completarla. Pronto tendremos
noticias acerca de la continuidad de lo iniciado hace cincuenta años y
terminado ayer a la luz de un filósofo que debió buscar refugio en Suiza porque
algunos de sus compatriotas, los alemanes, no admitían la responsabilidad colectiva
e individual por un pasado oscuro. A pesar de las presiones que sufro por seguir en
esa misma línea, estoy seguro de que tendré una mejor suerte. Los tiempos,
afortunadamente, han cambiado, aunque algunos pretendan actualizar el pasado de
intolerancia que desvelo en mis libros. La única añoranza comprensible es la
relacionada con la juventud. El resto es materia para la memoria y la historia.
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