domingo, 22 de junio de 2025

El punto final de una tarea iniciada en 1975


 Imagen de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Alicante

Hace cincuenta años me matriculé en una facultad que ahora celebra su cincuentenario. Por entonces, en el otoño de 1975, todo pasaba por una incógnita acerca del porvenir. También aquella facultad que empezaba a dar esos «cincuenta pasos hacia el futuro» del lema elegido para la celebración, a pesar de una precariedad que convertía cualquier propósito en una heroicidad necesitada de entusiasmo. El alumnado lo tenía de sobra porque, a los dieciocho años de una generación empeñada en cambiar el país, los retos eran bienvenidos.

La biblioteca de la facultad compartía esa precariedad de medios en que debíamos estudiar. Las dependencias todavía evidenciaban el anterior destino militar del edificio y los libros escaseaban. Sin embargo, por vete a saber qué razón, en las pocas estanterías a la vista encontré una colección de gruesos volúmenes editados en Francia. Movido por la curiosidad, supe que eran thèses escritas por hispanistas de ese país.

Varios volúmenes permanecían intonsos y, curso tras curso, los fui consultando con admiración porque aquellos monumentales libros eran el objetivo máximo de un investigador. Lo suponía propio de lo francés, ya que -como nos enseñaría después el cineasta José Luis Cuerda- todo lo francés era mejor que lo español y, además, más bonito. Yo también lo creía después de haber viajado al país vecino en 1973 y 1974, cuando pasar la frontera parecía una mudanza a otro sistema planetario.

En 1979, de la mano del profesor Guillermo Carnero, decidí ser un dieciochista con todas las consecuencias. El primer paso fue solicitar el consejo del entonces decano, don Antonio Mestre (1933-2023), que por su condición eclesiástica casi me tomó como un monaguillo. Don Antonio me llevó a la biblioteca, me señaló varios de aquellos volúmenes y me dijo que debía tomar ejemplo de los mismos si quería dedicarme al dieciochismo. Siempre he sido disciplinado y le hice caso.



Antonio Mestre Sanchís

Uno de esos volúmenes era el de René Andioc (1930-2011) titulado Sur la querelle du théâtre au temps de Leandro Fernández de Moratín (1970), que ya podía consultar en su abreviada versión en español. Sin embargo, prefería la original donde nada sobraba y todo era pertinente para analizar una querelle presente en mis trabajos iniciales.

La exhaustividad y el rigor de aquel inmenso volumen me fascinaban, conseguí la dirección de René Andioc y le escribí una carta con el respeto de quien pretende ser admitido entre los discípulos. La respuesta del hispanista fue una bienvenida que se prolongó durante años y me permitió conocerle en persona cuando ambos trabajábamos en la sala de raros y manuscritos de la Biblioteca Nacional de España.


René Andioc

Desde entonces, mi ilusión era escribir un trabajo exhaustivo y riguroso acerca de algún tema que me llevara años de consultas en archivos o bibliotecas. La distancia entre el deseo y la realidad a veces frustra los empeños. La necesidad de abrirse camino en la carrera docente apenas permite semejante tarea de largo alcance. Por desgracia, prima lo inmediato con una secuencia temporal que pretende demostrar una hiperactividad a menudo reducida a un artificio.

Así estuve hasta que fui catedrático hace poco más de veinte años. Desde entonces decidí por mi cuenta como investigador y trabajé en varios temas con la debida continuidad hasta completar la última línea de investigación, la dedicada a la cultura franquista, con tres volúmenes editados por la Universidad de Alicante y Renacimiento. El siguiente paso, y el último, era escribir una obra como la de René Andioc, un volumen monumental donde nada quedaría en el tintero, aunque el empeño me llevara años de trabajo.

El tema elegido fue los consejos de guerra de periodistas y escritores durante el período 1939-1945 porque casi nada se había escrito al respecto. El volumen de unas mil páginas, por imperativos editoriales, se ha convertido en una trilogía de unas mil cuatrocientas páginas, a las que debemos sumar otras publicadas en revistas o libros colectivos. En total, unas dos mil páginas dedicadas a las vicisitudes sufridas por un colectivo de unas cien personas. Ahora, cuando ambos han fallecido, estoy seguro que desde el espacio de la memoria que admite la coexistencia de los diversos Antonio Mestre y René Andioc me habrán dado el visto bueno.



Imagen, tomada por Víctor Úcar, del sumario de un consejo de guerra. La consulta de esta documentación a veces merece un relato como el de Umberto Eco en El nombre de la rosa (1980)

Ayer puse el punto final al original del tercer volumen de la trilogía, La colmena, con una reflexión sobre la culpabilidad individual en cualquier sistema represivo que he redactado a la luz del filósofo Karl Jaspers. Por el camino de estos diez últimos años he contado con otras muchas referencias y ayudas. Incluso he ampliado de manera espectacular el número de mis amistades, pero el empeño siempre ha sido hacer realidad lo soñado una mañana del invierno de 1979, cuando don Antonio me señaló el ejemplo a seguir.

Al final, descubrimos que nunca dejamos de ser discípulos y que, si nos empeñamos en seguir a los maestros, lo mejor es una tarea de continuidad sin desmayos ni demasiadas desviaciones. La he culminado en esa facultad que ahora cumple su cincuentenario gracias a mi compañera también conocida en 1975 y la camaradería de mucha gente. Pepa sigue a mi lado tras celebrar las bodas de oro, algunos de mis compañeros ya han fallecido, muchos están jubilados y unos pocos todavía aguantamos al pie del cañón. Tal vez para acompañar a un joven, enseñarle unos volúmenes depositados en la ahora bien nutrida biblioteca y señalarle el camino a seguir.

Esa será mi tarea durante los próximos tres años si la salud me ayuda a completarla. Pronto tendremos noticias acerca de la continuidad de lo iniciado hace cincuenta años y terminado ayer a la luz de un filósofo que debió buscar refugio en Suiza porque algunos de sus compatriotas, los alemanes, no admitían la responsabilidad colectiva e individual por un pasado oscuro. A pesar de las presiones que sufro por seguir en esa misma línea, estoy seguro de que tendré una mejor suerte. Los tiempos, afortunadamente, han cambiado, aunque algunos pretendan actualizar el pasado de intolerancia que desvelo en mis libros. La única añoranza comprensible es la relacionada con la juventud. El resto es materia para la memoria y la historia.

 

 


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