sábado, 8 de noviembre de 2025

Procesado por taquimecanógrafo: José Ferrándiz Casares


 Montaje a partir de tres cabeceras de la prensa alicantina durante la Guerra Civil

La posibilidad de encontrar a un amigo entre los escritores y periodistas procesados durante la posguerra es remota por cuestiones de edad. Nací en 1958 y me debería remitir a la generación de mis padres, que vivieron aquellos años siendo unos adolescentes o unos jóvenes con esperanzas a menudo truncadas. Después el silencio fue absoluto para buscar un acomodo discreto explicado en libros como Contemos cómo pasó (2015).

A mediados de los ochenta, cuando lo callado empezaba a desvelarse con relativa normalidad, tuve la ocasión de charlar acerca de esa experiencia con quienes andaban cerca de la jubilación o la procuraban disfrutar. El encuentro fue tan breve como limitado. Poco a poco desaparecieron sin apenas ser escuchados y, ahora, cuando necesitamos de esa memoria, lamento no haberles prestado más atención para mantener vivos sus recuerdos.

Gracias a mi padre y otras personas de su edad que me ayudaron, sabía quienes tuvieron algún protagonismo en la vida cultural o académica de Alicante durante la II República. Los trataba en el caso de los vivos y, aunque por entonces era demasiado joven, procuré escuchar sus historias. No obstante, a menudo las conocí por vías indirectas, porque estos ancianos nunca fueron proclives a hablar. Los motivos del pasado resultaban tan obvios como tácitos.

José Ferrándiz Casares (1917-¿?), no se encontraba en esa lista de personas significadas durante la II República. Le conocía por su condición de crítico teatral en el diario Información desde mayo de 1973 y también por saludarle al verle, siempre con su esposa, en el Teatro Principal, donde era uno de los espectadores más fieles.

Correcto, amable y elegante en todos los sentidos, tuve la ocasión de charlar con don José en varias ocasiones para que me contara otro tipo de batallas, las teatrales, de épocas que yo solo conocía a través de los libros. Me atendió con los modales de un caballero y se alegró de verme en tareas docentes, pues se ganó la vida como catedrático de inglés en la Escuela de Comercio de Alicante.

Ya jubilado y dueño de su tiempo, dedicó muchas horas a la escritura y la lectura, publicó libros de diferentes géneros y hasta se doctoró en 1995, cuando contaba con setenta y ocho años. Su vida fue una pasión por la cultura que durante décadas compartió con un reducido grupo de amigos, aquellos que crearon el teatro de cámara en el Alicante de los cincuenta y protagonizaron otras iniciativas para hacer más soportable «el tiempo de silencio».

Al analizar el sumario 871 del AGHD, el relacionado con los periodistas alicantinos que fueron denunciados por el abogado José M.ª Pérez Ruiz-Águila, tuve la sorpresa de encontrar a don José entre los procesados. Nunca lo hubiera sospechado, pero el alcalde de Alicante, en un informe fechado el 31 de mayo de 1939, escribió que el joven periodista «es militante del partido comunista y agente activo del mismo, propagandista de las ideas marxistas en el periódico Nuestra Bandera, órgano del partido comunista. Es de mala conducta y pésimos antecedentes que ha de reputársele como peligroso». De sobra conozco la barbarie de la época, pero enmudecí al observar en esta dramática tesitura a don José.

La declaración del empleado Antonio González Soler, fechada el 28 de junio de 1939, es bien diferente en su caracterización de José Ferrándiz Casares. El declarante recuerda que en 1935 su amigo marchó a Inglaterra para perfeccionar el inglés y que, de vuelta a su ciudad natal, le sorprendió la guerra. Trabajó entonces en una casa comercial y hasta su movilización completó el sueldo como taquimecanógrafo en Nuestra Bandera, aunque el citado empleado negara cualquier vinculación suya con los comunistas.

El profesor mercantil Francisco Sáez Garrido el 28 de junio también testimonia indicando que José Ferrándiz Casares estudió en la Escuela de Comercio y que su amigo era un «republicano moderado». Francisco Jerez La Marca el mismo día secunda esta caracterización e incluso le sitúa entre los simpatizantes de los sublevados. La delegación alicantina del Servicio Nacional de Seguridad una semana antes había informado que el joven era «persona de buena conducta». El documento firmado por el alcalde quedó como un nuevo ejemplo, aislado en esta ocasión, de la barbarie de la época.

Los militares tardaron algún tiempo en localizar a José Ferrándiz Casares. Incluso le declararon en rebeldía como a los denunciados ya exiliados. Finalmente, lo detuvieron y declaró el 24 de mayo de 1939. Taquígrafo y con veintidós años, reconoce que trabajó en Nuestra Bandera hasta ser movilizado en septiembre de 1937. Al igual que todos los trabajadores del momento se afilió a una central sindical, la UGT en su caso. «El deponente» recuerda sus problemas en la redacción por la negativa a ingresar en el PCE, pero permaneció en la misma porque su labor se reducía a la de un taquígrafo que, desde las once de la noche hasta las cuatro de la madrugada, tomaba nota de las conferencias telefónicas, sin redactar artículos o ponerles títulos, tarea que correspondía a otras personas de las que facilita nombres. El juez instructor le mantuvo en «prisión atenuada», que debería ser un arresto domiciliario.

Allí permanecería José Ferrándiz Casares hasta que el auto resumen del instructor, fechado el 2 de enero de 1940, consideró sobreseído su caso. Así pudo librarse del consejo de guerra celebrado el 21 de febrero, donde fueron condenados a seis años los periodistas Emilio Claramunt López y Ernesto Cantó Soler. Un tercer procesado, el profesor mercantil José Tarí Navarro, resultó absuelto por el tribunal que presidió el comandante Almansa Díaz. Una semana después el auditor ratificó la sentencia. A partir de ese momento, don José empezaría a respirar aliviado después de verse involucrado en unos sumarísimos como los que llevaron a la muerte a su admirado Miguel Hernández.

Ahora, cuando la figura del crítico teatral está diluida por los años transcurridos desde su fallecimiento, lamento no haberle preguntado por aquello que desconocía. Como tantos otros profesores, solo sabía de una genérica represión, pero carecía de información para concretarla en los consejos de guerra u otros instrumentos destinados a derrotar al «enemigo». Dudo que José Ferrándiz Casares pudiera ser el enemigo de alguien, pero en la Victoria y durante unos meses así le trataron hasta que prevaleció un mínimo de sentido común. Su admirado Miguel Hernández no disfrutó de esa suerte.


jueves, 6 de noviembre de 2025

José Fragero Pozuelo, falangista y confidente del SIM


 José Fragero Pozuelo. Fuente: Rafael Cordero Avilés, Héroes sin nombre, p. 532

El falangista José Fragero Pozuelo (1895-1965), «redactor comercial de ABC y Blanco y Negro» (Diario de Córdoba, 23-VI-1936) desde 1932 y procedente de La Nación, también era «agente de publicidad» de diferentes medios periodísticos (Guion, 14-IV-1936) de una capital donde, probablemente, fue detenido junto con otros dos individuos «por estafador en la compra venta de automóviles» (El Castellano, 11-III-1932).

La ausencia del segundo apellido en la nota de prensa impide confirmar con seguridad la circunstancia delictiva de quien hizo gala de habilidades para múltiples negocios, que a veces provocaron el recelo de las empresas. Así lo deducimos de la segunda referencia periodística. Analizada con atención como aviso preventivo para los lectores de Guion y posibles anunciantes, la literalidad deja entender que el agente de publicidad a veces actuaba por libre.

El andaluz afincado con su familia en Madrid quedó en paro tras el inicio de la Guerra Civil. A pesar de sus dotes para establecer relaciones amistosas con «ricos y pobres», que las mantuvo hasta el final de sus días de bohemia nocturna en Córdoba (Cordero Avilés, 2024: 532), la búsqueda de anunciantes resultaría un imposible más allá del verano de 1936. Al menos, si el destino de la publicidad eran unas publicaciones de Prensa Española que en Madrid siguieron rumbos nunca imaginados por los propietarios de una empresa confiscada. José Fragero Pozuelo presentó el despido como una represalia tras la primera detención en agosto de 1936 por su condición de «desafecto».

El supuesto pasado falangista del cordobés supone una incógnita de las tantas que rodean a este personaje del Madrid anónimo. La derechista en Renovación Española y el Partido Tradicionalista la probó en la ciudad natal gracias a los responsables falangistas, pero no en Madrid, donde solo contó con avales de quienes no ocupaban cargos en FET y de las JONS. Por otra parte, José Fragero Pozuelo dejó Córdoba antes del liderazgo de José Antonio Primo de Rivera y por las fechas sería un anacronismo su militancia en la capital andaluza. El documento allí fechado y aportado al sumario pudo ser fruto de la ayuda prestada por sus familiares para sacarle de la cárcel en 1939.

En cualquier caso, la subsistencia del «redactor comercial» junto con su familia en la capital sitiada sería complicada y requeriría habilidad para moverse en ambientes donde las fronteras políticas resultaban franqueables a conveniencia o necesidad. El antiguo óptico con empresa familiar radicada en Córdoba fue despedido del ABC tras la primera detención, según su declaración, y optó por ganarse la vida en un taller de óptica de la calle Villanueva regentado por la CNT, que lo cerró meses después cuando supo que los empleados eran unos emboscados.

El cordobés completó el pluriempleo como fotógrafo con el carnet 686, expedido gracias a la autorización de la Secretaría de Propaganda de la Junta Delegada de Defensa de Madrid (CDMH, PS-Madrid, 18701. 152). El antiguo empleado de Prensa Española también se afilió a la CNT en marzo de 1937 para evitar problemas con las autoridades republicanas, que vigilaron estrechamente a un colectivo de fotógrafos -ambulantes o al servicio de empresas periodísticas- que podía facilitar información a los sublevados, como vimos en el caso del fotoperiodista José M.ª Díez Casariego.

Mientras tanto, según sus declaraciones en el sumario 63920 del AGHD, José Fragero Pozuelo por su supuesta condición de falangista perseguido entraba y salía de las más afamadas y temibles checas: Fomento, Bellas Artes, Atocha…. De ser cierta la circunstancia evocada en su defensa cuando fue procesado, la citada autorización como fotógrafo habría quedado anulada y alguna huella documental de esas detenciones constaría en los archivos.

La búsqueda en ese sentido ha resultado infructuosa porque -según lo visto en el sumario- las detenciones eran por indocumentado o un recurso del SIM para que José Fragero Pozuelo aparentara ser un perseguido y ganara así la confianza de quienes verdaderamente lo eran. Al menos, parece evidente que el fotógrafo no fue procesado por las autoridades republicanas, aunque resultara detenido con una asiduidad sorprendente para quien no me consta que figure en la documentación relacionada con la quinta columna. La citada táctica del SIM pudo ser la causa de esa frecuencia.

El reiterado paso por esos espacios de la represión republicana desembocaba casi siempre en un destino trágico o en un procesamiento. Los ejemplos menudean hasta la llegada del invierno de 1936, pero José Fragero Pozuelo nunca concretó en este sentido, dejó un reguero de incógnitas sobre sus actividades para ganarse la vida durante la guerra y el 2 de abril de 1939 se imaginaba a salvo entre los vencedores.

Así, el militante de la CNT ahora se presenta como «Jefe de Centuria de la 67 Bandera de Falange Española Tradicionalista y de las JONS» para avalar el comportamiento del «teniente coronel rojo» Juan Muñoz Pruneda, que «fue siempre de ayuda al perseguido» (Cordero Avilés, 2024: 533). El aval del redactor comercial debió resultar efectivo a tenor de la documentación conservada acerca del militar republicano. Ni siquiera nos consta su consejo de guerra en las fuentes consultadas.

El jefe de centuria no previó que sus correligionarios consultaran la abundante documentación incautada al finalizar la guerra, entre la que estaba el archivo de la Policía Militar de los republicanos. El testimonio documental fue demoledor y permite entender que los vecinos de José Fragero Pozuelo, preguntados por los miembros de la DGS acerca de sus actividades durante la guerra, dijeran desconocer si los familiares del cordobés acudían a las dependencias del SIM porque estaba allí detenido o por ser su destino laboral. Ambas circunstancias formaban parte de una misma realidad donde el equívoco o el juego de las apariencias resultaban fundamentales.

Detenido el 29 de julio de 1939 en Madrid bajo la acusación de ser un confidente del SIM, José Fragero Pozuelo no volvió a presentarse ante la Policía Militar como «jefe de centuria» de alguna bandera falangista. Pronto sabría de la compañía de quienes recelaban de su comportamiento y no estaban dispuestos a olvidar el pasado inmediato, a pesar del probable e impostado entusiasmo con que habría procedido tras la entrada de las tropas del general Franco en la capital.

Mientras permanecía en la prisión de Comendadoras, el 9 de octubre presta declaración en la Jefatura de la Policía Militar. José Fragero Pozuelo, de 43 años, se presenta como redactor comercial de ABC y militante falangista desde 1934; es decir, cuando ya se encontraba en Madrid y había dejado atrás su Córdoba natal.

A continuación, relata la persecución sufrida por parte de la Brigada Social de los republicanos sin aludir a sus relaciones con el SIM, obvia su condición de fotógrafo autorizado por la Secretaría de Propaganda de la Junta Delegada de Defensa y explica que, cansado de tantas detenciones, en diciembre de 1938 aceptó colaborar con el SIM a cambio de conservar la libertad.

La circunstancia es grave y se remonta a mucho antes, según la documentación incautada y obrante en el propio sumario. No obstante, el declarante la minimiza aclarando que por las tardías fechas de ese acuerdo no llegó a prestar servicios a la inteligencia republicana, colaboró con los falangistas de la quinta columna durante el golpe del coronel Casado y, finalmente, solo recibió «unas quinientas pesetas, algunos víveres y tabaco» a manos del SIM.

El mismo día y también en la Jefatura de la Policía Militar, declara José Luque López, «jefe del Negociado de Retaguardia e Ingenieros del SIM rojo». El declarante intenta ayudar al confidente sin caer en lo inverosímil. Así explica que José Fragero López fue detenido en diciembre de 1938 y puesto en libertad poco después tras haber aceptado trabajar como confidente del citado negociado.

El responsable del SIM le llegó a encargar varios servicios para localizar y detener a nuevos desafectos al régimen republicano, pero no completó ninguno por la cercanía del final de la guerra. A pesar de esta circunstancia, el SIM le pagó unas ochocientas pesetas, trescientas más que las reconocidas por el encausado, y le proporcionó víveres y tabaco.

La duda acerca de si hubo alguna contraprestación por parte del encausado permanece a tenor de esta declaración, a pesar de que la DGS el 4 de diciembre de 1939 informa que tiene conceptuado al supuesto confidente «como buena persona y de ideas muy derechistas, por cuyo motivo estuvo detenido varias veces por los rojos». Los policías, claro está, ignoraban la documentación incautada que fue utilizada por el capitán Luis Rodiles Monreal durante su instrucción del sumario.

El 18 de enero de 1940, el encausado que por entonces permanecía en la cárcel de Conde de Toreno, ratifica lo declarado ante la Policía Militar y el 13 de abril el auditor manda instruir el sumario 63920 al Juzgado Permanente de Policía Militar dedicado al contraespionaje. La instrucción resulta tan escueta como de costumbre por entonces.

A pesar de los avales de «personas de orden» que fueron ayudadas por José Fragero Pozuelo durante la guerra, en el auto resumen del 18 de junio de 1940 prevalece la acusación de haber facilitado al SIM la localización de más de cuarenta individuos que resultaron detenidos poco después. La lista de los mismos guarda relación con el caso de «los 195» y está encabezada por el capitán Atanasio Sáinz de la Torre y José Company Celda, uno de esos 195 procesados, que le había denunciado el 6 de junio de 1940 tras haber visto el nombre de José Fragero Pozuelo como la persona que a su vez le había delatado ante las autoridades republicanas.

Las ochocientas pesetas pagadas por el SIM, los víveres y el tabaco debieron representar solo una parte de lo recibido por José Fragero Pozuelo por aparentar la condición de perseguido y ganarse así la confianza de quienes verdaderamente lo eran. En cualquier caso, ese pago, según el auto resumen, tuvo una contraprestación, aunque afortunadamente los detenidos fueron puestos en libertad en las vísperas del final de la guerra.

El 19 de septiembre de 1940, el fiscal solicita una pena de treinta años para el encausado, pero el tribunal presidido por el omnipresente comandante Pablo Alfaro le condena a solo doce y de prisión menor. La sentencia admite las atenuantes de la militancia falangista -nunca avalada por los representantes del partido en Córdoba o Madrid- y las detenciones sufridas durante la guerra, hasta que «detenido por el SIM y amenazado se prestó a ser confidente del mismo en el Negociado de Retaguardia, dando lugar a la detención de dicho señor [Enrique Sáinz de la Torre León] y cuarenta y tres más, detención que no tuvo más consecuencias que la privación de libertad a los mismos».

El citado detenido, junto con su hermano Atanasio, ya había sido procesado en 1937 por desafección al régimen republicano, siendo finalmente absuelto en la sentencia del 29 de noviembre de 1937 (AHN, FC-Causa General, 109, Exp. 28). Asimismo, y a tenor de los avales recopilados durante la instrucción, la sentencia señala que José Fragero Pozuelo «favorecía y procuraba salvaguardar a personas de derechas no realizando su labor de confidente más que en casos como el citado en los que se veía en descubierto si no lo hacía». El tribunal sabía que no estaba ante un «rojo» y mostró una inhabitual actitud comprensiva con el encausado.

El auditor ratificó la sentencia el 30 de septiembre y hasta el presente nada sabemos acerca de la fecha de su puesta en libertad porque el sumario no incluye estos documentos. Dado que la condena de José Fragero Pozuelo era de doce años de prisión menor, la suponemos temprana y sin mayores consecuencias para quien, el 2 de abril de 1939, se había presentado como jefe de centuria de una bandera falangista.

Tal vez el afiliado a la CNT lo fuera ante el previsible desenlace de la guerra, pero la realidad de los años pasados en el Madrid sitiado fue muy dura, la necesidad de buscar dinero o víveres ablandaría cualquier conciencia y, puestos a sobrevivir, cabe imaginar que, en los últimos meses o desde antes, el fotógrafo, responsable de una óptica y redactor comercial denunciara a quienes tuviera cerca porque le consideraban «una persona muy derechista».

El precio de la subsistencia era caro en términos éticos o de coherencia política, pero tampoco cabe hablar de culpables cuando la verdadera responsabilidad fue la de quienes dieron un golpe de Estado el 18 de julio de 1936 e iniciaron un período donde la ética y la coherencia suponían un lujo al alcance de unos pocos. José Fragero Pozuelo llegó a saludar al exiliado Alfonso XIII en Fontainebleau, llevaba la bandera rojigualda en la cartera y terminó la guerra como jefe de centuria, pero antes debió subsistir, al igual que su familia.

 


domingo, 2 de noviembre de 2025

El periodista Enrique Meneses Puertas no fue condenado a muerte


 Foto de la boda de Enrique Meneses en 1928

El periodista, escritor y abogado Enrique Meneses Puertas no fue condenado a muerte en 1944 por haber sido gobernador civil de Segovia en representación del partido de Alejandro Lerroux, según aparece en la ficha biográfica de Ediciones del Viento y en la necrológica publicada en El País (26-XI-1987). El dato, así como los dos supuestos años pasados en las cárceles franquistas, forma parte de la leyenda probablemente creada por el propio protagonista.

Enrique Meneses Puertas heredó una fortuna familiar a los diecinueve años. Nunca destacó en los estudios realizados en centros educativos de élite, tampoco mostró apego al trabajo en la empresa Plata Meneses y, tras haber sido corresponsal en Hollywood y España del New York Herald Tribune, marchó pronto a París para ejercer de bon vivant. Allí, a la vista del desastre de Annual, tuvo la singularidad de presentarse voluntario, participar en la campaña como sargento y publicar un libro que denuncia aquella barbarie: La cruz de Monte Arruit (1922).




La obra testimonial la escribió en Úbeda, mientras se recuperaba de las heridas recibidas. Enrique Meneses Puertas publicó después unas novelas que pasaron desapercibidas, viajó por diversos países europeos y sudamericanos -llegó a visitar diecisiete, según sus declaraciones en el sumario-, ejerció de periodista, militó en las filas de Alejandro Lerroux y la guerra le pilló de vacaciones junto a su familia en Biarritz, un enclave acorde con su tren de vida. El millonario no regresó a España y, ante la drástica disminución de sus ingresos, en el París de 1938 fundó la agencia Prensa Mundial junto con el «príncipe Trubetskói», según la declaración con motivo de su detención en la DGS. La supuesta participación del insigne lingüista en la empresa del madrileño habría sido otra singularidad de una trayectoria biográfica donde los datos conviene ponerlos en cuarentena. Gracias a su hijo, sabemos que el mecenas fue «el príncipe Cirilo de Trubetskóy, uno de los muchos nobles rusos que residían en Francia».

La consulta del sumario 129173 del AGHD desmiente la posibilidad de que Enrique Meneses Puertas hubiera sido condenado a muerte en otro consejo de guerra. En la declaración del 22 de marzo de 1945 consta que «no ha sido procesado» anteriormente. El Registro Central de Penados y Rebeldes de la Dirección General de Prisiones, en informe fechado el 25 de mayo de 1945, certifica que el procesado carecía de antecedentes. Y, por otra parte, las búsquedas del supuesto sumario por el que fue condenado a muerte han resultado infructuosas. Por lo tanto, cabe decir que quien viviera durante la posguerra entre Argentina, Portugal, Francia y España nunca mereció tan drástica represalia, salvo en su imaginación, que fue fértil a tenor de otros datos.

Enrique Meneses Puertas pertenecía a una acaudalada familia y en 1928 emparentó con la nobleza tras casarse con Carmen Miniaty García de Castro. La circunstancia, en una justicia tan clasista como la militar de la época, se percibe en un detalle aportado por José Carreño España en su declaración del 16 de marzo de 1945. Preguntado acerca del periodista al que desconocía hasta su procesamiento, al republicano «le llamó la atención el trato privilegiado que se le concedía en la DGS, donde diariamente bajaba un funcionario a sacarle de la celda de incomunicados para que subiera a la inspección, donde se le servía el almuerzo y la cena». Extrañado, preguntó a su compañero de celda, y ambos convinieron estar ante «un estafador internacional». El también periodista Enrique Meneses Miniaty, por entonces un adolescente, recuerda haber visitado a su padre junto a su familia en las mismas dependencias de la DGS, siempre bajo la benevolente mirada de un comisario. Vistos otros muchos casos, la singularidad del trato resulta pasmosa.

José Carreño España detalla el papel fundamental de Enrique Meneses Puertas en la organización de la ANFD y cita algunos de los encuentros que mantuvo con sus responsables: «todo lo cual le hace suponer que, efectivamente, tiene gran intervención en esta causa». No obstante, la extrañeza aumentó cuando, ocho días antes de terminar el expediente, el periodista fue «puesto en libertad por la DGS sin pasar por la prisión como los demás encartados». En realidad, el madrileño quedó en arresto domiciliario en la calle Núñez de Balboa, n.º 14, pero el privilegio no fue menor y sorprende que Enrique Meneses Puertas no entrara en la cárcel a lo largo del proceso.

El periodista declaró en la DGS el 27 y 29 de diciembre de 1944, pero la primera declaración ante el instructor corresponde al 22 de marzo de 1945. Enrique Meneses Puertas manifiesta haber mantenido relaciones con las legaciones diplomáticas de los aliados desde el inicio de la II Guerra Mundial porque «sentía gran simpatía por los ideales democráticos de estos países». Al detenerle, le incautaron el original de un ensayo periodístico titulado Yo intenté ser amigo de Alemania, que había escondido en el domicilio de un sobrino. El autor explica que el mismo recoge sus experiencias viajeras por diecisiete países, donde celebró entrevistas con destacados políticos acerca de la situación internacional. En lo referente a España, solo reconoce la existencia de una entrevista a Gil Robles donde el líder se muestra contrario al franquismo. La acusación del fiscal se centró en este documento inédito por las supuestas injurias al Glorioso Movimiento Nacional y el Caudillo.

En la misma declaración, y con un desparpajo solo comprensible a la luz de su fortuna, Enrique Meneses Puertas aboga por el restablecimiento de la monarquía, mientras «se iba celebrando la reconciliación nacional» y «restableciendo al pueblo español las libertades democráticas». Esa era su «única preocupación», pues supone que el franquismo «no podía subsistir exactamente como en la actualidad está constituido». El seguidor de Alejandro Lerroux «considera importante para España que los monárquicos y los republicanos llegasen a una concordia, ya que los republicanos en su mayor parte reconocían que la salvación de España se hallaba en un restablecimiento de la monarquía con tendencia liberal y democrática lo antes que fuese posible».

A partir de esta conclusión, el declarante reconoce haberse entrevistado con Don Juan de Borbón y el general Aranda, entre otros, porque consideraba que el heredero «como rey de España podría representar la reconciliación nacional auténtica y salvar a España». El general Franco no sería un problema, pues el periodista creía que, para preservar la patria frente a los marxistas tras el final de la II Guerra Mundial, el Caudillo estaría dispuesto a ceder el poder al monarca con el respaldo de los aliados. 

Tres días después, Enrique Meneses Puertas escribe una extensa carta a quien también era marqués de Someruelos, marqués de Villa de Orellana, conde de Almodóvar, caballero de la Orden de Calatrava y de la Real Maestranza de Granada, así como «gentil hombre de cámara con ejercicio y servidumbre». El general instructor, por lo tanto, era un colega de la aristocracia al que presuponemos poco dispuesto a indagar acerca de las actividades de los monárquicos que contactaron con los republicanos para procurar un cambio de régimen. De hecho, ninguno fue condenado.

El encartado redacta la carta «bajo juramento como católico y palabra de honor como caballero y español que derramó su sangre por la patria». Esta última circunstancia se remite a 1922, pero el instructor sabría por entonces que el procesado no era precisamente «un rojo». Enrique Meneses Puertas explica que en sus «conversaciones» con otros miembros de la ANFD «solo ha existido una preocupación honda por el futuro próximo de España como reflejo de la situación internacional al acercarse el fin de la guerra». Ante esta coyuntura, Enrique Meneses Puertas aboga por una «monarquía revestida de máxima autoridad, pero de tendencia liberal y democrática». Para instaurarla, considera «apremiante» la realización de «una labor patriótica»: «limar asperezas y aunar voluntades entre monárquicos y republicanos, y luego entre elementos de derechas e izquierdas que antepusieran a todo otro sentimiento mezquino el de la propia responsabilidad, desinterés personal y amor a la patria para establecer un amplio frente nacional contra el posible enemigo común, o sea, el comunismo o el desorden, que encendieran una nueva guerra civil».

El remitente alardea de sus conocimientos de política internacional y dictamina que «triunfando las democracias en todo el mundo es difícil quede islote alguno de tendencia dictatorial», es decir, España. Ante esta conclusión, Enrique Meneses Puertas reconoce haberse movilizado en un sentido patriótico hasta el punto de perder seiscientas mil pesetas en su empresa periodística. La cifra resulta tan inverosímil como carente de justificación, pero la retórica del encartado culmina cuando escribe acerca del original de Yo intenté ser amigo de Alemania. No lo concibió para buscar «el lucro», sino con la pretensión de «servir a España y a mis ideales de carácter universal». Llevado de tan noble propósito, el autor buscó la ayuda de las embajadas británica y norteamericana para su difusión internacional. En el caso de obtener esa colaboración, estaba dispuesto a «alistarse en la Legión Extranjera Francesa en Marruecos y marchar a combatir como simple soldado».

La singular contraprestación no debió tener respuesta de los diplomáticos británicos y norteamericanos, que dudarían de la aportación, de un «simple soldado» de cincuenta años dispuesto a combatir en no se sabe qué guerra. La carta, sin embargo, impresionaría al instructor, que también sabría de las relaciones familiares y la fortuna del procesado que en 1946 volvió a heredar, en esta ocasión cuarenta y seis millones de pesetas según su hijo. La cifra le permitiría trasladarse a Francia para superar el mal trago de la detención sin necesidad de compartir los sinsabores del exilio.

A pesar de la carta y demás circunstancias de un millonario en las dependencias de la DGS, el juez instructor en su auto resumen del 27 de abril de 1945 le acusa de «haber sostenido conversaciones con diferentes elementos» y fundar «una empresa periodística llamada Prensa Nacional», así como un diario hablado para Europa «pensando hacer propaganda monárquica». Además, el citado original sobre la frustrada amistad con Alemania incluye entrevistas donde «se vierten palabras injuriosas para el Régimen y el Caudillo».

El 16 de mayo, el auditor devuelve lo actuado al instructor, deja en libertad a varios procesados y mantiene a Enrique Meneses Puertas en vigilancia domiciliaria. Nueve días después, el marqués de Someruelos solicita los antecedentes del periodista que había trasladado la agencia a Madrid en colaboración con Gregorio Marañón Moya y Carlos Sentís. La fecha de la respuesta sorprende como en tantas otras ocasiones. El mismo día en que los pide, la Dirección General de Prisiones le comunica que el procesado carece de antecedentes. El instructor dicta el 26 de mayo una diligencia de procesamiento por la que le acusa de injurias en el original incautado, asistencia a reuniones políticas y propaganda contra el régimen por medio de la radio. Su hijo obvia estas razones y escribe acerca de la detención de un obispo en Segovia, que es materia más acorde con un lerrouxista (2006: 75).

El 12 de julio de 1945, Enrique Meneses Puertas salió de su arresto domiciliario -también disfrutó de permisos para visitar a familiares enfermos y hasta para trasladarse a casa de su suegra, la condesa viuda de Nimety- con el objetivo de ratificar ante el instructor lo declarado anteriormente. Los meses pasaron sin necesidad de pisar la cárcel como tantos otros procesados y el 26 de enero de 1946 el auditor le envía a un consejo de guerra con una petición del fiscal de seis años de reclusión. Su hijo lo recuerda de otra manera sin apoyos documentales: «El fiscal pedía la pena de muerte para la docena de acusados». El sumario dista mucho de corroborar semejante petición.

El plenario bajo la presidencia del teniente coronel José González Esteban tuvo lugar el 9 de enero de 1947. El fiscal volvió a acusarle, incluso le recordó alguna circunstancia comprometida, pero para entonces Enrique Meneses Puertas ya estaría más o menos tranquilo gracias a las probables influencias de su familia. La sentencia del mismo día le declara absuelto por considerar que «las reuniones mantenidas fueron por motivo de amistad», aunque su objetivo fuera impulsar un cambio de régimen, y que no había injurias en un original carente de difusión.

La sentencia del millonario llegaría a los demás procesados, sobre todo a los republicanos comprometidos con la ANFD, y verían con asombro que unas conversaciones eran actuaciones clandestinas y otras una cuestión de amistad, aunque el tema fuera idéntico: el cambio de régimen. También comprobaron que los documentos incautados, que nunca llegaron a ser difundidos, eran pruebas de cargo para las correspondientes sentencias, mientras que en el caso del compañero de proceso esa falta de difusión excusaba cualquier posible injuria en un original.

Hasta ahora hemos estudiado ejemplos del «derecho de autor» en los consejos de guerra de periodistas y escritores. A partir del caso protagonizado por Enrique Meneses Puertas habrá que recordar el componente clasista de ese mismo derecho. Los hechos probados tenían distintas respuestas judiciales según fuera la clase social del procesado. El heredero de Platas Meneses, con pasado de bon vivant, no fue «un estafador internacional», pero sí un distinguido caballero que no pisó la cárcel, resultó absuelto por intentar un cambio de régimen y, además, se inventó un pasado de condenado a muerte en 1944.

La operación de esta memoria transmitida hasta nuestros días parece redonda, pero los historiadores acudimos a los documentos y a veces nos convertimos en unos aguafiestas de esa moldeable materia que circula por las redes y las publicaciones periódicas. El problema es que seguirá circulando porque los académicos solemos predicar en el desierto y, a diferencia de Enrique Meneses, nunca mereceremos la llamada de periódicos como el New York Herald Tribune por haber descubierto que Rodolfo Valentino era un calvo con peluquín.

Pd.: el texto aparecerá ampliado y con las debidas referencias bibliográficas en el cuarto volumen dedicado a los consejos de guerra de periodistas y escritores.