sábado, 8 de noviembre de 2025

Procesado por taquimecanógrafo: José Ferrándiz Casares


 Montaje a partir de tres cabeceras de la prensa alicantina durante la Guerra Civil

La posibilidad de encontrar a un amigo entre los escritores y periodistas procesados durante la posguerra es remota por cuestiones de edad. Nací en 1958 y me debería remitir a la generación de mis padres, que vivieron aquellos años siendo unos adolescentes o unos jóvenes con esperanzas a menudo truncadas. Después el silencio fue absoluto para buscar un acomodo discreto explicado en libros como Contemos cómo pasó (2015).

A mediados de los ochenta, cuando lo callado empezaba a desvelarse con relativa normalidad, tuve la ocasión de charlar acerca de esa experiencia con quienes andaban cerca de la jubilación o la procuraban disfrutar. El encuentro fue tan breve como limitado. Poco a poco desaparecieron sin apenas ser escuchados y, ahora, cuando necesitamos de esa memoria, lamento no haberles prestado más atención para mantener vivos sus recuerdos.

Gracias a mi padre y otras personas de su edad que me ayudaron, sabía quienes tuvieron algún protagonismo en la vida cultural o académica de Alicante durante la II República. Los trataba en el caso de los vivos y, aunque por entonces era demasiado joven, procuré escuchar sus historias. No obstante, a menudo las conocí por vías indirectas, porque estos ancianos nunca fueron proclives a hablar. Los motivos del pasado resultaban tan obvios como tácitos.

José Ferrándiz Casares (1917-¿?), no se encontraba en esa lista de personas significadas durante la II República. Le conocía por su condición de crítico teatral en el diario Información desde mayo de 1973 y también por saludarle al verle, siempre con su esposa, en el Teatro Principal, donde era uno de los espectadores más fieles.



Foto obtenida del libro de Jaume Lloret, Personajes de la escena alicantina

Correcto, amable y elegante en todos los sentidos, tuve la ocasión de charlar con don José en varias ocasiones para que me contara otro tipo de batallas, las teatrales, de épocas que yo solo conocía a través de los libros. Me atendió con los modales de un caballero y se alegró de verme en tareas docentes, pues se ganó la vida como catedrático de inglés en la Escuela de Comercio de Alicante.

Ya jubilado y dueño de su tiempo, dedicó muchas horas a la escritura y la lectura, publicó libros de diferentes géneros y hasta se doctoró en 1995, cuando contaba con setenta y ocho años. Su vida fue una pasión por la cultura que durante décadas compartió con un reducido grupo de amigos, aquellos que crearon el teatro de cámara en el Alicante de los cincuenta y protagonizaron otras iniciativas para hacer más soportable «el tiempo de silencio».

Al analizar el sumario 871 del AGHD, el relacionado con los periodistas alicantinos que fueron denunciados por el abogado José M.ª Pérez Ruiz-Águila, tuve la sorpresa de encontrar a don José entre los procesados. Nunca lo hubiera sospechado, pero el alcalde de Alicante, en un informe fechado el 31 de mayo de 1939, escribió que el joven periodista «es militante del partido comunista y agente activo del mismo, propagandista de las ideas marxistas en el periódico Nuestra Bandera, órgano del partido comunista. Es de mala conducta y pésimos antecedentes que ha de reputársele como peligroso». De sobra conozco la barbarie de la época, pero enmudecí al observar en esta dramática tesitura a don José, que al parecer solo colaboró en El Luchador, una cabecera local vinculada con Izquierda Republicana.

La declaración del empleado Antonio González Soler, fechada el 28 de junio de 1939, es bien diferente en su caracterización de José Ferrándiz Casares. El declarante recuerda que en 1935 su amigo marchó a Inglaterra para perfeccionar el inglés y que, de vuelta a su ciudad natal, le sorprendió la guerra. Trabajó entonces en una casa comercial y hasta su movilización completó el sueldo como taquimecanógrafo en Nuestra Bandera, aunque el citado empleado negara cualquier vinculación suya con los comunistas.

El profesor mercantil Francisco Sáez Garrido el 28 de junio también testimonia indicando que José Ferrándiz Casares estudió en la Escuela de Comercio y que su amigo era un «republicano moderado». Francisco Jerez La Marca el mismo día secunda esta caracterización e incluso le sitúa entre los simpatizantes de los sublevados. La delegación alicantina del Servicio Nacional de Seguridad una semana antes había informado que el joven era «persona de buena conducta». El documento firmado por el alcalde quedó como un nuevo ejemplo, aislado en esta ocasión, de la barbarie de la época.

Los militares tardaron algún tiempo en localizar a José Ferrándiz Casares. Incluso le declararon en rebeldía como a los denunciados ya exiliados. Finalmente, lo detuvieron y declaró el 24 de mayo de 1939. Taquígrafo y con veintidós años, reconoce que trabajó en Nuestra Bandera hasta ser movilizado en septiembre de 1937. Al igual que todos los trabajadores del momento se afilió a una central sindical, la UGT en su caso. «El deponente» recuerda sus problemas en la redacción por la negativa a ingresar en el PCE, pero permaneció en la misma porque su labor se reducía a la de un taquígrafo que, desde las once de la noche hasta las cuatro de la madrugada, tomaba nota de las conferencias telefónicas, sin redactar artículos o ponerles títulos, tarea que correspondía a otras personas de las que facilita nombres. El juez instructor le mantuvo en «prisión atenuada», que debería ser un arresto domiciliario.

Allí permanecería José Ferrándiz Casares hasta que el auto resumen del instructor, fechado el 2 de enero de 1940, consideró sobreseído su caso. Así pudo librarse del consejo de guerra celebrado el 21 de febrero, donde fueron condenados a seis años los periodistas Emilio Claramunt López y Ernesto Cantó Soler. Un tercer procesado, el profesor mercantil José Tarí Navarro, resultó absuelto por el tribunal que presidió el comandante Almansa Díaz. Una semana después el auditor ratificó la sentencia. A partir de ese momento, don José empezaría a respirar aliviado después de verse involucrado en unos sumarísimos como los que llevaron a la muerte a su admirado Miguel Hernández.

Ahora, cuando la figura del crítico teatral está diluida por los años transcurridos desde su fallecimiento, lamento no haberle preguntado por aquello que desconocía. Como tantos otros profesores, solo sabía de una genérica represión, pero carecía de información para concretarla en los consejos de guerra u otros instrumentos destinados a derrotar al «enemigo». Dudo que José Ferrándiz Casares pudiera ser el enemigo de alguien, pero en la Victoria y durante unos meses así le trataron hasta que prevaleció un mínimo de sentido común. Su admirado Miguel Hernández no disfrutó de esa suerte.


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