La posibilidad de
encontrar a un amigo entre los escritores y periodistas procesados durante la
posguerra es remota por cuestiones de edad. Nací en 1958 y me debería remitir a
la generación de mis padres, que vivieron aquellos años siendo unos adolescentes
o unos jóvenes con esperanzas a menudo truncadas. Después el silencio fue
absoluto para buscar un acomodo discreto explicado en libros como Contemos
cómo pasó (2015).
A mediados de los
ochenta, cuando lo callado empezaba a desvelarse con relativa normalidad, tuve
la ocasión de charlar acerca de esa experiencia con quienes andaban cerca de la
jubilación o la procuraban disfrutar. El encuentro fue tan breve como limitado.
Poco a poco desaparecieron sin apenas ser escuchados y, ahora, cuando
necesitamos de esa memoria, lamento no haberles prestado más atención para
mantener vivos sus recuerdos.
Gracias a mi padre y
otras personas de su edad que me ayudaron, sabía quienes tuvieron algún
protagonismo en la vida cultural o académica de Alicante durante la II
República. Los trataba en el caso de los vivos y, aunque por entonces era
demasiado joven, procuré escuchar sus historias. No obstante, a menudo las
conocí por vías indirectas, porque estos ancianos nunca fueron proclives a
hablar. Los motivos del pasado resultaban tan obvios como tácitos.
José Ferrándiz Casares
(1917-¿?), no se encontraba en esa lista de personas significadas durante la II
República. Le conocía por su condición de crítico teatral en el diario Información
desde mayo de 1973 y también por saludarle al verle, siempre con su esposa,
en el Teatro Principal, donde era uno de los espectadores más fieles.
Foto obtenida del libro de Jaume Lloret, Personajes de la escena alicantina
Correcto, amable y
elegante en todos los sentidos, tuve la ocasión de charlar con don José en
varias ocasiones para que me contara otro tipo de batallas, las teatrales, de
épocas que yo solo conocía a través de los libros. Me atendió con los modales
de un caballero y se alegró de verme en tareas docentes, pues se ganó la vida
como catedrático de inglés en la Escuela de Comercio de Alicante.
Ya jubilado y dueño de su
tiempo, dedicó muchas horas a la escritura y la lectura, publicó libros de
diferentes géneros y hasta se doctoró en 1995, cuando contaba con setenta y
ocho años. Su vida fue una pasión por la cultura que durante décadas compartió
con un reducido grupo de amigos, aquellos que crearon el teatro de cámara en el
Alicante de los cincuenta y protagonizaron otras iniciativas para hacer más
soportable «el tiempo de silencio».
Al analizar el sumario
871 del AGHD, el relacionado con los periodistas alicantinos que fueron
denunciados por el abogado José M.ª Pérez Ruiz-Águila, tuve la sorpresa de
encontrar a don José entre los procesados. Nunca lo hubiera sospechado, pero el
alcalde de Alicante, en un informe fechado el 31 de mayo de 1939, escribió que
el joven periodista «es militante del partido comunista y agente activo del
mismo, propagandista de las ideas marxistas en el periódico Nuestra Bandera,
órgano del partido comunista. Es de mala conducta y pésimos antecedentes
que ha de reputársele como peligroso». De sobra conozco la barbarie de la
época, pero enmudecí al observar en esta dramática tesitura a don José, que al parecer solo colaboró en El Luchador, una cabecera local vinculada con Izquierda Republicana.
La declaración del
empleado Antonio González Soler, fechada el 28 de junio de 1939, es bien
diferente en su caracterización de José Ferrándiz Casares. El declarante recuerda
que en 1935 su amigo marchó a Inglaterra para perfeccionar el inglés y que, de
vuelta a su ciudad natal, le sorprendió la guerra. Trabajó entonces en una casa
comercial y hasta su movilización completó el sueldo como taquimecanógrafo en Nuestra
Bandera, aunque el citado empleado negara cualquier vinculación suya con
los comunistas.
El profesor mercantil
Francisco Sáez Garrido el 28 de junio también testimonia indicando que José
Ferrándiz Casares estudió en la Escuela de Comercio y que su amigo era un
«republicano moderado». Francisco Jerez La Marca el mismo día secunda esta
caracterización e incluso le sitúa entre los simpatizantes de los sublevados.
La delegación alicantina del Servicio Nacional de Seguridad una semana antes
había informado que el joven era «persona de buena conducta». El documento
firmado por el alcalde quedó como un nuevo ejemplo, aislado en esta ocasión, de
la barbarie de la época.
Los militares tardaron
algún tiempo en localizar a José Ferrándiz Casares. Incluso le declararon en
rebeldía como a los denunciados ya exiliados. Finalmente, lo detuvieron y
declaró el 24 de mayo de 1939. Taquígrafo y con veintidós años, reconoce que
trabajó en Nuestra Bandera hasta ser movilizado en septiembre de 1937.
Al igual que todos los trabajadores del momento se afilió a una central
sindical, la UGT en su caso. «El deponente» recuerda sus problemas en la
redacción por la negativa a ingresar en el PCE, pero permaneció en la misma
porque su labor se reducía a la de un taquígrafo que, desde las once de la
noche hasta las cuatro de la madrugada, tomaba nota de las conferencias
telefónicas, sin redactar artículos o ponerles títulos, tarea que correspondía
a otras personas de las que facilita nombres. El juez instructor le mantuvo en
«prisión atenuada», que debería ser un arresto domiciliario.
Allí permanecería José
Ferrándiz Casares hasta que el auto resumen del instructor, fechado el 2 de
enero de 1940, consideró sobreseído su caso. Así pudo librarse del consejo de
guerra celebrado el 21 de febrero, donde fueron condenados a seis años los periodistas
Emilio Claramunt López y Ernesto Cantó Soler. Un tercer procesado, el profesor
mercantil José Tarí Navarro, resultó absuelto por el tribunal que presidió el
comandante Almansa Díaz. Una semana después el auditor ratificó la sentencia. A
partir de ese momento, don José empezaría a respirar aliviado después de verse
involucrado en unos sumarísimos como los que llevaron a la muerte a su admirado
Miguel Hernández.
Ahora, cuando la figura
del crítico teatral está diluida por los años transcurridos desde su
fallecimiento, lamento no haberle preguntado por aquello que desconocía. Como
tantos otros profesores, solo sabía de una genérica represión, pero carecía de
información para concretarla en los consejos de guerra u otros instrumentos destinados
a derrotar al «enemigo». Dudo que José Ferrándiz Casares pudiera ser el enemigo
de alguien, pero en la Victoria y durante unos meses así le trataron hasta que prevaleció
un mínimo de sentido común. Su admirado Miguel Hernández no disfrutó de esa
suerte.

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