miércoles, 12 de noviembre de 2025

«Si no tienes un 'hater'...»


 Miembros de la Generación del 27

El centenario de la Generación del 27 forma parte del futuro inmediato. Los preparativos para celebrarlo ya están en marcha. De hecho, cuento con tres invitaciones para participar en iniciativas relacionadas con la efeméride y, lo confieso, me ilusiona especialmente la experiencia de alojarme en la Residencia de Estudiantes, donde estuvieron los creadores a los que he dedicado tantas horas de estudio y docencia.

La «Generación del 27» es una denominación tan exitosa como discutible por múltiples razones. El centenario será una ocasión perfecta para someterla a crítica y analizar posibles alternativas acordes con la riqueza literaria de ese período de nuestras letras.

Así lo haremos, pero los historiadores somos conscientes de la inutilidad de pretender reemplazar una denominación exitosa en los medios de comunicación. Conviene, pues, aceptarla, aunque solo sea para matizarla o reivindicar otras posibilidades. El camino de esa revisión viene de largo y lo completaremos, tal vez, en el 27 sin olvidar el núcleo de los poetas imprescindibles para caracterizar la generación.

Los debates universitarios son intensos, pero permanecen alejados de la visceralidad habitual en los medios de comunicación. Las razones de este islote de racionalidad son múltiples. Yo destacaría que, llegados a un mínimo de conocimientos sobre una materia, la controversia permanece, aunque en unos términos donde también cabe hablar de un consenso en lo básico por obvio.

En este marco de preparativos, el pasado 26 de octubre leí una entrevista a Andrés Trapiello cuyo titular me sorprendió: «El 27 me parece un grupo de poetas sin demasiado recorrido» (Diario de Sevilla). El texto de las respuestas corrobora lo entrecomillado en el titular, de tal manera que el entrevistado considera a Federico García Lorca, Vicente Aleixandre y Rafael Alberti, por ejemplo, como «poetas sin demasiado recorrido».

Andrés Trapiello piensa, por el contrario, que José Bergamín, Luis Cernuda y Rosa Chacel son autores de mayor recorrido y dignos de un interés preferente. La opción está justificada, pero lo sorprendente es que pase por la boutade de minimizar el alcance de un premio Nobel o un autor universal como Lorca.

A falta de explicaciones en la propia entrevista, supongo que lo buscado es un titular llamativo para marcar territorio. Si Andrés Trapiello se sumara a la corriente unánime del profesorado universitario, su protagonismo de cara a 2027 quedaría diluido y apenas cotizaría. Sin embargo, puestos a pensar que Lorca es un poeta «sin demasiado recorrido», su voz disidente sonará con fuerza y, al mismo tiempo, le permitirá cuestionar una unanimidad vinculada con los defectos que suele atribuir al mundo académico.

La respuesta argumentada es innecesaria porque no se trata de una polémica literaria, sino de una estrategia para situarse ante una celebración que acarreará múltiples y, a veces, bien pagadas colaboraciones. Quienes compartimos la suerte de no depender del «mercado», por nuestra condición de funcionarios. permanecemos lejos de estas salidas de tono. Apenas cabe criticarlas. Solo lamentar que, con tanta estrategia comunicativa, se pierda el tiempo para modular una voz crítica que merece ser escuchada.

El Andrés Trapiello de las «trifulcas periodísticas», cada vez más acentuadas, dista del autor de algunos libros que me han permitido conocer mejor las letras españolas. Con este último el debate merece la pena, mientras que con el de las columnas de El Mundo solo lamento un tono faltón donde otros, más ingeniosos, le superan.

Ahora, como un paso más en ese camino de los columnistas dispuestos a sobrevivir en la jauría periodística, me entero de que Andrés Trapiello es un hater de mi colega Ignacio Sánchez Cuenca (El País, 6-XI-2025). La respuesta del catedrático, cuyos artículos y libros leo con atención desde hace tiempo, supone un ejemplo de moderación analítica y buen humor. Lo agradezco, porque lo peor de un hater es la posibilidad de contagiar al «enemigo».

El historiador debe consultar las fuentes primarias. En este caso, me ha bastado leer los artículos «El dilema llega tarde» y «Tortilla de patatas, ¿con o sin cebolla» (El Mundo, 13-IX-2025 y 25-X-2025) para comprobar la veracidad del análisis de Ignacio Sánchez Cuenca.

El resultado desalienta al lector porque el espacio privilegiado de una página en un medio de alcance nacional merecería otros contenidos. Sin embargo, visto el panorama de la prensa conservadora de Madrid, me temo que los mismos serían el primer paso para la sustitución del colaborador, que parece obligado a ser tan hater del «sanchismo» como sus colegas de El Mundo.

Una línea editorial siempre merece un respeto, pero caer en las prácticas de un hater, cuando alguien ha probado otras capacidades, es tan lamentable como la suma de trifulcas de tantos columnistas. La supervivencia resulta dura en unos medios precarios donde la independencia supone una quimera. Todos lo sabemos. La crítica paternalista desde la perspectiva de un catedrático no procede, pero sí la réplica bienhumorada. De lo contrario, al final solo oiríamos a los haters, hasta el punto de pensar que escribir es rebajarse a la condición del obsesionado que cree encarnar una lucha digna cuando en realidad procura su supervivencia.

 

 

 

 

 


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