El centenario de la
Generación del 27 forma parte del futuro inmediato. Los preparativos para
celebrarlo ya están en marcha. De hecho, cuento con tres invitaciones para
participar en iniciativas relacionadas con la efeméride y, lo confieso, me
ilusiona especialmente la experiencia de alojarme en la Residencia de
Estudiantes, donde estuvieron los creadores a los que he dedicado tantas horas
de estudio y docencia.
La «Generación del 27» es
una denominación tan exitosa como discutible por múltiples razones. El centenario
será una ocasión perfecta para someterla a crítica y analizar posibles
alternativas acordes con la riqueza literaria de ese período
de nuestras letras.
Así lo haremos, pero los historiadores
somos conscientes de la inutilidad de pretender reemplazar una denominación
exitosa en los medios de comunicación. Conviene, pues, aceptarla, aunque solo
sea para matizarla o reivindicar otras posibilidades. El camino
de esa revisión viene de largo y lo completaremos, tal vez, en el 27 sin
olvidar el núcleo de los poetas imprescindibles para caracterizar la
generación.
Los debates universitarios
son intensos, pero permanecen alejados de la visceralidad habitual en los medios de
comunicación. Las razones de este islote de racionalidad son múltiples. Yo
destacaría que, llegados a un mínimo de conocimientos sobre una materia, la
controversia permanece, aunque en unos términos donde también cabe hablar de un
consenso en lo básico por obvio.
En este marco de
preparativos, el pasado 26 de octubre leí una entrevista a Andrés Trapiello
cuyo titular me sorprendió: «El 27 me parece un grupo de poetas sin demasiado
recorrido» (Diario de Sevilla). El texto de las respuestas corrobora lo
entrecomillado en el titular, de tal manera que el entrevistado considera a
Federico García Lorca, Vicente Aleixandre y Rafael Alberti, por ejemplo, como
«poetas sin demasiado recorrido».
Andrés Trapiello piensa,
por el contrario, que José Bergamín, Luis Cernuda y Rosa Chacel son autores de
mayor recorrido y dignos de un interés preferente. La opción está justificada,
pero lo sorprendente es que pase por la boutade de minimizar el alcance
de un premio Nobel o un autor universal como Lorca.
A falta de explicaciones
en la propia entrevista, supongo que lo buscado es un titular llamativo para
marcar territorio. Si Andrés Trapiello se sumara a la corriente unánime del profesorado universitario, su protagonismo de cara a 2027 quedaría diluido y
apenas cotizaría. Sin embargo, puestos a pensar que Lorca es un poeta «sin
demasiado recorrido», su voz disidente sonará con fuerza y, al mismo tiempo, le
permitirá cuestionar una unanimidad vinculada con los defectos que suele
atribuir al mundo académico.
La respuesta argumentada es innecesaria porque no se trata de una polémica literaria, sino de una
estrategia para situarse ante una celebración que acarreará múltiples y, a
veces, bien pagadas colaboraciones. Quienes compartimos la suerte de no
depender del «mercado», por nuestra condición de funcionarios. permanecemos lejos de estas salidas de tono. Apenas cabe criticarlas. Solo lamentar
que, con tanta estrategia comunicativa, se pierda el tiempo para modular una
voz crítica que merece ser escuchada.
El Andrés Trapiello de
las «trifulcas periodísticas», cada vez más acentuadas, dista del autor de
algunos libros que me han permitido conocer mejor las letras españolas. Con
este último el debate merece la pena, mientras que con el de las columnas de El
Mundo solo lamento un tono faltón donde otros, más ingeniosos, le superan.
Ahora, como un paso más
en ese camino de los columnistas dispuestos a sobrevivir en la jauría periodística,
me entero de que Andrés Trapiello es un hater de mi colega Ignacio
Sánchez Cuenca (El País, 6-XI-2025). La respuesta del catedrático, cuyos artículos y libros leo con atención desde hace
tiempo, supone un ejemplo de moderación analítica y buen humor. Lo agradezco,
porque lo peor de un hater es la posibilidad de contagiar al «enemigo».
El historiador debe
consultar las fuentes primarias. En este caso, me ha bastado leer los artículos
«El dilema llega tarde» y «Tortilla de patatas, ¿con o sin cebolla» (El
Mundo, 13-IX-2025 y 25-X-2025) para comprobar la veracidad del análisis de
Ignacio Sánchez Cuenca.
El resultado desalienta
al lector porque el espacio privilegiado de una página en un medio de alcance
nacional merecería otros contenidos. Sin embargo, visto el panorama de la
prensa conservadora de Madrid, me temo que los mismos serían el primer paso
para la sustitución del colaborador, que parece obligado a ser tan hater del
«sanchismo» como sus colegas de El Mundo.
Una línea editorial
siempre merece un respeto, pero caer en las prácticas de un hater, cuando
alguien ha probado otras capacidades, es tan lamentable como la suma de
trifulcas de tantos columnistas. La supervivencia resulta dura en unos medios
precarios donde la independencia supone una quimera. Todos lo sabemos. La crítica paternalista
desde la perspectiva de un catedrático no procede, pero sí la
réplica bienhumorada. De lo contrario, al final solo oiríamos a los haters, hasta
el punto de pensar que escribir es rebajarse a la condición del obsesionado que
cree encarnar una lucha digna cuando en realidad procura su supervivencia.

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