domingo, 2 de noviembre de 2025

El periodista Enrique Meneses Puertas no fue condenado a muerte


 Foto de la boda de Enrique Meneses en 1928

El periodista, escritor y abogado Enrique Meneses Puertas no fue condenado a muerte en 1944 por haber sido gobernador civil de Segovia en representación del partido de Alejandro Lerroux, según aparece en la ficha biográfica de Ediciones del Viento y en la necrológica publicada en El País (26-XI-1987). El dato, así como los dos supuestos años pasados en las cárceles franquistas, forma parte de la leyenda probablemente creada por el propio protagonista.

Enrique Meneses Puertas heredó una fortuna familiar a los diecinueve años. Nunca destacó en los estudios realizados en centros educativos de élite, tampoco mostró apego al trabajo en la empresa Plata Meneses y, tras haber sido corresponsal en Hollywood y España del New York Herald Tribune, marchó pronto a París para ejercer de bon vivant. Allí, a la vista del desastre de Annual, tuvo la singularidad de presentarse voluntario, participar en la campaña como sargento y publicar un libro que denuncia aquella barbarie: La cruz de Monte Arruit (1922).




La obra testimonial la escribió en Úbeda, mientras se recuperaba de las heridas recibidas. Enrique Meneses Puertas publicó después unas novelas que pasaron desapercibidas, viajó por diversos países europeos y sudamericanos -llegó a visitar diecisiete, según sus declaraciones en el sumario-, ejerció de periodista, militó en las filas de Alejandro Lerroux y la guerra le pilló de vacaciones junto a su familia en Biarritz, un enclave acorde con su tren de vida. El millonario no regresó a España y, ante la drástica disminución de sus ingresos, en el París de 1938 fundó la agencia Prensa Mundial junto con el «príncipe Trubetskói», según la declaración con motivo de su detención en la DGS. La supuesta participación del insigne lingüista en la empresa del madrileño habría sido otra singularidad de una trayectoria biográfica donde los datos conviene ponerlos en cuarentena. Gracias a su hijo, sabemos que el mecenas fue «el príncipe Cirilo de Trubetskóy, uno de los muchos nobles rusos que residían en Francia».

La consulta del sumario 129173 del AGHD desmiente la posibilidad de que Enrique Meneses Puertas hubiera sido condenado a muerte en otro consejo de guerra. En la declaración del 22 de marzo de 1945 consta que «no ha sido procesado» anteriormente. El Registro Central de Penados y Rebeldes de la Dirección General de Prisiones, en informe fechado el 25 de mayo de 1945, certifica que el procesado carecía de antecedentes. Y, por otra parte, las búsquedas del supuesto sumario por el que fue condenado a muerte han resultado infructuosas. Por lo tanto, cabe decir que quien viviera durante la posguerra entre Argentina, Portugal, Francia y España nunca mereció tan drástica represalia, salvo en su imaginación, que fue fértil a tenor de otros datos.

Enrique Meneses Puertas pertenecía a una acaudalada familia y en 1928 emparentó con la nobleza tras casarse con Carmen Miniaty García de Castro. La circunstancia, en una justicia tan clasista como la militar de la época, se percibe en un detalle aportado por José Carreño España en su declaración del 16 de marzo de 1945. Preguntado acerca del periodista al que desconocía hasta su procesamiento, al republicano «le llamó la atención el trato privilegiado que se le concedía en la DGS, donde diariamente bajaba un funcionario a sacarle de la celda de incomunicados para que subiera a la inspección, donde se le servía el almuerzo y la cena». Extrañado, preguntó a su compañero de celda, y ambos convinieron estar ante «un estafador internacional». El también periodista Enrique Meneses Miniaty, por entonces un adolescente, recuerda haber visitado a su padre junto a su familia en las mismas dependencias de la DGS, siempre bajo la benevolente mirada de un comisario. Vistos otros muchos casos, la singularidad del trato resulta pasmosa.

José Carreño España detalla el papel fundamental de Enrique Meneses Puertas en la organización de la ANFD y cita algunos de los encuentros que mantuvo con sus responsables: «todo lo cual le hace suponer que, efectivamente, tiene gran intervención en esta causa». No obstante, la extrañeza aumentó cuando, ocho días antes de terminar el expediente, el periodista fue «puesto en libertad por la DGS sin pasar por la prisión como los demás encartados». En realidad, el madrileño quedó en arresto domiciliario en la calle Núñez de Balboa, n.º 14, pero el privilegio no fue menor y sorprende que Enrique Meneses Puertas no entrara en la cárcel a lo largo del proceso.

El periodista declaró en la DGS el 27 y 29 de diciembre de 1944, pero la primera declaración ante el instructor corresponde al 22 de marzo de 1945. Enrique Meneses Puertas manifiesta haber mantenido relaciones con las legaciones diplomáticas de los aliados desde el inicio de la II Guerra Mundial porque «sentía gran simpatía por los ideales democráticos de estos países». Al detenerle, le incautaron el original de un ensayo periodístico titulado Yo intenté ser amigo de Alemania, que había escondido en el domicilio de un sobrino. El autor explica que el mismo recoge sus experiencias viajeras por diecisiete países, donde celebró entrevistas con destacados políticos acerca de la situación internacional. En lo referente a España, solo reconoce la existencia de una entrevista a Gil Robles donde el líder se muestra contrario al franquismo. La acusación del fiscal se centró en este documento inédito por las supuestas injurias al Glorioso Movimiento Nacional y el Caudillo.

En la misma declaración, y con un desparpajo solo comprensible a la luz de su fortuna, Enrique Meneses Puertas aboga por el restablecimiento de la monarquía, mientras «se iba celebrando la reconciliación nacional» y «restableciendo al pueblo español las libertades democráticas». Esa era su «única preocupación», pues supone que el franquismo «no podía subsistir exactamente como en la actualidad está constituido». El seguidor de Alejandro Lerroux «considera importante para España que los monárquicos y los republicanos llegasen a una concordia, ya que los republicanos en su mayor parte reconocían que la salvación de España se hallaba en un restablecimiento de la monarquía con tendencia liberal y democrática lo antes que fuese posible».

A partir de esta conclusión, el declarante reconoce haberse entrevistado con Don Juan de Borbón y el general Aranda, entre otros, porque consideraba que el heredero «como rey de España podría representar la reconciliación nacional auténtica y salvar a España». El general Franco no sería un problema, pues el periodista creía que, para preservar la patria frente a los marxistas tras el final de la II Guerra Mundial, el Caudillo estaría dispuesto a ceder el poder al monarca con el respaldo de los aliados. 

Tres días después, Enrique Meneses Puertas escribe una extensa carta a quien también era marqués de Someruelos, marqués de Villa de Orellana, conde de Almodóvar, caballero de la Orden de Calatrava y de la Real Maestranza de Granada, así como «gentil hombre de cámara con ejercicio y servidumbre». El general instructor, por lo tanto, era un colega de la aristocracia al que presuponemos poco dispuesto a indagar acerca de las actividades de los monárquicos que contactaron con los republicanos para procurar un cambio de régimen. De hecho, ninguno fue condenado.

El encartado redacta la carta «bajo juramento como católico y palabra de honor como caballero y español que derramó su sangre por la patria». Esta última circunstancia se remite a 1922, pero el instructor sabría por entonces que el procesado no era precisamente «un rojo». Enrique Meneses Puertas explica que en sus «conversaciones» con otros miembros de la ANFD «solo ha existido una preocupación honda por el futuro próximo de España como reflejo de la situación internacional al acercarse el fin de la guerra». Ante esta coyuntura, Enrique Meneses Puertas aboga por una «monarquía revestida de máxima autoridad, pero de tendencia liberal y democrática». Para instaurarla, considera «apremiante» la realización de «una labor patriótica»: «limar asperezas y aunar voluntades entre monárquicos y republicanos, y luego entre elementos de derechas e izquierdas que antepusieran a todo otro sentimiento mezquino el de la propia responsabilidad, desinterés personal y amor a la patria para establecer un amplio frente nacional contra el posible enemigo común, o sea, el comunismo o el desorden, que encendieran una nueva guerra civil».

El remitente alardea de sus conocimientos de política internacional y dictamina que «triunfando las democracias en todo el mundo es difícil quede islote alguno de tendencia dictatorial», es decir, España. Ante esta conclusión, Enrique Meneses Puertas reconoce haberse movilizado en un sentido patriótico hasta el punto de perder seiscientas mil pesetas en su empresa periodística. La cifra resulta tan inverosímil como carente de justificación, pero la retórica del encartado culmina cuando escribe acerca del original de Yo intenté ser amigo de Alemania. No lo concibió para buscar «el lucro», sino con la pretensión de «servir a España y a mis ideales de carácter universal». Llevado de tan noble propósito, el autor buscó la ayuda de las embajadas británica y norteamericana para su difusión internacional. En el caso de obtener esa colaboración, estaba dispuesto a «alistarse en la Legión Extranjera Francesa en Marruecos y marchar a combatir como simple soldado».

La singular contraprestación no debió tener respuesta de los diplomáticos británicos y norteamericanos, que dudarían de la aportación, de un «simple soldado» de cincuenta años dispuesto a combatir en no se sabe qué guerra. La carta, sin embargo, impresionaría al instructor, que también sabría de las relaciones familiares y la fortuna del procesado que en 1946 volvió a heredar, en esta ocasión cuarenta y seis millones de pesetas según su hijo. La cifra le permitiría trasladarse a Francia para superar el mal trago de la detención sin necesidad de compartir los sinsabores del exilio.

A pesar de la carta y demás circunstancias de un millonario en las dependencias de la DGS, el juez instructor en su auto resumen del 27 de abril de 1945 le acusa de «haber sostenido conversaciones con diferentes elementos» y fundar «una empresa periodística llamada Prensa Nacional», así como un diario hablado para Europa «pensando hacer propaganda monárquica». Además, el citado original sobre la frustrada amistad con Alemania incluye entrevistas donde «se vierten palabras injuriosas para el Régimen y el Caudillo».

El 16 de mayo, el auditor devuelve lo actuado al instructor, deja en libertad a varios procesados y mantiene a Enrique Meneses Puertas en vigilancia domiciliaria. Nueve días después, el marqués de Someruelos solicita los antecedentes del periodista que había trasladado la agencia a Madrid en colaboración con Gregorio Marañón Moya y Carlos Sentís. La fecha de la respuesta sorprende como en tantas otras ocasiones. El mismo día en que los pide, la Dirección General de Prisiones le comunica que el procesado carece de antecedentes. El instructor dicta el 26 de mayo una diligencia de procesamiento por la que le acusa de injurias en el original incautado, asistencia a reuniones políticas y propaganda contra el régimen por medio de la radio. Su hijo obvia estas razones y escribe acerca de la detención de un obispo en Segovia, que es materia más acorde con un lerrouxista (2006: 75).

El 12 de julio de 1945, Enrique Meneses Puertas salió de su arresto domiciliario -también disfrutó de permisos para visitar a familiares enfermos y hasta para trasladarse a casa de su suegra, la condesa viuda de Nimety- con el objetivo de ratificar ante el instructor lo declarado anteriormente. Los meses pasaron sin necesidad de pisar la cárcel como tantos otros procesados y el 26 de enero de 1946 el auditor le envía a un consejo de guerra con una petición del fiscal de seis años de reclusión. Su hijo lo recuerda de otra manera sin apoyos documentales: «El fiscal pedía la pena de muerte para la docena de acusados». El sumario dista mucho de corroborar semejante petición.

El plenario bajo la presidencia del teniente coronel José González Esteban tuvo lugar el 9 de enero de 1947. El fiscal volvió a acusarle, incluso le recordó alguna circunstancia comprometida, pero para entonces Enrique Meneses Puertas ya estaría más o menos tranquilo gracias a las probables influencias de su familia. La sentencia del mismo día le declara absuelto por considerar que «las reuniones mantenidas fueron por motivo de amistad», aunque su objetivo fuera impulsar un cambio de régimen, y que no había injurias en un original carente de difusión.

La sentencia del millonario llegaría a los demás procesados, sobre todo a los republicanos comprometidos con la ANFD, y verían con asombro que unas conversaciones eran actuaciones clandestinas y otras una cuestión de amistad, aunque el tema fuera idéntico: el cambio de régimen. También comprobaron que los documentos incautados, que nunca llegaron a ser difundidos, eran pruebas de cargo para las correspondientes sentencias, mientras que en el caso del compañero de proceso esa falta de difusión excusaba cualquier posible injuria en un original.

Hasta ahora hemos estudiado ejemplos del «derecho de autor» en los consejos de guerra de periodistas y escritores. A partir del caso protagonizado por Enrique Meneses Puertas habrá que recordar el componente clasista de ese mismo derecho. Los hechos probados tenían distintas respuestas judiciales según fuera la clase social del procesado. El heredero de Platas Meneses, con pasado de bon vivant, no fue «un estafador internacional», pero sí un distinguido caballero que no pisó la cárcel, resultó absuelto por intentar un cambio de régimen y, además, se inventó un pasado de condenado a muerte en 1944.

La operación de esta memoria transmitida hasta nuestros días parece redonda, pero los historiadores acudimos a los documentos y a veces nos convertimos en unos aguafiestas de esa moldeable materia que circula por las redes y las publicaciones periódicas. El problema es que seguirá circulando porque los académicos solemos predicar en el desierto y, a diferencia de Enrique Meneses, nunca mereceremos la llamada de periódicos como el New York Herald Tribune por haber descubierto que Rodolfo Valentino era un calvo con peluquín.

Pd.: el texto aparecerá ampliado y con las debidas referencias bibliográficas en el cuarto volumen dedicado a los consejos de guerra de periodistas y escritores.

 


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