El periodista, escritor y abogado Enrique Meneses Puertas no fue condenado a muerte en 1944 por
haber sido gobernador civil de Segovia en representación del partido de
Alejandro Lerroux, según aparece en la ficha biográfica de Ediciones del
Viento y en la necrológica publicada en El País (26-XI-1987). El dato,
así como los dos supuestos años pasados en las cárceles franquistas, forma
parte de la leyenda probablemente creada por el propio protagonista.
Enrique
Meneses Puertas heredó una fortuna familiar a los diecinueve años. Nunca
destacó en los estudios realizados en centros educativos de élite, tampoco
mostró apego al trabajo en la empresa Plata Meneses y, tras haber sido
corresponsal en Hollywood y España del New York Herald Tribune, marchó pronto a París para ejercer de bon vivant. Allí,
a la vista del desastre de Annual, tuvo la singularidad de
presentarse voluntario, participar en la campaña como sargento y
publicar un libro que denuncia aquella barbarie: La cruz de Monte Arruit (1922).
La
obra testimonial la escribió en Úbeda, mientras se recuperaba de las heridas
recibidas. Enrique Meneses Puertas publicó después unas novelas que pasaron
desapercibidas, viajó por diversos países europeos y sudamericanos -llegó a
visitar diecisiete, según sus declaraciones en el sumario-, ejerció de
periodista, militó en las filas de Alejandro Lerroux y la guerra le pilló de
vacaciones junto a su familia en Biarritz, un enclave acorde con su tren de
vida. El millonario no regresó a España y, ante la drástica disminución de sus
ingresos, en el París de 1938 fundó la agencia Prensa Mundial junto con el «príncipe Trubetskói», según la declaración con motivo
de su detención en la DGS. La supuesta participación del insigne lingüista en la
empresa del madrileño habría sido otra singularidad de una
trayectoria biográfica donde los datos conviene ponerlos en cuarentena. Gracias
a su hijo, sabemos que el mecenas fue «el príncipe Cirilo de
Trubetskóy, uno de los muchos nobles rusos que residían en Francia».
La
consulta del sumario 129173 del AGHD desmiente la posibilidad de que Enrique
Meneses Puertas hubiera sido condenado a muerte en otro consejo de guerra. En
la declaración del 22 de marzo de 1945 consta que «no ha sido procesado»
anteriormente. El Registro Central de Penados y Rebeldes de la Dirección
General de Prisiones, en informe fechado el 25 de mayo de 1945, certifica que
el procesado carecía de antecedentes. Y, por otra parte, las búsquedas del
supuesto sumario por el que fue condenado a muerte han resultado infructuosas.
Por lo tanto, cabe decir que quien viviera durante la posguerra entre
Argentina, Portugal, Francia y España nunca mereció tan drástica represalia,
salvo en su imaginación, que fue fértil a tenor de otros datos.
Enrique
Meneses Puertas pertenecía a una acaudalada familia y en 1928 emparentó con la
nobleza tras casarse con Carmen Miniaty García de Castro. La circunstancia, en
una justicia tan clasista como la militar de la época, se percibe en un detalle
aportado por José Carreño España en su declaración del 16 de marzo de 1945.
Preguntado acerca del periodista al que desconocía hasta su procesamiento, al
republicano «le llamó la atención el trato privilegiado que se le concedía en
la DGS, donde diariamente bajaba un funcionario a sacarle de la celda de
incomunicados para que subiera a la inspección, donde se le servía el almuerzo
y la cena». Extrañado, preguntó a su compañero de celda, y ambos convinieron
estar ante «un estafador internacional». El también periodista Enrique Meneses
Miniaty, por entonces un adolescente, recuerda haber visitado a su padre junto
a su familia en las mismas dependencias de la DGS, siempre bajo la benevolente
mirada de un comisario. Vistos otros muchos casos, la singularidad
del trato resulta pasmosa.
José
Carreño España detalla el papel fundamental de Enrique Meneses Puertas en la
organización de la ANFD y cita algunos de los encuentros que
mantuvo con sus responsables: «todo lo cual le hace suponer que, efectivamente,
tiene gran intervención en esta causa». No obstante, la extrañeza aumentó
cuando, ocho días antes de terminar el expediente, el periodista fue «puesto en
libertad por la DGS sin pasar por la prisión como los demás encartados». En
realidad, el madrileño quedó en arresto domiciliario en la calle Núñez de
Balboa, n.º 14, pero el privilegio no fue menor y sorprende que Enrique Meneses
Puertas no entrara en la cárcel a lo largo del proceso.
El
periodista declaró en la DGS el 27 y 29 de diciembre de 1944, pero la primera
declaración ante el instructor corresponde al 22 de marzo de 1945. Enrique
Meneses Puertas manifiesta haber mantenido relaciones con las legaciones
diplomáticas de los aliados desde el inicio de la II Guerra Mundial porque
«sentía gran simpatía por los ideales democráticos de estos países». Al
detenerle, le incautaron el original de un ensayo periodístico titulado Yo
intenté ser amigo de Alemania, que había escondido en el domicilio de un
sobrino. El autor explica que el mismo recoge sus experiencias viajeras por
diecisiete países, donde celebró entrevistas con destacados políticos acerca de
la situación internacional. En lo referente a España, solo reconoce la
existencia de una entrevista a Gil Robles donde el líder se muestra contrario
al franquismo. La acusación del fiscal se centró en este documento inédito por
las supuestas injurias al Glorioso Movimiento Nacional y el Caudillo.
En
la misma declaración, y con un desparpajo solo comprensible a la luz de su
fortuna, Enrique Meneses Puertas aboga por el restablecimiento de la monarquía,
mientras «se iba celebrando la reconciliación nacional» y «restableciendo al
pueblo español las libertades democráticas». Esa era su «única preocupación»,
pues supone que el franquismo «no podía subsistir exactamente como en la
actualidad está constituido». El seguidor de Alejandro Lerroux «considera
importante para España que los monárquicos y los republicanos llegasen a una
concordia, ya que los republicanos en su mayor parte reconocían que la
salvación de España se hallaba en un restablecimiento de la monarquía con
tendencia liberal y democrática lo antes que fuese posible».
A
partir de esta conclusión, el declarante reconoce haberse entrevistado con Don
Juan de Borbón y el general Aranda, entre otros, porque consideraba que el
heredero «como rey de España podría representar la reconciliación nacional
auténtica y salvar a España». El general Franco no sería un problema, pues el
periodista creía que, para preservar la patria frente a los marxistas tras el
final de la II Guerra Mundial, el Caudillo estaría dispuesto a ceder el poder
al monarca con el respaldo de los aliados.
Tres
días después, Enrique Meneses Puertas escribe una extensa carta a quien también
era marqués de Someruelos, marqués de Villa de Orellana, conde de Almodóvar,
caballero de la Orden de Calatrava y de la Real Maestranza de Granada, así como
«gentil hombre de cámara con ejercicio y servidumbre». El general instructor,
por lo tanto, era un colega de la aristocracia al que presuponemos poco
dispuesto a indagar acerca de las actividades de los monárquicos que
contactaron con los republicanos para procurar un cambio de régimen. De hecho,
ninguno fue condenado.
El
encartado redacta la carta «bajo juramento como católico y palabra de honor
como caballero y español que derramó su sangre por la patria». Esta última
circunstancia se remite a 1922, pero el instructor sabría por entonces que el
procesado no era precisamente «un rojo». Enrique Meneses Puertas explica que en
sus «conversaciones» con otros miembros de la ANFD «solo ha existido una
preocupación honda por el futuro próximo de España como reflejo de la situación
internacional al acercarse el fin de la guerra». Ante esta coyuntura, Enrique
Meneses Puertas aboga por una «monarquía revestida de máxima autoridad, pero de
tendencia liberal y democrática». Para instaurarla, considera «apremiante» la
realización de «una labor patriótica»: «limar asperezas y aunar voluntades
entre monárquicos y republicanos, y luego entre elementos de derechas e
izquierdas que antepusieran a todo otro sentimiento mezquino el de la propia
responsabilidad, desinterés personal y amor a la patria para establecer un
amplio frente nacional contra el posible enemigo común, o sea, el comunismo o
el desorden, que encendieran una nueva guerra civil».
El
remitente alardea de sus conocimientos de política internacional y dictamina
que «triunfando las democracias en todo el mundo es difícil quede islote alguno
de tendencia dictatorial», es decir, España. Ante esta conclusión, Enrique
Meneses Puertas reconoce haberse movilizado en un sentido patriótico hasta el
punto de perder seiscientas mil pesetas en su empresa periodística. La cifra
resulta tan inverosímil como carente de justificación, pero la retórica del
encartado culmina cuando escribe acerca del original de Yo intenté ser amigo
de Alemania. No lo concibió para buscar «el lucro», sino con la pretensión
de «servir a España y a mis ideales de carácter universal». Llevado de tan
noble propósito, el autor buscó la ayuda de las embajadas británica y
norteamericana para su difusión internacional. En el caso de obtener esa
colaboración, estaba dispuesto a «alistarse en la Legión Extranjera Francesa en
Marruecos y marchar a combatir como simple soldado».
La
singular contraprestación no debió tener respuesta de los diplomáticos
británicos y norteamericanos, que dudarían de la aportación, de un «simple soldado» de cincuenta años dispuesto a combatir en no se
sabe qué guerra. La carta, sin embargo, impresionaría al instructor, que
también sabría de las relaciones familiares y la fortuna del procesado que en
1946 volvió a heredar, en esta ocasión cuarenta y seis millones de pesetas según su hijo. La cifra le permitiría trasladarse a Francia para superar
el mal trago de la detención sin necesidad de compartir los sinsabores del
exilio.
A
pesar de la carta y demás circunstancias de un millonario en las dependencias
de la DGS, el juez instructor en su auto resumen del 27 de abril de 1945 le
acusa de «haber sostenido conversaciones con diferentes elementos» y fundar
«una empresa periodística llamada Prensa Nacional», así como un diario hablado
para Europa «pensando hacer propaganda monárquica». Además, el citado original
sobre la frustrada amistad con Alemania incluye entrevistas donde «se vierten
palabras injuriosas para el Régimen y el Caudillo».
El
16 de mayo, el auditor devuelve lo actuado al instructor, deja en libertad a
varios procesados y mantiene a Enrique Meneses Puertas en vigilancia
domiciliaria. Nueve días después, el marqués de Someruelos solicita los
antecedentes del periodista que había trasladado la agencia a Madrid en
colaboración con Gregorio Marañón Moya y Carlos Sentís. La fecha de la
respuesta sorprende como en tantas otras ocasiones. El mismo día en que los
pide, la Dirección General de Prisiones le comunica que el procesado carece de
antecedentes. El instructor dicta el 26 de mayo una diligencia de procesamiento
por la que le acusa de injurias en el original incautado, asistencia a
reuniones políticas y propaganda contra el régimen por medio de la radio. Su
hijo obvia estas razones y escribe acerca de la detención de un obispo en
Segovia, que es materia más acorde con un lerrouxista (2006: 75).
El
12 de julio de 1945, Enrique Meneses Puertas salió de su arresto domiciliario
-también disfrutó de permisos para visitar a familiares enfermos y hasta para
trasladarse a casa de su suegra, la condesa viuda de Nimety- con el objetivo de
ratificar ante el instructor lo declarado anteriormente. Los meses pasaron sin
necesidad de pisar la cárcel como tantos otros procesados y el 26 de enero de
1946 el auditor le envía a un consejo de guerra con una petición del fiscal de
seis años de reclusión. Su hijo lo recuerda de otra manera sin apoyos
documentales: «El fiscal pedía la pena de muerte para la docena de acusados». El sumario dista mucho de corroborar semejante petición.
El
plenario bajo la presidencia del teniente coronel José González Esteban tuvo
lugar el 9 de enero de 1947. El fiscal volvió a acusarle, incluso le recordó
alguna circunstancia comprometida, pero para entonces Enrique Meneses Puertas
ya estaría más o menos tranquilo gracias a las probables influencias de su
familia. La sentencia del mismo día le declara absuelto por considerar que «las
reuniones mantenidas fueron por motivo de amistad», aunque su objetivo fuera
impulsar un cambio de régimen, y que no había injurias en un original carente
de difusión.
La
sentencia del millonario llegaría a los demás procesados, sobre todo a los
republicanos comprometidos con la ANFD, y verían con asombro que unas
conversaciones eran actuaciones clandestinas y otras una cuestión de amistad,
aunque el tema fuera idéntico: el cambio de régimen. También comprobaron que
los documentos incautados, que nunca llegaron a ser difundidos, eran pruebas de
cargo para las correspondientes sentencias, mientras que en el caso del
compañero de proceso esa falta de difusión excusaba cualquier posible injuria
en un original.
Hasta
ahora hemos estudiado ejemplos del «derecho de autor» en los consejos de guerra
de periodistas y escritores. A partir del caso protagonizado por Enrique
Meneses Puertas habrá que recordar el componente clasista de ese mismo derecho.
Los hechos probados tenían distintas respuestas judiciales según fuera la clase
social del procesado. El heredero de Platas Meneses, con pasado de bon
vivant, no fue «un estafador internacional», pero sí un distinguido
caballero que no pisó la cárcel, resultó absuelto por intentar un cambio de
régimen y, además, se inventó un pasado de condenado a muerte en 1944.
La
operación de esta memoria transmitida hasta nuestros días parece redonda, pero
los historiadores acudimos a los documentos y a veces nos convertimos en unos
aguafiestas de esa moldeable materia que circula por las redes y las
publicaciones periódicas. El problema es que seguirá circulando porque los
académicos solemos predicar en el desierto y, a diferencia de Enrique Meneses,
nunca mereceremos la llamada de periódicos como el New York Herald Tribune por
haber descubierto que Rodolfo Valentino era un calvo con peluquín.
Pd.: el texto aparecerá ampliado y con las debidas referencias bibliográficas en el cuarto volumen dedicado a los consejos de guerra de periodistas y escritores.

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