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martes, 22 de octubre de 2024

Teatro y cine en la España del siglo XX (4): Maribel y la extraña familia, de Miguel Mihura


 

Fotograma de la adaptación cinematográfica dirigida por José M.ª Forqué


Miguel Mihura forma parte de la primera generación que creció con el cine y tuvo al mismo en el centro de su actividad creativa. Junto a las grandes figuras del 27 encabezadas por García Lorca, en la España anterior a la Guerra Civil cuaja un grupo de humoristas renovadores que también cabe integrar en la generación del 27. Algunos estudiosos hablan de «la otra generación del 27», la de los humoristas, pero la denominación establece una jerarquía donde el humor queda subordinado a otras manifestaciones literarias de un supuesto mayor prestigio.

Esa relación jerárquica cabe refutarla y, en la actualidad, junto a figuras como García Lorca o Luis Buñuel aparecen los humoristas que en la década de los veinte renovaron el humor español. Entre ellos Miguel Mihura ocupa un lugar destacado junto a Enrique Jardiel Poncela, Edgar Neville y otros autores con presencia tanto en el cine como en el teatro.

Miguel Mihura pronto escribió una de las obras más renovadoras del humor y encuadrable en el teatro del absurdo: Tres sombreros de pico (1932). No obstante, su carácter avanzado o de vanguardia impidió el estreno de la obra y, frustrada su primera dedicación al teatro, decidió seguir creando para las revistas de humor y, al mismo tiempo, escribiendo guiones y diálogos cinematográficos durante las décadas de los treinta y cuarenta.

Tras esa etapa en el cine, fundamentalmente junto a su hermano Jerónimo, Miguel Mihura vuelve al teatro cuando vio cerradas las puertas de las productoras cinematográficas por cuestiones ajenas a lo creativo. La experiencia como guionista y dialoguista fue fundamental para la renovación de la comedia teatral que emprendió, con gran éxito, desde la década de los cincuenta. Obras de gran aceptación popular y crítica como Maribel y la extraña familia (1959) acabaron dándole la primacía entre los comediógrafos españoles de la época.

Miguel Mihura definió su teatro como un espacio donde siempre estaba él frente a una mujer. Soltero vocacional y mujeriego confeso, el comediógrafo parte de una anecdótica experiencia personal para crear Maribel y la extraña familia. La primera escena de la comedia, uno de los momentos cumbre del teatro español del siglo XX, es la recreación teatral de esa anécdota cuando el autor llevó a una prostituta a su propia casa, donde podía estar una madre o una tía anciana.

La ocurrencia supone una situación imprevista, llamativa y con posibilidades humorísticas: ¿cómo reaccionarían las ancianas ante la presencia de la prostituta? A partir de esta situación, Miguel Mihura añade nuevas sorpresas cuando vemos que las bondadosas mujeres también son peculiares en su comportamiento: reciben visitas a las que pagan para que las escuchen, pretenden ser modernas en sus costumbres y, sobre todo, no rechazan a la prostituta porque la consideran una novia perfecta para el tímido Marcelino.

La comedia defiende que la virtud de Maribel, la prostituta, no está en su identidad o su pasado, sino en cómo la miran Marcelino y las ancianas que le rodean. La bondad de esa mirada, y todo lo que comporta, acaba transformando a la propia Maribel, que se presenta al principio como una prostituta desconfiada y termina siendo esa novia perfecta que vieron Marcelino y su familia desde el principio de la comedia.

La evolución de la protagonista la percibimos gracias a su cambiante relación con el grupo de prostitutas que la acompañan. Al principio es una más junto a ellas, pero poco a poco se distancia en el camino hacia la nueva personalidad. Esta cambiante caracterización obliga a un trabajo complejo por parte de la actriz que interpreta el papel de Maribel. El debate lo podemos plantear observando los rasgos que la caracterizan como prostituta en el inicio de la comedia y comprobando como los mismos cambian a lo largo de la obra hasta desembocar en la nueva personalidad.

Por otra parte, Miguel Mihura contó que algunos espectadores del estreno le preguntaron cómo resultaba posible que Marcelino y las ancianas no se dieran cuenta de que Maribel era una prostituta. Su respuesta fue imaginativa y sugerente: la pregunta se la debían hacer a sus protagonistas porque él, como autor, no tenía la respuesta. ¿Qué pensáis al respecto?

 


miércoles, 12 de junio de 2024

Au revoir, Françoise Hardy


 

Françoise Hardy ha fallecido. La noticia no por esperada tras una dura lucha contra el cáncer deja de entristecer a quienes supimos de ella en los años sesenta, cuando en 1962 triunfó con una canción protagonizada por «tous les garçons et les filles» que paseaban «dans la rue deux per deux». Apenas tenía cuatro años por entonces, pero el disco permaneció en casa durante mucho tiempo y la melodía que pronto fue un himno generacional la escuché junto con otras canciones todavía presentes en el recuerdo.

A mediados de los sesenta era demasiado pronto para compartir las andanzas de esos adolescentes enamorados que, «les yeux dans les yeux et la main dans la main», caminaban «sans peur du lendemain». Pasaron los años, el miedo era nuestro colega en las clases sin ni siquiera atisbar un «lendemain» y a principios de los setenta llegó al instituto, de improviso y fugazmente como corresponde, una lectora de francés. La joven durante unas semanas sustituyó a la anciana felliniana encargada de hacernos leer las aventuras de la familia Dupont, aquella para la cual ir a la «boulangerie» era una hazaña digna de la letra impresa y la memorización.

La joven de Lyon, que hablaba un castellano como el de la Ninette de Miguel Mihura, podía ser nuestra hermana mayor. La sorpresa fue notoria en una clase donde una chica solo era una referencia de la imaginación. Nadie sabía manejarse ante una presencia femenina que no fuera avejentada y, supongo, alguna burrada debió escuchar una lectora que merecía llamarse Mireille o Silvie, unos nombres que garantizaban el encanto de las «suecas», que solían ser francesas. Al menos, en una España todavía en blanco y negro donde traspasar la frontera suponía un viaje galáctico. Si lo queréis comprobar con una sonrisa basta recordar Vacaciones para Ivette (1964), de José María Forqué o las comedias protagonizadas por la sin par Ninette en compañía de «un señor de Murcia».




Tras la sorpresa inicial, la asistencia a clase bajó porque era voluntaria y la chica no ponía la correspondiente falta. Una tarde, para pasmo de quienes seguíamos atentos sus intentos de mejorar nuestra pronunciación, la lectora trajo un tocadiscos portátil y una colección de singles con las más populares canciones francesas. Todavía recuerdo que la última, y repetida por petición de los pocos asistentes, fue la de Françoise Hardy, que contaba con una carátula donde aparecía el rostro de la cantante. Nunca lo he olvidado.

Esa tarde aprendí a pronunciar algunos versos en francés, pero sobre todo la lección de maravillarme ante la belleza serena, elegante y melancólica de una joven que, para pasmo de quienes entendimos la letra, decía estar sola porque «personne ne murmure ‘je t’aime’ á mon oreille». Menos mal que, al final de la canción, Françoise se mostraba esperanzada, tal y como nos explicó la lectora para tranquilidad de unos jovencitos dispuestos a solucionar semejante soledad con el recurso de la imaginación.

La ciencia avanza que es una barbaridad, como Ricardo de la Vega constató en La verbena de la Paloma (1894)- Gracias a Internet, durante estos últimos años he vuelto a escuchar la canción de aquella tarde con la paseante presencia de una jovencísima Françoise Hardy. La contemplación del vídeo con diferentes subtitulados me provoca una sonrisa de complicidad, como cuando veo a una joven pareja «les yeux dans les yeux et la main dans la main», pero la imagen también me recuerda el respeto que merece la elegancia de quien nace bella y se hace todavía más hermosa gracias a su sensibilidad.




La lección conviene aprenderla porque ayuda a respetar a quienes no comparten esa suerte de la genética o el destino. Justo en aquellos años sesenta, cuando escuchaba a Françoise Hardy y tantas francesas formaban parte de los sueños, acudía al fútbol con mi padre. Allí trabajaba, vendiendo pipas y chucherías, una mujer con el rostro destrozado por un accidente. Los energúmenos que nos rodeaban la llamaban Brigitte Bardot con las consiguientes risotadas, que se repetían domingo tras domingo. Mi padre nunca rio ante semejante bestialidad. Yo tampoco porque hasta le veía algo molesto con la reiterada «broma». Los tiempos y el lugar no permitían ir más allá, pero ese silencio de mi padre fue tan elocuente como el rostro de Françoise Hardy. Aquella mujer, probablemente, no tenía quien le murmurara a la oreja «je t’aime» y se lo merecía por padecer la brutalidad de un país donde la llegada de las Ninette, Ivette, Mireille o Silvie suponía una ráfaga de aire fresco. Y, si eran como Françoise, ni os cuento…

 

 

 

miércoles, 1 de marzo de 2023

El exilio en las comedias de Miguel Mihura y Víctor Ruiz Iriarte


El exilio republicano quedó completamente excluido de los escenarios españoles desde 1939 y durante décadas, hasta que en los años sesenta empezaron a estrenarse obras donde el tema apareció de manera tímida e indirecta. En Usted puede ser feliz. La felicidad en la cultura del franquismo (2013) analicé unas comedias de Miguel Mihura y Víctor Ruiz Iriarte -véase foto- que incluyeron personajes relacionados con el exilio. El texto del correspondiente capítulo ahora es accesible para cualquier interesado gracias al siguiente enlace del Repositorio de la Universidad de Alicante:

http://hdl.handle.net/10045/132394

lunes, 27 de febrero de 2023

Miguel Mihura también fue a la guerra, aunque poco


En el marco de la participación de los humoristas del 27 en la Guerra Civil, el caso de Miguel Mihura es uno de los más interesantes por su concreción en diversas iniciativas editoriales. El tema lo abordo en el segundo capítulo de Usted puede ser feliz. La felicidad en la cultura del franquismo (2013) y ahora el correspondiente texto se puede consultar en el catálogo del Repositorio de la Universidad de Alicante gracias al siguiente enlace:

http://hdl.handle.net/10045/132358

La guerra civil de los humoristas


Los humoristas también fueron a la Guerra Civil. La obviedad habitualmente es ignorada en la mayoría de los estudios sobre la relación entre las armas y las letras durante el conflicto que asoló España desde 1936 hasta 1939. Al margen de otros trabajos acerca de casos concretos como el de Edgar Neville, en el primer capítulo de Usted puede ser feliz. La felicidad en la cultura del franquismo (Barcelona, Ariel, 2013) realizo una valoración global de esta participación de quienes ahora suelen ser conocidos como «los humoristas del 27». El siguiente enlace del Repositorio de la Universidad de Alicante remite a la citada introducción:

http://hdl.handle.net/10045/132339