Álvaro Retana
estaba acostumbrado a los procesos judiciales desde los tiempos de la dictadura
de Primo de Rivera, cuando el general de hábitos no siempre decorosos en
materia de amantes decidió erradicar la permisividad con «la ola verde» de los
libros, las revistas y los espectáculos. Las consecuencias de aquella campaña
contra un erotismo supuestamente desenfrenado las sufrieron varios autores y
diferentes colecciones de novelas sicalípticas. Los procesos menudearon, pero
el único que pasó una temporada en la cárcel fue «el novelista más guapo del
mundo». Álvaro Retana nunca lo olvidó, inició los años treinta con una poco
creíble moralidad de converso y hasta se denunció a sí mismo en alguna
publicación que jugaba con los seudónimos. Su evolución llevó la contraria a la
del país y, conforme los republicanos ampliaban la libertad de expresión, el
otrora desatado novelista abogó por una contención imprevisible en quien se
fotografió con un quimono de rosas bordadas, las cejas depiladas y los labios
pintados. La imagen del «ángel de la frivolidad» era la de un letrista de
cuplés picantes y ocurrentes que propugnaba «los matrimonios experimentales» y
jugaba a la ambigüedad con éxito. Llegada la II República, donde la sicalipsis
dio paso a mayores atrevimientos, su trayectoria parecía más acorde con la
condición de funcionario del Tribunal de Cuentas por imposición familiar.
El novelista
gozaba de sueldo fijo sin que, a tenor de las múltiples ocupaciones creativas,
las cuentas le exigieran una dedicación preferente. Así llegó, en Madrid, al 18
de julio de 1936. Apenas un mes después, el 20 de agosto, fue declarado
desafecto a la II República y separado de su plaza como funcionario. Los
compañeros desconfiarían con razón de su republicanismo, pero sobre todo
recelarían de la ambigüedad en tantas materias. Cesante y rodeado de
revolucionarios, el empeño fue preservar las propiedades obtenidas gracias a la
adinerada familia y el éxito en su polifacética creatividad. Lo hizo con
discreción, sin colaborar en la prensa madrileña y, por aquello de cumplir,
prestándose a trabajar en la Junta de Espectáculos. Su propuesta al general
Miaja para el patrocinio de una temporada de óperas breves en el Madrid sitiado
cayó en el previsible saco roto. Tampoco triunfó el intento de adecentar las
variedades que poblaban los escenarios. Aislado y fuera de lugar, Álvaro de
Retana apenas contó para los republicanos y solo la necesidad de preservar las
propiedades justifica la permanencia en la capital hasta la entrada de las
tropas franquistas.
Llegado ese
momento, «el novelista más guapo del mundo» no supo si era un vencedor o un
perdedor porque, en realidad, la guerra ni siquiera le interesó. Durante
aquellos años de supervivencia a base de negocios con desparpajo y pocos
escrúpulos, solo contactó con Ángel Pedrero, el responsable del SIM. La carta
que le mandó el 18 de septiembre de 1938, ofreciéndose para extraños manejos
con objetos religiosos previamente incautados, cayó en manos de los vencedores,
que se acordarían del novelista desde los tiempos del quimono. De hecho, si
Álvaro Retana no huyó de Madrid fue también porque preveía una acogida fría, o
algo peor, en Burgos. En cualquier caso, le detuvieron en abril de 1939 como si
se tratara de un peligro para el Glorioso Movimiento Nacional y, puestos a
buscar algo de qué acusarle, encontraron aquella carta que ha dado juego para
algunos bulos.
El proceso está
documentado en dos sumarios incompletos (AGHD, 11878 y 5262). El caso de Álvaro
Retana destaca por tres razones: a) la temprana detención no justificada por su
peligrosidad para los vencedores, pero probablemente motivada por la amenaza que
suponía en relación con el pasado de algún vencedor; b) la dureza de la condena
a muerte en contraste con la escasa entidad de su «adhesión a la rebelión»,
como si alguien ajeno al sumario estuviera interesado en dejarlo apartado
durante un largo período en el caso de no acabar ante un paredón y c) la enorme
tardanza en salir definitivamente de la cárcel, hasta el punto de que cuando en
1948 dejó atrás el penal del Dueso todos sus compañeros de la gente de pluma
detenidos en 1939 ya estaban libres, salvo los ejecutados y los fallecidos en
las cárceles.
Las tres
circunstancias indican la influencia de alguien ajeno al proceso e interesado
en el silencio, parcial o definitivo, de Álvaro Retana. La documentación en
estos casos da paso a las conjeturas a partir de algunos testimonios. Javier
Barreiro lanzó una bastante verosímil. Lo importante ahora es recordar que para
retrasar la excarcelación hasta le montaron un proceso por la publicación de
una novela pornográfica, Con el pelo suelto, en la Barcelona de 1945. La
posibilidad supone un dislate sin prueba alguna, pero la condena provocó que el
novelista permaneciera tres años más en unas cárceles donde mantuvo la dignidad
y hasta el humor.
Álvaro Retana, tan
lejos de los arquetipos de las víctimas literarias del franquismo, nunca
manifestó una disidencia ideológica con respecto al régimen. Ya excarcelado,
afrontó una época de penurias hasta que el revitalizado cuplé de los años
cincuenta le proporcionó una nueva oportunidad de fama y trabajo. La aprovechó
bajo la protección de Sara Montiel, permaneció fiel a sus hábitos ahora
cultivados con una obligada discreción y, sobre todo, hizo gestiones ante las
autoridades del franquismo para que le restituyeran la condición de funcionario
y así gozar de una pensión, que era la aspiración de quien había consumido a
tragos una juventud propicia para la recreación novelesca. Sus últimos años
fueron bien distintos, prometió un encuentro en el infierno con quienes le
habían amargado la madurez y, sobre todo, dejó para la posterioridad una obra merecedora
de interés y sonrisas, que le agradecemos en nombre de lo normalizado y por
entonces motivo de graves enfrentamientos.
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