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viernes, 12 de septiembre de 2025

De la sicalipsis a la cárcel: Álvaro Retana


 

Álvaro Retana estaba acostumbrado a los procesos judiciales desde los tiempos de la dictadura de Primo de Rivera, cuando el general de hábitos no siempre decorosos en materia de amantes decidió erradicar la permisividad con «la ola verde» de los libros, las revistas y los espectáculos. Las consecuencias de aquella campaña contra un erotismo supuestamente desenfrenado las sufrieron varios autores y diferentes colecciones de novelas sicalípticas. Los procesos menudearon, pero el único que pasó una temporada en la cárcel fue «el novelista más guapo del mundo». Álvaro Retana nunca lo olvidó, inició los años treinta con una poco creíble moralidad de converso y hasta se denunció a sí mismo en alguna publicación que jugaba con los seudónimos. Su evolución llevó la contraria a la del país y, conforme los republicanos ampliaban la libertad de expresión, el otrora desatado novelista abogó por una contención imprevisible en quien se fotografió con un quimono de rosas bordadas, las cejas depiladas y los labios pintados. La imagen del «ángel de la frivolidad» era la de un letrista de cuplés picantes y ocurrentes que propugnaba «los matrimonios experimentales» y jugaba a la ambigüedad con éxito. Llegada la II República, donde la sicalipsis dio paso a mayores atrevimientos, su trayectoria parecía más acorde con la condición de funcionario del Tribunal de Cuentas por imposición familiar.

El novelista gozaba de sueldo fijo sin que, a tenor de las múltiples ocupaciones creativas, las cuentas le exigieran una dedicación preferente. Así llegó, en Madrid, al 18 de julio de 1936. Apenas un mes después, el 20 de agosto, fue declarado desafecto a la II República y separado de su plaza como funcionario. Los compañeros desconfiarían con razón de su republicanismo, pero sobre todo recelarían de la ambigüedad en tantas materias. Cesante y rodeado de revolucionarios, el empeño fue preservar las propiedades obtenidas gracias a la adinerada familia y el éxito en su polifacética creatividad. Lo hizo con discreción, sin colaborar en la prensa madrileña y, por aquello de cumplir, prestándose a trabajar en la Junta de Espectáculos. Su propuesta al general Miaja para el patrocinio de una temporada de óperas breves en el Madrid sitiado cayó en el previsible saco roto. Tampoco triunfó el intento de adecentar las variedades que poblaban los escenarios. Aislado y fuera de lugar, Álvaro de Retana apenas contó para los republicanos y solo la necesidad de preservar las propiedades justifica la permanencia en la capital hasta la entrada de las tropas franquistas.

Llegado ese momento, «el novelista más guapo del mundo» no supo si era un vencedor o un perdedor porque, en realidad, la guerra ni siquiera le interesó. Durante aquellos años de supervivencia a base de negocios con desparpajo y pocos escrúpulos, solo contactó con Ángel Pedrero, el responsable del SIM. La carta que le mandó el 18 de septiembre de 1938, ofreciéndose para extraños manejos con objetos religiosos previamente incautados, cayó en manos de los vencedores, que se acordarían del novelista desde los tiempos del quimono. De hecho, si Álvaro Retana no huyó de Madrid fue también porque preveía una acogida fría, o algo peor, en Burgos. En cualquier caso, le detuvieron en abril de 1939 como si se tratara de un peligro para el Glorioso Movimiento Nacional y, puestos a buscar algo de qué acusarle, encontraron aquella carta que ha dado juego para algunos bulos.




El proceso está documentado en dos sumarios incompletos (AGHD, 11878 y 5262). El caso de Álvaro Retana destaca por tres razones: a) la temprana detención no justificada por su peligrosidad para los vencedores, pero probablemente motivada por la amenaza que suponía en relación con el pasado de algún vencedor; b) la dureza de la condena a muerte en contraste con la escasa entidad de su «adhesión a la rebelión», como si alguien ajeno al sumario estuviera interesado en dejarlo apartado durante un largo período en el caso de no acabar ante un paredón y c) la enorme tardanza en salir definitivamente de la cárcel, hasta el punto de que cuando en 1948 dejó atrás el penal del Dueso todos sus compañeros de la gente de pluma detenidos en 1939 ya estaban libres, salvo los ejecutados y los fallecidos en las cárceles.

Las tres circunstancias indican la influencia de alguien ajeno al proceso e interesado en el silencio, parcial o definitivo, de Álvaro Retana. La documentación en estos casos da paso a las conjeturas a partir de algunos testimonios. Javier Barreiro lanzó una bastante verosímil. Lo importante ahora es recordar que para retrasar la excarcelación hasta le montaron un proceso por la publicación de una novela pornográfica, Con el pelo suelto, en la Barcelona de 1945. La posibilidad supone un dislate sin prueba alguna, pero la condena provocó que el novelista permaneciera tres años más en unas cárceles donde mantuvo la dignidad y hasta el humor.

Álvaro Retana, tan lejos de los arquetipos de las víctimas literarias del franquismo, nunca manifestó una disidencia ideológica con respecto al régimen. Ya excarcelado, afrontó una época de penurias hasta que el revitalizado cuplé de los años cincuenta le proporcionó una nueva oportunidad de fama y trabajo. La aprovechó bajo la protección de Sara Montiel, permaneció fiel a sus hábitos ahora cultivados con una obligada discreción y, sobre todo, hizo gestiones ante las autoridades del franquismo para que le restituyeran la condición de funcionario y así gozar de una pensión, que era la aspiración de quien había consumido a tragos una juventud propicia para la recreación novelesca. Sus últimos años fueron bien distintos, prometió un encuentro en el infierno con quienes le habían amargado la madurez y, sobre todo, dejó para la posterioridad una obra merecedora de interés y sonrisas, que le agradecemos en nombre de lo normalizado y por entonces motivo de graves enfrentamientos.