Foto: Manuel Navarro Ballesteros
La participación del
alférez Baena Tocón como secretario del Juzgado Militar de Prensa en los
consejos de guerra instruidos contra periodistas y escritores durante el
período 1939-1940 no se circunscribe al caso de Miguel Hernández.
La actividad del oficial
honorífico a las órdenes del capitán Manuel Martínez Gargallo fue intensa y su
firma aparece en distintos sumarios. Uno de los más destacados corresponde a Manuel
Navarro Ballesteros (1908-1940), director de Mundo Obrero. El 11 de
diciembre de 1939, el periodista manchego fue condenado a muerte. Poco después,
el 1 de mayo de 1940, un pelotón le ejecutó en Madrid.
La web dedicada a la
memoria del alférez obvia cualquier referencia a este caso, que analicé en Las
armas contra las letras (Sevilla, Renacimiento-Universidad de Alicante,
2023, pp. 109-124).
A continuación, y solo como prueba de que escribo a partir de lo documentado, reproduzco las firmas del secretario instructor Baena Tocón presentes en el
sumario 49328 de Manuel Navarro Ballesteros, actualmente depositado en el Archivo
General e Histórico de Defensa (Madrid), indicando su localización y la fecha
del documento correspondiente:
AGHD, sumario 49328. Fol. 6/76. 20-IX-1939
AGHD, sumario 49328. Fol. 7/76. 30-X-1939
AGHD, sumario 49328. Fol. 10/76. 14-X-1939
AGHD, sumario 49328. Fol. 23/76. 5-XI-1939
AGHD, sumario 49328. Fol. 27/76. ¿?-XI-1939
AGHD, sumario 49328. Fol. 31/76. 17-XI-1939
AGHD, sumario 49328. Fol. 32/76. 19-XI-1939
AGHD, sumario 49328. Fol. 35/76. ¿?-XI-1939
AGHD, sumario 49328. Fol. 62/76. 28-XI-1939
La publicación de estos documentos dista de justificarse porque la labor del alférez fuera muy relevante en el marco de los consejos de guerra. Los verdaderos protagonistas de esta actividad jurídica, actualmente considerada como ilegal e ilegítima, siendo las sentencias nulas, fueron otros oficiales de mayor graduación y con unas competencias más determinantes. El alférez, aparte de ser una víctima de la guerra por el asesinato de su padre y la permanencia en una embajada, tan solo desempeñó una actividad como «colaborador necesario», tal y como expliqué en Nos vemos en Chicote (2015).
Si reproduzco estos documentos acerca de su actividad, no es porque el alférez hiciera algo especial o peculiar en aquellos consejos de guerra. Otros cientos de instructores desempeñaron una función similar y permanecen en un olvido que, además de lógico, resulta deseable más allá de los trabajos propios de historiadores profesionales.
La excepción de Baena Tocón es consecuencia de una web dedicada a desacreditar mi investigación en términos que exceden la legítima crítica para adentrarse en un ataque personal carente del mínimo respeto a mi condición de catedrático. Y, por supuesto, también es consecuencia de una voluntad de censurar mediante el olvido digital mis trabajos. Esta iniciativa, tan contraproducente para el propio olvido, cuenta con cuatro sentencias en contra.
Al margen de los trabajos académicos, y presente en una polémica pública donde cualquiera sienta cátedra, el nombre del alférez ha sido objeto de expresiones incorrectas que nada aportan al conocimiento histórico. Mi voluntad, como historiador es que tras la vista oral del próximo 14 de octubre ese nombre sea tan solo el de un protagonista más de un período de violencia y represión.
El noble propósito de superarlo definitivamente pasa por el conocimiento de lo sucedido. No se puede pasar una página sin antes leerla. Sin embargo, tampoco cabe enfatizar la labor de un mero colaborador. Si en alguna medida lo hago, recurriendo a las pruebas y tras más de cuatro años de recibir insultos y descalificaciones, tan solo es por defender el rigor de mi tarea investigadora, siempre sujeta a la rectificación y la crítica, pero nunca al más desconsiderado desprecio.
Jamás he insultado al alférez. Tampoco he fabulado a la hora de describir sus actividades como secretario del Juzgado Militar de Prensa. Mi voluntad ha sido la propia de un investigador y, con el exclusivo propósito de probarla, seguiré aportando nuevos documentos en los próximos días. Espero y deseo que sirvan para que quien me ha descalificado como historiador reconsidere su postura y defienda sus legítimas conclusiones, así como su encomiable aspiración a preservar la memoria familiar, en unos términos de respeto y educación. Ahí nos entenderemos sin necesidad de coincidir en nuestras conclusiones.
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