sábado, 6 de julio de 2024

Álvaro Retana, don Sinforiano y la Dirección General de Seguridad


La bibliografía sobre Álvaro Retana cuenta con estudios rigurosos, pero a menudo se deja llevar por otros de literatos donde las leyendas abundan tanto como la fabulación. El propio autor nacido en Filipinas tiene algo de responsabilidad en esta proyección de su atractiva personalidad, pues fue hábil a la hora de trazar su personaje público gracias a anécdotas, reales o inventadas, donde jugó con una calculada ambigüedad que no le evitó ser procesado por todos los regímenes políticos presentes a lo largo de su vida.
Una de esas leyendas guarda relación con su éxito periodístico y editorial, que le habría acarreado una considerable fortuna durante la década de los veinte fundamentalmente. Alvarito era hijo de una familia rica y, gracias a la favorable acogida de sus creaciones desde muy temprana edad, habría amasado el suficiente dinero para vivir con refinamiento sin depender exclusivamente de su mensualidad como funcionario del Tribunal de Cuentas.
Yo mismo así lo creí. No obstante, la consulta de las fuentes primarias o documentales es el mejor antídoto contra la fabulación. Al examinar el proceso derivado de la querella por injurias interpuesto por la actriz Irene López Heredia -véase la entrada del 5-VI-2024-, comprobé que en 1929 el supuestamente adinerado autor tenía deudas pendientes con la justicia, vivía con modestia en una casa de huéspedes por cuya pensión completa pagaba diez pesetas diarias y que al frente de la misma estaba Sinforiano Martínez Cardete. 
El guardia municipal de filiación arnichesca declara ante el juzgado el 9 de julio de 1930 y, además de avalar a su pupilo desde hacía diez años, aporta del mismo una imagen contrapuesta a la que el novelista mantenía en sus escritos galantes: «observa buena conducta tanto pública como privada, siendo honrado trabajador sin que le conozca vicios ni malas compañías de ninguna clase». 
Si don Sinforiano, por aquello del cariño tomado a los pupilos con años de permanencia, no mintió, quien verdaderamente mintió fue el propio Álvaro Retana para crear un personaje público con tanta aceptación en la bibliografía gracias a los trabajos de Luis Antonio de Villena.
El juez también solicitó a la Dirección General de Seguridad un informe sobre el procesado. El fechado el 2 de julio de 1930 indica que «no se le conocen bienes, ni se advierte en su domicilio signo alguno de riqueza y satisface por la pensión completa diez pesetas diarias». La imagen dada por la policía es más propia de un discreto funcionario del Tribunal de Cuentas que del «novelista más guapo del mundo».
No obstante, el mismo informe contiene un curioso párrafo del que no me consta su utilización en la bibliografía sobre el autor: «De sus vicios, vida y costumbres, existe el rumor público de que tiene inclinaciones afeminadas, sin que se haya podido comprobar; no se le conocen virtudes. Con frecuencia acuden a su domicilio artistas de teatro, no produciendo escenarios y haciendo vida ordinaria».
Por lo tanto, la Dirección General de Seguridad viene a coincidir con don Sinforiano, que para eso era guardia municipal y hombre de orden como el Candelas de La Revoltosa. Alvarito, de tendencias no comprobadas, recibía en la casa de huéspedes a gente de la farándula, pero con discreción y sin pretender crear «escenarios». «No se le conocen virtudes», es cierto. Incluso de manera absoluta, pero tampoco se le atribuyen vicios por parte de una policía bastante predispuesta a encontrarlos en quienes manifestaban «unas masculinidades disidentes».
La conclusión es obvia: si queremos disfrutar con las andanzas de un personaje con numerosas anécdotas para el recuerdo y la oportuna cita de lucimiento, leamos textos como los escritos por Luis Antonio de Villena, pero si pretendemos conocer a la persona que estaba debajo del personaje acudamos a las fuentes documentales y primarias. Suelen ser tan aburridas como de comprensión compleja por el enrevesado lenguaje judicial, pero dejan frases para la posterioridad como aquella de una persona a la que «no se le conocen virtudes». Al menos, Alvarito tuvo la de saber mentir con gracia y frescura, que no es poco.
 

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