domingo, 21 de julio de 2024

Andrés Trapiello y «ese Mateos»


Hace unos días recibí en mi móvil un mensaje de un compañero que había sufrido una durísima crítica de Andrés Trapiello tras publicar un libro donde cuestiona lo dicho por el ensayista acerca de Manuel Chaves Nogales. La polémica siempre puede resultar interesante, pero con la condición de que discurra por los cauces del respeto mutuo y la corrección académica, que es incompatible con cualquier manifestación de la prepotencia o la mala educación. 
Al parecer, Andrés Trapiello no siempre lo entiende así y se dirigió en unos términos inaceptables a mi compañero, que lleva casi cuarenta años de investigación a las espaldas para sustentar sus publicaciones. Gracias a Ricardo Robledo y su blog, he dado réplica a esta destemplanza de quien nunca evita una polémica, aunque presuponga que su rival forma parte de la «gente escuderil». Tantos años dedicados a leer a Cervantes, con provecho y brillantez, debieran haberse traducido en otra actitud más respetuosa, pero Andrés Trapiello parece haber pasado por alto ese consejo quijotesco. Una verdadera lástima.
Os paso el correspondiente enlace a mi texto:


También incluyo el texto sin editar:

ANDRÉS TRAPIELLO Y «ESE MATEOS»

La mesura debiera imperar en cualquier texto crítico o polémico, pero la desmesura parece más efectiva en un panorama mediático donde la mayoría pretende marcar territorio y sobrevivir. El precio a pagar resulta caro. Por el camino, se pierden las formas, el respeto y hasta la educación.

La historia es una tarea colectiva. Desde hace unos meses colaboro con Juan Carlos Mateos Fernández para intercambiar información y documentos, revisarnos mutuamente los borradores y evitar errores. Otros aparecerán en nuestras publicaciones por los despistes lógicos cuando se maneja un considerable conjunto de datos. No es grave. Todos los historiadores debiéramos ser revisionistas; al menos, en el sentido de someter lo publicado a continua revisión teniendo en cuenta las aportaciones de los colegas.

Esta colaboración, que en mi caso extiendo a compañeros de distintas ideologías o planteamientos, no presupone una identificación, sino un respeto. Gracias al mismo, las diferencias pasan a formar parte de un diálogo tan enriquecedor como necesario en una tarea donde sobran los subrayados y tantos matices resultan precisos.

En ese marco de colaboración, Juan Carlos conoce la reseña que Andrés Trapiello publicó de Las armas contra las letras. La descalificación de mi monografía como una fabulación dio paso a una réplica donde le invitaba al debate. Nunca hubo una aceptación del mismo y el editor quedó contento porque la polémica favoreció las ventas.

Ahora Juan Carlos, dolido, me remite otra crítica de Andrés Trapiello con motivo de la publicación de Junto al pueblo en armas (Sevilla, Renacimiento, 2024), un adelanto de dos monografías sobre la prensa republicana durante la Guerra Civil que están a punto de aparecer en la misma editorial.

Juan Carlos es el autor de una tesis doctoral sobre el control obrero de esa prensa que data de 1996. Desde entonces, siendo ya su trabajo abrumador, ha completado la investigación hasta acumular una información exhaustiva sobre cualquier aspecto de los diarios republicanos durante la guerra.

Los casi cuarenta años dedicados a una investigación merecen respeto, sobre todo cuando uno ha escrito Las armas y las letras en unos meses y con la perspectiva de ganar un premio. No parece verlo así Andrés Trapiello, que dice desconocer al autor y se refiere al mismo como «ese Mateos».

Mi colega cuenta con publicaciones que conocemos quienes escribimos sobre la prensa republicana, salvo -al parecer- Andrés Trapiello, aun estando Manuel Chaves Nogales entre los periodistas analizados. Sin embargo, con tan solo leer el prólogo a una recopilación de editoriales publicados en Ahora durante los meses que el sevillano pasó en el Madrid de la guerra, llega a una conclusión: «ese Mateos» quiere cargarse al periodista porque participa del sectarismo y el fanatismo de otros historiadores de la izquierda, como Francisco Espinosa.

Quienes conozcan al historiador extremeño sabrán que presentarle como fanático o sectario es un absurdo que no se corresponde con su personalidad. Yo disiento de algunas de sus conclusiones, incluso leo con interés a Javier Cercas, pero aprendo de su sabiduría y, sobre todo, sonrío cuando tengo la oportunidad de hablar con una persona solidaria.

Algo similar me ocurre con Juan Carlos. Yo introduciría algunos matices en sus conclusiones sobre Manuel Chaves Nogales, pero agradezco la amplísima información que me presta y, sobre todo, la respeto como un trabajo riguroso que contrasta con otros dedicados al sevillano.

La mitificación de Manuel Chaves Nogales, basada en una obra de calidad innegable, parece no admitir dudas, contradicciones y ambigüedades como autor coherente que desde el principio abogó por la tercera España. Otros, menos entusiastas por la frecuentación de los archivos y las hemerotecas, pensamos que en su trayectoria durante la guerra hay aristas y comportamientos que requieren una justificación.

Manuel Chaves Nogales fue humano, como tantos otros que buscaron la supervivencia en un sálvese quien pueda donde la coherencia era un lujo. Juan Carlos prueba que no siempre la tuvo el sevillano. Pero, si solo salváramos a los coherentes en todos los aspectos durante una guerra civil, probablemente nos quedaríamos con sombras o fantasmas. El análisis de esta obviedad no supone «cargarse» a un autor, sino devolverle una complejidad arrebatada por quienes le han mitificado.

En cualquier caso, las aportaciones de mi colega son una invitación a la polémica, que debe discurrir por los cauces del respeto. Los mismos resultan incompatibles con llamar a alguien «ese Mateos», ignorar una tarea de décadas como sustento de sus opiniones y pensar que las valoraciones contrarias siempre son el fruto del sectarismo y el fanatismo.

Tengo la impresión de que Andrés Trapiello nunca evita una polémica. La actitud es legítima, pero linda con comportamientos que reciben denominaciones poco prestigiosas en el mundo de las letras, donde las armas nunca deben ser unas cachiporras. Allá él, con la seguridad de que encontrará eco en un país donde la moderación pasa por ser flojedad de espíritu.

No obstante, le invito a una reflexión. En los próximos meses, cuando aparezcan los dos libros de «ese Mateos» que ya conoce, seguro, Andrés Trapiello probablemente recibirá un disgusto compartido con otros partidarios de la mitificación de Manuel Chaves Nogales. Conviene prepararse, tomarlo con calma y volver a los cauces de la discusión pausada donde el respeto resulta fundamental. Merece la pena y, de paso, Andrés Trapiello ahí se reencontrará con personas que apreciamos sus obras, aunque seamos sectarios, fanáticos y hasta fabuladores.

 


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