ANDRÉS
TRAPIELLO Y «ESE MATEOS»
La mesura debiera imperar
en cualquier texto crítico o polémico, pero la desmesura parece más efectiva en
un panorama mediático donde la mayoría pretende marcar territorio y sobrevivir.
El precio a pagar resulta caro. Por el camino, se pierden las formas, el
respeto y hasta la educación.
La historia es una tarea
colectiva. Desde hace unos meses colaboro con Juan Carlos Mateos Fernández para
intercambiar información y documentos, revisarnos mutuamente los borradores y
evitar errores. Otros aparecerán en nuestras publicaciones por los despistes lógicos
cuando se maneja un considerable conjunto de datos. No es grave. Todos los
historiadores debiéramos ser revisionistas; al menos, en el sentido de someter lo
publicado a continua revisión teniendo en cuenta las aportaciones de los
colegas.
Esta colaboración, que en
mi caso extiendo a compañeros de distintas ideologías o planteamientos, no
presupone una identificación, sino un respeto. Gracias al mismo, las
diferencias pasan a formar parte de un diálogo tan enriquecedor como necesario
en una tarea donde sobran los subrayados y tantos matices resultan precisos.
En ese marco de
colaboración, Juan Carlos conoce la reseña que Andrés Trapiello publicó de Las
armas contra las letras. La descalificación de mi monografía como una
fabulación dio paso a una réplica donde le invitaba al debate. Nunca hubo una
aceptación del mismo y el editor quedó contento porque la polémica favoreció
las ventas.
Ahora Juan Carlos,
dolido, me remite otra crítica de Andrés Trapiello con motivo de la publicación
de Junto al pueblo en armas (Sevilla, Renacimiento, 2024), un adelanto
de dos monografías sobre la prensa republicana durante la Guerra Civil que
están a punto de aparecer en la misma editorial.
Juan Carlos es el autor
de una tesis doctoral sobre el control obrero de esa prensa que data de 1996.
Desde entonces, siendo ya su trabajo abrumador, ha completado la investigación
hasta acumular una información exhaustiva sobre cualquier aspecto de los
diarios republicanos durante la guerra.
Los casi cuarenta años
dedicados a una investigación merecen respeto, sobre todo cuando uno ha escrito
Las armas y las letras en unos meses y con la perspectiva de ganar un
premio. No parece verlo así Andrés Trapiello, que dice desconocer al autor y se
refiere al mismo como «ese Mateos».
Mi colega cuenta con publicaciones
que conocemos quienes escribimos sobre la prensa republicana, salvo -al
parecer- Andrés Trapiello, aun estando Manuel Chaves Nogales entre los
periodistas analizados. Sin embargo, con tan solo leer el prólogo a una
recopilación de editoriales publicados en Ahora durante los meses que el
sevillano pasó en el Madrid de la guerra, llega a una conclusión: «ese Mateos»
quiere cargarse al periodista porque participa del sectarismo y el fanatismo de
otros historiadores de la izquierda, como Francisco Espinosa.
Quienes conozcan al
historiador extremeño sabrán que presentarle como fanático o sectario es un
absurdo que no se corresponde con su personalidad. Yo disiento de algunas de
sus conclusiones, incluso leo con interés a Javier Cercas, pero aprendo de su
sabiduría y, sobre todo, sonrío cuando tengo la oportunidad de hablar con una
persona solidaria.
Algo similar me ocurre
con Juan Carlos. Yo introduciría algunos matices en sus conclusiones sobre
Manuel Chaves Nogales, pero agradezco la amplísima información que me presta y,
sobre todo, la respeto como un trabajo riguroso que contrasta con otros
dedicados al sevillano.
La mitificación de Manuel
Chaves Nogales, basada en una obra de calidad innegable, parece no admitir
dudas, contradicciones y ambigüedades como autor coherente que desde el
principio abogó por la tercera España. Otros, menos entusiastas por la
frecuentación de los archivos y las hemerotecas, pensamos que en su trayectoria
durante la guerra hay aristas y comportamientos que requieren una
justificación.
Manuel Chaves Nogales fue
humano, como tantos otros que buscaron la supervivencia en un sálvese quien
pueda donde la coherencia era un lujo. Juan Carlos prueba que no siempre la
tuvo el sevillano. Pero, si solo salváramos a los coherentes en todos los
aspectos durante una guerra civil, probablemente nos quedaríamos con sombras o
fantasmas. El análisis de esta obviedad no supone «cargarse» a un autor, sino
devolverle una complejidad arrebatada por quienes le han mitificado.
En cualquier caso, las
aportaciones de mi colega son una invitación a la polémica, que debe discurrir
por los cauces del respeto. Los mismos resultan incompatibles con llamar a
alguien «ese Mateos», ignorar una tarea de décadas como sustento de sus
opiniones y pensar que las valoraciones contrarias siempre son el fruto del
sectarismo y el fanatismo.
Tengo la impresión de que
Andrés Trapiello nunca evita una polémica. La actitud es legítima, pero linda
con comportamientos que reciben denominaciones poco prestigiosas en el mundo de
las letras, donde las armas nunca deben ser unas cachiporras. Allá él, con la
seguridad de que encontrará eco en un país donde la moderación pasa por ser
flojedad de espíritu.
No obstante, le invito a
una reflexión. En los próximos meses, cuando aparezcan los dos libros de «ese
Mateos» que ya conoce, seguro, Andrés Trapiello probablemente recibirá un
disgusto compartido con otros partidarios de la mitificación de Manuel Chaves
Nogales. Conviene prepararse, tomarlo con calma y volver a los cauces de la
discusión pausada donde el respeto resulta fundamental. Merece la pena y, de
paso, Andrés Trapiello ahí se reencontrará con personas que apreciamos sus
obras, aunque seamos sectarios, fanáticos y hasta fabuladores.
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