Mi padre tenía catorce
años cuando supo de «la batalla de Florencia», el partido amañado y violento
donde «la furia roja» se enfrentó a los italianos que en «su Mundial» de 1934
tenían la orden de Il Duce de ganar a cualquier precio. La alineación de un
portero legendario y diez aguerridos vascos comenzaba con Zamora, Ciriaco,
Quincoces… La recitaba de carrerilla hasta su fallecimiento en 1996
porque formaba parte de la memoria mítica de la adolescencia. Yo la analizo con
los ojos de un historiador que nunca deja de ser hijo y, cuando he encontrado
las huellas de Ricardo Zamora lejos de los campos de fútbol, he escrito sobre
un episodio que habría contado a mi padre. De hecho, se lo he contado.
La vida del guardameta
Ricardo Zamora pendió de un hilo durante la Guerra Civil. Preso en la Modelo
por colaborar en el diario católico Ya, el futbolista del
Real Madrid pudo haber sido uno de los fusilados en las sacas que tuvieron
lugar en la capital desde agosto hasta noviembre de 1936. No obstante,
consiguió salir libre y salvar la vida sin dar explicaciones. Ni siquiera
cuando, al cabo de los años, las repercusiones de las mismas habrían sido
mínimas.
La fama del protagonista
ha favorecido que la historia de su cautiverio sea divulgada en distintas
publicaciones, así como recordada la intervención del poeta Pedro Luis de
Gálvez en la liberación de Ricardo Zamora. Poco antes de abandonar la cárcel, el
guardameta le dedicó una fotografía fechada el 5 de noviembre de 1936, cuando
el peligro era mayor para los presos y el liberado desearía mostrar así su
agradecimiento a quien le había protegido.
La fotografía se
encuentra depositada en el sumario del poeta malagueño, que en reiteradas
ocasiones cita a Ricardo Zamora como avalista para evitar su anunciada condena
a muerte. Los instructores no llamaron al deportista ni a otros posibles
avalistas porque en ese consejo de guerra la suerte del procesado estaba
decidida desde la primera diligencia.
En el segundo volumen de
la trilogía dedicada a los consejos de guerra de periodistas y escritores
aportaré una información detallada del proceso seguido contra Pedro Luis de
Gálvez para despejar leyendas y fabulaciones en torno a su trayectoria. A la
espera de la publicación, aprovecho esta entrada para recordar la reacción de
Jacinto Miquelarena cuando vio llegar al deportista a la embajada argentina donde
se encontraba refugiado. El texto, desatendido por mis colegas, se encuentra en
El otro mundo (1938), un volumen que forma parte del alud de
publicaciones de los vencedores dedicadas al «terror rojo» con
una voluntad entre la propaganda y la delación sin prescindir del rencor y el clasismo.
Jacinto Miquelarena, como
periodista, estaba especializado en temas deportivos. De hecho, debió suspender
el viaje a Berlín para escribir las crónicas de los Juegos Olímpicos de 1936
por culpa del inicio de la Guerra Civil. Asilado en la embajada argentina, allí
entró posteriormente Ricardo Zamora, a quien aparenta no conocer como forma de
despreciarle: «Parece que tenía una gran popularidad en el mundo como jugador
de fútbol. Se llegaba a decir que era uno de los goal-keepers más
famosos de la tierra» (p. 144). La posibilidad de que un periodista deportivo
de la época desconociera a El Divino es una ocurrencia, pero el
exquisito sport-men miente para marcar distancias con quien había salido
libre de las cárceles republicanas y osaba estar agradecido.
Al igual que Ramón Gómez
de la Serna, Jacinto Miquelarena explica la intervención de Pedro Luis de
Gálvez como protector de Ricardo Zamora en la Modelo, pero no declaró en tal
sentido a lo largo del sumario. El resultado habría sido irrelevante para la
suerte del poeta. Entre otras razones, porque el testimonio del periodista
resulta especialmente duro en el retrato del «monstruo», que era «un producto de
la mugre, la caspa y el hambre» (p. 145).
Estos párrafos de Jacinto
Miquelarena han sido citados en publicaciones abundantes en tópicos, y realidades, acerca de un personaje alcoholizado y tremendista
como el poeta bohemio. Sin embargo, los autores olvidan que Jacinto Miquelarena
aprovecha la ocasión para atacar a Ricardo Zamora por contemporizar con
los asesinos encarnados en la figura del literato malagueño. El héroe deportivo,
para el contertulio de José Antonio en La Ballena Alegre, «representaba el
sentido oportunista, el egoísmo más inelegante y el silencio ante todas las
brutalidades» (p. 148).
El motivo de esta
descalificación es obvio: el guardameta había dedicado una foto al «monstruo»
que le protegió en la cárcel y procuró su liberación cuando tantos salían con
destino a Paracuellos u otros lugares del horror. El deportista fue un hombre
agradecido, aunque solo fuera con el referido detalle que tanto habría
prodigado como ídolo de las masas.
Ricardo Zamora tuvo
problemas durante su estancia en Francia y al volver a la España de los
sublevados. El silencio fue su mejor arma a la espera de que la fama le salvara
de alguna represalia por haber declarado que no era fascista. Al final, fue
condecorado por el general Franco, tan futbolero, como lo había sido por Niceto
Alcalá Zamora tras la batalla de Florencia. Ricardo Zamora calló sin rencor. No obstante, el guardameta nunca olvidaría la reacción de Jacinto
Miquelarena, aquel autor de las letras falangistas que ni siquiera le perdonó
haber dedicado una foto a su protector, un poeta cuya vida terminó en un
paredón de 1940. El exquisito sport men y viajero también tuvo una
muerte trágica, pero esa es otra historia donde vuelven a predominar las medias
palabras. Las del agradecimiento siempre son plenas y propias de la única elegancia que merece la pena recordar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario