viernes, 5 de mayo de 2023

¡Bienvenido, Mr. Marshall! y el chorrito epiléptico


En La sonrisa del inútil (2008) hice un recorrido por los pueblos de la ficción alojados en mi memoria y en el correspondiente listado no podía faltar el recreado en ¡Bienvenido, Mr. Marshall! (1953), de Luis García Berlanga. El problema es que se trata de un pueblo muy visitado que cuenta con innumerables testimonios publicados por quienes lo han frecuentado. La posibilidad de aportar algo significativo a esa bibliografía es mínima, pero el viajante de la imaginación conserva el privilegio de hacer recorridos propios que le pueden llevar hacia lo insospechado. El mío me conduce al momento donde la impronta de Miguel Mihura se hace más patente, con algo de celos por parte de Berlanga y Bardem. Me refiero al pleno municipal donde las fuerzas vivas proponen alternativas para realzar el atractivo del pueblo ante la mirada de los americanos, esos sujetos que conllevan un futuro de felicidad y abundancia. En dicha escena, la aparición del chorrito epiléptico para la fuente de la plaza central, y única, siempre me pareció más fundamentada que la finalmente triunfante, que no dejaba de ser una simpática españolada cuyo resultado práctico no supera al del chorrito propuesto por el médico (Félix Fernández):

Como lector o espectador, también cultivo esa fidelidad y conozco cada esquina de los pueblos berlanguianos. He vuelto a visitarlos en reiteradas ocasiones y ya he podido disertar, ante un sorprendido auditorio académico, sobre la fuente del chorrito epiléptico a la que se pretendía «dar visibilidad» con acompasados juegos de luces: «Unas veces saldrá el chorrito azul, otras verde, otras colorado…». Habría votado a favor de la propuesta de física recreativa, la del médico interpretado por Félix Fernández, pero el alcalde que nos debe todavía una explicación no estaba acostumbrado a someter sus decisiones a las reglas de la democracia. Y cada vez que veo la película compruebo que se impone el tópico andalucista. Aflora con la insistencia de la españolada cuando se arrincona la tan singular como inútil extravagancia del chorrito. Lo curioso es que, además, el disfraz del pueblo también resulta inútil. Los norteamericanos pasan de largo. No me vale el reconfortante desenlace, propio de un regeneracionismo capaz de aunar desde falangistas hasta comunistas porque es un ideal sin contraste con la realidad. El pueblo tal vez salga fortalecido gracias a la lección recibida. Se mostrará digno en la temporal derrota; sin fisuras y confiado en sus propios medios para vislumbrar un futuro próspero donde la felicidad sea tangible. ¿Llegará algún día? Tardó mucho en esa España del interior y, mientras tanto, además de carecer de tren, tractores, vacas y algunos sueños inconfesables, su destartalada plaza se quedó sin un chorrito juguetón. Y la singularidad del pobre, aparte de ser reconfortante, admira más que la del rico. El señorito Edgardo de Enrique Jardiel Poncela elige algo tan lógico como una confortable manera de viajar, mientras que en Villar del Río el sin par chorrito habría admirado como si fuera una catarata.

https://publicaciones.ua.es/libro/la-sonrisa-del-inutil_128106/



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