Como
lector o espectador, también cultivo esa fidelidad y conozco cada esquina de
los pueblos berlanguianos. He vuelto a visitarlos en reiteradas ocasiones y ya
he podido disertar, ante un sorprendido auditorio académico, sobre la fuente
del chorrito epiléptico a la que se pretendía «dar visibilidad» con acompasados
juegos de luces: «Unas veces saldrá el chorrito azul, otras verde, otras
colorado…». Habría votado a favor de la propuesta de física recreativa, la del
médico interpretado por Félix Fernández, pero el alcalde que nos debe todavía
una explicación no estaba acostumbrado a someter sus decisiones a las reglas de
la democracia. Y cada vez que veo la película compruebo que se impone el tópico
andalucista. Aflora con la insistencia de la españolada cuando se arrincona la
tan singular como inútil extravagancia del chorrito. Lo curioso es que, además,
el disfraz del pueblo también resulta inútil. Los norteamericanos pasan de
largo. No me vale el reconfortante desenlace, propio de un regeneracionismo
capaz de aunar desde falangistas hasta comunistas porque es un ideal sin
contraste con la realidad. El pueblo tal vez salga fortalecido gracias a la
lección recibida. Se mostrará digno en la temporal derrota; sin fisuras y
confiado en sus propios medios para vislumbrar un futuro próspero donde la
felicidad sea tangible. ¿Llegará algún día? Tardó mucho en esa España del
interior y, mientras tanto, además de carecer de tren, tractores, vacas y
algunos sueños inconfesables, su destartalada plaza se quedó sin un chorrito
juguetón. Y la singularidad del pobre, aparte de ser reconfortante, admira más
que la del rico. El señorito Edgardo de Enrique Jardiel Poncela elige algo tan
lógico como una confortable manera de viajar, mientras que en Villar del Río el
sin par chorrito habría admirado como si fuera una catarata.
https://publicaciones.ua.es/libro/la-sonrisa-del-inutil_128106/
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