Los historiadores del teatro, al menos quienes hemos trabajado sobre el período republicano, conocemos el seudónimo de SAM como el de un destacado crítico teatral, que durante la Guerra Civil escribió en las páginas de un ABC incautado por las fuerzas leales al gobierno y convertido en órgano de la Unión Republicana. Su labor como crítico y cronista de los escenarios fue constante a lo largo de esos meses del Madrid sitiado. Una vez terminada la guerra, Serafín Adame Martínez permaneció en la capital hasta que fue detenido el 5 de julio de 1939 junto a sus compañeros Mariano Espinosa Pascual, Antonio Fernández Lepina y Sotero Antonio Barbero Núñez.
Los cuatro periodistas del ABC incautado que se publicó en Madrid, en paralelo con la edición sevillana de la misma cabecera, fueron los protagonistas del sumario 33590 depositado en el Archivo General e Histórico de Defensa (Madrid). El correspondiente sumarísimo de urgencia fue instruido por el Juzgado Militar de Prensa entre el 5 de julio de 1939 y el 11 de octubre del mismo año, con unas prisas y una dedicación que prueban un especial interés por parte de los instructores.
El correspondiente consejo de guerra concluyó con una sentencia dictada el 3 de noviembre de 1939 por un tribunal cuyo presidente era el teniente coronel retirado Arturo Iruretagoyena. Mariano Espinosa Pascual fue condenado a muerte, mientras que los otros tres procesados lo fueron a penas de treinta años. Su delito era una adhesión a la rebelión militar por haber sacado adelante el ABC republicano, que tuvo otras víctimas encabezadas por el fusilado Augusto Vivero.
El análisis del sumario tendrá un capítulo específico en el segundo volumen de Las armas contra las letras, o en la edición ampliada de la misma obra, pero el motivo de esta entrada es el hallazgo de la ficha como periodista de Serafín Adame Martínez. La misma se encuentra entre la documentación depositada en el sumario 33590 del Archivo General e Histórico de Defensa y permite poner rostro a una de las víctimas de la represión que analizo en la citada monografía.
El detalle del carnet con la foto parece menor, pero no lo es para un investigador. Llevo años consultando los fondos de los archivos militares y a menudo echo de menos la posibilidad de poner rostro a las víctimas. Algunas, las más conocidas, lo tienen por diferentes fuentes, pero otras carecen de esas fotos que tan necesarias resultan para personalizar las historias de represión de aquellos periodistas, escritores y dibujantes.
La posibilidad se hace real gracias al excelente trabajo de los técnicos y los archiveros del Archivo General e Histórico de Defensa, que al igual que sus compañeros de otros centros trabajan con una documentación a menudo deteriorada por el paso del tiempo y la incuria en que se mantuvo hasta hace relativamente poco. Gracias a su profesionalidad, el rescate de esta documentación es posible y la consulta permite rastrear huellas depositadas durante décadas, a la espera de que alguien reconstruya la historia de esta represión ejercida contra periodistas, escritores y dibujantes republicanos.
La edición facsimilar de los sumarios de Miguel Hernández me permitió conocer de primera mano esa profesionalidad y dedicación de los archiveros. La investigación en curso me ha reafirmado la impresión y, por lo pronto, tenemos la oportunidad de ver a SAM vestido con uniforme, una de las circunstancias que pesaron a la hora de ser condenado a treinta años de reclusión.
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