miércoles, 20 de septiembre de 2023

La rocambolesca historia del fotoperiodista Casariego


La primera imagen del sumario 123.150 depositado en el Archivo General e Histórico de Defensa invita al desánimo del investigador. La acumulación de textos, números, sellos... en un original muy deteriorado por el paso del tiempo y la falta de cuidados hasta épocas recientes supone una dificultad añadida para su comprensión. Sin embargo, la tarea de los técnicos del citado archivo ha sido excelente y me ha permitido la consulta de sus más de ochocientas páginas, donde las sorpresas se suceden en un caso con diez encartados que rompe no pocos esquemas de quienes imaginan conclusiones sin pasar por la consulta de las fuentes primarias.
Al editar las memorias carcelarias de Diego San José me llamó la atención el comportamiento singular del fotoperiodista José María Díez-Rodríguez Casariego, que cuando la redacción de Heraldo de Madrid fue tomada por las tropas del general Franco el 28 de marzo de 1939 apareció, ante la relativa sorpresa de sus compañeros, como miembro de la Quinta Columna que saludaba a los vencedores y les hacía entrega de la cabecera. El sinuoso personaje prometía, pues el propio Diego San José indica que era motivo de las sospechas de sus compañeros de redacción porque, desde el momento en que la guerra ya parecía perdida, estaba haciendo todo lo posible para «caer en blando».
Otro punto que me llamaba la atención es la reiteración en todo lo publicado acerca de este fotoperiodista de una misma anécdota: supuestamente condenado a muerte en un sumarísimo del que no se daban datos porque nadie lo había consultado, Casariego se libró gracias a su amistad con el general Franco desde los tiempos de Marruecos. El indulto, en realidad una conmutación, que le habría salvado del paredón lo llevaba siempre en el bolsillo para mostrarlo a quien fuera necesario como salvoconducto con la firma del Caudillo. 
La anécdota es una pura fantasía repetida hasta la saciedad por quienes ignoran los procedimientos de las conmutaciones de las penas capitales en la inmediata posguerra. El general Franco decidía al respecto, a veces tras muchos meses de espera donde se daban extrañas maniobras, pero nunca firmaba las órdenes de ejecución o de conmutación de la pena por otra de treinta años. He visto varias decenas de sumarios de condenados a muerte, algunos fusilados como Javier Bueno o Manuel Navarro Ballesteros, y nunca figura en sus respectivos sumarios un documento con la firma del general Franco. La posibilidad de que el mismo le fuera dado al propio encausado es una quimera fruto de una imaginación necesitada de coartadas para resolver sus problemas con el pasado.
Estos datos convertían a Casariego, un excelente profesional de la fotografía con destacados éxitos en las cabeceras anteriores a la Guerra Civil, en un personaje a seguir. Visto el sumario 123.150 del Archivo General e Histórico de Defensa, las expectativas no solo quedan confirmadas, sino que nos encontramos ante una rocambolesca historia que solo podría haber imaginado un novelista sin prejuicios en torno a los años cuarenta y abierto a las sorpresas de la realidad. En próximas entregas iremos desgranando algunos de sus aspectos, pero esa historia completa formará parte del segundo volumen, o la edición ampliada, de Las armas contra las letras. Los consejos de guerra de periodistas y escritores, 1939-1945 (Sevilla, Renacimiento-Publicaciones de la Universidad de Alicante, en prensa).
 

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