domingo, 24 de septiembre de 2023

Casariego, el fotógrafo que temía el regreso de los de «la alpargata»


 

El 28 de marzo de 1939, los pocos redactores de Heraldo de Madrid que permanecían en la capital acudieron al local de la redacción. La pretensión de los periodistas no era sacar el número de ese día, cuando las tropas del general Franco ya circulaban victoriosas, sino intentar comer un plato de lentejas para distraer un hambre de meses. Según las memorias carcelarias de Diego San José, allí estaban Federico de la Morena, director circunstancial del diario, Enrique Ruiz de la Serna, Juan Antonio Cabero, Eduardo de Castro, Antonio Uriel, el caricaturista Joaquín Sama y el fotógrafo y corresponsal de guerra Díaz Casariego (2016: 28). El desánimo de aquellos republicanos era total ante la constatada derrota, que ni siquiera incluía la posibilidad de una negociación de última hora como la intentada por los golpistas del coronel Casado. En medio del mutismo y la incertidumbre ante un futuro problemático, el citado fotógrafo alzó la voz y se dirigió a sus colegas de redacción:

-       ¡Compañeros! Creo llegado el momento de que nos quitemos la careta; yo, por lo menos. Y así digo que, en nombre de la Falange, desde este momento tomo la dirección eventual del periódico.

La sorpresa de los allí presentes fue relativa, pues «al final de la campaña, viendo de cerca el triste final de la República, [el fotógrafo] andaba tanteando la manera de caer en blando. En la redacción se le descubrió el juego y empezaba a mirársele con cauteloso recelo» (2016:29). Las sospechas en torno al quintacolumnista de la redacción quedaron confirmadas, aunque alguno temiera que demasiado tarde con la posibilidad de ser denunciado en el futuro.

José M.ª Díez Rodríguez-Casariego (1896-1967) no pudo actuar ese día como falangista sin careta y hacer entrega del periódico a los camaradas que llegaron poco después a la redacción. Al igual que a sus compañeros, los vencedores le mandaron a casa a la espera de una detención bastante probable y el posterior paso por una de las múltiples cárceles improvisadas en el Madrid de la posguerra. El calvario de la derrota empezaba para quienes iban a ser acusados de adhesión o auxilio a la rebelión. Sin embargo, el fotógrafo que había retratado a Abd-el-Krim cuando el líder de las revueltas personificaba el pánico era hombre de recursos. También un tipo camaleónico, imaginativo y precavido que, desde la posguerra, decía llevar en el bolsillo de la chaqueta la orden de «indulto» de su condena a muerte firmada por el Caudillo, antiguo conocido de los tiempos de campaña en el norte de África. Nadie ha visto el documento, pero la anécdota tampoco se ha cuestionado hasta el momento porque la imagen de un condenado dispuesto a exhibir semejante firma resulta atractiva y verosímil, al menos si desconocemos los mecanismos de la represión judicial del momento.

El sumario del correspondiente consejo de guerra contra José M.ª Díez Casariego debió celebrarse en Madrid, pero no figura en el catálogo del AGHD. A pesar de que el nombre del fotógrafo aparece en la bibliografía con distintas variantes, ninguna de las mismas permite la localización del sumarísimo de urgencia que terminó en una supuesta condena a muerte. Por otra parte, el análisis de aquellos que incluyen esa conmutación por una pena de treinta años, que no cabe confundir con un indulto, permite constatar la ausencia de cualquier documento firmado por el general Franco. Tanto si el condenado entraba en capilla para ser ejecutado como si pasaba a cumplir una condena de treinta años, el sumario nunca incluye la firma del Caudillo, que debió ser un hombre discreto para la posterioridad. Y, por supuesto, al preso se le comunicaba la resolución acerca de su vida o futuro carcelario. Así consta en los sumarios con las firmas de los interesados, pero nunca se le hacía entrega del correspondiente documento o de una copia. Tampoco a su defensor, que dejaba de serlo tras la celebración del plenario del consejo de guerra. José M.ª Díez Casariego llevaría en el bolsillo algún papel con cierta apariencia de indulto, pero su procedencia no sería un juzgado militar. El fotógrafo sabría a qué tipo de personas podía convencer de la verosimilitud del papel en cuestión, nadie le reclamaría una comprobación y el falso documento sería utilizado a modo de aval durante un período de ostracismo profesional. De hecho, el fotoperiodista que retrató a Abd-el-Krim se ganaba la vida haciendo fotos de carnet y estudio en un entresuelo de la calle del Carmen, n.º 14, donde había arrendado el local de Fotografía Mendoza gracias a una socia capitalista nada dispuesta a encubrir sus reuniones clandestinas.

Visto el sumario 123150 del AGHD, donde en 1943 fue procesado el fotógrafo junto a otros doce encartados que venían de la derrota, la posibilidad de que el madrileño fuera un condenado a muerte queda descartada. El «mérito» debió ser fruto de una imaginación puesta al servicio de la supervivencia, que por entonces el fotoperiodista creía en peligro ante la victoria de los aliados y la previsible vuelta de los de «la alpargata», siempre dispuestos a vengarse de los traidores. En la declaración realizada el 24 de septiembre del citado año, José M.ª Díez Casariego afirma que el inicio del Glorioso Movimiento Nacional le sorprendió en Madrid, «como asimismo la Liberación, siendo detenido por su actuación durante la guerra, condenándosele a la pena de ocho años de reclusión, pasando a cumplirla en Las Palmas, de donde fue puesto en libertad a finales de 1941».

La estancia en la prisión de Las Palmas sería la consecuencia de una condena. Asimismo, parece verídica a raíz de las declaraciones de otros detenidos que coincidieron con él antes de montar negocios de poca monta en el Madrid de la posguerra. Es decir, el supuesto condenado a muerte reconoce en las dependencias de la Dirección General de Seguridad, en cuyos calabozos pasó una larga temporada con los previsibles malos tratos, haberlo sido solo a ocho años. Sin embargo, el correspondiente sumario no me consta todavía y, además, la citada condena es una rareza en unos sumarísimos de urgencia que por entonces solían pasar de los seis a los veinte años sin escalas intermedias. La premura en los procedimientos y la acumulación de casos condujeron a unas condenas carentes de matices intermedios. Por otra parte, el traslado a un penal tan duro y distante como el de Las Palmas implica la existencia de un castigo u otra razón hasta cierto punto excepcional, que José M.ª Díez Casariego no explica en las dependencias policiales. No obstante, uno de sus compañeros de sumario, el estraperlista Fernando Rodríguez Bazán, en la declaración del 8 de octubre de 1943 apunta una posible razón como más adelante comprobaremos. Su verificación documental supone un imposible, como tantos giros de guion de una historia que requiere hipótesis ajenas a lo rocambolesco, pues la realidad del momento no precisa de este aditamento de la ficción.

Los perfiles biográficos del conocido fotógrafo, que tantas imágenes dejó de un Madrid variopinto, apuntan que su carácter le permitía alternar en los más contrapuestos ambientes. Gracias a esa facilidad de adaptación, José M.ª Díaz Casariego tuvo acceso a lo más selecto y lo popular de su ciudad para verlo a través de su cámara. El resultado fue meritorio. Nadie le discute una virtud propia de un fotoperiodista que hizo excelentes reportajes para la prensa nacional antes de 1936. No obstante, cabe pensar que ese carácter un tanto camaleónico también lo pondría al servicio de la supervivencia en unos tiempos cambiantes donde, como indicara Diego San José, muchos buscaban la manera de caer en blando para sortear las consecuencias de la derrota. Incluso de la victoria de los aliados, que en 1943 algunos veían inminente como paso previo de una vuelta de los rojos, aquellos que por llevar alpargatas estaban dispuestos a que rodaran las cabezas de los traidores.

Nota: 

El correspondiente capítulo aparecerá en la segunda edición, o ampliación, de Las armas contra las letras. Los consejos de guerra de periodistas y escritores, 1939-1945 (Sevilla, Renacimiento-Publicaciones de la Universidad de Alicante, en prensa).

 

 

 

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