La atenta contemplación
de las imágenes relacionadas con un período o una temática desempeña un papel
fundamental en la reconstrucción histórica. La obviedad de la frase requiere
una explicación. El análisis de los sumarísimos de urgencia seguidos contra
periodistas y escritores cuenta con una amplia base documental. Su consulta
dista de esclarecer todos los pormenores de aquellos consejos de guerra, pero
permite conocer lo esencial de su desarrollo desde el punto de vista jurídico,
aunque sea el distorsionado de una justicia puesta al servicio de la
aniquilación del enemigo político.
El historiador de la
represión está habituado a moverse en archivos donde los sumarios se conservan
en un estado precario, fruto del abandono durante el franquismo y las primeras
décadas de la etapa democrática. Gracias a estos documentos frecuentemente escritos
a mano, con numerosas anotaciones en los márgenes y una prosa que al final
resulta familiar, el investigador traza la historia de aquella represión que
también cuenta con testimonios, pocos, de las víctimas que sobrevivieron lo
suficiente para relatar la experiencia. O de algunos espectadores de los
consejos de guerra, casi siempre amigos o familiares de los procesados que
quedaron espantados ante aquella farsa de consecuencias trágicas. El olvido,
como explicaron Fernando Fernán-Gómez y Eduardo Haro Tecglen, resultaba
imposible.
Los victimarios nunca
dejaron testimonio de su participación en las distintas fases de los consejos
de guerra y, a menudo, intentaron borrar el recuerdo de una etapa vital que
dejó de ser presentable antes del final de la dictadura. Documentos, muchos, y
testimonios, pocos, constituyen el material de trabajo completado con las
consultas bibliográficas. Sin embargo, apenas nos adentramos en la redacción de
las conclusiones necesitamos contar con imágenes de aquella realidad. El
franquismo, consciente del poder de las mismas, aunque estuvieran controladas
por su carácter oficial u oficioso, consiguió que miles y miles de consejos de
guerra se celebraran sin la presencia de un fotógrafo o, al menos, un dibujante
como José Robledano Torres, capaz de trasladarnos el dramatismo de las cárceles
donde penaron los vencidos.
El fotoperiodista Gerardo
Contreras fue el elegido para que en marzo de 1940 diera cuenta, «con un
contundente efecto pedagógico» (Villalta Luna, 2022: 121), del consejo de
guerra contra los chequistas de Bellas Artes. El reportaje apareció en el
número 5 de la revista Semana (20-IV-1940). La fotografía donde
aparecen sentados unos cincuenta «sicarios» cuenta con un pie casi siempre
hurtado en las reproducciones y esclarecedor de la voluntad ejemplificadora:
Se
acabaron los alardes de jactancia y matonismo. Estos son los que, entre otros,
organizaron los días de sangre en el terror de Madrid. Son los de los autos que
se detenían chirriantes en las puertas de las casas, los de los timbrazos en
los pisos, los que condenaban a millares de personas a muerte, los que pugnaban
entre sí por mandar los pelotones de ejecución.
Los rostros de los
procesados reflejan la seriedad y el temor de los compungidos. Los observamos
desde una perspectiva de superioridad para subrayar el tono admonitorio del
citado texto, que nos recuerda el final de «los alardes de jactancia y
matonismo» de quienes pugnaban «por mandar los pelotones de ejecución». El
problema es que, a la izquierda, el fotógrafo evita la presencia del tribunal
militar. Una ausencia; como tampoco sabremos de los militares al frente de los
pelotones de ejecución durante la Victoria.
Gerardo Contreras tenía
órdenes precisas, o valoraba lo oportuno en aquellas publicaciones de la
posguerra, y con su fotografía justificó el castigo de quienes «organizaron los
días de sangre en el terror de Madrid», justo cuando en la capital había madrugadas
de sangre de las que apenas salían unas escuetas notas de prensa. Un castigo
casi divino, propio de la Cruzada, por la ausencia de los militares dispuestos
a ejecutarlo y la descontextualización de un proceso cuyos pormenores son
hurtados al lector.
La fotografía de Gerardo
Contreras aparece reproducida con frecuencia a pesar de su carácter
propagandístico. La razón es sencilla: apenas contamos con otros reportajes
gráficos acerca de los consejos de guerra. Su existencia no debía quedar
reflejada con la evidencia de las imágenes porque, antes o después, alguien
acabaría preguntando por los que estaban a la izquierda de la fotografía.
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