sábado, 25 de noviembre de 2023

La Esteso, su señora madre y Santiago de la Cruz


 

Foto: Luisita Esteso

Las investigaciones sobre la represión franquista durante la posguerra no suelen dar motivos para la sonrisa. La trágica realidad de aquellas fechas congela cualquier atisbo de humor. Sin embargo, la búsqueda de antecedentes de quienes la padecieron nos remite a una época donde la prensa, con la sorna que solo facilita la libertad de expresión, refleja algunas anécdotas dignas del recuerdo.

El 23 de noviembre de 1931, Heraldo de Madrid y otros periódicos de la capital dieron noticia de un suceso acaecido en un café donde los asiduos eran personas de letras y cómicos. El local estaba localizado en la calle de Alcalá, frente a la de Peligros. Allí se presentó, «airada», doña Paloma Herrero, conocida como La Cibeles en el mundo del espectáculo desde que hiciera pareja cómica con el actor Luis Esteso, del que acababa de enviudar. La señora de armas tomar ejercía de madre de la vedette y actriz Luisita Esteso (1908-1986). El motivo de su enfado era un joven periodista que, recién regresado de Buenos Aires como secretario del charlista Federico García Sanchiz, pretendía ser el novio de la niña, la cual por entonces ya tenía veintitrés años y estaría acostumbrada a los devaneos amorosos.

La airada Cibeles arrojó un bolso de mano a Santiago de la Cruz Touchard, que era el novio en cuestión, porque quien acabaría condenado a muerte en 1940 estaba con la vedette en el café donde todos quedaron entre asombrados y divertidos. El motivo de tan airado comportamiento, que terminó en un juzgado de Colmenar Viejo tras el correspondiente escándalo, fue resumido en una frase sacada de la prensa: el periodista era «poco novio para la niña» (Informaciones, 24-XI-1931).

La Cibeles acababa de enviudar, sabía que la bella Luisita era su seguro de vejez y, claro está, aspiraba a que la vedette emparejara con quien le ofreciera una mayor seguridad económica. Lo consiguió a medias, pues espantó al pobre Santiago, aunque Luisita, por entonces reivindicativa en materia laboral, emparejaría después con José Luis Salado, otro periodista republicano que se libró de la condena a muerte solo porque partió camino de Moscú.

Santiago de la Cruz Touchard dejó atrás a una agraciada señorita que cantaba, bailaba y contaba chistes cuyo humor, ahora, casi es un misterio, como la popularidad alcanzada por sus padres gracias a unos monólogos que nos remiten a un concepto del espectáculo anclado en aquella época. La circunstancia sería a la larga positiva, pues el periodista conoció a quien después sería su compañera en los momentos difíciles, cuando ella decidió trabajar como contable en la editorial Aguilar para sacar adelante una familia donde el padre penaba en distintas cárceles.

La historia de ese matrimonio es dura, como la de tantas parejas relacionadas con las consecuencias de la represión franquista, pero estoy seguro de que, en algún momento de distensión, Santiago recordaría a aquella señora airada que, bolso en mano, sentenció que el periodista era poco novio para su niña. Afortunadamente así fue. El enamorado o atraído por la bella Luisita acabó encontrando una mujer valiente que hasta los años ochenta luchó por el reconocimiento de su marido como oficial republicano. La historia la contaremos en el segundo volumen de Las armas contra las letras, cuyo primer volumen saldrá el próximo mes de diciembre, siempre y cuando no haya alguien airado que con un bolsazo lo impida.


Os dejo con las gracias de quien, con el tiempo, sería la tía de Fernando Esteso, un cómico que como tantos otros forma parte de una saga familiar.

 

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