jueves, 16 de noviembre de 2023

La «rebeldía» del masón Mateo Hernández Barroso


 

El 18 de abril de 1939, comparecen en una comisaría de Valencia del Cid los agentes que han localizado el local ocupado durante la guerra por la logia masónica Liceo de Levante (AGHD, 7980). Aparte de identificar a la portera del inmueble como testigo o acusada -nunca queda clara la condición-, aportan una serie de nombres como posibles miembros de la citada logia. Uno de ellos es el del veterano polígrafo Mateo Hernández Barroso (1874-1963), aunque en ningún momento se le cita como periodista o escritor. De hecho, sus intereses culturales fueron múltiples, desde las matemáticas hasta las telecomunicaciones pasando por la historia y la música. Su libro Cables submarinos (1918) constituyó, al parecer, un hito en materia tan especializada y seis años después publicó La ectoplasmia y la clarividencia. El título nos remite a su faceta como masón desde el 27 de agosto de 1919, cuando ingresó en la Logia Hispano Americana n.º 379 del Gran Oriente Español.

La instrucción del sumario 7980, sin embargo, no alumbra nada acerca de este polifacético encausado, salvo que Mateo Hernández Barroso no contaba con antecedentes penales. La circunstancia es común entre la inmensa mayoría de los procesados durante la posguerra y el correspondiente documento incluye la impresión de un sello ya familiar para los investigadores: «Ninguno». Su utilización evitaba escribir a mano una palabra mil veces repetida. Para rematar el silencio o la ignorancia de los instructores, el 9 de mayo de 1939, el coronel jefe de la Columna de Orden y Policía de Ocupación de Valencia del Cid afirma que su ficha «no aparece en el fichero obrante en esta jefatura». La investigación judicial no estaba prevista para tales casos. La prioridad era resolver decenas de miles de sumarísimos en un tiempo récord.

Ante la ausencia de cualquier referencia al masón y afiliado a Izquierda Republicana que ocupara importantes cargos durante el período republicano -entre otros, fue director general de Telecomunicaciones en plena guerra- y su incomparecencia reiterada en el correspondiente juzgado, el 18 de marzo de 1940 el instructor Alfonso Bernaldero Ávila declara en rebeldía procesal a Mateo Hernández Barroso. La noticia no me consta que apareciera publicada y, desde luego, no llegaría al afectado.

El también crítico musical en distintas cabeceras ya había sido procesado en Madrid a resultas del sumario 3031, instruido en 1939 y también depositado en el Archivo General e Histórico de Defensa. El diccionario de Manuel Aznar Soler (2016) le sitúa por entonces en el exilio de Francia camino de México. La comprobación del destino es obvia a la vista de las ediciones de su última etapa, pues en la capital azteca aparecieron los volúmenes El oso y el madroño (1954) y Mitología latina (1954). Mateo Hernández Barroso fue declarado en rebeldía tanto en Valencia como en Madrid porque su nombre figura en el activo exilio de los republicanos en México.

El sumario instruido en la capital le señala como «muy destacado marxista». La caracterización aparece en un informe emitido por José Casado Moreno, secretario del Juzgado Especial del Ayuntamiento de Madrid, donde trabajó el encausado como «maestro especial» sin que el dato aparezca en los perfiles biográficos publicados hasta el momento. Sin embargo, la instrucción no aporta prueba alguna acerca de esa supuesta relevancia en el marxismo español. Tampoco documenta su actividad propagandística constatada por la prensa, al menos cuando el republicano pronunció una alocución radiofónica donde criticaba a los altos cargos dispuestos a abandonar Madrid por miedo a las represalias de los sublevados (La Libertad, 16-X-1936).

Al margen del exilio indicado en distintas fuentes y constatado gracias a las referidas publicaciones, la posibilidad de ser declarado en rebeldía procesal por estar sometido a un procesamiento en otra localidad, incluso en una misma localidad cuando era como Madrid o Barcelona, es bastante frecuente en el marco caótico de la justicia militar durante la posguerra. Por falta de medios y tiempo, también por el desbordamiento que provocó la masiva represión de la Victoria, estos errores son habituales y a veces cuestionan la fiabilidad de la documentación analizada por el historiador.

El sumario 3031 del AGHD se instruyó en Madrid poco antes que el valenciano y con resultados similares, pues Mateo Hernández Barroso fue un encartado misterioso para las autoridades franquistas que nada sabían de su amistad con Manuel Azaña y otros contertulios del café Regina. El 18 de abril de 1939, el citado secretario del Juzgado Especial del Ayuntamiento de Madrid emite el primer informe sobre el masón que trabajaba como «profesor especial», circunstancia corroborada al día siguiente por el propio Ayuntamiento inmerso en las tareas de la depuración. A partir de lo constatado en ambos documentos, que es bien poco en comparación con la trayectoria republicana del encartado, el auditor Ángel Manzaneque Feltrer ordena que se instruya el sumarísimo de urgencia 6864 contra Mateo Hernández Barroso.

La orden, sin que me conste una documentación que la complete, debió quedar en el limbo de aquel caos jurídico donde a menudo los instructores actuaban a partir de datos fragmentarios y poco relevantes acerca de los encartados. Más sorprendente todavía es la decisión de decretar la prisión atenuada, se supone que sería en su domicilio, para quien no había sido localizado. La orden del Juzgado Permanente n.º 18 está firmada el 28 de abril de 1939 y en el sumario 3031 no consta que se cumpliera. De hecho, nadie consiguió conocer el paradero del masón con un amplio historial en las logias. Los agentes de la Dirección General de Seguridad lo intentaron, según informe emitido el 24 de julio de 1939, en el domicilio que les constaba de la calle Suero de Quiñones, n.º 13, y en la «Escuela Normal de Maestros y Profesores». El resultado fue nulo en ambas ocasiones. Nadie aportó información acerca del paradero de quien, por su edad y actividades, debió ser conocido entre la vecindad o los colegas del ayuntamiento.

Ante semejante falta de referencias y la imposibilidad de llevar a cabo una investigación policiaca, Mateo Hernández Barroso es declarado en rebeldía el 14 de octubre de 1939; es decir, cinco meses antes de que hiciera lo mismo el juzgado de Valencia, que no debió tener información acerca de lo sucedido en Madrid. La decisión se tomó tras aparecer la correspondiente requisitoria en la prensa de la capital por orden del 26 de septiembre de 1939, que fue efectivamente cumplida en el diario Madrid, según consta en el sumario 3031. El problema es que Mateo Hernández Barroso no leería la noticia por estar muy lejos de la capital. La prensa franquista, con sus requisitorias a la búsqueda de un hipotético lector, ni siquiera sería leída con asombro en México.

Finalmente, y ante lo infructuoso de las actuaciones judiciales realizadas para detener al «muy destacado marxista», el 24 de octubre de 1939 el tribunal del consejo de guerra celebrado en Madrid declara sobreseído el caso por no haber localizado al rebelde. Nadie avisó a los colegas de Valencia, que siguieron poco después el mismo camino con similares resultados. La comunicación entre los juzgados de la posguerra presenta múltiples deficiencias y estas duplicidades son frecuentes. No obstante, alguien debió pensar que Mateo Hernández Barroso acabaría presentándose ante las autoridades militares del franquismo, pues su caso no fue archivado hasta el 13 de diciembre de 1944 por orden del auditor general.

Mientras tanto, el masón interesado por múltiples y heterogéneas facetas culturales o científicas debió quedar ajeno a las actuaciones judiciales. Tampoco tendría noticias de su procesamiento en ausencia por parte del TERMC, según consta en los catálogos del CDMH (TRRPM, 148; causa n.º 493/42 por masonería). Entre otros motivos, porque Mateo Hernández Barroso estaba en el exilio recordando los tiempos vividos junto a figuras como Valle-Inclán en las tertulias más significativas del momento. Así consta en El oso y el madroño, un volumen recopilatorio y testimonial. Por desgracia, lo publicado en México no impidió que su nombre acabara remitido a los diccionarios del exilio, donde tanto esfuerzo queda inevitablemente reducido a una entrada o una ficha bio-bibliográfica. Mateo Hernández Barroso nunca volvió a destacar en materia de marxismo, que seguramente le sería tan ajeno como las órdenes dictadas para localizarle en Madrid y procesarle, aunque fuera en ausencia porque jamás cabía el olvido en los tribunales de la represión. Cumplidos los sesenta, don Mateo fue oficialmente un rebelde, aunque solo fuera procesal por la incompetencia o la falta de documentación de quienes intentaron procesarle.

 

 

 

 

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