El
18 de abril de 1939, comparecen en una comisaría de Valencia del Cid los
agentes que han localizado el local ocupado durante la guerra por la logia
masónica Liceo de Levante (AGHD, 7980). Aparte de identificar a la portera del
inmueble como testigo o acusada -nunca queda clara la condición-, aportan una
serie de nombres como posibles miembros de la citada logia. Uno de ellos es el
del veterano polígrafo Mateo Hernández Barroso (1874-1963), aunque en ningún
momento se le cita como periodista o escritor. De hecho, sus intereses
culturales fueron múltiples, desde las matemáticas hasta las telecomunicaciones
pasando por la historia y la música. Su libro Cables submarinos (1918)
constituyó, al parecer, un hito en materia tan especializada y seis años
después publicó La ectoplasmia y la clarividencia. El título nos remite
a su faceta como masón desde el 27 de agosto de 1919, cuando ingresó en la
Logia Hispano Americana n.º 379 del Gran Oriente Español.
La
instrucción del sumario 7980, sin embargo, no alumbra nada acerca de este
polifacético encausado, salvo que Mateo Hernández Barroso no contaba con
antecedentes penales. La circunstancia es común entre la inmensa mayoría de los
procesados durante la posguerra y el correspondiente documento incluye la
impresión de un sello ya familiar para los investigadores: «Ninguno». Su
utilización evitaba escribir a mano una palabra mil veces repetida. Para
rematar el silencio o la ignorancia de los instructores, el 9 de mayo de 1939,
el coronel jefe de la Columna de Orden y Policía de Ocupación de Valencia del
Cid afirma que su ficha «no aparece en el fichero obrante en esta jefatura». La
investigación judicial no estaba prevista para tales casos. La prioridad era resolver
decenas de miles de sumarísimos en un tiempo récord.
Ante
la ausencia de cualquier referencia al masón y afiliado a Izquierda Republicana
que ocupara importantes cargos durante el período republicano -entre otros, fue
director general de Telecomunicaciones en plena guerra- y su incomparecencia
reiterada en el correspondiente juzgado, el 18 de marzo de 1940 el instructor
Alfonso Bernaldero Ávila declara en rebeldía procesal a Mateo Hernández
Barroso. La noticia no me consta que apareciera publicada y, desde luego, no
llegaría al afectado.
El
también crítico musical en distintas cabeceras ya había sido procesado en
Madrid a resultas del sumario 3031, instruido en 1939 y también depositado en
el Archivo General e Histórico de Defensa. El diccionario de Manuel Aznar Soler
(2016) le sitúa por entonces en el exilio de Francia camino de México. La
comprobación del destino es obvia a la vista de las ediciones de su última
etapa, pues en la capital azteca aparecieron los volúmenes El oso y el
madroño (1954) y Mitología latina (1954). Mateo Hernández Barroso
fue declarado en rebeldía tanto en Valencia como en Madrid porque su nombre
figura en el activo exilio de los republicanos en México.
El
sumario instruido en la capital le señala como «muy destacado marxista». La
caracterización aparece en un informe emitido por José Casado Moreno,
secretario del Juzgado Especial del Ayuntamiento de Madrid, donde trabajó el
encausado como «maestro especial» sin que el dato aparezca en los perfiles
biográficos publicados hasta el momento. Sin embargo, la instrucción no aporta
prueba alguna acerca de esa supuesta relevancia en el marxismo español. Tampoco
documenta su actividad propagandística constatada por la prensa, al menos
cuando el republicano pronunció una alocución radiofónica donde criticaba a los
altos cargos dispuestos a abandonar Madrid por miedo a las represalias de los
sublevados (La Libertad, 16-X-1936).
Al
margen del exilio indicado en distintas fuentes y constatado gracias a las
referidas publicaciones, la posibilidad de ser declarado en rebeldía procesal
por estar sometido a un procesamiento en otra localidad, incluso en una misma
localidad cuando era como Madrid o Barcelona, es bastante frecuente en el marco
caótico de la justicia militar durante la posguerra. Por falta de medios y
tiempo, también por el desbordamiento que provocó la masiva represión de la
Victoria, estos errores son habituales y a veces cuestionan la fiabilidad de la
documentación analizada por el historiador.
El
sumario 3031 del AGHD se instruyó en Madrid poco antes que el valenciano y con
resultados similares, pues Mateo Hernández Barroso fue un encartado misterioso
para las autoridades franquistas que nada sabían de su amistad con Manuel Azaña
y otros contertulios del café Regina. El 18 de abril de 1939, el citado
secretario del Juzgado Especial del Ayuntamiento de Madrid emite el primer
informe sobre el masón que trabajaba como «profesor especial», circunstancia
corroborada al día siguiente por el propio Ayuntamiento inmerso en las tareas
de la depuración. A partir de lo constatado en ambos documentos, que es bien
poco en comparación con la trayectoria republicana del encartado, el auditor
Ángel Manzaneque Feltrer ordena que se instruya el sumarísimo de urgencia 6864
contra Mateo Hernández Barroso.
La
orden, sin que me conste una documentación que la complete, debió quedar en el
limbo de aquel caos jurídico donde a menudo los instructores actuaban a partir
de datos fragmentarios y poco relevantes acerca de los encartados. Más
sorprendente todavía es la decisión de decretar la prisión atenuada, se supone
que sería en su domicilio, para quien no había sido localizado. La orden del
Juzgado Permanente n.º 18 está firmada el 28 de abril de 1939 y en el sumario
3031 no consta que se cumpliera. De hecho, nadie consiguió conocer el paradero
del masón con un amplio historial en las logias. Los agentes de la Dirección
General de Seguridad lo intentaron, según informe emitido el 24 de julio de
1939, en el domicilio que les constaba de la calle Suero de Quiñones, n.º 13, y
en la «Escuela Normal de Maestros y Profesores». El resultado fue nulo en ambas
ocasiones. Nadie aportó información acerca del paradero de quien, por su edad y
actividades, debió ser conocido entre la vecindad o los colegas del
ayuntamiento.
Ante
semejante falta de referencias y la imposibilidad de llevar a cabo una
investigación policiaca, Mateo Hernández Barroso es declarado en rebeldía el 14
de octubre de 1939; es decir, cinco meses antes de que hiciera lo mismo el
juzgado de Valencia, que no debió tener información acerca de lo sucedido en
Madrid. La decisión se tomó tras aparecer la correspondiente requisitoria en la
prensa de la capital por orden del 26 de septiembre de 1939, que fue
efectivamente cumplida en el diario Madrid, según consta en el sumario
3031. El problema es que Mateo Hernández Barroso no leería la noticia por estar
muy lejos de la capital. La prensa franquista, con sus requisitorias a la
búsqueda de un hipotético lector, ni siquiera sería leída con asombro en
México.
Finalmente,
y ante lo infructuoso de las actuaciones judiciales realizadas para detener al
«muy destacado marxista», el 24 de octubre de 1939 el tribunal del consejo de
guerra celebrado en Madrid declara sobreseído el caso por no haber localizado
al rebelde. Nadie avisó a los colegas de Valencia, que siguieron poco después
el mismo camino con similares resultados. La comunicación entre los juzgados de
la posguerra presenta múltiples deficiencias y estas duplicidades son
frecuentes. No obstante, alguien debió pensar que Mateo Hernández Barroso
acabaría presentándose ante las autoridades militares del franquismo, pues su
caso no fue archivado hasta el 13 de diciembre de 1944 por orden del auditor
general.
Mientras
tanto, el masón interesado por múltiples y heterogéneas facetas culturales o
científicas debió quedar ajeno a las actuaciones judiciales. Tampoco tendría
noticias de su procesamiento en ausencia por parte del TERMC, según consta en
los catálogos del CDMH (TRRPM, 148; causa n.º 493/42 por masonería). Entre otros motivos, porque Mateo Hernández Barroso
estaba en el exilio recordando los tiempos vividos junto a figuras como
Valle-Inclán en las tertulias más significativas del momento. Así consta en El
oso y el madroño, un volumen recopilatorio y testimonial. Por
desgracia, lo publicado en México no impidió que su nombre acabara remitido a
los diccionarios del exilio, donde tanto esfuerzo queda inevitablemente
reducido a una entrada o una ficha bio-bibliográfica. Mateo Hernández Barroso
nunca volvió a destacar en materia de marxismo, que seguramente le sería tan
ajeno como las órdenes dictadas para localizarle en Madrid y procesarle, aunque
fuera en ausencia porque jamás cabía el olvido en los tribunales de la
represión. Cumplidos los sesenta, don Mateo fue oficialmente un rebelde, aunque
solo fuera procesal por la incompetencia o la falta de documentación de quienes
intentaron procesarle.
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